lunes, 1 de octubre de 2018

Un encuentro entre dos místicas


Un encuentro entre dos místicas


Eduardo de la Serna













Desde hace mucho tiempo sostengo que la imagen aniñada, edulcorada e infantil que surge de Teresa de Lisieux (“Teresita”) es, fundamentalmente, responsabilidad suya. Y para comenzar quiera aludir a lo que me decía una vez el gran Maximiliano Herraiz ocd. Me comentaba que en su noviciado tuvo que leer, por obligación, a “Teresita” y no la soportó. La descartó. Pero cuando se acercaba la proclamación de ella como doctora de la Iglesia se dijo que debía leerla. “Lo hice – me dijo – y, cuando logré saltar el lenguaje, encontré nervadura. ¡Tiene nervadura!”

Quizás para ver lo que quiero decir se puede mirar sus poesías y sus pinturas. Teresa no sabe salir de las estructuras de lo que “debe ser”, y sus pinturas son estructuradas, y nada creativas. Su poesía también. En lo que Teresa logra romper de raíz es, precisamente, en la nervadura. En el Dios que conoce y comparte, en su espiritualidad.

Así estamos llenos de textos, libros y notas sobre “Teresita” que no han logrado leer más allá de las formas y presentan una santa light, alguien fácilmente descartable para quien quiera vivir una espiritualidad de ojos abiertos, encarnada, militante. Pero encontramos también una buena cantidad de textos que permiten descubrir a Teresa, una mística que pone el amor en el centro y a un Dios madre-padre en el corazón de la historia.

Quizás una buena comparación, para entendernos, la podamos hacer (y hacerlo bien a fondo permitiría un artículo muy denso y académico) con una gran mística “de ojos abiertos”, comprometida con su tiempo y su realidad: Etty Hillesum, la que decía: “Dios, mantengo los ojos abiertos y no quiero escaparme de nada” (29/05/1942 [las citas pertenecen a su diario]).

Etty se propone “ayudar a Dios”: “siempre me ocuparé de ayudar lo mejor posible a Dios” (11/07/1942), “tú no puedes ayudarnos… debemos ayudarte a ti” (12/07/1942)

Estoy todos los días en Polonia… estoy con los hambrientos con los maltratados y moribundos; estoy cada día allí, pero estoy también aquí con el jazmín [la importancia de las flores es también común a ambas mujeres, ver 12/07/1942: “te regalaré (se dirige a Dios) todas las flores que encuentre en mi camino, ¡son muchas!, ya lo verás”] y el trozo de cielo ante mi ventana. En una sola vida hay espacio para todos” (02/07/1942).
Yo no quiero tener esos papeles por los que se pelean los judíos entre sí hasta la muerte [se refiere a estar en oficinas, con lo que se libraría de estar en los campos de concentración o derivación]. ¿Cómo es que los consigo sin más? Me gustaría estar en todos los campos de concentración de toda Europa, me gustaría estar en todos los frentes… no quiero estar lo que se llama “segura”, quiero estar presente. Quiero crear, en todos los sitios donde esté, un poco de fraternidad entre los llamados enemigos. Quiero comprender lo que está ocurriendo” (02/10/1942).
Muy importante sería investigar y profundizar en ambas místicas el rol que juega el “todo”, la totalidad. El corazón expandido con el encuentro con Dios se vuelca hacia los demás. No hay Dios “para sí” sino “para los otros” (“amarte y hacerte amar” repetirá Teresa con frecuencia). También, vista la centralidad del amor, es importante profundizar la importancia, no necesariamente explícita, en ambas, del texto de 1 Cor 13, el llamado “himno al amor” (27/02/1942: “por enésima vez”). Etty tiene la sensación “de estar en los brazos de Dios” (17/09/1942). La humildad, la debilidad y el “abandono” (que no es pasividad): “Deberíamos abandonarnos a la noche con las manos vacías, con las manos abiertas, aceptando que se desprendan de la jornada que termina. Sólo entonces podemos encontrar de verdad del reposo, y en esas manos distendidas y disponibles, que no quieren retener nada y a las que ya no crispa ninguna codicia, es en las que podemos recibir al despertar, un día nuevo del todo” (17/06/1942).

Después de la guerra tendremos que construir un mundo enteramente nuevo. Y a cada nueva exacción, a cada nueva crueldad, deberemos oponerle un pequeño suplemento de amor y de bondad, que deberemos conquistar sobre nosotros mismos. Tenemos derecho a sufrir, pero no a sucumbir al sufrimiento. Y si sobrevivimos a esta época indemnes de cuerpo y alma, sobre todo de alma, sin amargura, sin odio, tendremos también nuestra palabra que decir después de la guerra. Es posible que yo sea una mujer ambiciosa: me gustaría mucho tener una pequeña palabra que decir” (03/07/1943)
Puedo también perdonar a Dios que ella (esta época) sea tal como debe ser. ¡Mira que decir que tenemos en nosotros el amor suficiente para perdonar a Dios” (carta a Julius Spier, sin fecha citada por P. Lebeau, Etty Hillesum, Sal Terrae 1999, 197)

Cualquier conocedor de Teresa reconocerá aquí un “espíritu” consonante, una espiritualidad muy parecida. La santa de “las manos vacías”, la que escoge todo, la que quisiera hacer amar a Jesús en todos los tiempos y todos los espacios, la “doctora del amor”, la solidaria con el “mundo adulto” de los que no precisan a Dios, la que afirma que “tenemos que tener piedad de Dios” y ser su descanso, la que afirma que el amor empieza y se manifiesta en lo “pequeño”, sin duda se nos muestra en plena comunión con esta enorme mística judía de nuestro tiempo. En el día de Teresa (01/10/2018) valga la memoria y valga traerlas al presente.




Fotos tomadas de https://es.aleteia.org/2018/01/12/teresa-de-lisieux-la-pequena-flor-es-la-santa-mas-peligrosa/ y de http://www.barbadillo.it/73704-vita-e-poesia-il-groviglio-di-etty-hillesum-nel-racconto-di-edgarda-ferri/

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