sábado, 19 de febrero de 2022

«¡No matarás!»

 «No matarás»

Eduardo de la Serna



Es sabido que, en la Biblia, en los llamados “Diez mandamientos” hay uno que afirma, de modo contundente, “no matarás”. Notemos que, a diferencia de otras normas legales, ni se explica por qué no debe o sí debe hacerse lo que figura en las tablas y, además, cuál debiera ser la pena a quién violara la ley. Este Decálogo constituye, antes que un código legal, una suerte de sello identificatorio. De estas diez maneras ha de vivir un buen israelita, esto nos identifica”. Y, recalquemos, no hay aquí, a diferencia de otros códigos del medio ambiente de su tiempo, una indicación de diferentes tipos de víctimas. Así, por ejemplo, el código de Hammurapi (Babilonia, 1750 a.C.) condena con la pena de muerte a quien matare a una persona libre, pero si el muerto fuera un esclavo, sencillamente debe reponer otro. Acá, en el Decálogo, se trata de “no matar” a ninguna persona, a todos los seres humanos sin distinción.

En la vida diaria, en cambio, el tema es muy complejo y, además, muy amplio ya que hay diferentes víctimas, diferentes causas y, también, diferentes momentos históricos. Sería muy extenso detallarlos uno a uno. Pero – y esto es lo importante – no es sensato aplicar a todas las circunstancias y en todos los momentos la violación del mandato “no matarás”. En ocasiones sí lo es, aunque pudiera tener atenuantes o agravantes, pero en otras ocasiones, esto no es tenido como tal. Y veamos algunos ejemplos significativos:

En caso de derrota militar, ser capturado era ser sometidos al escarnio público (además de a una posterior muerte segura o eventual esclavitud). En una sociedad (como lo eran todas las del ambiente) para la cual el honor era un valor supremo, no se podía tolerar semejante humillación o vergüenza. Entonces, era bien visto que el derrotado se arrojara sobre su espada y muriera. Era altamente honorable actuar de ese modo. Derrotados los asesinos de Julio César, Casio y Bruto, por Octaviano y Marco Antonio, estos se arrojan sobre sus espadas y mueren; derrotado Marco Antonio por Octaviano (luego César Augusto), también se arroja sobre la espada, y Cleopatra se hace picar por una cobra; derrotadas las fuerzas conducidas por Josefo, y atrapados dentro de una cueva, deciden todos arrojarse sobre sus espadas, algo sobre lo que Josefo los disuade para conservar él la vida (cosa que consigue); derrotados por los filisteos, Saúl también lo hace y, a continuación, lo imita su escudero (1 Sam 31,4-5) y el carcelero creyendo que Pablo y sus compañeros habían escapado  toma la espada para hacerlo, pero Pablo lo detiene (Hch 16,27). Como expresión de decisión para evitar el deshonor, quitarse la vida es visto como un gesto honorable, y de ninguna manera, es visto negativamente (quizás en este sentido deba entenderse la muerte de Judas narrada por Mateo).

Otro ejemplo es en el caso de la violación de una norma grave. La “pena de muerte” no es vista como un “atentado a la vida”, en estos casos. Sea porque se aplica la ley del “ojo por ojo” y, entonces, “vida por vida” (esto también está tomado del código de Hammurapi, aunque allí no es lo mismo si se trata de alguien de la élite, de un “común” o de un esclavo; la medida se aplica si es alguien “de igual rango”). Para que se entiendan las diferencias con otros tiempos y mentalidades valga un ejemplo de este Código: si un barbero le cortara el cabello a un esclavo sin consentimiento del dueño, las penas pueden llegar hasta la muerte del barbero (# 226-227). Los motivos por los que el violador de una norma merece la muerte pueden ser muy variados, evidentemente: los blasfemos, por ejemplo, han de morir; el arrogante que no acepte la sentencia del sacerdote, debe morir; el que hable en nombre de otros dioses, también; el violador, el secuestrador, el que no respete el sábado, etc.; no es el caso indicar la gran cantidad de normas que, al violarlas, la sentencia que corresponde es la muerte. Pero, evidentemente, quienes la ejecutaran, no violan la norma “¡no matarás!” E, incluso, en caso de que la suerte de alguien se definiera por testigos, el texto indica que son ellos quienes han de arrojar las primeras piedras (Dt 17,5-7); ellos serían responsables de esa muerte ante Dios en caso que hubieran prestado falso testimonio (como el caso de los ancianos y Susana lo manifiesta en Dn 13).

Sin duda, además, hemos de tener en cuenta la novedad que Jesús incorpora sobre esto, tanto sobre el “ojo por ojo”, sobre los enemigos, etc. Sabemos que Mateo, en la antítesis: “han oído que se dijo” va más allá del “no matar” incluyendo el enojo o el insulto (5,22) y Pablo aclara que “todos los mandamientos” se resumen en el mandamiento del amor al prójimo (Rom 13,9).

Finalmente, una nota sobre un tema actual, el aborto. Es notable que, mientras en el ya citado código de Hammurapi se condena expresamente el aborto (aunque, como se dijo, se distinguen las clases sociales), en la Biblia (ni el AT ni el NT) no hay ninguna referencia al tema. Sólo un texto (Ex 21,22-25) puede entenderse en este sentido, pero el término clave, “dañar”, “desgracia” no es entendido habitualmente en ese sentido por la mayor parte de los estudiosos (parece tratarse de algo no procurado ni querido). Del mismo modo, el tema se encuentra en los escritores griegos, pero no en el Nuevo Testamento, y sí en los escritores cristianos del s. II (la llamada Didajé, y la “carta de Bernabé”). Que el tema no se encuentre, a pesar de ser un tema recurrente en el tiempo y ambiente invita a pensar que no era tenido como tema importante por los autores bíblicos.

Algo semejante parece que ha de anotarse para quienes reclaman “pena de muerte” para determinados delitos, cosa que suele acentuarse cuando hay hechos dramáticos que cobran estado público.

Quizás haya que resumir señalando que el Dios de la vida, ama la vida y nos invita también a nosotros a obrar en consecuencia. Amar la vida es amar la vida digna para todos y todas (resulta curioso, por ejemplo, notar que muchos críticos feroces del aborto sean a su vez ardientes reclamadores de pena de muerte para los ladronzuelos). Amar la vida es desear y procurar la vida, la salud, la justicia, la felicidad, los derechos humanos de todas y todos; es oponerse al hambre, la tortura, la guerra, los femicidios, los tráficos humanos y modernas esclavitudes, etc.. Se trata de que la vida humana sea una suerte de “sacramento” de la vida divina que Jesús quiere procurar a todas y todos (Jn 10,10).

 

Foto tomada de https://www.elespectador.com/tags/derecho-a-una-vida-digna/

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