El lugar de Dios
Eduardo de la
Serna
Si algo
caracteriza al Dios de la Biblia, el Dios de Israel, del islam o de los cristianos,
es que Dios no tiene cuerpo. Por eso no pueden hacerse imágenes de Dios (aunque
esto deba relativizarse en parte). Y si Dios no tiene cuerpo, pero a su vez es
personal, Dios no puede tener un lugar, que es allí donde un cuerpo está (por
eso se insiste, teológicamente, que el cielo no es un “lugar”, por ejemplo). Sin
embargo, ese Dios, que insisto, es personal, se comunica desde un lugar, desde
Israel, desde Cristo, desde un libro… En la vida, sufrimientos y alegrías,
opresiones y fiestas del pueblo, Dios habla. Eso, por ejemplo, es lo que
repiten los profetas. Cuando el pueblo sufre, cuando se oprimen al pobre, al
huérfano y la viuda, Dios habla “desde” su situación, Cristo dice “a mí me lo
hicieron”. El desde, es el lugar desde el que Dios habla. A Dios se le conmueven
las entrañas ante el dolor, y el grito que esto provoca (“clamor”).
Todos hablamos,
pensamos, celebramos o nos condolemos desde un lugar. Pero ese lugar no es, al
menos no es necesariamente, un lugar físico. Puede ser también, el lugar desde
el que creemos estar (o nos hicieron creer que estábamos), del que deseamos
estar, o donde añoramos llegar. Esto puede tener connotaciones teológicas, o también
simplemente existenciales. En cristiano, estamos invitados a mirar “desde” Dios
(“han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba” dice el discípulo de
Pablo [Col 3,1]); el revolucionario mira desde la revolución por venir, y
compromete en ella toda su existencia (“hasta la victoria, ¡siempre!”) y el
burgués o aburguesado, mira desde poseer o pretender hacerlo, entendiendo que haciéndolo,
él/ella “es más o mejor” (sociedad de consumo)… Valgan estos ejemplos
simplemente para mostrar que en ocasiones se mira desde un lugar distinto a
aquel en el que se está.
Ese lugar, con
frecuencia, se trata del que nos constituye, del que nos da vida, y vida plena;
del que no nos queremos ir, aunque ya no estemos allí, o, por el contrario, un
lugar en el que no queremos estar (aunque estemos) y del que queremos irnos,
real o simbólicamente. Y vaya, a modo simplemente de ejemplo, y para pensar en
otra ocasión, el sentido del culto, como un salir de sí (éxtasis) para
proyectarnos a otro ámbito (y vale también para lo económico, y el culto de la
compra-venta).
Si alguien ha
vivido en un ambiente difícil, duro, con limitaciones importantes o
privaciones, es razonable que quiera salir de ese lugar. Razonable, sin
embargo, no significa necesariamente bueno. Sería insensato juzgar (que,
además, habitualmente es sinónimo de condenar) a quien lo hace; lo que,
insisto, no significa evaluarlo positivamente. Vaya un ejemplo concreto: si un
niño vive su infancia en un lugar lleno de privaciones, violencia y hambre y
descolla jugando al fútbol, puede ocurrir que un dirigente le ofrezca “salir de
ese lugar” (a cambio de un contrato, obviamente). Y para el niño, ese dirigente,
que lo ayudó (sic) a cambiar de lugar es alguien que le cambió la vida. Y
mirará su “ascenso” como algo que le “debe” al dirigente que le cambió la vida
(= el lugar). Pero también puede haber otro niño que pase las mismas o
semejantes privaciones, y (contratos futbolísticos mediante) logre salir de ese
lugar, pero no olvidar sus raíces, y mirar todo y siempre desde aquel lugar en
el que ya no está, la vida y la existencia.
Cierta
ideología (que también propone un lugar) nos dice que hacia tal sitio debemos
llegar para alcanzar la vida plena, es decir, la felicidad. Y muchos festejarán
alcanzarlo (o, para ser muy precisos, “muy pocos”). Y esos tales, entonces,
desde ese lugar, no podrán comprender a quienes estén en el mismo ámbito (o incluso
más alto) y no miren desde allí sino desde sus orígenes del que aquellos se han
fugado. Algunos no comprenderán, otros vociferarán, criticarán, condenarán a
esos tales, porque con su simple actitud muestra que “hay otro lugar” desde el
que mirar la existencia, hay “otro lugar” para pensar y proponer, otro lugar para
vivir… Es, por caso, decir casi sin decirlo, que “yo salí de ese lugar, pero
allí hay millones”, y desde, y por y para esos millones sigo estando en ese
lugar, o estando con los que hacen algo, o mucho para esos millones. Es mirar
la vida desde otro lugar, ese mismo lugar del que algunos reniegan, porque
lograron escapar, y también desde otro lugar que es el “cielo” para algunos
catequistas de la vida para pocos.
El Dios de la Biblia
mira desde los últimos… Nada menos que Dios elige ese lugar desde el que
hablar, para el que hablar y a quienes hablar. Y eso nos dice algo para la vida
cotidiana, para saber dónde pararnos (con nuestras miserias, límites y
debilidades), para saber “desde dónde” hablamos, pensamos, sentimos, y saber
que, mientras tanto, los otros seguirán intentando hacer pasar un camello por
el ojo de una aguja.
Foto tomada de https://www.piqsels.com/es/public-domain-photo-zrwwz
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