martes, 14 de diciembre de 2021

Domingo Adviento 4C

 La felicidad de la madre de Jesús por ser verdadera discípula

DOMINGO CUARTO DE ADVIENTO - “C”

Eduardo de la Serna



Lectura de la profecía de Miqueas
     5, 1-4a

Resumen: en tiempos de desolación y abandono surge la profecía de que habrá un rey semejante a David que será fiel a Dios y fiel al pueblo con lo cual sobre todos habrá felicidad y paz.


El texto de Miqueas es sumamente complejo de presentar (y también de delimitar). Quizás en v.4 empiece una nueva parte. Una pequeña localidad, en este caso Belén, es enaltecida. Es cierto que fue lugar del nacimiento de David, pero no por eso era importante. Es probable que el profeta esté pensando en una vuelta a los orígenes, a los tiempos ideales del pasado. De allí la referencia precisamente al rey ideal (algo semejante se encuentra en Is 11,1-5: “tronco de Jesé”). A ese “pasado” y “tiempo inmemorial” se refiere. 

Es jefe pero ideal: se remite a Dios (“me nacerá”) pero en función de su pueblo (“gobernar a Israel”). Esto lo hará con “la fuerza del Señor”, en su nombre. Es importante recordar que el verdadero y único rey en Israel es y debe ser Dios. El rey debe procurar hacer la voluntad de Dios. Si no fuera así, sería un rey “como los de los demás pueblos”. Sencillamente se destaca que “pastoreará” como idealmente se supone que hizo David.

Es muy probable que este texto sea de tiempos posteriores al exilio cuando ya no hay rey en Israel y se espera uno ideal (lo que poco después se llamará un “mesías”). Dios será el pastor, su pueblo no andará desorientado. Pero Dios cuenta con mediaciones humanas para la realización de su voluntad. Este rey será un ejemplo. 

Pero la demora en la concreción de esta profecía motivó el añadido del v.2 haciendo referencia al “cuando” haciendo alusión a una embarazada (¿Jerusalén?) y la vuelta de los hermanos (¿del destierro?). El pueblo no ha de temer, el rey por venir será garante de tranquilidad y felicidad. De “paz” (shalom).


Lectura de la carta a los Hebreos     10, 5-10

Resumen: coherentemente con otros textos del AT y releyendo el Salmo 40 puesto aquí en boca de Cristo, la carta destaca que la verdadera ofrenda de Cristo es la realización de la voluntad de Dios.


Luego de haber comentado, en una profunda lectura espiritual del AT, textos aplicados a Cristo para destacar una cristología sacerdotal, llegando al final de la carta comenta la ofrenda de Cristo. Para ello hace una lectura del salmo 40.

Sal 40:7-9
Heb 10,5-7
Ni sacrificio ni oblación querías, pero el oído me has abierto; no pedías holocaustos ni víctimas, dije entonces: Heme aquí, que vengo. Se me ha prescrito en el rollo del libro hacer tu voluntad. Oh Dios mío, en tu ley me complazco en el fondo de mi ser.
Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo – pues de mí está escrito en el rollo del libro – a hacer, oh Dios, tu voluntad!

Es un clásico en la Biblia señalar que Dios quiere la realización de su voluntad, no los sacrificios y holocaustos (ver Is 1,11-13; Jer 6,20; 7,22; Miq 6,6-8). La apertura del oído se ha transformado, en el griego, en “formar un cuerpo”. Siendo que el Cristo el que habla se refiere, evidentemente a lo que llamamos la “encarnación” (Heb 2,14) y su obediencia (5,8-9) dadora de vida. Releyendo el salmo el autor pone en boca de Cristo al entrar en la historia estar palabras: vino – tiene un cuerpo – para hacer la voluntad de Dios, no para ofrecer sacrificios. Es en la realización de la voluntad de Dios que se establece el modo de relación con él, abrogando los sacrificios. Los sacrificios son claramente ineficaces, en cambio por esta actitud de Cristo “quedamos santificados” por la ofrenda de su cuerpo “de una vez para siempre” (en contraste de los sacrificios que debían repetirse año a año, con lo que se hacía patente la  ineficacia (10,1). Así afirma que “…mediante un solo sacrificio ha llevado a la perfección para siempre a los santificados (10:14; ver v.18).


Evangelio según san Lucas     1, 39-45

Resumen: las dos mujeres presentadas en los párrafos anteriores se encuentran, pero expresamente el relato presenta la superioridad del niño reconocido como “Señor”, el mismo título que se da a Dios gracias al salto del otro niño en el seno de su madre.

El texto del Evangelio está armado de una manera sencilla al estilo abc a’b’c’:

A.- Al escuchar el saludo
   B.- El bebé dio un salto en su seno
      C.- Bendita tú, y bendito el fruto de tu seno
X: llena del Espíritu Santo bendice a María y a su niño (= “Señor”)
A’.- Cuando llegó a mis oídos la voz de tu saludo
   B’.- Saltó exultante el bebé en mi seno
      C’.- Feliz la que creyó que será cumplido lo dicho por el Señor

Además, el texto conforma una suerte de bisagra entre los dos anuncios de los nacimientos de Juan (1,5-25) y de Jesús (1,26-38). Ambos anuncios presentan una misión del niño por nacer, pero hay una serie de diferencias entre uno y otro que quedan expresadas en el texto litúrgico de hoy. Los padres de Juan, como es el caso de grandes personajes del A.T. son ancianos y la madre es estéril. Lo que era visto como una maldición por parte de Dios es en realidad un hecho pedagógico que prepara un nacimiento maravilloso de un personaje importante, como es el caso de Isaac o de Samuel. En cambio lo que se afirma de la madre de Jesús es que era virgen (lo que habla especialmente de su muy corta edad). El nacimiento de Juan, entonces, debe entenderse como continuidad de grandes nacimientos del AT mientras que el de Jesús expresa una radical novedad. Eso queda expresado en la frase de Isabel a María: “la madre de mi Señor” (que está en “X” del esquema de más arriba). 

La voz del ángel había presentado al hijo futuro de Zacarías e Isabel en continuidad con Elías (1,17 ver Mal 3,23-24), pero Zacarías mismo señalará que “será llamado profeta del Altísimo porque irá delante del Señor para preparar sus caminos” (1,76). 


El salto de gozo se repite en la cuarta bienaventuranza: Alégrense ese día y salten de gozo, que su recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas (6:23). Pero también se encuentra el término (saltar) en Mal 3,20 donde se prepara la mención a Elías a la que recién hicimos referencia. En Gen 25,22 Jacob y Esaú se “chocan” en el seno de Rebeca que era estéril pero por intercesión de Isaac pudo engendrar (v.21). Pero el salto del niño prepara a Isabel para quedar “llena del espíritu santo”. Esta actitud de quedar “lleno del espíritu” sólo se encuentra en Lucas en la Biblia (1,15.41.67; Hch 2,4; 4,8.31; 9,17; 13,9). En el Evangelio se dice de Juan, de Isabel y de Zacarías mientras que en Hechos se dice de la Iglesia primitiva, los apóstoles, Pedro y Pablo. El comienzo del obrar de Dios en la historia requiere que sus ministros sean llenos del Espíritu para poder desempeñar cabalmente sus servicios.


Lo que Isabel dirá es “gritado con voz fuerte” pronunciando una doble bendición (eulogéô) sobre la madre y el hijo (“bendito el fruto de tu seno”, koilía). Esta bendición a la madre parece semejante a lo que una mujer dice en “alta voz” una mujer entre la multitud: “bienaventurado el seno (koilía) que te llevó”. Jesús en este texto afirma que “más bien” son felices (makarios) “los que escuchan la palabra de Dios y la cuidan” (11,27-28). En esa misma línea Isabel repetirá que María es “feliz (makarios) por haber creído que se cumplirán (teleíôsis) las cosas dichas de parte del Señor”. María no es bienaventurada por ser madre sino por su fidelidad a la palabra de Dios a la que “cree”. Por eso es “la madre de mi Señor” (= Jesús) porque ha creído las palabras del Señor (= Dios). Este reconocimiento público puede hacerlo Isabel por estar, precisamente, llena del Espíritu Santo.



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