Una nota -más teológica- sobre el tema del racismo…
Eduardo de la Serna
Como es obvio, toda cultura, más o menos universal,
tiene sus propias estructuras armadas en torno a sus “mapas” antropológicos,
históricos, culturales, religiosos, etc. Un ejemplo harto conocido – y frecuente,
y doloroso, y peligroso – es el patriarcado. Para esta estructura, la mujer (y
el varón “afeminado”, es decir que no responde a los cánones hegemónicos de
masculinidad) son tenidos como inferiores, hasta el punto de negárseles en
ocasiones toda entidad. La mujer es tenida como una propiedad del varón (sea el
padre y luego el esposo, por ejemplo).
Veamos unos textos:
1.- La mujer prudente se impone límites incluso
en lo que es honesto. La que pretende parecer muy sabia y elocuente debe
ceñirse la túnica hasta la canilla, sacrificar cerdos en honor de Silvano y
acudir a los baños más baratos. Que la mujer que se acuesta contigo carezca de estilo
oratorio, que no dispare un entimema retorcido en párrafos redondeados. Que no
conozca todas las historias y que se quede sin entender algo de los libros.
[Juvenal. Satiras VI,444-451]
2.- Téano [hija o esposa de Pitágoras], colocándose
el manto alrededor de su cuerpo, enseñaba el brazo. Cuando alguien le dijo: «Hermoso
brazo», ella le respondió: «Pero no público.» Conviene que no sólo el brazo
sino también el discurso de la mujer prudente no sean públicos; que ella sienta
respeto y tenga cuidado de desnudar su palabra ante personas de fuera, ya que
en la palabra se descubren los sentimientos, caracteres y disposiciones de la
que habla. [Plutarco, Los deberes del matrimonio 31]
3.- Destacando lo contracultural, no solamente por
el lugar de las mujeres, sino también el papel político de la democracia y el
rol del “poder judicial”, Aristófanes, en, “La asamblea (ekklêsía) de las
mujeres”, Comedias III [Barcelona: Gredos 2007, 333-409] presenta a mujeres,
disfrazadas de varones que toman decisiones para mejorar la ciudad decidiendo
cosas como estas:
Entonces que ninguno me interrumpa ni me contradiga
antes de enterarse de mis intenciones y de oír su explicación. Les diré que es
preciso que sean comunes los bienes de todos, que todos tengan parte del común
y vivan de los mismos recursos, y no que uno sea rico pero el otro pobre. Que
no posean unos grandes extensiones y otros no tengan ni para su fosa; que no
tengan unos montones de esclavos y que otros carezcan de un mal ayudante. Pues
bien, al contrario: yo establezco un único modo de vida, común e igual para
todos. [# 589-597] Una
vida igual para todos: les digo que voy a convertir la ciudad en una única
vivienda, derribándolo todo hasta conseguir una única morada, de modo que todos
puedan pasar adonde estén los otros [# 575].
Destaco en extenso estos textos para evitar cualquier
– y frecuente – tentación de responsabilizar al cristianismo de ser gestor del
origen del patriarcado, por ejemplo: Y creo que, erróneamente, se ha
responsabilizado a San Pablo, de actitudes misóginas. Pero, de ninguna manera
se ha de negar que la Iglesia también fue asumiendo actitudes machistas y
propias del patriarcado.
Pero sería injusto – precisamente con las mujeres – negar
el rol primordial que ellas tuvieron en el nacimiento de las comunidades cristianas.
Si el “cristianismo” nace a partir de la experiencia creyente en la resurrección
de Jesús, es innegable que el primer rol primordial en este anuncio nace de la
voz de las mujeres. Y, es también cierto, que, aunque en muchos ambientes, con
el paso del tiempo, el cristianismo se va adaptando al modelo cultural romano, por
otra parte no deja de haber actitudes totalmente subversivas.
Por ejemplo, la crítica principal que hace el filósofo
griego Celso (s. II) contra el cristianismo para mostrar su ser supersticioso es
que sólo consigue convencer a necios, plebeyos, y estúpidos, a esclavos,
chiquillos y mujeres (Origenes, Contra Celso III, 50.55):
Vemos,
efectivamente, en las casas privadas a cardadores, zapateros y bataneros, a las
gentes, en fin, más incultas y rústicas, que delante de los señores o amos de
casa, hombres provectos y discretos, no se atreven a abrir la boca; pero apenas
cogen aparte a los niños mismos y con ellos a ciertas mujercillas sin seso, hay
que ver la de cosas maravillosas que sueltan: “que no hay que atender ni a
padres ni a preceptores, sino creerlos únicamente a ellos; pues aquéllos son
unas necios y unos estúpidos y, preocupados como están por vacuas tonterías, ni
saben ni hacen nada que sea realmente bueno. Ellos, sólo ellos, son los que
saben cómo se debe vivir, y si los niños les obedecen, no sólo serán ellos
felices, sino que harán también feliz a su familia". Y si, mientras
hablan, columbran que se acerca alguno de los preceptores, encargados de la
enseñanza de los niños, hombres prudentes, o el padre mismo, los más cautos se
callan de miedo; pero otros, más descarados, tratan de soliviantar a los niños,
susurrándoles que en presencia del padre o de los preceptores no quieren ni
pueden explicarles nada bueno, pues se lo impide la estolidez y necedad de
aquéllos, corrompidos que están totalmente y sumidos en la más profunda maldad,
y que pudieran castigarlos; que si quieren, tienen que desentenderse del padre
y preceptores y, junto con las mujeres y sus compañeros de juegos, apartarse a
la habitación de las mujeres o al taller de zapatería o de curtidos, y allí
recibirán cabal instrucción. Tales son los discursos con que tratan de
persuadir [#55].
Para evitar malos entendidos
es bueno recordar que, en el Imperio Romano, la religio se trata de una
virtud cívica (y que, por lo tanto, es normativa para todos los ciudadanos); lo
que está por fuera de esto, y no es – por lo tanto – virtuoso, es la superstitio.
Uno de los aspectos a tener en cuenta, además de la fidelidad a las normas, es
la aceptación, o al menos la tolerancia, a toda religio licita, es decir,
aquellas confesiones religiosas que son toleradas (por ejemplo, debido a su
importante antigüedad); por eso, ser tenido como “novedades” es algo, además,
crítico. El cristianismo, para esta mentalidad, además de superstitio,
era – obviamente – novedoso; por eso es razonable que se lo cuestione por su “ateísmo”.
Es decir, lo que forma parte de
la vida cristiana desde sus orígenes, que es el rol absolutamente igualitario,
y primordial de muchas mujeres, es visto, desde la mentalidad romana, como algo
detestable (y, lamentablemente, no faltaron los cristianos que asumieron más el
rol del dominador que la novedad del Evangelio).
La discriminación, en este
caso, no era cuestión de “raza” (= racismo), sino de género. Insisto en el
rechazo también de quienes no “encarnan” el modelo cultural de masculinidad
hegemónico. No está de más recordar que cada cultura tiene modelos propios, y
mientras el varón modélico en Atenas es el filósofo, en Roma, madre de las violencias
(alimentada con leche de loba e hija de sabinas secuestradas), el varón ha de
ser agresivo e imponerse, mientras el buen judío medita la Tora, y el buen cristiano
debiera asemejarse al varón crucificado…
Ciertamente es razonable que
quien tiene una estructura mental, cultural, armada en base a lo que entiende
por valores y desvalores, tenga dificultades en entender o recibir otra cultura,
otro modo de vida diferente. Pero una cosa es la dificultad para entender y
otra, ¡muy otra!, es el rechazo, la agresión y la violencia que vuelve imposible
todo diálogo, encuentro y respeto por lo diferente. Esa actitud colonial,
imperial, debería quedar descartada de todo ambiente de encuentro humano. O,
quizás, esa actitud se auto-excluye sencillamente de la humanidad. Nada menos.
Foto tomada de https://una.edu.ar/noticias/dia-internacional-de-la-eliminacion-de-la-discriminacion-racial_34728
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