lunes, 6 de diciembre de 2021

No quiero un Concilio Vaticano III

 No quiero un Concilio Vaticano III

Eduardo de la Serna



Varias veces se han levantado voces pidiendo o reclamando o soñando un nuevo Concilio Vaticano III. Todos sabemos que nada hay más importante en la vida de la Iglesia católica romana que un Concilio realizado en comunión con el Papa (señalo lo de “comunión” porque en la larga historia de la Iglesia hubo concilios que fueron “por la suya”, la época de los “conciliarismos”, pero, además, no necesariamente esto implica presencia del Papa; el cual, por ejemplo, no estuvo en los primeros grandes concilios de Oriente). De estos concilios han surgido enormes e importantes reformas, declaraciones, cambios o frenos, correcciones, impulsos, etc. Ciertamente esto no implica uniformidad, pero sí debiera significar comunión (de ahí lo de la comunión con el Papa, el que preside la comunión). Suele ocurrir, en todos los tiempos de la Iglesia, que algunos de estos cambios, reformas, declaraciones, etc. son resistidos. Así nacen herejías, cismas y demás, que la Iglesia conoce y ha vivido en su historia. Veamos un ejemplo reciente: cuando el Concilio Vaticano I propuso / impuso el dogma de la infalibilidad hubo quienes resistieron esto y así se dio origen a lo que se ha llamado los “Viejos Católicos”. Como el Concilio Vaticano II fue pastoral, más que dogmático, las resistencias fueron pastorales. Así hubo quienes cuestionaron el ecumenismo, la lectura de la Biblia, la liturgia… Una pregunta vigente era si el Concilio había significado un re-impulsar la vida de las comunidades o un límite al que llegar, o, si se quiere, un punto de llegada o un punto de partida. Se ha dicho – creo que con razón – que los que perdieron en el Vaticano I triunfaron en el Vaticano II, y – se ha añadido – los que perdieron en el Vaticano II triunfaron en el invierno eclesial expresado en los pontificados de Juan Pablo II y Benito XVI. De hecho, y es un buen ejemplo, con motivo de los 25 años del Concilio el Papa convocó a un Sínodo extraordinario. Las actitudes vaticanas (expresadas en el Informe de la fe, del cardenal Ratzinger, prefecto de la congregación para la doctrina de la fe) pretendieron – y lograron – un freno brusco a todo lo que el Concilio había impulsado. A modo de ejemplo, la declaración Dominus Iesus dinamitó caminos de ecumenismo que se transitaban por doquier (es difícil decir que queremos dialogar con comunidades a las que les negamos el nombre de “Iglesias”), la declaración de la Interpretación de la Biblia en la Iglesia puso un límite al intento del Cardenal Ratzinger de fortalecer la lectura patrística y espiritual de la Biblia, y ya Papa, él mismo autorizó bendiciendo la liturgia según el viejo misal de Pio V (en latín y “de espaldas al pueblo”). Con esto quiero señalar, de todos modos, algo importante: que un concilio dé pasos significativos no implica que sean pasos consolidados. No se podrá decir “el Concilio Vaticano II” debe anularse, pero sí decir “tal o cual es la interpretación correcta [o errónea] del mismo”. Sirva esto, además, para relativizar la importancia de los sínodos (si puede acotarse, frenarse, limitarse y casi castrarse un concilio, mucho más puede hacerse con un sínodo el que, por cierto, además es consultivo).

Dicho esto, creo que la Iglesia de nuestros días está sumamente desorientada. Su relación con la sociedad (“el mundo”) es más de incomprensión y crisis que de diálogo y encuentro. Valga esto para temas más europeos como también del Tercer mundo… La relación con los centros de poder, por ejemplo, es, en frecuentes ocasiones, más de casamiento que profética (el regaño de Juan Pablo II a monseñor Romero sobre su relación con el poder político es ejemplo cabal de esto). Curiosamente pareciera que las jerarquías “deben” llevarse bien con los poderes políticos en temas sociales, económicos, culturales, pero mal si se trata de temas sexuales o familiares, entonces se puede ver al cardenal de Nueva York disfrutando de las mieles de Trump mientras el cardenal de Honduras (o Bolivia, entonces) confrontando con políticas oficiales (ciertamente las ideologías de unos y otros influyen en esto). Fueron patéticas las declaraciones del cardenal Terrazas en la presentación de la realidad boliviana en Aparecida, y patéticas también las del cardenal Rodríguez Maradiaga haciendo campaña explícita en contra de Xiomara Castro en Honduras. Señalo, con esto, la desambiguación evidente de las jerarquías eclesiásticas con los poderes políticos, con las culturas, con las sociedades. Pero valga lo mismo con actitudes intraeclesiales… pueden suponerse las mejores intenciones del Papa al convocar a sínodos o a Asambleas eclesiales, pero los obispos presentes no han mostrado, en general, la más mínima actitud sinodal, de escucha o de respeto por las disidencias. Con esto señalo que, en un eventual Concilio, al que todos los obispos del mundo están convocados, participará la enorme mayoría que fueran elegidos por el invierno eclesial, y en razón de su invernalidad. Esos serían los que propondrían ¡y votarían! ¿Realmente queremos que esos obispos invernales marquen rumbos acerca de hacia dónde y por dónde ha de transitar la Iglesia del presente y del futuro próximo? Porque, lo señalo, me resulta curioso que se hable de una nueva primavera eclesial a partir de la llegada del Papa Francisco. Y, si por Iglesia no entendemos solamente al Papa (¡y no la entendemos así!), si obispos y curas, y laicos de movimientos eclesiales bendecidos por el invierno también forman parte de la eclesialidad… No veo brotes primaverales, ¡debo decirlo! Un ejemplo… (que se vio de un modo patente en las asambleas de Medellín y Puebla, y se notó ausente de modo patente en Santo Domingo y Aparecida) ¿alguien podría nombrar en América Latina hoy algún obispo verdaderamente profeta? Un ejemplo claro… las denuncias fundadas sobre la manipulación del documento final y adulterado de Aparecida, que – como le dijeron al Papa Benito XVI – ocurrieron en Argentina, Brasil y Chile no tuvieron la más mínima repercusión episcopal. ¿Hubo obispos que levantaran su voz ante el atropello? Si las hubo, no las escuché. Los evidentes signos de los tiempos de nuestro presente parece que son respondidos con anti-signos eclesiales. Valgan dos estruendosos y evidentes: el lugar de las mujeres en la Iglesia, estructuras y espacios de vida pastoral, y la actitud frente a los niños, preferidos de Jesús y el escándalo de los abusos por parte de eclesiásticos. Ambos temas fueron motivo de escándalo, por ejemplo, en la Asamblea eclesial: las declaraciones del cardenal Ouellet sobre las mujeres y el silencio sobre los abusos clama al cielo, pero no atraviesa los muros vaticanos.

Dicho todo esto, ¿cuál sería la ventaja, conveniencia, prudencia o necesidad de un Concilio Vaticano III? Y, si se viera la pertinencia, una pregunta final… ¿por qué Vaticano III y no Asís I, o Jerusalén I, o Sucumbíos I? Digo, porque hasta eso mismo ya es un mensaje ¿o no?

 

Imagen del Vaticano I tomada de https://www.ecured.cu/I_Concilio_Vaticano_(1869-1870)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Cualquiera puede comentar y no será eliminado, aunque no este de acuerdo con lo dicho, siempre que sea respetuoso (caso contrario, será borrado). Pero habitualmente no responderé los comentarios, ni unos ni otros, para no transformar este blog en un foro. De todos modos, podrán expresar su opinión.