miércoles, 11 de mayo de 2022

La muerte

La muerte

Eduardo de la Serna


Por motivos absolutamente razonables, en todas las culturas, y en todas las religiones, la muerte es un tema de honda reflexión. Se cuenta que, en algunas, por ejemplo, cuando la muerte ocurre después de una vida larga, fecunda y feliz, el acontecimiento es vivido como una fiesta, pero, cuando es fruto de enfermedad, hambre, hechicería o violencia (es decir, cuando esta no es “natural”) es vivida como un drama.

Probablemente así se entendiera en algunos momentos bíblicos. La pareja originaria (Adán y Eva), nada indica que estuviera imaginada como inmortal, pero sí que su muerte sería un “apagarse”, o un “dormirse”. Cuando se afirma que “por el pecado, entró la muerte” (Romanos 5,12), nada indica que se refiera a que fuera pensada como que, en el relato original, el ser humano no moriría. Sin embargo, cuando esta ocurre como consecuencia de la injusticia, la guerra, la violencia, es fácil imaginar que se trata de una consecuencia del pecado. Por eso, en el común de los relatos, una expresión de la bendición divina que se ha conseguido (o, caso contrario, que se ha perdido) se manifiesta en lograr alcanzar una “vida larga y feliz” (ver Deuteronomio 22,7).

Sin embargo, en un momento, la literatura bíblica entra en crisis: la experiencia (que todos tenemos) de la muerte imprevista del justo o del bueno, provoca una crisis religiosa en Israel. Esta crisis se agrava cuando (en tiempos del imperio griego) son premiados los malvados y los que se mantienen fieles a Dios son asesinados. ¿Qué pasa con estos muertos?

A esto se ha de añadir que, para un pueblo religioso, como lo es Israel, no poder estar en contacto con Dios es lo peor que puede ocurrirle a alguien. Es la misma gravedad de las impurezas varias: una persona que ha incurrido en impureza (que no tiene necesariamente ninguna relación con el bien o el mal: una persona que ha enterrado a su padre, ha hecho algo totalmente bueno, pero queda impura; una mujer que ha dado a luz un hijo, es bendecida, pero queda impura) no puede tener relación con Dios o con los demás hasta no recuperar la pureza necesaria. Así mirado, lo peor de los muertos es que no pueden relacionarse con Dios (“los vivos son quienes te alaban”; Salmo 115,17-18).

En este contexto surge, en algunos ambientes judíos, la expectativa en la resurrección. Los justos que han sido asesinados, volverán a la vida para seguir todo aquello que les han interrumpido (por tanto, volverán a morir al llegar a la plenitud de su existencia).

En otros ambientes, en cambio, que no esperan este volver a la vida, se supone que esta se prolonga en la descendencia (parece la imagen subyacente en la idea de tener un hijo, plantar un árbol o escribir un libro: trascender).

En tiempos de Jesús, todo indica que la mayoría del pueblo de Israel esperaba “la resurrección final” (Juan 11,24), es decir, volver a la vida común, aunque, como dijimos, no todos tenían esa expectativa (por ejemplo, el partido de los saduceos, es decir, la elite religiosa y sacerdotal del pueblo). La experiencia de la resurrección de Jesús llevó a los cristianos a entender la resurrección de otro modo: ya no como algo a vivir entre los humanos, sino algo a vivir en y con Dios y con Cristo. Es una vida plena, pero no una vida humana, sino divina. Por eso, con la novedad de Jesús, el que ha resucitado “ya no muere más” (Romanos 6,9). Por eso, si la muerte es un “dormirse”, la resurrección es vista como despertar, o levantarse para ser llevados por Dios al encuentro con Cristo (1 Tesalonicenses 4,14).

En algunos ambientes, especialmente griegos, se entendía la muerte como una “separación del alma y el cuerpo”, algo incomprensible para el mundo bíblico. Esa imagen sostenía la “inmortalidad del alma” que, además, vivía en el cuerpo como en una cárcel (“cuerpo, cárcel del alma”). Al morir el cuerpo, ésta se liberaba. Ciertamente esta imagen no puede entender la resurrección (porque sería volver a encarcelar el alma que se había liberado). Contra estos escribe Pablo el capítulo 15 de la primera carta a los corintios, afirmando que esos tales terminan negando la misma resurrección de Cristo. La concepción bíblica de la persona humana no es dualista (“cuerpo y alma”) sino unitaria, y por eso toda la persona muere… pero toda la persona – como en una nueva creación, como un nuevo Adán (1 Corintios 15,22.45) – es resucitada por Dios como lo fue Jesús. Esto es lo que repetimos en el Credo: “creo en la resurrección de la carne y la vida eterna”.


Foto tomada de https://actualidad.rt.com/ciencias/view/125233-muerte-cientifico-estadounidense-afirma

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