martes, 14 de junio de 2016

Comentario domingo 12C

Seguir a Jesús es proseguir su obra, perseguir su causa y conseguir su plenitud

DOMINGO 12º - "C"
Eduardo de la Serna






Lectura de la profecía de Zacarías     12, 10-11; 13, 1


Resumen: En una serie de textos unidos por “aquel día” y sin aparente relación entre sí, Zacarías alude a una mirada de futuro en la que manifiesta un contraste entre Jerusalén en contexto de abandono de los caminos de Dios y ésta conducida por el espíritu. Las consecuencias del abandono, incluso la muerte de algún personaje anónimo, permitirán al pueblo –a partir del lamento y el llanto amargo, mirar en dirección a Yahvé.

El profeta Zacarías, uno de los últimos de los profetas canónicos de Israel es bastante complejo. Se suele hablar que en el actual libro no hay palabras de un profeta (“Zacarías”) sino de dos, y hasta incluso se ha hablado de tres, o de que una tercera parte se encuentra en el actual “Malaquías”. En general, sin embargo, la mayoría de los autores acepta la propuesta de “dos” y la propuesta de un tercero resulta menos seguida en la actualidad, sin que eso implique desconocer que más de una vez se encuentran textos modificados con el tiempo (como ocurre, por otro lado, en muchísimos otros escritos). Que nos resulta demasiado difícil de encontrar una estructura o armado es otro de los motivos de nuestro actual desconcierto. Eso también se ve en el texto que nos toca comentar, como diremos.

Antes de avanzar es bueno recordar que en la liturgia del tiempo durante el año, la primera lectura siempre es escogida en función del Evangelio que corresponde. En este caso, el anuncio de la pasión, por ello todo indica que el motivo de la elección de la primera lectura es la mención al “traspasado” (en todo caso, leído a la luz de Juan 19,37 y quizás del canto del Siervo Sufriente de Yahvé de Is 53). Pero su relación –si es que la hay- la veremos al analizar el texto.

Zac 12-13 parece presentar oráculos bastante diferentes, en temática o contexto. Sin embargo, están literariamente unidos por la fórmula “Aquel día” (12,3.4.6.8.9.11; 13,1.2.4). A veces los diferentes oráculos son unidos por “palabras gancho” (p.e. “jefes de Judá” en 12,5 y 6; “profetas” en 13,2 y 4).

La liturgia de hoy propone los vv.10-11 (omitiendo los vv.12-14 del cap.12) y 13,1 (es decir, omite la primera parte de “aquel día” del v.9, y la parte final del “aquel día” del v.11. El “aquel día” de 13,1 está completo.

El anuncio del v.9 (“destruir”) es lo que hará que todas las naciones vengan contra Jerusalén. Sea del tiempo histórico que fuere este relato, los asedios a la ciudad han sido frecuentes (no necesariamente bélicos o militares). Tanto persas como griegos tenían una presencia amenazante a fin de garantizar la tranquilidad en el imperio; los sátrapas debían asegurar el orden (y el pago de impuestos). Obviamente la independencia de Israel era cosa del pasado (muy pasado) y del futuro añorado.

Pero esto requeriría de parte de Israel dejarse conducir por Dios (cosa que no ha hecho, por cierto). “Volverse a Yahvé”. Pero dentro de esta situación de Jerusalén, cabe recordar que desde la destrucción dela ciudad (año 587 a.C.) no hay más rey en Israel. Hay miembros de la familia real cautivos en Babilonia, e incluso en la reconstrucción de Jerusalén participa Zorobabel (descendiente de David, pero como su mismo nombre lo indica, alguien que lleva el sello del imperio: Babel es Babilonia, y “Zoro” quizás sea referencia a Zoroastro, aunque puede ser hebreo). Ya el primer Zacarías (4,1-14) había hablado (ver v.6) de Zorobabel en “clave mesiánica”, aquí se refiere a “la casa de Israel” (y los habitantes de Jerusalén).  Ciertamente las perspectivas son “de futuro” (el segundo Zacarías [Zac 9-13] parece el profeta que tiene un discurso más “escatológico”, más de “futuro”). Pero para que el descendiente de David y Jerusalén puedan “volverse a Yahvé”, enfrentar las potencias extranjeras y permitir que “Dios reine” en Judá, hace falta que se derrame el “espíritu”. Un discípulo de Isaías ya lo había señalado para un rey futuro (11,1-5), y aquí se repite: derramará un “espíritu”. Este espíritu (ruah, en hebreo [es femenino]) supone la fuerza que Dios envía sobre aquellos a quienes ha asignado una misión: los profetas pueden hablar en nombre de Dios porque él les ha enviado su espíritu; los reyes –como en este caso- pueden gobernar conforme a la ley de Dios porque él ha enviado su espíritu, es decir su aliento, su impulso. Del mismo modo –también como expectativa futura- ese espíritu será derramado –como aquí- sobre el pueblo de Dios que así podrá vivir fielmente su alianza (Joel 2,28.29).

Pero este espíritu es cualificado como de “gracia” y “oración”. “Hen” suele traducirse por “gracia”, se entiende como “atracción”, “agrado” (ver Pr 11,16; 31,30; Sal 84,12) o también “favor” (Dt 24,1; Gen 39,21). No conviene atribuir al término “gracia” en el AT la enorme carga teológica que Pablo le dará más adelante; sin dudas fue el Apóstol –o su entorno- el que reformuló la idea con una formidable “carga” de iniciativa divina, acción sobre la humanidad y la historia, fuerza salvífica; pero no debemos verla de ese modo en el AT, aunque aquí señale el favor divino o el obrar del espíritu en los destinatarios que los hace “gratos” de esos favores. “Tahanunim”, que se traduce habitualmente por “oración”, se entiende por súplicas, el pedido de un favor. El espíritu también impulsará para pedir la intervención de Dios en favor de su pueblo y su rey.

Aquí encontramos, a continuación, un problema que –por otra parte- hace a la comprensión del texto y al sentido del mismo en este lugar de la liturgia: la referencia a “mirar” y al “traspasado”. ¿Dónde corresponde poner la puntuación? 

·         Mirarán hacia mí, y harán luto por el traspasado

·         Mirarán y harán luto por el traspasado [así lo lee Juan en 19,37; cf. Ap 1,7]

·         (Me) mirarán a mí, al que traspasaron

Gramaticalmente todas son posibles, por lo que debemos buscar el sentido en el texto. La referencia a Dios mismo como “traspasado” (opción 3) podría comprenderse a la luz de Pr 12,18 donde se habla de la “palabra como espada”. Sin duda Dios no es “traspasado” propiamente, pero no deja de ser cierto que en la Biblia campea –a veces- una suerte de “ateísmo práctico”: Dios existe pero “no se mete”, no interviene, no castiga, no actúa… (cf. Is 58,3; Mal 2,17; Sal 10,4; 14,1; 53,2). ¿Debe entenderse en ese sentido? No parece, ya que la idea no llega a tanto en la Biblia (la idea de una suerte de “muerte de Dios” le es ajena; no así la “muerte de los ídolos” sobre la que volveremos). Para aludir a que “mirarán” al traspasado (opción 2) se debe omitir “a mí” lo cual no parece razonable. Por lo que el texto presenta dos objetos, uno de la mirada (“a mí”), Dios y otro, un “traspasado”. Es cierto que no se puede “ver a Dios”, (aunque Is 5,12; 22,11; 38,11), por eso la traducción “mirarán hacia mí”, es decir mirar sus obras, sus caminos. En dirección a Dios (opción 1).

El problema es quién es este “traspasado”. El verbo traspasar (daqar) no es frecuente en la Biblia (x12: Nu 25,8; Jue 9,54; 1Sa 31,4 [x2], 1 Re 4,9 [un nombre: Dequer]; 1 Cr 10,4; Is 13,15; Jer 37,10; 51,4; Lam 4,9; Zac 12,10; 13,3). En todos los casos se hace referencia a una lanza o una espada (en Jeremías no se menciona el instrumento pero el contexto de violencia es evidente). No parece que se use en sentido metafórico (como sería en la tercera opción, aludiendo a “traspasar a Dios”, aunque el texto de Pr 12,18 –como se ha dicho- alude a “como una espada”). Es interesante, sin embargo, que el verbo vuelve a encontrarse en Zac 13,3, conforme se ha mostrado. Allí se alude a personas que profetizan falsamente, que obran contrariamente a lo que Dios quiere, dicen mentiras, y su padre y su madre “lo traspasarán mientras está profetizando”. Ciertamente este traspasado no se asemeja al de 12,10, pero ayuda a entender el sentido que Zacarías da al verbo. El llanto amargo y la lamentación puestos en paralelo manifiestan lo profundo del dolor por “el traspasado”, pero nada nos permite su identificación; puede referirse a un mártir inocente y anónimo de cuya muerte es responsable el pueblo. El texto, entonces, habla de un mirar “hacia Dios” y el llanto / lamento por el traspasado (¿un justo?). Puesto que sólo se menciona el dolor, sin consecuencia alguna (la referencia al “hijo único” debe entenderse como comparativa del dolor: “como”). No se ve referencia concreta al Siervo de Yahvé, por lo que estamos incapacitados de comprender la alusión concreta.

En el v.11 encontramos un nuevo “aquel día” unido al anterior por la palabra gancho “lamentación”. El lamento es por Jerusalén y atrae una nueva comparación (“como”). Esta comparación no es evidente ya que Megidó recuerda la llanura donde fue matado el gran rey Josías, “hijo de David” (2 Re 23,29-30 / 2 Cr 35,22 [Megidó es mencionada en otras ocasiones pero no como lugar de lamento]). Rimmon es mencionada como ciudad en Jos 15,32; 19,7.13; Jue 20,45.47; 21,13; 1 Cr 4,32; y Zac 14,10; como persona en 2 Sam 4,2.5.9. Pero en 2 Re 5,18 se menciona un templo a Rimmon. Hadad es el nombre de la principal divinidad cananea, que para no nombrarla (nombrar es dar entidad, es reconocerla) se la suele llamar Baal a lo largo de la Biblia hebrea (cf. Gen 36,35.36; 1 Re 11,14.17.19.21.25; 1 Cr 1,46.47.50.51 donde aparece en nombres de personas; y en 1 Re 20,1-34 [la batalla con los arameos] aparece como nombre de un rey; en este caso se trata de un nombre “teofórico” es decir que incluye el nombre de la divinidad en su propio nombre). El intento de tapar el nombre de Hadad reemplazándolo por Baal es evidente, y en este caso se hace referencia a un doble nombre idolátrico: un lugar (o persona) y su semejante o atributo. No se comprende la referencia al lamento de estas referencias idolátricas en Meguidó y su comparación con el lamento de Jerusalén. Puede ser que esté aludiendo al lamento por el pecado de idolatría en Israel o simplemente contrastando dos lamentos. Pero en este caso no se comprende la razón del lamento. Los vv. 12-14 omitidos en el texto litúrgico no aportan elementos para la comprensión de esta comparación. Siendo que sin espíritu, Jerusalén y la casa de David, han rechazado a Dios, han “mirado” en otra dirección, no es improbable que deba entenderse como un lamento de Jerusalén por su idolatría (como la de Hadad). Lo cierto es que no parece haber relación entre este lamento (v.12) y el lamento por el traspasado (v.10). Quizás se trata de una divinidad que muere, por la que se entona un lamento ritual; véase Ez 8,14 refiriéndose a Tamuz.

13,1. Nuevamente se hace referencia a “la casa de David”; en este caso se habla de una “fuente abierta” para la casa de David y los habitantes de Jerusalén para su purificación. “Para (lavar) el pecado y la impureza”. En Ez 36,16-32 también se afirma que Dios enviará su espíritu (Ez 36,27; Zc 12,10), y en ambas se utiliza el agua como imagen de purificación moral (Ez 36,25; Zc 13,1) tomada de la impureza mestrual (niddà: Ez 36,17; Zac 13,1).


A modo de síntesis señalemos que seguramente este texto se ha incorporado en la liturgia por la referencia al “traspasado” pero leído este a la luz de Jn 19. Mirando el texto de Zacarías en su contexto no parece que esta lectura sea preferible, aunque la relectura joánica aporta una novedad en el “lamento como de hijo único”.





Lectura de la carta a los Gálatas
     3, 26-29

Resumen: Usando una suerte de catequesis bautismal, Pablo señala que todos los obstáculos que impedían el libre acceso a Dios se encuentran derribador “en Cristo” y todos sin excepción ahora encuentran en Él la unidad y –por tanto- la posibilidad de vivir unidos la novedad que Cristo ha traído.

En el artículo sobre ‘La Mujer en los escritos de Pablo’ (que se encuentra en el blog, en “Artículos bíblicos”) hemos mirado detenidamente este texto. Veamos aquí lo fundamental.

La unidad literaria es más extensa que el texto que toca comentar. Comienza en 3,15 (como es frecuente, con el vocativo “hermanos”, y con los términos “descendencia”, “Abraham” y “promesa” que se repiten de modo inverso en v.29). Como los términos lo indican. Pablo está explicitando teológicamente la justificación por la fe y no por las obras de la ley, y recurre con frecuencia al ejemplo de Abraham. Este ejemplo tiene muchas motivaciones: Abraham es el “padre” de Israel, con Abraham nace en el pueblo la circuncisión (que es el problema por el que los visitantes en Galacia atacan a Pablo, y que muchos en la comunidad han aceptado), Pablo recurre a una serie de citas bíblicas (Gen 12,7 en este caso) que le permiten mostrar la continuidad bíblica y –por tanto- su fidelidad. El contraste sigue siendo (y lo es a lo largo de toda la carta) en la importancia que los adversarios dan a la ley y su relativización por parte de Pablo que pone a la fe en el centro de la cuestión. La referencia de Génesis a la “descendencia” de Abraham (en singular, es decir no a sus “descendientes”) sirve a Pablo para afirmar que se refiere a Cristo. La ley es muy posterior a la promesa (430 años, v.17) y por tanto no la anula, simplemente “espera la fe” que debe manifestarse. El ejemplo que pondrá Pablo es el del “pedagogo” (v.24), es decir el esclavo, o uno contratado, que conduce (gogein) a los niños (pedes) hasta el maestro; obviamente al llegar a la meta, concluye su misión (el término es exclusivamente paulino, y fuera de acá [vv.24 y 25] se encuentra en 1 Cor 4,15). De allí que concluye este párrafo afirmando que “una vez llegada la fe, ya no estamos bajo el pedagogo” (v.25). Aquí comienza el texto litúrgico que es la conclusión de esta unidad literaria.

Es interesante ver cómo está estructurado el texto lo cual, además, nos permitirá sacar algunas conclusiones:

A.    “todos son… en Cristo Jesús” (v.26)
  (Explicación: “en efecto, todos los bautizados en Cristo se han revestido de Cristo”, v.27)
B. ya no hay     ni … ni (v.28a)
     B’. …               ni… ni (v.28b)
A’. “todos son… en Cristo Jesús” (v.28d)

Siendo que en 1 Cor 12, 13 y Col 3,11 encontramos una fórmula semejante, se ha pensado que Pablo está citando aquí una especie de “catequesis” o referencia bautismal, es decir señalar lo que el bautismo provoca. Veamos brevemente las semejanzas y diferencias con el texto de 1 Cor ya citado

1 Cor 12,13
Gal 3,26-28
26 Pues todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.
13 Porque en un espíritu hemos sido todos bautizados, en un cuerpo,
27 En efecto, los bautizados en Cristo, de Cristo se han revestido:
ya judíos ya griegos,
28 no hay judío ni griego;
ya esclavos ya libres.
no hay esclavo ni libre;
no hay varón y mujer,
Y todos en un espíritu hemos bebido.
ya que todos ustedes son uno en Cristo Jesús.

Los matices son interesantes de señalar. Veamos brevemente: destacar que somos “hijos de Dios por la fe” es característico del tema que Pablo está debatiendo en Gálatas, por lo que podemos suponer que esto Pablo lo ha añadido al texto bautismal que ha recibido. La referencia al cuerpo es propia del tema que Pablo está desarrollando en Corintios (12,12), lo mismo que la insistencia en el tema del Espíritu (12,4-11). La imagen del “revestimiento” es característica del modo de vida coherente con la novedad de Jesús (Rom 13,12.14; 1 Cor 15,53.54; 1 Tes 5,8) debido a la profunda unidad con Cristo. Es interesante que mientras Corintios destaca que hay “uno y otro”, Gálatas destaca que no hay “ni uno ni otro”. El contexto de cada carta y la intención de Pablo explican las diferencias: en 1 Corintios Pablo quiere resaltar la diversidad, siempre dentro de la unidad (por eso la imagen de los miembros y el cuerpo), en Gálatas, en cambio, quiere resaltar la unidad (en Cristo). También es llamativo que en Gálatas se encuentra la referencia a “varón y mujer” (notar la pequeña diferencia: no dice ni… ni… sino ni… y). Finalmente la conclusión señala la unidad de todos (en un espíritu, como es propio en 1 Cor y “en Cristo”, en Gal).

Destaquemos algunos elementos: para empezar es conocida la oración judía en la que se daba gracias a Dios “por haber nacido judío y no pagano, libre y no esclavo, varón y no mujer”. No debemos entender esta oración (por otro lado común en otros grupos ya que también entre los persas se encuentran esquemas similares) con mentalidad contemporánea. Podemos decir sintéticamente que los paganos, las mujeres y los esclavos no podían ingresar al Templo, y por tanto sólo los varones, judíos libres podían entrar en contacto con Dios, y era razonable –entonces- dar gracias por eso. Lo que Pablo está señalando, entonces, es que todas las barreras han caído “en Cristo”.

Otro elemento a tener en cuenta es el par “varón y mujer”. Como vimos, no se encuentra en 1 Corintios. Siendo 1 Corintios probablemente anterior cronológicamente a Gálatas podemos suponer que Pablo lo ha añadido (por eso la diferencia con los anteriores, es decir el cambio de “ni… ni” por este “ni… y”). Es decir, en 1 Cor Pablo cita el texto bautismal que conoce (“ni”); cuando escribe a los Gálatas (movido quizás por la oración judía que mencionamos, y quizás también para destacar más fuertemente el lugar de la mujer en sus comunidades, algo que precisamente había reforzado en 1 Corintios (cf. 11,2-16), Pablo remite a la unidad originaria de “varón y mujer” (el texto es cita de Gen 1,27: “Dios creó al ser humano, varón y mujer los creó”; “y”).

Queda pendiente la pregunta, ¿cómo puede Pablo afirmar que no hay lo que evidentemente hay? Lo que Pablo destaca que no hay es, precisamente, el impedimento –o limitación- de encuentro pleno con Dios al que estaban sometidos paganos, mujeres y esclavos. Pero precisamente estando “en Cristo” (por el bautismo) todas esas divisiones se han disuelto. Ahora judíos y paganos son hermanos, como la Colecta para Jerusalén lo demuestra; esclavos y libres son hermanos, como el caso de Filemón y Onésimo lo demuestra, y varones y mujeres son hermanos (como el uso habitual del término “hermana” por parte de Pablo lo demuestra [es importante notar que “hermana” en sentido teológico, es decir, como miembro pleno del pueblo de Dios, no era usado ni en el AT, ni en los apócrifos ni otros escritos judíos; es Pablo el que lo hace]).

El bautismo es generador de unidad en el Pueblo de Dios, ya no hay nada que diferencia a unos y otros en el acceso a Dios mismo, ya Cristo mismo ha abierto ese acceso y “en Cristo” todos “están revestidos”.

Ahora Pablo puede concluir toda esta unidad: siendo “de Cristo” todos son descendencia de Abraham, herederos según la promesa; la fe ya nos ha hecho “hijos” ¿qué más se puede esperar?








Evangelio según san Lucas     9, 18-24


Resumen: la pregunta fundamental es “quién es Jesús” y la respuesta es variada. La “multitud”, que anda con Jesús tiene una respuesta parcial, pero los discípulos deben profundizarla. Y esta respuesta supone un seguimiento exigente, como es exigente para Jesús ser un mesías y profeta que está a punto de dirigirse a Jerusalén donde sufrirá y será reprobado por las autoridades. Allí deben seguirlo cada día sus discípulos.

El texto de Lucas presenta un momento clave en el ministerio de Jesús según los Evangelios, y en los tres sinópticos ocupa un lugar fundamental. En Marcos culmina toda la primera parte, en Mateo es el eje del capítulo “eclesial” y en Lucas está concluyendo la etapa “galilea”, como veremos.

Mirando las diferencias con Marcos podemos ver fácilmente dónde radican los intereses de Lucas y –luego- qué quiere decir el evangelista. Notemos (resaltamos en Lucas los temas principales):


Mc 8,27-35
Lc 9,18-24
27 Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?»
8 Y sucedió que mientras él estaba orando a solas, se hallaban con él los discípulos y él les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
28 Ellos le dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas».

 29 Y él les preguntaba: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo».
19 Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta 
de los antiguos había resucitado».
 20 Les dijo: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro le contestó: «El Cristo de Dios».
30 Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de él.
21 Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie.
31 Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días.
22 Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día».
32 Hablaba de esto abiertamente.
Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle.
 33 Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: «¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».
34 Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.
23 Decía a todos:

«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.
35 Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.
24 Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará.



Para empezar notemos que –como es habitual en los momentos importantes de Lucas- Jesús es presentado en oración (3,21; 5,16; 6,12; 9,18.28-29; 11,1; 22,41.44). Resulta extraño que Jesús esté “a solas” y a continuación estén con ellos discípulos. Lucas parece no percatarse de la contradicción, o no darle importancia ya que el contexto requiere su presencia. Lo cierto es que ante este momento importante, Jesús está en oración. Es que es fundamental para los Evangelios dar respuesta a la pregunta “¿quién es Jesús?” Y en este caso es una pregunta doble: quién es Jesús para la “gente” (ojlos), la muchedumbre (no “los hombres” como en Marcos). Hemos señalado en otras ocasiones que la “gente” resulta protagonista para Lucas, especialmente por ser no valorados por las elites; una de las características de la “gente” es que está con Jesús de allí la importancia de saber qué dice sobre él.

Lo que la gente dice no es totalmente falso (ni totalmente cierto). La comparación con profetas es particularmente importante en Lucas donde se destaca tan insistentemente que Jesús lo es. La idea de que es uno de los antiguos que “ha resucitado” no se encuentra en Marcos en esta parte, pero sí parcialmente en su paralelo de 6,16 (donde, por su parte, Lucas lo repite):



Mc 6,14-16
Lc 9,7-9
14 Se enteró el rey Herodes, pues su nombre se había hecho célebre.
Algunos decían: «Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos
y por eso actúan en él fuerzas milagrosas».
 15 Otros decían: «Es Elías»; otros: «Es un profeta como los demás profetas».
 16 Al enterarse Herodes, dijo: «Aquel Juan, a quien yo decapité, ése ha resucitado».
7 Se enteró el tetrarca Herodes de todo lo que pasaba, y estaba perplejo;
porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos;
 8 otros, que Elías se había aparecido; y otros, que uno de los antiguos profetas había resucitado.
 9 Herodes dijo: «A Juan, le decapité yo. ¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?» Y buscaba verle.


A continuación de la opinión parcial de “la gente” importa la opinión de “ustedes” (= los discípulos), sin dudas se pretende que esta sea más integral. Pedro, en nombre de “los discípulos” afirma: “el Mesías de Dios”. Como en los restantes Evangelios, Hechos, y Pablo, Pedro ocupa un lugar preponderante en la comunidad, parece su vocero (8,45; 12,40; 18,28), aunque seguramente sea más importante que eso (22,31-32). Es llamado por este nombre x19 en Lucas, (y x12 llamado “Simón”) y en este texto es evidente que habla también en nombre de los demás (“ustedes”), de hecho ni Marcos ni Lucas señalan consecuencia alguna del dicho de Pedro, como sí lo hace Mateo.

Como es habitual en Marcos, Lucas repite el mandato de callar que toma de su fuente, y anuncia por primera vez su futura muerte. El lugar estratégico que esto ocupa en Marcos no parece tener la misma fuerza en Lucas, como se descubre al omitir el reproche de Pedro y la reacción de Jesús. Pero sí mantiene la estrecha relación entre la muerte del maestro y el futuro de los discípulos. Es habitual que Lucas omita en su Evangelio los momentos conflictivos y chocantes que puede evitar (lo cual es notable en el relato de la pasión), acá lo hace con Pedro; precisamente por la importancia que ocupará en la comunidad no parece conveniente su incomprensión (algo que –contrariamente- Marcos quiere resaltar expresamente, y Mateo pone en paralelo con su confesión).

Pero Lucas no omite la enorme exigencia que seguir a Jesús supone, y entonces añadirá que “tomar la cruz” es algo de “cada día” (v.23).

El terreno de la exigencia que implica reconocer “quién es Jesús” para aquellos que pretenden ser sus discípulos está preparado. La oración de Jesús es ejemplo para imitar, y junto con él ponerse en camino cada día detrás de la cruz. Hacia eso se encamina Jesús, a Jerusalén donde será asesinado como corresponde que ocurra con los profetas. De esto se trata el evangelio del próximo domingo.





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