El Jesús que aprendo a conocer
Eduardo de la Serna
Es evidente que cada quién
tenemos un Jesús introyectado que nos hace pensar, o intuir, que él “es así” o
“no es así” cuando nos hablan o vemos una imagen diferente del que conocemos y
abrazamos. Pero no es menos cierto que ese Jesús no es el mismo que conocimos
de niños: ha crecido con nosotros, ha cambiado, se ha travestido con otras
ropas, rostros, colores… Y, probablemente, seguirá cambiando.
Pero, ¡son tantos los que hay
en góndola!, que es sensata la pregunta de cuál se va asemejando más y más al
del madero y al que anduvo en la mar. Porque es evidente que todo Jesús
anunciado está cargado de nuestras cargas, nuestra cultura, nuestras imágenes,
nuestras crisis; y es ese el que mostramos, y es ese el que nos muestran.
Evidentemente, cuando hablamos de Jesús hablamos de ese mismo que tenemos
dentro; y no es insensato empezar sabiendo que ese Jesús del que hablamos
honestamente, ¡no es Jesús! (solo puede ocurrir que se le asemeje).
Y así, hablamos o nos hablan
de Jesuses altos o bajos, blancos u oscuros, sonrientes o lagrimeantes,
aislados o acompañados… Un Jesús en oración, un Jesús hacedor de milagros, un
Jesús eucaristía, un Jesús rodeado de personas, un Jesús…
En estos párrafos quiero
mostrar al Jesús que fui conociendo en mis años militantes (que no han
terminado).
En los grupos juveniles, allá
por los primeros 70s lo veíamos y presentábamos como un amigo, un compañero de
camino; era “el Flaco” (para incomodidad de sectores formales, por cierto). Era
un Jesús al que sentíamos y sabíamos cercano, con el que conversar en los
momentos particulares (que, con el paso del tiempo, fueron viniendo aterradoramente
sobre nosotros). Creo que ese Jesús amigo y cercano, aunque fuera tomando otros
rostros, fue fundamental para sobrevivir en la “noche oscura”; eran momentos de
pánico y soledad en los que experimentar la cercanía abrazadora del amigo daba
otro aire; otra paz.
Pero esa noche oscura, en mi
caso, coincidió con mi estadía en el Seminario preparándome para ser cura (y,
debo decir, que, salvo el primer año introductorio, en lo que a la estadía en
el seminario respecta, no fueron para mí años complicados). Pero señalo dos
elementos (podrían ser más) que entonces me marcaron… por un lado la soledad
forzada ante la desaparición de amigas y amigos, o los exilios indispensables
de otros y otras. Esto me hizo, por un lado, empezar un nuevo mundo de
relaciones (que no era el de la militancia sino el “parroquial”) ya como
seminarista. La formalidad estaba a la mano. Metafóricamente hablando, con mis
amigos, desapareció “el Flaco” … y desapareció “Cacho”, que era el “yo” que
era. Por otro lado, fue concentrarme en el estudio, en lo que no tenía
dificultades, particularmente en lo bíblico. Fueron estos encuentros con la
Biblia, especialmente con algunos docentes muy adecuados, los que me hicieron
buscar con mis capacidades e incapacidades y me llevaron a entrar más y más en
la Biblia, cosa que no he dejado de hacer hasta el día de hoy. Y, no es menos
evidente, es precisamente en la Biblia donde pude ir encontrando un Jesús más
nutritivo, más existencial, más vivo.
Para quienes no estén en tema
les cuento, muy sucintamente, que, cuando estaba en la Facultad de Teología
(1975-1980), los estudios serios decían que no era posible conocer al Jesús
histórico con los elementos con los que contamos; por tanto, en mi formación e
investigación, Jesús estaba “escondido” (así se decía) detrás del “Cristo de la
fe”. El Cristo que, por ejemplo, los Evangelios predicaban era – es,
precisamente – una predicación (en griego se dice kérygma) de un
personaje concreto (Mateo, Marcos, Lucas, Juan, por ejemplo) a comunidades
concretas con intencionalidades concretas… ¿Cómo encontrar allí a Jesús? Parecía
imposible. Pero desde adentrados los 80s se empezó a profundizar un nuevo modo
de encuentro con Jesús, nuevos métodos, nuevos límites, menos ambiciosos acaso,
nuevos conocimientos, pero que hicieron “explotar” los trabajos sobre Jesús
(por cierto, muchísimos de ellos de nula seriedad académica). Por tanto, al
Jesús que se manifiesta en los estudios bíblicos lo fui descubriendo ya terminada
la Facultad de Teología en mis lecturas posteriores.
Soy consciente que Lucas, por
ejemplo, presenta al Jesús que él conoce y que puede predicar a su comunidad, y
no “el Jesús real”; y lo mismo los demás evangelistas, por cierto. Pero no es
menos cierto que detrás de ese Jesús predicado se asoma aquel que caminaba los
caminos galileos.
Y no voy a entrar en temas
académicos, que no es el caso, pero no soy menos consciente que muchos (colegas
o no) muestran y/o predican un Jesús que, me parece, totalmente deformado. Un
Jesús desencarnado echando rayos místicos, un Jesús eucaristía adorada sin
pueblo, un Jesús milagrero, un Jesús en las nubes me parece que es más
alienación que huellas para andar.
Quiero señalar tres textos que
me parecen ilustrativos en este sentido:
- “Demasiadas
teologías oficiales hablan como si la Biblia dijera que la Palabra se hizo nube
y sobrevoló sobre nosotros, en vez de lo que realmente afirma: que la Palabra
se hizo carne y plantó su chabola entre nosotros” (J. I. González Faus,
Etty Hillesum. Una vida que interpela, Santander: Sal Terrae 2008, 73).
- “Un
Jesús cuyas palabras y hechos no encontraran rechazo, sobre todo entre los
poderosos, no es el Jesús histórico” (J. P. Meier, A Marginal Jew. Rethinking the historical Jesus, New York: Doubleday
[ABLR] 1991, 177 [versión castellana, Un Judío Marginal (Estella, Navarra 1998;
edición digital) 174]).
- “El Cristo que no puede ser secuestrado por la gente de alto nivel económico es el Jesús histórico”, E. Johnson, “The Word was made Flesh and Dwelt among Us. Jesus Research and Christian Faith”, en D. Donnelly, Jesus, a Colloquium in the Holy Land, London: Continuum 2001, 162; en castellano “La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”, en D. Donnelly (ed.), Un coloquio en Tierra Santa, Estella (Navarra) Verbo Divino 2004, e-book 204 (citando a J. Miranda).
Hay una serie de criterios,
molestos en ocasiones, que no quiero dejar de lado a modo conclusivo…
- Creerse los “dueños”, los garantes de la
ortodoxia, del “verdadero” Jesús, suele ser indicio de que lo estamos
manipulando y nos aprovechamos de él (y de nuestro “poder”);
- Presentar un Jesús que nos beneficia
económicamente (por ejemplo, con apariencias de milagros, sanaciones,
exorcismos) no solamente es manipulación de Jesús, de la fe del pueblo y de sus
dolores y necesidades, sino que nos pone a nosotros por delante.
- Presentar un Jesús solo compañero de camino,
solo humano-hermano, también nos pone en el terreno de la distorsión o la amputación.
- Presentar un Jesús desencarnado, sea solo
glorioso, sea solo resucitado, sea solo eucarístico (para ser adorado y no
masticado) nos pone en el peligroso terreno de la idolatría [la idolatría no es
solo la adoración de lo que no es Dios, sino también la manipulación de Dios].
Jesús es complejo.
¡Maravillosamente complejo!; y por eso adueñarse de él lo deforma. Dejar a
Jesús ser Jesús debería ser la permanente consigna de la oración, la
predicación, la catequesis, las comunidades…
En suma, sigo vislumbrando el
rostro de Jesús, intuyéndolo, descubriéndolo con hermanas y hermanos, tachando
jesuses deformados, abrazando rostros pobres, con el hedor de los pueblos,
encontrando algunos aspectos que me permiten “armar el rompecabezas” y mostrar,
con mis límites, al Dios que se autolimita, al “tan humano, solo Dios”, al que
eligió la historia para que lo podamos ver ¡cara a cara!, como una persona con
sus amigos (cf. Ex 33,11; Jn 15,15). Ese es el Jesús que conozco, el que amo, y
el que quisiera ir mostrando para que sea amado:
«Solo
hay una cosa que hacer durante la noche, la única noche de la vida que llegará
una sola vez, y es amar, amar a Jesús con todas las fuerzas de nuestro corazón
y salvar almas para él, para que sea amado... ¡Oh, hacer amar a Jesús!» (Sainte
Thérèse de l’Énfant-Jésus et de la Sainte-Face, Correspondance Générale T. I,
Paris: Cerf – DDB 1974, 504 (nouvelle édition, lettre à Celine 96 [15 de
octubre 1889] 2vº; edición castellana, Obras completas, Burgos: Monte Carmelo 51980,
carta 74, pag. 440).
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