Natán, un profeta de la corte
Eduardo
de la Serna
En
Israel– como también ocurría entre los pueblos vecinos – hubo diferentes
personajes - masculinos y femeninos - de los que se decía que la divinidad se introducía en ellos y podían
hablar u obrar en su nombre. Son los que conocemos con el nombre de los “profetas”.
Había
diferentes tipos de profetas: unos andaban en grupo y en ocasiones entraban en
trance para luego reconocer en ese hecho una intervención de Dios (1 Sam 10,11).
Un ejemplo de estos es el profeta Eliseo. Otros eran personas “comunes” pero que en
algún momento más o menos frecuente, recibían un mensaje de parte de Dios que
debían pronunciar públicamente (2 Sam 24,11; Jer 28,12; Ag 1,1, etc.). La mayor
parte de los profetas que conocemos por los libros pertenecen a este grupo.
Pero hay un tercer grupo, los profetas “profesionales”. Son personas que
pertenecen, por ejemplo, a la corte, y son frecuentemente consultadas por el
rey a fin de conocer la voluntad de Dios antes de tomar alguna decisión
importante. A este último grupo pertenece el profeta Natán.
Natán
pertenece a la pequeña corte del rey David, y con frecuencia tiene acceso al
monarca casi sin pedir audiencia (2 Sam 12,1; 1 Re 1,22). Aparece sin introducción,
sin que se nos haga referencia a cuándo es que accede a la corte, cuál es su familia,
de dónde proviene (2 Sam 7,2); pero lo encontramos especialmente en tres
momentos muy importantes de la vida de este rey.
Aunque,
por los textos bíblicos, sepamos que quién edifica el Templo en Jerusalén, es
Salomón (1 Re 6), el texto nos dice que quién primero planeó hacerlo es David.
El texto es interesante por el juego de palabras con la imagen de la “casa”: “Mira, yo estoy viviendo en una casa de cedro, mientras el
arca de Dios vive en una tienda de campaña” (2 Sam 7,2). La casa “palacio”
contrasta con la no-casa “templo”. En un primer momento Natán le dice a David
que Dios está conforme con eso (7,3), pero, luego, en sueños, Dios lo contradice
(7,4) y debe volver al rey para – nuevo juego de palabras con el término “casa”
mediante – desdecirlo. Dios le anuncia al rey que Dios “le edificará una casa”
(7,11). Ahora “casa” es familia, es decir una “dinastía”. Es decir, que
mientras David quiere construir una “casa” a Dios, en realidad Dios le
construirá a él una “casa” y su familia siempre estará en Jerusalén. Con esta
promesa de Natán Dios “firma una alianza” de que siempre habrá un “hijo de
David” en el trono (7,13.16). Es bueno – acá – recordar que Jesús es “hijo de
David”, es de su “casa” (Lc 1,27.69; 2,4).
Pero David, “el rey ideal”, no está libre de pecado (es
interesante notar que la Biblia no tiene problema en mostrar los pecados de los
personajes más importantes como Abraham, David, o Pedro), y – a pesar de tener
un harem (ver 2 Sam 3,2-5), como tantos reyes de su tiempo – adultera o viola a Betsabé,
la mujer de Urías, un jefe militar de
su ejército (2 Sam 11,3-5). Incluso, ante el embarazo de ella, hace asesinar a
Urías para “tapar” el delito (11,15-17). Nuevamente Natán interviene en nombre
de Dios, esta vez para criticar duramente a David que debe reconocer su pecado
(12,1-15). El castigo merecido queda suspendido porque el rey se manifiesta
arrepentido, pero el hijo no llega a nacer (12,13-14). Más tarde, el rey y su ahora nueva mujer engendran a Salomón (12,24).
Finalmente,
cuando David está perdiendo sus fuerzas, ya anciano, se suscita un conflicto
por la sucesión del poder. Adonías ambiciona el poder y se proclama rey (1 Re
1,9), cosa que no apoyan el sacerdote Sadoc ni Natán. El profeta integra a
Betsabé (1 Re 1,11) en el proyecto de convencer a David que aliente el ascenso
al trono de Salomón, cosa que finalmente éste hace (1 Re 1,30-37). En nombre de Dios – una
vez más – Natán garantiza la dinastía de David, en este caso en la sucesión de
Salomón.
Es
interesante notar que, aunque Natán fuera un profeta rentado, y que debía decir
al rey lo que lo beneficiara (cosa que con frecuencia hace), esto no impide que
hable en nombre de Dios incluso para confrontarlo y cuestionar su accionar como
contrario a la voluntad de Dios (arriesgando así su vida, obviamente). De eso
se trata ser profetas, se esté donde se esté, se viva donde se viva, pronunciar
palabras de parte de Dios, aunque sean de difícil aceptación o incluso rechazadas:
“así dice el Señor” (2 Sam 7,5; 12,7) …
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