Jesús nos invita a seguir su ejemplo dejando a Dios reinar en la historia
PRIMER
DOMINGO DE CUARESMA – “C”
14 de febrero
Eduardo de
la Serna
Es sabido que el
tiempo de Cuaresma (y otros tiempos “fuertes”) son diferentes del tiempo común
en la selección de lecturas evangélicas. No se sigue un criterio continuado,
sino “temático”. En este caso, aludiendo a la Cuaresma, por cierto.
Lectura del libro del Deuteronomio 26, 4-10
Resumen: el Dios de Israel es un Dios histórico que
camina con su pueblo y lo compromete con sus hermanos en el sufrimiento y el
dolor.
La
primera lectura constituye lo que tradicionalmente se ha llamado “credo
histórico”. El tema principal del texto es lo que podríamos llamar la
“gratitud” del judío religioso a Dios por las “bendiciones” que le manifiesta
en los frutos de la tierra. Esta gratitud se manifiesta en la presentación ante
el sacerdote en funciones, de las “primicias” de los frutos de la tierra que,
precisamente, Dios ha dado a Israel. Pero esta donación de la tierra tiene su
origen en el clamor del pueblo (v.7).
El
clamor es un término importante en el A.T. ya desde el “clamor de la sangre de
Abel” (Gen 4,10). Es la consecuencia de la angustia, el dolor o la opresión
(Gen 27,34; 41,55), y es el grito habitual de Israel ante la opresión que le
provocan otros pueblos (Ex 14,10; Num 20,16; Jos 24,7; es algo frecuente en el
esquema de Jueces: 4,3; 7,23.24; 10,12.17; 12,1; Neh 9,27; Sal 77,2; 107,6.28;
Is 19,20 etc). El Dios compasivo no puede permanecer indiferente ante el clamor
de los que sufren, particularmente de los pobres (Ex 22,22. 26) o de los justos
(Sal 34,18; 88,2). La traducción frecuente del hebreo tzehaká al griego
es (ana)boaô que, del mismo modo, puede ser “grito” (como “la voz que
clama en el desierto”, Mc 1,3; Mt 3,3; Lc 3,4; Jn 1,23), o el clamor de Jesús
en la cruz a Dios ”por qué me has abandonado” (Mc 15,34; Mt 27,46), también
puede ser el grito suplicante en el dolor (particularmente frecuente en Lucas,
9,38; 18,7. 38; Hch 8,7).
El
Dios “clemente y compasivo” se compromete con su pueblo-hijo único ante su
dolor, y lo arranca de manos de sus opresores, conduciéndolos a la tierra “que
mana leche y miel”. El agradecimiento, de todos modos, no está exento de conflicto
especialmente en el contexto de la teología deuteronómica, siempre enfrentada
con los ídolos, particularmente los de la fecundidad. Reconocer que es Dios – quien
se compromete históricamente con Israel – el que da fruto a los campos es, indiscutiblemente,
afirmar que no es Ba’al quien lo hace. La insistencia en la “tierra que tu Dios
te da”, el “lugar elegido por Yahvé”, el sacerdote (lo que implica el templo de
Jerusalén en la teología deuteronómica, = “el lugar”), “he llegado a la tierra
que Yahvé juró a nuestros padres” (texto extrañamente omitido en la liturgia),
“altar de Yahvé”, “estas palabras ante Yahvé”, “clamamos a Yahvé, Dios de
nuestros padres”, “Yahvé escuchó nuestra voz”, “Yahvé nos sacó de Egipto”, “nos
trajo aquí a esta tierra”, “productos que tú, Yahvé me has dado”, “los
depositarás ante Yahvé y te postrarás ante Yahvé” y (sigue el texto todavía un
versículo, también extrañamente omitido), “te regocijarás con los bienes que
Yahvé tu Dios te ha dado a ti y a tu casa. Y – añade – se regocijarán el levita
y el forastero que viven en medio de ti" (porque recibirán parte de estos dones;
Yahvé no se desentiende de los pobres). ¡14 veces se menciona a Yahvé en sólo
11 versículos! Y ¡10 veces! llamándolo “Yahvé tu/mi Dios”.
El
texto nos presenta, entonces, un Dios “incapaz” de permanecer indiferente ante
el “clamor” de su pueblo, lo cual lo compromete en la historia en la
liberación. Pero esa liberación de una potencia opresora, compromete al pueblo en
un encuentro gratuito y agradecido con Dios, lo que le impide volverse a los otros dioses. La
dinámica propia de “pecado – castigo – clamor – liberación” propia de los
Jueces, marca a fuego la teología deuteronómica.
Los
ídolos siguen tentando, la posibilidad de reconocer que los bienes que se poseen
vienen de otros dioses (Ba’al u otros) y que esos bienes que se poseen no exigen
un compromiso con el levita y el forastero (el pobre, el desplazado o migrante,
el marginado) es – precisamente – negar al Dios de Israel (del “credo histórico”).
Al Dios que camina en la historia para que los miembros de su pueblo estén atentos
a los clamores de los hermanos que sufren.
Lectura de la carta de san Pablo a los Romanos 10, 8-13
Resumen: la confesión de fe, algo que puede ser
universal, es el criterio exclusivo para la salvación; ya no la pertenencia a
un pueblo. La fe y no la circuncisión, no la pertenencia a unos pocos sino el
universal tiene entrada en la vida.
La
carta de Pablo a los Romanos vuelve sobre la “confesión de fe” en el
Dios en el que creemos. El texto se ubica en el contexto del conflicto con los
que insisten en que el seguidor de Jesús debe pasar por la circuncisión para
acceder a la salvación. Pablo, que predica a ciudades de inmensa mayoría no
judía, no acepta la circuncisión como “requisito”, ni como posibilidad. Para él
sólo la fe es condición fundamental y la única necesaria. “Si crees… serás
salvo” (v.9). Y esto vale para judíos y paganos (v.12). El universalismo de
la salvación que trae Jesús, y a la que accedemos por la fe, es la gran
característica de toda la carta a los Romanos. Y es precisamente uno de los
temas que Pablo enfrenta en esta unidad, tanto ante los que pretenden que
cuentan “sólo los judíos (o quienes se hagan tales por la circuncisión)” como
ante el elitismo imperial de muchos en la comunidad romana (aunque esto no se
encuentra señalado particularmente en esta unidad, pero sí aludido en la
importancia del “todos”, “todo el que invoque…”, v.13).
Nuevamente
el tema subyacente es “cómo es el Dios en el que creemos” (o en el que “no
creemos”). Este Dios universal, que Pablo destaca, y que por universal empieza
desde los últimos, (los “paganos“, ante el elitismo judío; los “bárbaros”, ante
el elitismo romano) nos invita a confesar nuestra fe en su accionar histórico.
Jesús es hecho Señor por la resurrección (v.9; Fil 2,11), y en la resurrección
Dios manifiesta la “fidelidad de Jesús” (Rom 3,22.26) que es la que nos alcanza
la salvación.
Lectura del evangelio según san Lucas 4, 1-13
Resumen: como el pueblo en el desierto, Jesús es tentado.
Pero a diferencia, supera la tentación. Un conflicto entre el reino de Dios y
el de satanás se desata y Jesús invita a los suyos a seguir sus huellas.
El
Evangelio presenta una serie de elementos propios de Lucas que
merecen ser destacados. La narración de las llamadas “tentaciones en el
desierto” se repite en Mt con algunas diferencias, por lo que han de atribuirse
a la fuente común entre ambos, llamada “Q”. Por un lado es llamativa la
inversión de la segunda y tercera tentación, que en este caso ha de atribuirse
a Lucas con la intención de señalar la conclusión de toda esta etapa en
Jerusalén, lo que es algo propio de él. Por otro lado, la gravedad creciente de
tentaciones de Mateo, queda alterada en Lucas.
Para
comenzar, Lucas destaca que Jesús vuelve del Jordán y se dirige al desierto “lleno
del Espíritu Santo”. La presencia del Espíritu Santo en el comienzo del
Evangelio y también de Hechos revela la activa intervención divina en ambos
momentos históricos. Es el Espíritu Santo el gran protagonista, el que acompaña
y fortalece a Jesús y a los Doce y sucesores para el fiel desempeño de su
misión profética y evangelizadora. A semejanza de Marcos (y no de Mateo) Jesús
es tentado durante los 40 días. A semejanza de Mateo (y no de Marcos), Jesús no
toma alimento durante estos 40 días (aunque Lucas no lo califica de “ayuno”).
El sujeto de la tentación es el “diablo”, que es mencionado varias veces
(vv.2.3.6.13). Sin embargo, de este “diablo” se destacan algunas cosas,
algunas propias de Lucas: la oferta de entregarle a Jesús todos los reinos de
la tierra si adora al diablo, recibe una acotación sorprendente sobre el poder
y la gloria de los reinos: “porque a mí me ha sido dado y yo los doy a quien
quiero”. No es evidente quién se los ha dado (¿Dios?), pero lo cierto es
que aquí encontramos una clave de interpretación de otros textos propios de
Lucas: Jesús ve “a Satanás caer del cielo” (10,18), a la mujer encorvada
“Satanás la tenía atada” (13,16), y Satanás “ha solicitado poder para cribar
como el trigo” a Pedro y los suyos (22,31). Esto revela que para Lucas con el
ministerio de Jesús y la fuerza del Espíritu Santo comienza un conflicto entre
dos reinos. El reino de Dios, que el Jesús de Lucas predica, se enfrenta con el
poder diabólico que quiere atar a la humanidad, cribarla. El contraste está
dado por Jesús, que “pasa haciendo el bien, y curando a todos los oprimidos por
el Diablo porque Dios estaba con él” (Hch 10,38).
Es
llamativo que las respuestas de Jesús a las tres tentaciones (como también
ocurre en Mateo) son citas del libro del Deuteronomio. El pueblo, en los 40
años del desierto, cayó ante las tentaciones; en los 40 días de desierto, Jesús
vence las tentaciones con textos que indican que allí donde el pueblo cedió, Jesús
triunfa “lleno del Espíritu Santo”.
La
tentación de ceder ante el hambre (Mateo es más “religioso” añadiendo “sino de
toda palabra que sale de boca de Dios”), ante la idolatría, y ante la
posibilidad de ser un “mesías de espectáculos” son superadas por Jesús que “acaba
(así) toda tentación” (v.13).
Sin
embargo, Lucas nos reserva todavía una sorpresa para el final… No nos dice
- como Mateo - que “el diablo se aleja” sino que lo hace “hasta un tiempo
oportuno”. Esto es: ¡volverá! El conflicto de reinos continúa. De hecho, en
22,3 nos muestra una nueva etapa del conflicto: “entró Satanás en Judas”.
Nuevamente el conflicto, nuevamente Jesús deberá vencer. Sabemos que así como
entró en Judas, también pretendió entrar en Pedro, pero Jesús ha rogado por él
para que “vuelva”, su fe no desfallezca y confirme a sus hermanos (22,31-32).
Es
particularmente importante también en Lucas el tema del “tiempo” (“el tiempo
oportuno”); ya desde hace décadas se ha propuesto que la clave teológica de
Lucas-Hechos es presentar a Jesús como el “centro del tiempo”. El “hoy” de la
salvación (2,11; 3,22; 4,21; 5,26; 19,5.9; 22,34.61; 23,43; Hch 13,33). Este
hoy es el hoy del comienzo del reino anunciado a los pobres, el hoy de un nuevo
modo de reinar diferente – totalmente diferente – a los de los reinos de la
tierra.
Un
conflicto de reinos comienza, conflicto que no termina. Jesús se muestra como el
que triunfa sobre el reino de Satanás “encarnado” en los reinos contemporáneos
como el imperio romano (20,20), o el gobierno de Herodes (19,14). Pero este
triunfo es una invitación a los seguidores a seguir sus huellas.
«Los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar Bienhechores; pero no así vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve. Porque, ¿quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de ustedes como el que sirve. Ustedes son los que han perseverado conmigo en mis tentaciones; yo, por mi parte, dispongo un Reino para ustedes, como mi Padre lo dispuso para mí, para que coman y beban a mi mesa en mi Reino y se sienten sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel» (22,25-30).
Foto tomada de www.travelplus.tur.ar
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