martes, 8 de noviembre de 2022

La parrêsía indispensable

La parrêsía indispensable

Eduardo de la Serna



Como se sabe, el griego, siempre preciso, tiene diferentes palabras para decir lo que nosotros simplemente llamamos “libertad”. Hay libertad de movimiento, libertad de accionar, libertad como posibilidad y “hay parrêsía”. Esta es una libertad que tiene que ver con la palabra. Es la actitud con la que alguien habla, denuncia, indica, critica, propone sin ataduras. Es valentía. Tan significativa es que el mismo documento del Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo hace referencia a ella y mantiene el término griego:

La función profética de la Iglesia que anuncia a Jesucristo debe mostrar siempre los signos de la verdadera «valentía» (parresía: cf. Hch 4, 13; 1Tes 2, 2) en total libertad frente a cualquier poder de este mundo. Parte necesaria de toda predicación y de toda catequesis debe ser la Doctrina Social de la Iglesia, que constituye la base y el estímulo de la auténtica opción preferencial por los pobres (SD 50).

Todos aquellos que tienen “la palabra” como su razón de ser deberían saber que perdiendo la parrêsía se socavan los cimientos de su propia existencia. La docencia, el periodismo, los sindicatos, por caso, cuando su palabra está condicionada desde “el poder”, cuando ha perdido su libertad, están deshaciendo su misma misión, su “para lo que son”.

Con frecuencia esa voz busca ser silenciada o condicionada, precisamente porque o bien molesta, o bien “no conviene”, o por motivos varios. En nuestra sociedad “silenciar” no suele ser difícil en muchas ocasiones (en otros tiempos el modo era violento, hoy es extorsivo): basta con no dar dinero.

En “cristiano”, la Iglesia existe “para evangelizar”. Sin evangelización no hay Iglesia, “anunciar la buena noticia del reino” es lo que nos constituye. Y ese anuncio, el Reino, que es el único absoluto ante el que “todo lo demás es relativo” (Evangelii Nuntiandi 8), debe mantener la libertad y la valentía. A nadie lo crucifican por invitar a rezar, no habría mártires si su tema fuera “las almas del purgatorio”. Los profetas se han caracterizado, y deben caracterizarse, por decir una palabra de parte de Dios señalando, denunciando los caminos de Dios o los que le son contrarios. Un profeta mudo es un contrasentido; un profeta acomodado, o los "falsos profetas" que dicen “lo que Dios no ha mandado decir” es un escándalo.

Es verdad, y es indispensable tenerlo claro, que ese anuncio también se hace con actitudes, con “signos”: “los ciegos ven, los paralíticos caminan…”, son los signos del reino de Dios. Pero aquí puede haber una confusión… no se puede descuidar que todo eso, alimentar al hambriento, vestir al desnudo, sanar a los enfermos… son signos del reino de Dios, ¡el reino es lo que cuenta! El reino de Dios es lo primero. Siempre.

En ocasiones, nuestras acciones se desarrollan en común acuerdo con otras instituciones lo cual, con frecuencia, puede garantizar o amplificar nuestra eficacia. Pero nosotros no podemos descuidar el reino de Dios. Si para poder asegurar tal o cual cosa, obras, acciones, instituciones, perdemos la libertad para hablar, si silenciamos la valentía necesaria o urgente, si anulamos la parrêsía, pues hemos amoldado el anuncio, hemos “domesticado” el Evangelio del reino; hemos puesto el carro delante de los caballos.

Si, por ejemplo, la Iglesia calla lo que debe decir, porque si lo dijera no recibiría apoyos para mantener escuelas, instituciones, subsidios, hemos amoldado el proyecto de Dios a un “establecimiento”, al statu quo. Y aquí se suscita un conflicto; veamos a modo de ejemplo: si yo denuncio algo denunciable de un gobierno (si hablo libremente), corro el riesgo de que éste deje de darme el dinero necesario para una obra que hace mucho bien (o un bien indispensable) a mucha gente. ¿Qué debería hacer? Si callo puedo mantener la ayuda, pero silencio el Evangelio; si hablo, mantengo la fidelidad al Evangelio, pero pierdo la ayuda que muchos necesitan. Podemos recordar lo dicho más arriba: existimos para evangelizar; y – además – (y dejo de lado el formidable medio de chantaje que esto significa para los gobiernos) ¿somos nosotros los que tenemos que dar todas las respuestas a todas las problemáticas de toda la gente? ¿No sería ese chantaje un nuevo motivo de denuncia?

Lamentablemente somos testigos de decenas de periodistas o comunicadores, de sindicalistas que, por motivos fácilmente sospechables, han dejado, o abandonado, o corrompido, la parrêsía indispensable. Una de las causas graves de escándalo eclesiástico de los tiempos pasados fue el silencio cómplice de la jerarquía con los crímenes de la dictadura cívico-militar con bendición eclesiástica. Precisamente la pérdida de la parrêsía. En lo personal no quisiera que para mantener beneficios (para nosotros o para otros) terminemos amputando el Evangelio. Denunciar con parrêsía esta amputación nos revela que no solamente debemos ser libres “hacia afuera” sino también “hacia dentro”; nos lleva a gritar que, en ocasiones (lamentablemente no pocas, ¡nada pocas!) la Iglesia no está siendo fiel al Evangelio.

El discípulo de Pablo da un buen ejemplo de esto: por el Evangelio “estoy sufriendo hasta llevar cadenas como un malhechor; pero la Palabra de Dios no está encadenada” (2 Tim 2:9). Y Pablo indica: “hemos repudiado el silencio vergonzoso no procediendo con astucia, ni falseando la Palabra de Dios” (2 Cor 4:2) porque “Ciertamente no somos nosotros como la mayoría que negocian con la Palabra de Dios. ¡No!, antes bien, con sinceridad y como de parte de Dios y delante de Dios hablamos en Cristo” (2 Cor 2:17). La cruz que Pablo vivió en su vida y ministerio invitan a recordar lo que, en nombre del Apóstol repite su discípulo: “proclama la palabra, insiste a tiempo y destiempo, convence, reprende, exhorta con toda paciencia y pedagogía” (2 Tim 4:2). Claro que esto no es una invitación al aplauso generalizado: “¡ay de ustedes cuando todos los alaben! Del mismo modo los padres de ellos trataron a los falsos profetas” (Lc 6:26). Hay, en toda ocasión y circunstancia, una palabra de parte de Dios que espera ser pronunciada. Que espera ser pronunciada con parrêsía, por cierto.


Foto tomada de https://twitter.com/lagosradio/status/1263116870766538752/photo/3

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