martes, 6 de marzo de 2018

Comentario cuaresma 4B

El amor de Dios marca una huella para ser seguida

DOMINGO CUARTO DE CUARESMA – "B"

Eduardo de la Serna



Lectura del segundo libro de las Crónicas     36, 14-16. 19-23

Resumen: el autor lee la historia pasada y presente de su pueblo dejando las puertas de la esperanza abiertas para un nuevo comienzo.

El libro de las Crónicas llega a su fin; el texto no pretende detallar los acontecimientos como lo había hecho su fuente (2 Re 25) sino dar una interpretación de los hechos. La así llamada “historia cronista” concluye explicando teológicamente el porqué del desastre de Israel aniquilado por Babilonia (“los caldeos”): la multiplicación de las infidelidades (v.14), seguir las “costumbres” de los otros pueblos, manchar el Templo. Dios les fue avisando por medio de los “mensajeros”, los profetas (v.16) movido por su compasión. Precisamente “compasión” que no tendrán los caldeos (v.17). El pueblo que Dios había hecho libre ahora es esclavo de los caldeos porque Dios “los entregó” en sus manos. Esto ocurrirá – conforme a lo dicho por Jeremías, ver 25,11; 29,10 – hasta que se haya “pagado” el delito e intervengan los persas. La frase es muy dura: ya que el pueblo no celebro los “sábados”, la tierra desolada por el cautiverio en Babilonia “descansará” de ser trabajada.

Pero una vez “pagado” el tiempo del delito Dios enviará a Ciro (“en cumplimiento de la palabra de Yahvé”). Ciro no es visto sólo como un instrumento de Dios como pueden haberlo sido los caldeos, sino que expresamente habla “en nombre de Yahvé” (algo ciertamente impensable, pero sin duda interesante en la lectura teológica del cronista): “Yahvé, el Dios de los cielos me ha dado todos los pueblos de la tierra”, “me ha encargado que le edifique un pueblo” (v.25). Siendo tan breve en su referencia al cautiverio y finalizando con el edicto de Ciro, el autor quiere abrir a su pueblo las puertas de la esperanza siempre en cumplimiento de lo dicho por los profetas. Israel ha “subido” a Jerusalén, debe comenzar de nuevo su historia, pero ha de ser fiel a Dios para no reiterar el fracaso.

Breve nota histórica: en el año 539 Ciro entra en la ciudad de Babilonia tomándola. Un año después emite un edicto permitiendo a los cautivos de distintos pueblos regresar a sus tierras (llevando consigo sus dioses). El modo de ejercer su dominio sobre los países vencidos por los persas es muy diferente al utilizado por los babilonios o los asirios. Éstos eran particularmente sanguinarios, y llevaron cautivos a los que no mataron de entre la elite de la ciudad. Los persas prefieren otro modo: que quien quiera regrese y viva su vida con tranquilidad. Sólo se les exige el pago de impuestos y que la vida se desarrolle en paz. Para ello se colocan en las ciudades principales del imperio unos encargados, o delegados (“sátrapas”). Con los matices propios, los griegos primero y los romanos más tarde tendrán en cuenta este modelo. Así, quienes quisieron pudieron regresar a Jerusalén, aunque muchos también aprovecharon para dirigirse a otras regiones dando comienzo a lo que se llamó la “diáspora” judía.


Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso     2, 4-10

Resumen: los creyentes están tan unidos a Cristo que participan desde ahora de su vida divina, pero esto es producto de la riqueza de la misericordia y la gracia de Dios.

Ya desde el comienzo del escrito llamado “a los Efesios” (aunque sin destinatarios explícitos en el saludo, 1,1) llama la atención el frecuente uso de la primera y segunda persona del plural; ¿quiénes son esos “nosotros” y “ustedes” a los que se dirige? Pareciera que por “nosotros” se refiere a los cristianos provenientes del mundo judío y, por lo tanto, herederos de las promesas y esperanzas judías y por “ustedes” a los cristianos provenientes del mundo pagano que se han “in-corporado” al grupo. Los versículos inmediatamente precedentes al texto litúrgico lo señalan:

“ustedes estaban muertos”, “vivíamos también nosotros”. Lo cierto es que el autor destaca – como ya lo presentó Pablo en los primeros capítulos de la carta a los romanos – que “todos” pecaron, “paganos” y “judíos”. El destino lógico es “la ira” divina (Rom 1,18-31; 3,9-20), pero…

Con ese término, “pero” comienza la unidad (omitido en el texto) para resaltar más claramente que aunque se esperaba razonablemente un castigo divino, Dios actuó movido por la “misericordia” y el “amor” de las que es “rico”. La situación de “todos” (es notable cómo el texto mezcla casi indistintamente el “nosotros” y el “ustedes” en la unidad mostrando que en los efectos salvíficos de Cristo unos y otros son beneficiarios) es situación de “muerte” pero…

Aquí el texto recurre a una creación que ya había introducido Pablo en Gálatas y Romanos y aquí el autor profundiza, y no es fácil traducir al castellano. La unión de los creyentes con Cristo es tal que esa unión la expresa en los verbos. Pablo había señalado que estamos con-crucificados (Gal 2,19; Rom 6,6; la traducción suele decir “crucificados juntamente con Cristo”); aquí el autor recurre a los verbos salvíficos mostrando que los creyentes “ya” participan de la salvación y lo hace anteponiendo la preposición “con” (syn): 

  • Synezôopoiêsen (Col 2,13; ver Rom 4,17; 8,11, 1 Cor 15,22.45 [cf. v.36]; 2 Cor 3,6, cf. Gal 3,21) es “con-vivificar”, dar vida, vida que da Dios – Cristo – el espíritu.
  • Synegeiren (con-resucitar)
  • Synekathisen (con-sentarse en los cielos, ver 1,20).

Esta triple nueva situación, descrita como “salvación” está provocada por la “gracia” (vv.5.8). Más adelante (vv.11-22) pasa a los efectos colectivos (“pueblos”) y la describe como “paz” en contraste con la enemistad.

El motivo de esta salvación no ha de buscarse en las capacidades humanas (“de nosotros” o “de ustedes”) sino en la “riqueza” de la misericordia (éleos) [v.5] y de la gracia (járis) [v.7]. Aunque influenciado por Romanos el texto va más allá y esa vida (Rom 4,17.24; 8,2.10) es ya vida divina. La escatología de Efesios es mucho más presente que en los textos auténticos de Pablo; la referencia a la cabeza y el cuerpo-iglesia parece influir en esto. Ese cuerpo (Iglesia) e individuos (miembros) ya participa de los tiempos nuevos de Cristo resucitado y sentado junto a Dios. Pero – para evitar una mala interpretación de esta escatología – acota que esto es “por fe” (v.8; cf. 1,13.15; 3,12.17; 4,5.13; 6,16). Para reforzar la acción divina contrasta la gracia a “nosotros” (“esto no viene de nosotros, sino que es un don”, v.8) y a “las obras” (v.9). El objeto de esta acentuación es que “nadie se jacte” ni ante Dios ni ante otros (Rom 11,17; 1 Cor 4,7). Precisamente por eso se plantea la idea de que somos una “nueva creación” (cf. 2 Cor 5,17; Gal 6,15), una “obra (de arte, de Dios, perfecta) suya”.

Para que no parezca que el obrar del ser humano no interesa (pero que – a su vez – no es ese obrar el que nos da la salvación) después de haber aclarado que por gracia somos obra de arte divino se añade un para qué, en orden a las buenas obras (v.10); son la consecuencia lógica del estado de salvación. Puesto que somos “elegidos antes de la creación” (cf 1,4) se señala que lo es precisamente para estas buenas obras.


Evangelio según san Juan     3, 14-21

Resumen: En el característico dualismo joánico se presentan dos horizontes diferentes: Dios – mundo, vida – muerte, creer – no creer, luz – tinieblas, verdad – mal. Juan nos presenta así en camino para escoger y comprometer la vida en el reconocimiento del enviado de Dios.

Jn 3,13-18 lo encontramos también el día de la Exaltación de la Santa Cruz. Repetimos lo dicho allí con las ampliaciones correspondientes.

El cap. 3 de Juan presenta el encuentro y diálogo entre Jesús y Nicodemo; sin embargo, en algún momento (entre los vv.13 y 15) el texto parece abandonar el diálogo y pasar a ser un monólogo de Jesús en el que Nicodemo desaparece; algunos afirman que se pasa a un himno cristiano sobre el amor de Dios. Ciertamente esto ocurre antes de v.22 donde Jesús se traslada a Judea. 

Lo que se destaca es que “Dios amó al mundo”, y tanto que “dio” a su “Hijo único”. Es interesante que, en general, el término amor (verbo y sustantivo) en la primera parte del Evangelio (Jn 1-12) fundamentalmente se dice de Dios o de otros, mientras que en la segunda parte (Jn 13-20/21) se dice del Hijo. En este caso, se destaca el destinatario del amor de Dios: el mundo, y la medida: dar al Hijo. 

El mundo, en general, en Juan es el ambiente hostil a Dios y a Jesús, sus enemigos. Sin duda el ambiente en el que la comunidad joánica vive se encuentra con un amplio ambiente hostil al que califican de “mundo” (kosmos). Dios, que ama primero, lo amó, pero el mundo lo ha odiado: “no lo conoció” (1,10) aunque quite “el pecado del mundo” (1,29) y es “el Salvador del mundo” (4,42), da “vida al mundo” (6,33) y es su luz (8,12; 9,5; 12,46; cf. 1,9) pero odia a Jesús y a los suyos (7,7; 15,18; 17,14; cf. 16,20) porque Jesús no es “de este mundo” (8,23), ni lo son los suyos (15,19; 17,16), que tiene como “príncipe” al diablo (12,31; 14,30; 16,11), por eso no recibe al Espíritu (14,17), no conoce a Dios (17,25), porque no tiene la paz verdadera (14,27); con su Pascua Jesús ha “vencido al mundo” (16,33) porque su “reino no es de este mundo” (18,36). Es decir, no se refiere a dos “universos”, como el “cielo y la tierra” sino a dos grupos diferenciados entre sí por creer o no en Jesús.

Lo paradojal viene dado en que Dios ama a quienes serán sus adversarios, y como manifestación de ese amor se señala la donación de su Hijo, al que llama “único” reforzando el amor y la intimidad (1,14.18; probablemente pensando en Abraham e Isaac, cf. Gen 22,12.16). En Juan el “amor” (agapê) es tema clave. Dios amó “al mundo” (3,16; 1 Juan 4,9) aunque los “hombres” amaron las tinieblas (3,19), tanto ama que nos llama hijos (1 Juan 3,1). El Padre ama al hijo (3,35; 10,17), y el hijo al Padre (14,31), los amigos se aman (11,5). El amor de Jesús “a los suyos” fue hasta “el extremo” (13,1) e invita a amar “como él” (13,34; 15,12), “hasta dar la vida” (15,13; 1 Juan 3,16), tanto que el “amor” revela a los “discípulos” (13,35). Hay relación entre “amor” y “mandamientos” (14,15) pero el mandamiento es el del amor (15,17). Hay una interrelación de amar a Jesús, a Dios, y ser amado (14,21.23.24; 15,10; 17,23.26; 1 Juan 4,7.12). El que ama a su hermano permanece “en la luz” (1 Juan 2,10), tanto que no ama a Dios quien no ama a su hermano (1 Juan 3,17; 4,20), pero Dios siempre ama primero (1 Juan 4,10.19) y el amor hace desaparecer el temor (1 Juan 4,18). El amor del Padre por el mundo viene mostrado por su “don”, Jesús es don de Dios para que el mundo se salve y tenga vida (más adelante ese “don” será el Paráclito [14,16] que a su vez será “enviado” [14,26; 15,26; 16,7]).

La relación viene dada por “creer”, y el contraste entre “perecer” – tener “vida eterna” que en v.17 se aclaran como “juzgar” y “salvar”. Esta relación “perecer” – “ser juzgado” y tener “vida eterna” y “salvación” viene dada por el verbo “creer” y “no creer” (en tiempo perfecto, es decir, no haber creído y seguir en esa actitud increyente), que es creer “en él” (el Hijo único) o no creer “en el nombre” (= la persona). Los que “no creen” son los que constituyen “el mundo” a pesar del amor que Dios les ha manifestado ya que su salvación-vida eterna es lo que Dios quiere y ha manifestado en su amor. 

Hay dos elementos más que es interesante resaltar: el acento en que Jesús (y luego el Espíritu-Paráclito) es “enviado”. El tema es muy importante en la cristología de Juan. Juan usa, indistintamente al parecer, dos verbos para señalarlo: apostellô (de donde viene el término “apóstol”, y es el utilizado en este caso en v.17) y pempô. Las instituciones judías recurren a un “enviado” (seliah) para aquellos casos en la diáspora para lo que no pueden estar presentes. En este caso, aquel “enviado” tiene la misma autoridad que aquel que lo ha destinado, y todo aquello que dijere, obrare o prohibiere es hecho por el emisor. El seliah tiene la misma autoridad que tiene quien lo envía, y por ello Jesús dice palabras que son del Padre (12,49; 14,24), y obra lo que el Padre (5,36)… 

Otro elemento a tener en cuenta es el término “verdad”. Solemos utilizarlo en un sentido helénico en el que la verdad es reflejo de la realidad; pero Juan – y la Biblia en general – lo utilizan en un sentido semítico para el que la verdad es lo que es fiel a las palabras o los hechos, la verdad es lealtad. Por eso la verdad ha de “obrarse”, vivirse (v.21). Vivir la verdad es vivir conforme a la luz, las obras de la luz, es decir, el amor (en ese sentido se ha de entender el dicho “la verdad los hará libres” [8,32]: lo que hace libres es vivir en el amor, no un “conocimiento”). El característico dualismo de Juan aquí es patente (luz – tinieblas, verdad – mal), el paralelismo antitético es evidente:

El que obra el mal – no va a la luz – para que sus obras no sean censuradas (v.20)
El que obra la verdad – va a la luz – para que se manifieste que sus obras son hechas según Dios (v.21).


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