miércoles, 2 de febrero de 2022

Biblia “sin política”

Biblia “sin política”

Eduardo de la Serna


Como una vez escuché que hay que leer la Biblia “sin política” me preguntaba cómo sería eso posible. Y me detuve a mirar.

Sin duda estoy pensando en una Biblia “cristiana” (es decir, no solamente los escritos judíos, aunque también estos). Es sabido que solemos ver en la Biblia dos grandes momentos, lo que se ha llamado el Antiguo y el Nuevo Testamento (aunque hoy, con mucha frecuencia, para evitar antijudaísmo [y empezamos con la política] se suele hablar o de primer y segundo testamento (o alianza) o de biblia judía y biblia específicamente cristiana… Por convención, pero teniendo esto claro, aquí usaré en ocasiones AT y NT.

Como se sabe, la biblia judía está escrita mayoritariamente en hebreo, con algunos párrafos importantes en arameo (y esto ya es político) y, en un segundo momento se incorporan (y también es político) libros y capítulos en griego. La parte exclusivamente cristiana, en cambio, está totalmente escrita en griego.

El AT tiene tres grandes partes, lo que se llama “la ley” (en hebreo Torah), “los profetas” (en hebreo Nebiîm) y los demás escritos (en hebreo Ketubïm) por eso los judíos con frecuencia a la Biblia la llaman la TaNaK, tomando las primeras letras de cada parte.

La Torah está enmarcada por partes narrativas, pero su centro – y la parte más importante – son textos “legales” (por eso es “la" Ley). Estos textos – o parte de ellos – fueron compuestos a lo largo de varios siglos y finalmente recopilados en lo que se llamó (y veremos) el período del Segundo Templo (a partir de fines del s. VI a.C. y ya en el s. V). Las leyes, como es habitual, van variando según los diferentes momentos. Obviamente no es lo mismo una ley cuando el pueblo es independiente (período de la monarquía) que cuando está sometido a otro pueblo (en el que debe seguir las leyes que los dominadores le imponen). Veamos un ejemplo importante: como Israel se ve como un pueblo de hermanos, no se puede tener a otro judío como esclavo, ni prestarle con intereses. Si, eventualmente, uno debiera – por deudas – ser “esclavizado”, se lo debe tratar como a un empleado. Pero, además, a los 7 años debe ser liberado, Dios es su garante (en hebreo go’el). Y liberado con las manos llenas para que pueda “rehacer su vida”. Como esto no se aplicó, el profeta Jeremías pide que se haga cada 49 años [7x7] (en especial la devolución de las tierras tomadas en prenda al deudor). Pero cuando otros pueblos los dominan (los babilonios, los persas, los griegos…) los judíos ya no tienen poder para exigir la liberación o la devolución de tierras, y, entonces, las leyes deben cambiar. En estos momentos aparece, por ejemplo, la “limosna” (entendida como compartir bienes, no como 'dar una moneda'). Obviamente, la situación política variante hace que las leyes vayan cambiando. Un criterio de base sigue permanente: tratar a los demás judíos como hermanos, pero el modo de aplicarlo, varía con la situación política. Un tema, que además es interesante, es que muchas leyes son tomadas de las legislaciones de los pueblos vecinos (un ejemplo evidente es el famoso “ojo por ojo”).

Veamos otros ejemplos: en Israel, la idea es que Dios se ha “creado” un pueblo. El verbo “crear” (en hebreo bará) se aplica a eso, pero cuando la elite judía es llevada cautiva a Babilonia, se encuentran con una cultura poderosa, que tiene relatos de la Creación, del diluvio y otros… entonces, los judíos cautivos, escriben sus propios relatos, para confrontar con ellos: es nuestro Dios, y no el de los babilonios, el creador, el que salvó del diluvio, etc. Pero, además, estos relatos tienen actitudes claramente anti-babilónicas, contrastando diferentes maneras de ejercer el poder, con violencia (como hacen los babilonios) o sin violencia (como es el proyecto de Dios).

Después de un período en el que Israel era gobernado por reyes (aunque el pueblo estaba dividido en dos naciones diferentes: Judá, con capital en Jerusalén e Israel, con capital en Samaría) vino el período de dominación extranjera (el más extenso en tiempo). Con mucha frecuencia los diferentes reyes no gobernaron de acuerdo al criterio de base de Israel (ser hermanos; incluso, por eso, hubo algunos que se opusieron a que hubiera un rey en Israel). Entonces, los diferentes profetas hablaron claro (en algunos casos, tan claro que les costó la vida). Por eso en los diferentes libros de los profetas se nos suele decir que esta profecía ocurrió "en tiempos del rey Tal” (o Tal y Cual), para que los lectores (obviamente el libro se escribió muchísimos años después y eso se aclara para que los lectores sepan a qué período histórico se refería el profeta). Es decir, sigue un criterio de base (ser hermanos, es decir, vivir “el derecho y la justicia”, según el diferente momento y tiempo político, las diferentes políticas en las que se puede o no, se debe o no vivir de esa manera). Es imposible leer a los diferentes libros de los profetas sin tener en cuenta el período histórico y político en el que ellos (y ellas) hablaron.

Los diferentes escritos insisten en que se debe “saber” (por eso muchos de ellos son “sapienciales”) cómo vivir acorde a lo que Dios propone para su pueblo, a sus “leyes”. Pero, también profundizan, cómo es posible “encontrarse” con Dios. Por ejemplo, la liturgia (acá son importantes los Salmos) insiste en que el encuentro con Dios debe darse, ante todo, en la “obediencia” a sus leyes. El culto, que “viene después”, es importante; pero no es “para” encontrarse con Dios, sino para celebrar el encuentro que, ya se dio, en la obediencia. Y ese Dios del encuentro no es un Dios de la “prosperidad” (es decir, no se trata de que Dios “premia” con bienes a los que son fieles y castiga a los malvados) sino un Dios que está del lado de las víctimas con las que no se vive la fraternidad. Una pregunta característica, por ejemplo, en medio de la opresión por parte de pueblos dominadores es ¿dónde está Dios? Y la respuesta invita a mirar a un Dios que está junto a los sufrientes (el Dios se Israel no es un Dios que está “en el cielo” sino “en medio de su pueblo”, pero invitando a vivir “como” pueblo, y no una indiferencia individualista que se desentiende del hermano). Es el momento del Segundo Templo (destruido el primero por los babilonios y, este, reconstruido en tiempo de los persas). Varios profetas de este tiempo se preguntan por qué algunos construyen su propia casa y se despreocupan de la casa que es para el encuentro de todos (el Templo). Es el período en que se impone una lengua común para todos en el imperio (el arameo) con lo que muchos judíos abandonan su propia lengua (el hebreo). Contra esto, por ejemplo, se escribe el texto de la mal llamada “Torre de Babel”.

Pero con la llegada del imperio griego muchas cosas empiezan a cambiar o a agravarse. Especialmente cuando se empieza a perseguir y martirizar a los que pretenden mantenerse fieles a las cosas de Dios. De nuevo hay diferentes grupos con diferentes reacciones frente a esto, desde los que proponen una especie de encierro y “no hacer olas” hasta los que proponen la lucha armada (todos estas propuestas se encuentran también en la Biblia). Hasta que, años después, interviene un nuevo imperio, los romanos.

Y así llegamos a Jesús y su movimiento, el NT; en tiempos romanos. Éstos, para no tener demasiados conflictos, solían poner en los lugares dominados alguna persona del lugar que respondiera a sus intereses (y cobrara los exorbitantes impuestos). Incluso, si era muy confiable, lo nombraban rey. Es el caso del rey Herodes. Cuando él muere, sus hijos se dividen el territorio, pero Roma no les concede el título de reyes (aunque ellos lo pretendieran). Si bien Jesús nace en tiempos del rey Herodes, su ministerio se desarrolla en tiempos de su hijo Antipas, también "Herodes", que gobernaba Galilea. Como en el sur (Jerusalén), después de un mal intento, Roma no consiguió alguien confiable, y no quería darle demasiado poder a Antipas, envió un gobernador (es el caso, un tiempo después, de Poncio Pilato). Los romanos (unos más, otros menos) no tuvieron buena relación con los judíos; no entendían eso de que hubiera libros sagrados, días sagrados, comidas prohibidas… Incluso un emperador intentó (lograron frenarlo a tiempo) poner una imagen suya en el Templo de Jerusalén. Pero años mas tarde, otro emperador, que envió su ejército puso allí el “águila imperial” y, poco después Jerusalén y el Templo fueron destruidos. 

En esta época romana, predica Pablo que con mucha frecuencia destaca que no hay que mirar al imperio romano sino la novedad que trae Jesús. Para eso usa palabras importantes del imperio, pero en sentido inverso. Ya Jesús, también, había tenido actitudes de distancia con el imperio (como, por ejemplo, con la moneda del César). No en vano a ambos los mató el imperio. En este contexto, por ejemplo, es evidente que Roma es contraria a los planes de Dios y el César que, para el Apocalipsis, es el famoso 666, o la bestia (sobre 7 colinas, es decir Roma) que enfrenta al Cordero y los suyos.

Todavía se podría seguir con las diferentes actitudes de diferentes escritos, incluso de los primeros siglos, pero es bueno detenernos acá.

La Biblia, puede decirse, es un Dios que sale al encuentro de la humanidad, algo que, para los cristianos, se vuelve pleno en Jesús. Para eso Él se elige un pueblo, pequeño e insignificante entre los demás pueblos, para servir a todos como “luz de las naciones”. Pero para ello debe vivir de una manera, debe vivir “el derecho y la justicia”; esos son los frutos que debe mostrar a todos para que todos vean que “otro mundo es posible”, un mundo donde no haya explotadores y explotados, opresores y oprimidos sino un mundo donde se viva como verdaderos “hermanos” (y hermanas, por cierto, aunque en general, hasta Pablo, no se utilice el femenino). Las circunstancias cambiarán, y esto es el contexto político. Entonces cada libro, de cada tiempo, tiene en claro que “pasan estas o aquellas cosas”, pero vivir como hermanos es nuestra misión como pueblo de Dios. No se puede ignorar que, por los acontecimientos políticos, tal o cual cosa no se puede hacer, pero entonces se debe ser creativos para buscar en ese contexto de la realidad, cómo vivir (y mostrar) la fraternidad que nos identifica como pueblo.

Jesús llevó esto todavía más allá: en determinadas actitudes, modos de vida, Dios reina (o no), y nuestra misión es dejar actuar a Dios y trabajar para que ese reino crezca, se solidifique y florezca.

No es insensato (por el contrario, parece indispensable), entonces, mirar nuestra realidad [= política] y ver si en ella hay “derecho y justicia”, si en ella “Dios reina” o no, y denunciar lo contrario al proyecto de Dios y trabajar intensamente por él. Sin tener esto en cuenta, estaremos hablando de un Dios que está “en las nubes”, es decir, un Dios que en nada se parece al Dios de la Biblia, ese que, un día puso su carpa entre nosotros para que seamos capaces de dejarlo vivir en nuestra historia.


Foto de una moneda romana con la "imagen" del César y la "inscripción" que lo reconoce como "hijo de dios".

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