Compromiso
Eduardo
de la Serna
En general sabemos qué
significa esa palabra, “compromiso”. Se trata de “meterse”, “jugarse”, “empeñarse”.
Puede ser vista de un modo negativo: “usted me compromete”, “me pones en un
compromiso”, pero precisamente porque significa que esa persona queda “ligada”,
casi “atrapada” por aquello. Sea esto negativo… o también positivo. Antiguamente
los novios se “comprometían”, lo que significaba que la ligazón que ya tenían
de amor en el noviazgo querían reforzarla en vistas a una unión todavía mayor,
que era el matrimonio.
Es cierto que, con razón o
sin ella, en general muchos escapan hoy a los compromisos. Se prefiere, por
ejemplo, una pareja a prueba, o se trata de evitar comprometerse. Pero de
cualquier manera los “compromisos” allí están. Un contrato, por ejemplo, es un
compromiso, un juramento también lo es. Y, aunque no haya nada “firmado” el
amor también compromete con el otro. Cuando es verdadero compromete tanto que
Jesús dijo que el amor más grande es dar la vida por los que se ama.
En general, sin embargo,
podemos decir que el compromiso no viene “de afuera” sino “de adentro”. Uno no “es
comprometido” sino que “se compromete”, y esto “liga”, “atrapa” a la persona
con aquello que confirmó.
En cierta manera, pareciera
más cómodo no tener compromiso alguno. Uno parece moverse en el etéreo espacio dizque
de la libertad. “Hago lo que quiero porque no tengo compromisos”. Y –
obviamente – no quiero que “de afuera” me comprometan en aquello que yo no
quiero.
Podríamos decir que el “amor
light”, que se caracteriza meramente por el sentimiento, no “compromete” con “el
otro” (o “la otra”), tiene sólo la firmeza de un sentimiento. Pero hay otro
amor que podemos llamar “militante”; un amor que compromete, que liga con el /
la otro / a.
Ciertamente la
característica del amor, o del compromiso, es la libertad. “Elijo”
comprometerme o no, amar o no. Y nadie podría comprometerme a lo que no he
elegido.
Toda militancia es
compromiso. Nadie puede comprometer a otro. Aunque, por cierto, el
ejemplo-testimonio de los y las comprometidos puede impulsar (a veces sin un
mesurado análisis) hacia un compromiso.
Una cosa que celebro de la
década pasada es la vuelta de los comprometidos, los militantes. Sin duda
alguna enormemente menor que los compromisos a los que nos habituamos los
militantes de los 70, pero – también sin duda – gigantemente mayor que aquella
de los 90.
A lo mejor un error de los
últimos tiempos fue sobrevalorar la militancia. No que esta no exista, por
cierto… pero que no es de la dimensión necesaria para cambiar nuestro presente.
Y la abundancia de quienes no quieren comprometerse, de los que no ven la
necesidad de hacerlo resultó formidable. La abundancia de invitaciones a los
espacios de “no compromiso” resulta enormemente atractiva para aquellos que
prefieren “durar y transcurrir” antes que “honrar la vida”. Que tienen ese
derecho. Son los que prefieren los globos amarillos, la invitación a ser
felices sin compromisos, los que depositan su voto sin saber – o sin querer
saber – que les guste o no eso sí es un “compromiso”.
Un ejemplo evidente de todo
esto es la “negación de la historia”. Como “maestra de vida”, al decir de
Cicerón, la historia “compromete”. Mirándola resulta imposible decir “yo no
sabía”. Los cuadros de personajes de la historia en el despacho presidencial
fueron reemplazados por cuadros de pintores y hasta una foto del obelisco; los
próceres (o no) de los billetes reemplazados por animalitos. La cosa es la
propuesta del discurso light. El mismo que dice que Peña Nieto, presidente de
México, le preguntó dónde aprendió a bailar, o que la reunión con el primer
ministro inglés había sido “muy linda”. La cosa es invisibilizar el compromiso,
aunque este exista.
Pero algunos hemos elegido
comprometer la vida. Hacer del Evangelio una militancia, y esto significa
jugarse por los pobres. Y nos dan ganas de decirle a cada uno que viene a
quejarse por los aumentos de la luz: “¿y vos a quién votaste?”, o de los que
lloran la desocupación de un ser querido, o los aumentos de precios de la
canasta básica, “Y… ¿no se te ocurrió pensarlo antes?”
Porque es cierto que el
compromiso muchas veces nos pasa por la puerta. Y timbra. Y podemos dejarlo
pasar de largo, o podemos ligarnos a él y saber que de nosotros también depende
un futuro mejor. No es tarde… faltan dos años. Y solamente cuatro.
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