Un aporte en favor de la vida
Eduardo de la Serna
En nuestros tiempos, decir que algo es “en favor de la vida” suele
estar cargado de un contenido que difícilmente sirva para el análisis. Hay discursos
que pretenden definir o definirse a partir de slogans, y eso es de nula
seriedad para pensar. Después de pensar, madurar, rumiar, confrontar, debatir,
analizar uno puede sacar una conclusión y esta puede formularse en forma de uno o varios
slogans, para su difusión. Pero, en ese caso, el slogan es el punto de llegada,
no el de partida. Generalmente, por el contrario, son más expresión de pereza
del pensamiento que de sabiduría.
Un problema, quizás insoluble, es acordar en qué se entiende por
vida. Porque, en general, todos entendemos, todos coincidimos, pero
difícilmente logremos acordar en una definición, o acercamiento. En ocasiones
se suele recurrir a la negativa, para mejor entender; esta sería la muerte. Pero
tampoco aquí hay coincidencia. Por supuesto que todos coincidirán en afirmar
que alguien está vivo o muerto en determinadas ocasiones, pero hay momentos, en
los márgenes, donde los límites no son tan evidentes; un ejemplo que me parece
comprensible, es el de la llamada “muerte cerebral”, o una persona en “estado
vegetativo”, es decir viva, es decir muerta… No pretendo tener la última palabra
en esta ni en otras ocasiones, sino simplemente pensar.
En general, en la Biblia, la vida es sinónimo de lo que solemos
llamar el alma, y hasta, en ocasiones, la garganta y se utiliza tanto en hebreo
como en griego, la misma palabra. Tiene referencia a la respiración, y a veces,
a la sangre. Una persona que queda sin aliento, o que derrama su sangre es una
persona que pierde la vida. Y esa vida, ese aliento, fue insuflado por Dios al
ser humano. La vida “es de Dios”, por eso se debe comer carne “sin sangre”, o –
por eso – en un primer momento, la alimentación era solamente vegetal: recién a
partir del crecimiento de la violencia, Dios admite matar para comer, pero, siempre
debe ser desangrada.
Pero esto, además, tiene una serie de complementos que complejizan.
En ocasiones, por caso, la diferencia entre el animal y el ser humano no es tan
evidente: el texto recién citado de la sangre animal, pasa sin ningún salto a
la sangre humana. Del mismo modo, para determinadas liturgias o rituales se ha
de ofrecer un sacrificio animal que “reemplaza” la sangre humana que no ha de
ser derramada; un ejemplo evidente es la ofrenda por el nacimiento de un hijo.
Obviamente no se sacrifica el primer varón nacido (como sí se hacía en algunos
pueblos del entorno y a lo que parece aludir el pedido de sacrificio de Isaac),
y en su reemplazo se ofrece un animal (ganado menor o pichones de paloma, según
la situación económica del oferente; Dios parte de la realidad humana). De
todos modos, también hay que entender, que en los textos bíblicos se va notando
un cambio. A medida que el pueblo profundiza su encuentro con Dios y su “imagen”
de Dios, la sangre / muerte va siendo cada vez más dejada de lado y se
reemplaza por otro tipo de ofrendas (por ejemplo, una comida para los pobres:
sacrificio de comunión); Dios no se identifica o se alegra por la sangre sino
por el encuentro con los otros (y otras). Sin embargo, es importante notar que
la experiencia de la relación con la divinidad y saberse agradecidos por sus
dones es un tema muy importante en Israel. Quizás no sea distinto de lo que en
culturas andinas se llama “chayar”, es decir, entregar a la madre tierra un
poco de lo que nos dio, y derramar (= libación) un poco de la bebida que se va
a consumir.
La vida en gestación: aunque en algunos de los pueblos circundantes
a Israel hay expresa mención a la vida en gestación, nada de esto hay en
Israel. Las leyes asirias, o el llamado código de Hammurabi, las leyes sumerias
o hititas penan de diferentes modos el aborto [generalmente espontáneo a causa
de otra violencia]; sin embargo, nada de esto es mencionado en el Antiguo
Testamento. Sólo el texto de Ex 21,22-25 ha sido interpretado en este sentido, pero
no es evidente en qué sentido ha de entenderse el “daño” (ni es evidente que se
interprete el feto como plenamente humano). La traducción griega del texto sí parece
influida por ideas semejantes a Aristóteles: “plenamente formado o no”. Algo
semejante se puede ver en Filón de Alejandría. En el mundo griego no hay
uniformidad, y Aristóteles (de quien se inspira Tomás de Aquino) entiende que
la vida comienza con “la sensación”. Tanto éste como Platón recomiendan abortar
en determinadas circunstancias como la edad de la madre (mayor de cuarenta, por
ejemplo), o un numero excesivo de hijos. Además, que se admite el infanticidio en
caso de malformaciones, o también la exposición de los hijos (como algo totalmente
frecuente y “normal”), o la venta de los hijos como esclavos. Esto también es
aceptado en el Imperio romano (más que en la República). En los escritos
rabínicos, se considera crimen recién cuando el niño ha nacido, es decir, cuando
la mayor parte se asoma del vientre materno, pero siempre la vida de la madre
tiene precedencia sobre la del niño (así lo dice la Misná). En el Apocalipsis se cuestiona a los “fármakos”,
término que remite a la droga, y puede utilizarse como “hechicería” (porque dan
drogas alucinógenas, o venenos). Algunos estudiosos piensan (solo es una posibilidad) que
se refiere a quienes, mediante drogas, provocan abortos (era uno de los modos
de provocarlos). En el Nuevo Testamento el tema está ausente. En los escritos cristianos, la Didajé y la carta de Bernabé
expresamente rechazan el aborto y el infanticidio, cosa que se acentuará en los
siglos siguientes dedicando especial preocupación a la exposición (es posible
que el dicho de Jesus invitando a “recibir a los niños” sea expresamente una
crítica a esta práctica). Los Santos Padres de los siglos siguientes ven en la
exposición quizás el más grave de los pecados del “mundo circundante”.
El suicidio: en el mundo antiguo, la mirada del suicidio era muy
ambigua, y está muy lejos de ser uniforme. No hay, de hecho, una expresa
actitud de rechazo. Es muy frecuente, tanto en la Biblia hebrea como en el
mundo circundante al Antiguo y al Nuevo Testamento, una mirada honorable al militar
derrotado en la batalla que, para salvar el honor, se arroja sobre su espada.
Es lo que hace Saúl al verse derrotado por los filisteos, lo que hacen Casio y
Bruto al ser derrotados por Marco Antonio y Octaviano, y lo que más tarde hace aquel al ser derrotado por éste. Se trata de un acto de honor (y por tanto de
algo valioso). En ese sentido, entonces, es posible entender que Mateo, al referir a
la muerte de Judas por ahorcamiento (como lo fue la muerte de Ajitófel,
consejero y traidor de David), sea una manera de manifestar honorablemente su
arrepentimiento (de hecho devuelve el dinero y reconoce a Jesús como inocente).
Es curioso, en este sentido, el relato de Flavio Josefo al narrar cuando con 40
compañeros quedaron atrapados en una cueva en Jotapata por el ejército romano.
Ante la decisión de la mayoría de suicidarse para no ser capturados es Josefo
quien los convence de no hacerlo porque “el suicidio es algo ajeno a la
naturaleza… gravísima impiedad contra el Dios que nos creó”, y propone un sorteo
en el que uno mate a otro y otro a este y así sucesivamente hasta que “curiosamente”
solo Josefo y otro sobreviven y se entregan amigablemente a los romanos. Algunos
han propuesto, y aunque no coincidamos con ellos, es una posibilidad que debe
considerarse, que cuando Pablo afirma que “morir es una ganancia” es porque ha
considerado positivamente el suicidio y si no lo ha hecho es porque espera
continuar predicando. Ciertamente el suicidio era un tema ambiguo.
Quitar la vida:
Matar a alguien es, por principio, algo cuestionado en (¿todas?) las culturas.
Pero, no puede negarse, que hay circunstancias que habilitan, o permiten, o hasta
favorecen el crimen. No hace falta sino señalar la defensa propia o la guerra
como ejemplos evidentes de todo esto. Pero, en el mundo religioso (y por tanto
también el bíblico), la pena de muerte es aceptada. La norma, tomada de
Hammurabi, de “ojo por ojo… vida por vida” es un criterio asumido. E incluso,
es aceptada la pena de muerte a quien viole leyes bíblicas importantes como el
sábado, como no bendecir al padre o la madre, los que consulten adivinos, los y las
adúlteros y muchos otros. Incluso el que entre en un espacio reservado a la
divinidad. La vida no parece, entonces, el criterio primero. Sin embargo,
también en esto hay un cambio y muchos de estos elementos van siendo suavizados
o reemplazados, por una multa, por ejemplo. No es el espacio para reflexionar
en la vida (vida eterna, árbol de la vida, etc.) o la muerte (resurrección,
muerte segunda, etc), pero es interesante el contraste habitual en Juan. Jesús
es la vida, el diablo es “homicida desde el principio”.
Mucho más podría decirse. Solo pretendo empezar a pensar (o seguir pensando)... Y por eso mismo he omitido las citas, bíblicas y no bíblicas, de todo lo aquí referido, las cuales, ciertamente, podrían indicarse, pero haría más incómoda la lectura.
En lo personal creo que afirmar que uno es “pro-vida” es casi un
absurdo. Sólo un “enfermo” se definiría como pro-muerte (incluso ante un momento
supremo como la eutanasia). Sería fundamentalista, ¡y falso!, proyectar
elementos de nuestro tiempo, con nuestros conocimientos, culturas, estructuras
mentales a tiempos antiguos. Pero precisamente por eso, pensar elementos de
nuestro tiempo y pretender leerlos a la luz de los textos bíblicos, por
ejemplo, me parece falso, y peligroso; porque el fundamentalismo alienta la
pereza, pero además es gestor de muerte. Y gestar muerte, en nombre de la vida,
es algo a lo que – lamentablemente – nos tienen acostumbrados los que dicen
oponerse al aborto en nombre de la vida y luego piden pena de muerte para los “pibes
chorros”, o los que afirman que “toda vida vale”, pero callaron y callan los
crímenes de la dictadura, cívico-eclesiástica-militar por ejemplo. Cuando se habla de la vida (o de la
muerte) en nombre y desde un slogan, simplemente se está renunciando al
pensamiento y, además, escondiendo y celebrando la muerte de “los otros”.
Extraña defensa de la vida.
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