miércoles, 20 de noviembre de 2024

El Jesús que aprendo a conocer

El Jesús que aprendo a conocer

Eduardo de la Serna



Es evidente que cada quién tenemos un Jesús introyectado que nos hace pensar, o intuir, que él “es así” o “no es así” cuando nos hablan o vemos una imagen diferente del que conocemos y abrazamos. Pero no es menos cierto que ese Jesús no es el mismo que conocimos de niños: ha crecido con nosotros, ha cambiado, se ha travestido con otras ropas, rostros, colores… Y, probablemente, seguirá cambiando.

Pero, ¡son tantos los que hay en góndola!, que es sensata la pregunta de cuál se va asemejando más y más al del madero y al que anduvo en la mar. Porque es evidente que todo Jesús anunciado está cargado de nuestras cargas, nuestra cultura, nuestras imágenes, nuestras crisis; y es ese el que mostramos, y es ese el que nos muestran. Evidentemente, cuando hablamos de Jesús hablamos de ese mismo que tenemos dentro; y no es insensato empezar sabiendo que ese Jesús del que hablamos honestamente, ¡no es Jesús! (solo puede ocurrir que se le asemeje).

Y así, hablamos o nos hablan de Jesuses altos o bajos, blancos u oscuros, sonrientes o lagrimeantes, aislados o acompañados… Un Jesús en oración, un Jesús hacedor de milagros, un Jesús eucaristía, un Jesús rodeado de personas, un Jesús…

En estos párrafos quiero mostrar al Jesús que fui conociendo en mis años militantes (que no han terminado).

En los grupos juveniles, allá por los primeros 70s lo veíamos y presentábamos como un amigo, un compañero de camino; era “el Flaco” (para incomodidad de sectores formales, por cierto). Era un Jesús al que sentíamos y sabíamos cercano, con el que conversar en los momentos particulares (que, con el paso del tiempo, fueron viniendo aterradoramente sobre nosotros). Creo que ese Jesús amigo y cercano, aunque fuera tomando otros rostros, fue fundamental para sobrevivir en la “noche oscura”; eran momentos de pánico y soledad en los que experimentar la cercanía abrazadora del amigo daba otro aire; otra paz.

Pero esa noche oscura, en mi caso, coincidió con mi estadía en el Seminario preparándome para ser cura (y, debo decir, que, salvo el primer año introductorio, en lo que a la estadía en el seminario respecta, no fueron para mí años complicados). Pero señalo dos elementos (podrían ser más) que entonces me marcaron… por un lado la soledad forzada ante la desaparición de amigas y amigos, o los exilios indispensables de otros y otras. Esto me hizo, por un lado, empezar un nuevo mundo de relaciones (que no era el de la militancia sino el “parroquial”) ya como seminarista. La formalidad estaba a la mano. Metafóricamente hablando, con mis amigos, desapareció “el Flaco” … y desapareció “Cacho”, que era el “yo” que era. Por otro lado, fue concentrarme en el estudio, en lo que no tenía dificultades, particularmente en lo bíblico. Fueron estos encuentros con la Biblia, especialmente con algunos docentes muy adecuados, los que me hicieron buscar con mis capacidades e incapacidades y me llevaron a entrar más y más en la Biblia, cosa que no he dejado de hacer hasta el día de hoy. Y, no es menos evidente, es precisamente en la Biblia donde pude ir encontrando un Jesús más nutritivo, más existencial, más vivo.

Para quienes no estén en tema les cuento, muy sucintamente, que, cuando estaba en la Facultad de Teología (1975-1980), los estudios serios decían que no era posible conocer al Jesús histórico con los elementos con los que contamos; por tanto, en mi formación e investigación, Jesús estaba “escondido” (así se decía) detrás del “Cristo de la fe”. El Cristo que, por ejemplo, los Evangelios predicaban era – es, precisamente – una predicación (en griego se dice kérygma) de un personaje concreto (Mateo, Marcos, Lucas, Juan, por ejemplo) a comunidades concretas con intencionalidades concretas… ¿Cómo encontrar allí a Jesús? Parecía imposible. Pero desde adentrados los 80s se empezó a profundizar un nuevo modo de encuentro con Jesús, nuevos métodos, nuevos límites, menos ambiciosos acaso, nuevos conocimientos, pero que hicieron “explotar” los trabajos sobre Jesús (por cierto, muchísimos de ellos de nula seriedad académica). Por tanto, al Jesús que se manifiesta en los estudios bíblicos lo fui descubriendo ya terminada la Facultad de Teología en mis lecturas posteriores.

Soy consciente que Lucas, por ejemplo, presenta al Jesús que él conoce y que puede predicar a su comunidad, y no “el Jesús real”; y lo mismo los demás evangelistas, por cierto. Pero no es menos cierto que detrás de ese Jesús predicado se asoma aquel que caminaba los caminos galileos.

Y no voy a entrar en temas académicos, que no es el caso, pero no soy menos consciente que muchos (colegas o no) muestran y/o predican un Jesús que, me parece, totalmente deformado. Un Jesús desencarnado echando rayos místicos, un Jesús eucaristía adorada sin pueblo, un Jesús milagrero, un Jesús en las nubes me parece que es más alienación que huellas para andar.

Quiero señalar tres textos que me parecen ilustrativos en este sentido:

  •          Demasiadas teologías oficiales hablan como si la Biblia dijera que la Palabra se hizo nube y sobrevoló sobre nosotros, en vez de lo que realmente afirma: que la Palabra se hizo carne y plantó su chabola entre nosotros” (J. I. González Faus, Etty Hillesum. Una vida que interpela, Santander: Sal Terrae 2008, 73).
  •          Un Jesús cuyas palabras y hechos no encontraran rechazo, sobre todo entre los poderosos, no es el Jesús histórico” (J. P. Meier, A Marginal Jew. Rethinking the historical Jesus, New York: Doubleday [ABLR] 1991, 177 [versión castellana, Un Judío Marginal (Estella, Navarra 1998; edición digital) 174]).
  •          El Cristo que no puede ser secuestrado por la gente de alto nivel económico es el Jesús histórico”, E. Johnson, “The Word was made Flesh and Dwelt among Us. Jesus Research and Christian Faith”, en D. Donnelly, Jesus, a Colloquium in the Holy Land, London: Continuum 2001, 162; en castellano “La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”, en D. Donnelly (ed.), Un coloquio en Tierra Santa, Estella (Navarra) Verbo Divino 2004, e-book 204 (citando a J. Miranda).

Hay una serie de criterios, molestos en ocasiones, que no quiero dejar de lado a modo conclusivo…

  •          Creerse los “dueños”, los garantes de la ortodoxia, del “verdadero” Jesús, suele ser indicio de que lo estamos manipulando y nos aprovechamos de él (y de nuestro “poder”);
  •          Presentar un Jesús que nos beneficia económicamente (por ejemplo, con apariencias de milagros, sanaciones, exorcismos) no solamente es manipulación de Jesús, de la fe del pueblo y de sus dolores y necesidades, sino que nos pone a nosotros por delante.
  •          Presentar un Jesús solo compañero de camino, solo humano-hermano, también nos pone en el terreno de la distorsión o la amputación.
  •          Presentar un Jesús desencarnado, sea solo glorioso, sea solo resucitado, sea solo eucarístico (para ser adorado y no masticado) nos pone en el peligroso terreno de la idolatría [la idolatría no es solo la adoración de lo que no es Dios, sino también la manipulación de Dios].

Jesús es complejo. ¡Maravillosamente complejo!; y por eso adueñarse de él lo deforma. Dejar a Jesús ser Jesús debería ser la permanente consigna de la oración, la predicación, la catequesis, las comunidades…

En suma, sigo vislumbrando el rostro de Jesús, intuyéndolo, descubriéndolo con hermanas y hermanos, tachando jesuses deformados, abrazando rostros pobres, con el hedor de los pueblos, encontrando algunos aspectos que me permiten “armar el rompecabezas” y mostrar, con mis límites, al Dios que se autolimita, al “tan humano, solo Dios”, al que eligió la historia para que lo podamos ver ¡cara a cara!, como una persona con sus amigos (cf. Ex 33,11; Jn 15,15). Ese es el Jesús que conozco, el que amo, y el que quisiera ir mostrando para que sea amado:

«Solo hay una cosa que hacer durante la noche, la única noche de la vida que llegará una sola vez, y es amar, amar a Jesús con todas las fuerzas de nuestro corazón y salvar almas para él, para que sea amado... ¡Oh, hacer amar a Jesús!» (Sainte Thérèse de l’Énfant-Jésus et de la Sainte-Face, Correspondance Générale T. I, Paris: Cerf – DDB 1974, 504 (nouvelle édition, lettre à Celine 96 [15 de octubre 1889] 2vº; edición castellana, Obras completas, Burgos: Monte Carmelo 51980, carta 74, pag. 440).

 

Imagen del Grafito de Alexámenos. Se trata de la primera "imagen" de Jesús que se conserva. Es una burla de Jesús crucificado, en quien Alexámenos creía, representado como un burro en la cruz, grabada en una escuela de Roma de los primeros siglos (dice "Alexámenos adora a Dios" (ALEXAMENOS CEBETE THEON). 

 https://es.wikipedia.org/wiki/Grafito_de_Alexámenos#/media/Archivo:Alexorig.jpg

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