domingo, 26 de febrero de 2023

Acerca de la nota de Eduardo de la Serna “Cuando terminamos esclavos de la mentira” (Carlos Galli)

Mi amigo Carlos Galli me pide que publique en mi blog su comentario crítico a mi mirada a la obra "La verdad los hará libres". Con lógica me pide que no haga comentarios, ni añadidos, cosa que he respetado (incluso en 2 pequeñísimos e insignificantes errores gramaticales). Lo merece. Obviamente yo tengo elementos para aclarar, acotar, rectificar, discutir. No me parece que este deba ser el lugar; eso lo hice y lo compartiré personalmente con quién me lo pida (ironizo: para evitar una "espiral de violencia"). Por respeto. Vaya entonces el texto de Carlos, con el que no acuerdo. Para ilustrarlo yo he vuelto a poner la tapa del libro.

Acerca de la nota de Eduardo de la Serna “Cuando terminamos esclavos de la mentira”.

 

Carlos María Galli - 25/02/23

 



Le agradezco a Eduardo aceptar que escriba en su blog a propósito de su nota Cuando terminamos esclavos de la mentira”, publicada el 20 de febrero. A ese texto le agregó hace poco una corrección puntual, con el título Me hago cargo con descargo. No tengo la costumbre de leer ni escribir en blogs, pero la cuestión lo merece porque su artículo llegó a muchas personas en nuestro país y, a través del portal “Religión digital”, a otras muchas en América y en Europa. Varios me han escrito pidiendo que aclare distintos temas.

Escribo porque los lectores del blog, y por su medio los del portal, tienen derecho a saber la verdad de lo que dice nuestra obra en los temas mencionados en general y en particular.

El título sugiere que la “La verdad los hará libres”, termina haciendo “esclavos de la mentira”. Juega con los binomios verdad – libertad y mentira – esclavitud, tanto en el título como en algún párrafo. Como formador de la comisión editora, uno de sus miembros y autor, no acepto decir que los autores mienten.

No es serio hablar de una obra de tres tomos, que pasará las 2.500 páginas, escrita por más de 40 personas, muchas de las cuales han trabajado cinco años, sin haber leído un solo capítulo y diciendo que la razón de no hacerlo es el temor o el precio de venta al público. En un correo mío, presentando la obra, comuniqué que la Facultad de Teología compró ejemplares y los puede vender con un gran descuento.

Como no quiero adjetivar ni suponer intenciones – como Eduardo hace su nota y en otras intervenciones, por ejemplo, en radio – responderé punto por punto lo que son afirmaciones erróneas o falsas. Prefiero llamarlas así, no quiero llamarlas mentiras ni mentirosas, lo que implica una adjetivación diferente.

Pondré los textos del comentario de Eduardo en cursiva y mis textos en letra común.

 

Introducción

La nota Cuando terminamos esclavos de la mentira dice con letras grandes:

Para "lavar su imagen" los obispos argentinos han anunciado con "bombos y platillos", con el aporte de la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina, un estudio e investigación sobre "la verdad" de las relaciones entre la Jerarquía eclesiástica durante los tiempos de la violencia en el país. El que se presenta es el tomo 1, de 3 volúmenes anunciados, todavía no aparecidos.

 

a) La obra no se reduce a la jerarquía eclesial, sino que el tomo 1 analiza diversos miembros de la Iglesia.

b) Los lectores de la obra juzgarán si ella se ha escrito para lavar la imagen de los obispos argentinos. No es así. Además de lo que dicen 13 obispos en el tomo 1, invito a leer todo el tomo 2, que saldrá en esta semana, titulado: La Conferencia Episcopal Argentina y la Santa Sede frente al terrorismo de Estado 1976-1983. La primera sección, dedicada a lo sucedido en 1976 y 1977, se titula, justamente, El terror.

 

Se toman tres casos concretos de asesinatos mostrando la falsedad y parcialidad de lo allí indicado. Lo que invita a concluir sobre la seriedad del resto de la obra.

 

Se afirma que los textos tomados sobre tres casos concretos de asesinatos muestran falsedad y parcialidad. Esto no es verdad y es una ofensa a los autores de los dos capítulos mencionados. Como diré, hay frases poco confusas y discutibles en el tercer caso. Tampoco es verdad que, de las supuestas parcialidades de tres casos, se pueda “concluir sobre la seriedad del resto de la obra”. Se desea poner en duda la seriedad del libro, lo que genera sospechas sobre su credibilidad, lo que será aprovechado por comentadores de otras posiciones. Se lo hace sin haber leído el texto. Jamás comenté la sola obra de un autor sin haberla leído.

 

I – CUESTIONES GENERALES

Dice Eduardo:

Como se sabe, la Facultad de Teología de la UCA, en acuerdo y a pedido de la Conferencia Episcopal Argentina, acaba de publicar el primer tomo (de tres anunciados) titulado “La verdad los hará libres. La Iglesia católica en la espiral de violencia en Argentina 1966-1983” (editorial Planeta 2023). Está anunciado como un trabajo académico que tiene acceso a documentos y archivos, muchos de ellos a los que se accede por primera vez (que serán analizados especialmente en el tomo 2: La Conferencia Episcopal Argentina y la Santa Sede frente al terrorismo de Estado 1976-1983). Quiero dejar de lado una serie de cosas que, creo, merecerían la atención y aquí solo las punteo, y quizás otros puedan analizar, para detenerme en tres casos que me preocupan.

 

Aquí se puntean cuestiones fundamentales, que hacen sospechar a lector de nuestra honestidad intelectual.

 

(1) El título se origina en una cita del Evangelio de San Juan que, por lo que sé, dice exactamente otra cosa. Y pienso que, sobre el Evangelio de Juan puedo hablar con una cierta autoridad. Creo que el texto: “conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” se puede traducir – contemporáneamente – como “abracen el amor y el amor los hará hijos de Dios”, algo – me parece – bastante diferente a lo que suele entenderse o decirse del texto.

 

Le dije a Eduardo, en una carta privada en la que comenté su primera descalificación en Religión digital, que en el tomo 3 habrá un artículo sobre la frase “La verdad los hará libres” y entonces se conocerá lo que pensamos de ese texto de san Juan para hacer una hermenéutica que piensa la historia, como lo hizo parte de la teología latinoamericana. Basta pensar en la obra “La verdad los hará libres” de Gustavo Gutiérrez.

 

(2) La referencia a Juan permite, además, una serie de lecturas: la Jerarquía eclesiástica no le teme a la verdad y la formula porque pretende acceder a la libertad, por ejemplo. Pero también puede ser un decirle a la sociedad que ella tiene “la verdad”. O que los archivos “son” la verdad, y no solamente una porción, o una interpretación de la misma. Por ejemplo, la transmisión de lo que sobre X tema afirma un nuncio está en archivos, es ciertamente la opinión del nuncio, y – en mi opinión – suelo estar en las antípodas de las miradas de estos señores.

 

(a) Ninguna de esas interpretaciones está en nuestra obra. El título general indica la actitud espiritual e intelectual con la que nos aproximamos a la verdad histórica, como dice el primer párrafo de la Introducción (cf. p. 25). No decimos que el conocimiento de una verdad histórica esté agotado ni se reduzca a una mirada, sino lo contrario. “La verdad de un hecho puede ser vista desde varios enfoques. Los investigadores deben conocer y reconocer todos los hechos, y aceptar y pensar todas las interpretaciones” (p. 85).

(b) La verdad que se intenta conocer es lo que hicieron o no hicieron miembros y comunidades de la Iglesia católica. No se pretende ni se puede conocer toda la verdad de cada hecho, sobre todo de aquellos acontecidos en las sombras o de los que no se tiene documentación. Hablamos de aproximación a la verdad de lo sucedido. Mi posición está en el capítulo 1, donde digo: “La historia trata de comprender personas, situaciones y acontecimientos particulares, y, por eso, la verdad histórica fundada es siempre aproximativa, con más o menos certeza, y se dice de muchas formas … Ante la tentación de la desmesura que lleva a olvidar los límites, el saber histórico testimonia que somos humanos y nuestro conocimiento es imperfecto y perfectible. No sabemos todo. Podemos saber algo del pasado; queremos que lo conocido sea verdadero. Por eso la historia busca evitar tanto el panfleto acusador como el panegírico defensivo” (p. 81).

© Los autores del tomo 1 consultaron, diversamente, archivos del Estado nacional y provincial, de diócesis y congregaciones, de organismos de derechos humanos, privados – de personas o familias – y, en algunos temas, los que fueron abiertos para esta investigación de una forma excepcional e inédita. El de la Conferencia Episcopal Argentina, que se abrirá hasta 1983 con un protocolo de investigación; y el Archivo corriente de la Santa Sede, que incluye la Secretaría de Estado, el Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia, la Nunciatura en Buenos Aires, para el período 76-83 y en relación con la problemática argentina. A estos accedimos por un protocolo excepcional que firmé personalmente. No es verdad que estos últimos se desclasificaron o están desclasificados para cualquier investigador o lector.

 

(3) No se entiende – o se puede opinar diferente – por qué para hablar de la “violencia” se comienza en 1966. Ciertamente algún momento debe establecerse, pero en temas como este, ¿por qué no empiezan en los bombardeos a Plaza de Mayo, el 16 de junio de 1955, por ejemplo? ¿o quizás un poco antes, como las bombas del 53?

 

(a) En la Introducción general justificamos la razón de esta periodización para hablar del actuar de la Iglesia católica. Analizamos su comportamiento del 66 al 83 porque no se entiende lo vivido en la dictadura militar del 76 al 83 sin lo sucedido en el gobierno democrático del 73 al 76 y en la dictadura militar del 66 al 73. Si nos limitáramos a lo sucedido del 76 al 83, ¿qué podríamos decir, por ejemplo, del Movimiento de sacerdotes para el Tercer mundo, salvo que algunos de ellos fueron víctimas del terror?

(b) En la Introducción explicamos las diversas razones eclesiales que hacen conveniente empezar en el 66, por ejemplo, el comienzo de la recepción del Concilio Vaticano II. Sin el Concilio no se entendería la dimensión social del Evangelio y las posturas de laicos, consagrados y presbíteros de ese tiempo.

© La única excepción es el capítulo 4 sobre la violencia, en la que el autor empieza mucho antes.

 

(4) El subtítulo (por lo que sé, propio del tomo I) hace referencia a la “espiral de la violencia”. Y si bien el término tiene en Helder Camara su gran difusor, se me permita sospechar que, en casos como este, oculta la “teoría de los dos demonios”.

 

(a) Efectivamente, me inspiré en Helder Camara para sugerir un título del tomo 1. Pero Eduardo sospecha y hacer sospechar “que, en casos como este, oculta la ‘teoría de los dos demonios’”. Esa suposición no se verifica en ninguna afirmación de las 958 páginas del tomo. Si la memoria no me falla, no creo que se pueda encontrar una adscripción a esa teoría, pero no pude revisar la última redacción de todos los trabajos.

(b) Digo claramente en una nota escrita en el suplemento “Ideas” del diario La Nación el 18 de febrero:

“En la segunda mitad del siglo XX la Argentina sufrió conflictos y violencias que causaron mucho terror, muerte y dolor. Entre ellas nombro las injusticias estructurales, el odio a los adversarios, la persecución y la proscripción, los golpes de Estado que subvirtieron el orden constitucional, los movimientos guerrilleros, la violencia política de izquierda y derecha, las bandas paraestatales, el terrorismo de Estado, con todas sus víctimas. No hablamos de uno, dos o tres demonios, sino de una espiral demoníaca que tuvo un punto culminante en las violaciones sistemáticas y clandestinas a los derechos humanos producidas por el gobierno de las fuerzas armadas desde 1976, en particular el secuestro, la tortura y la desaparición de personas, con la terrible realidad de los “desaparecidos”.

 

(5) El libro tiene toda la apariencia de pretender exculpar “al Episcopado” aunque – quizás – algunos “caigan”. Los obispos parecen ser “el tema”, y – por ejemplo – no “las víctimas”. ¿Desde dónde se mira “la verdad”? ¿Desde los archivos o desde las víctimas? ¿Desde el Episcopado o desde los pobres?

 

Esta opinión tiene varias afirmaciones erróneas.

(a) No se pretende exculpar ni culpar al Episcopado; se pretende mostrar, en todo el tomo 2, lo que hizo o no hizo, lo que dijo o no dijo, como cuerpo colegiado, la Conferencia Episcopal Argentina, y lo que hicieron los organismos de la Santa Sede que colaboran con el Obispo de Roma. Se lo hace paso a paso, mes a mes, año a año, desde los archivos que registran esos hechos. El tomo 2 tiene más de cuatro mil notas al pie.

(b) El tomo 1 habla de: la acción de la Iglesia en su conjunto (cap. 5), los laicos y las laicas (cap. 6, con dos secciones), los presbíteros (caps. 7-9), los consagrados y las consagradas (caps. 10-11); expone de forma extensa el pensamiento de tres obispos de esa época (cap. 12), y de 10 obispos de esta época (cap. 13); analiza la diversidad y la unidad del episcopado del 76 al 83 ante temas concretos (vg. la Biblia latinoamericana) (cap. 14); y hace memoria de la acción de católicos – laicos, obispos, presbíteros, religiosos – en cuatro organismos de derechos humanos (cap. 15). El tomo 2 se dedica a la jerarquía local y mundial.

© La verdad histórica se mira desde los hechos y los sujetos, sobre todo desde las víctimas. Esto está explicado con detalle en el subtítulo 3 del cap. 1, de mi autoría, titulado “La acción y la pasión en la historia”, cuyo punto 1 es “Mirar desde las víctimas”. En esa sección cito a Löwith, Benjamin, Adorno, Habermas, Metz, Fessard, Ricoeur, Gutiérrez, Scannone, Ratzinger, entre otros. Esto se podrá verificar en muchas páginas de los capítulos sobre personas e instituciones. Por cierto, estamos abiertos a los comentarios.

 

(6) Señalé en otra parte que llama la atención algunas presencias en la conformación del equipo, y, sobre todo, muchas ausencias. Hay personas que me resulta incomprensible que no estén, lo cual sería peor si se confirma – como algunos dicen – que hubo “listas negras” en la conformación del equipo.

 

(a) En toda obra colectiva hay alguien que convoca y edita, y que decide invitar a otros colaboradores. Aquí soy el responsable, junto con los colegas de la comisión directiva. En la introducción narramos los criterios de elección, entre los cuales está el trabajo en grupo. Varios convocados aceptaron y otros no; otros aceptaron y luego dejaron; otros estarán en el tomo 3 como autores, o como sujetos de entrevistas y testimonios.

(b) Alguien que no leyó este tomo, ¿sabe que mons. E. Hesayne aceptó darnos dos entrevistas, que se sintetizan en el capítulo 12? Alguien que no leyó el capítulo sobre el compromiso de católicos en organismos a favor de derechos humanos, ¿sabe que se hicieron entrevistas a varios fundadores y se consultaron sus archivos, tomando a ambos como fuentes? ¿sabe que se transcriben textos literales de Enzo Giustozzi, Enrique Pochat, Graciela Fernández Meijide, Washington Uranga, Roberto Borda y Oscar Campana?

© ¿Quién dice que hubo “listas negras”? Es una falsedad que ofende. Quien me conoce sabe que jamás aceptaría dirigir un proyecto condicionado por listas. ¿De quién? ¿De Mons. O. Ojea, quien me pidió hacer la obra? ¿Del Papa Francisco, que autorizó mi iniciativa de consultar archivos de la Secretaría de Estado?

(d) De entrada aclaramos que cada autor, individual o grupal, es responsable de su texto.

 

(7) Comparando con trabajos de las “comisiones de la verdad” de Perú o Colombia, por ejemplo, al menos mirando el índice, llama la atención que en el tema de la “violencia” no figure como tema primero y principal la injusticia. Desde Medellín esta es considerada “violencia institucionalizada”. Y, sin duda, esto permitiría saber “desde dónde” se habla o se lee la historia, es decir, “la verdad”. Hablar de la “violencia” sin hablar de la “violencia primera” resulta, por lo menos parcial.

 

(a) No formamos una comisión nacional de la verdad sino un grupo de investigación de un período histórico con el deseo de aproximarnos lo más posible a la verdad sin relatos ideológicos ni apologías corporativas.

(b) En mi comentario al punto numerado 4 expongo las diversas violencias consideradas.

© En el capítulo II analizo textos de Pablo VI y de la Conferencia de Medellín (ps. 114-118). Los dos se refieren a la violencia estructural de la injusticia y también a la violencia política armada.

 

Pero quiero concederles a los autores “el beneficio de la duda” (aunque en algunos ambientes me resulte sumamente arduo o difícil creer en honestidades o aceptar verdades demasiado a ciegas; y en el tema “archivos” este es un tema importante). De varios ambientes episcopales y eclesiásticos, la mirada suele parecerme por lo menos “tuerta”, lo cual me permite acrecentar mis temores.

 

No me parece serio referirse así a personas que han dedicados cientos o miles de horas estudiar los temas investigando archivos, leyendo estudios y recogiendo testimonios con una gran honestidad intelectual. Todos podemos equivocarnos en algún dato. Si recibimos nuevos aportes, podemos mejorar los textos.

 

II – TRES VÍCTIMAS CONCRETAS

 

Dice Eduardo

El libro no lo he leído (y no tengo pensado gastar tanto dinero en algo que me causa tanto temor de antemano), pero he podido leer algunas partes. Entonces me quiero detener en tres temas brevemente que conozco un poco: Carlos Mugica, Pancho Soares y Juan Ignacio Isla Casares. Está claro que no se pretende “biografías” de los personajes, pero sí una ubicación de los mismos en el contexto de la violencia y, en los tres casos, como víctimas. Y quiero comentar algo sobre lo que allí se dice (y que, aparentemente, sería “la verdad” [sic]). Sobre estos tres quiero añadir las opiniones de terceras personas a las que consulté y son – según mi criterio – serios conocedores de sus vidas y martirios.

 

(a) Aquí hay un paso lógico que no es claro. Se toma el propósito general de colaborar a entender la verdad histórica y se juzga si cada párrafo sobre cada persona pretende ser la verdad definitiva, lo que descalificaría a escritos anteriores como si fueran faltos de verdad. Esa postura no es la de los autores de esta obra. Muchas veces decimos que nos apoyamos en mucha bibliografía existente y la citamos explícitamente.

(b) En el capítulo 2 cito dos textos de Eduardo: uno sobre san Pablo y otro con su testimonio en una obra con testigos de aquel tiempo. El capítulo 15 cita dos veces su libro de 2002 sobre mons. J. Novak.

 

(1) El párrafo que hace referencia al asesinato de Carlos Mugica [pp.  125-128] resulta extraño (y – parece señalar que [casi] todos los trabajos, libros o artículos publicados hasta ahora sobre su vida y asesinato son parciales y no miran “la verdad”. Dejo de lado que no hay análisis sobre la relación de Mugica con el arzobispo («Carlos, ¿no tenés miedo que te maten?» – le preguntaron - «tengo miedo que el arzobispo me eche de la Iglesia», respondió; o la publicación en el Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis una crítica falsa a partir de su artículo “Jesús y los revolucionarios de su tiempo” que monseñor Canale se comprometió a corregir, cosa que nunca hizo). El artículo menciona en varias ocasiones a los Montoneros, incluso en referencias que nada tienen que ver con él, y ni una sola vez a la Triple A. La frase que el arzobispo Aramburu dijo al padre Héctor Botán: “ahora no me van a negar que Mugica era montonero” es ignorada. Finalmente, pareciera que la evaluación sobre su persona queda en manos de la revista Criterio, lo cual – también – resulta un criterio de análisis. Fue matado (¿qué duda cabe?) pero la “verdad” sobre su asesinato recae en “manos anónimas” como las que pusieron “una bomba en su casa familiar”. Y, mirando el supuesto contexto que se presenta, queda claro que los Montoneros fueron responsables de su asesinato. Nada de eso afirman con seriedad investigadores que buscan “la verdad”. Y nada de eso afirmaban los curas amigos de Mugica. Es cierto que la jerarquía eclesiástica de entonces “quería” que hubieran sido los Montoneros los responsables del crimen. Y eso parecen querer, también, los autores del texto.

Aporte: una amiga, buena conocedora de Carlos y autora de un libro sobre él simplemente acota: «De Mugica no dicen nada nuevo. Solo omiten».

(a) Es falso y me resulta agresivo decir que “mirando el supuesto contexto que se presenta, queda claro que los Montoneros fueran responsables de la obra… Y eso parecen querer – que los Montoneros hubieran sido los responsables del crimen – los autores del texto”. El autor de ese texto soy yo. Jamás dije eso.

(b) La frase Nada de eso afirman con seriedad investigadores que buscan “la verdad” vuelve a cuestionar la seriedad de la investigación en base a una falsedad. ¿Por qué calificar así nuestro trabajo?

(c) El tomo 1 dice tres veces que a Carlos lo mató la triple A. Lo dice en el cap. 4 sobre la violencia (p. 239), en el cap. 5 sobre la Iglesia (p. 336) y en el cap. 9 sobre los presbíteros (p. 549). La nota 132 del capítulo 4 incluso afirma que, según el dictamen judicial, el asesino habría sido el comisario Almirón.

(d) Alguien le avisó a Eduardo de lo que decimos en la página 336.El 11 de mayo de 1974, a la salida de la parroquia de San Francisco Solano, (Carlos) fue ametrallado. Sobre la autoría de su muerte, nunca totalmente esclarecida, con el tiempo, los mayores indicios apuntan a la Triple A de López Rega”. Con sinceridad, en su rectificación, Eduardo reconoce el error de su opinión.

(e) Es falso que se toma una frase del Editorial que Jorge Mejía escribió sobre Carlos Mugica en la revista Criterio como criterio de verdad. Se cita ese texto para mostrar cómo, ante el asesinato y la muerte de Carlos, cambia la perspectiva, incluso, de quien discrepaba de muchas de sus acciones y opiniones.

(f) Las dos páginas sobre Carlos están en el punto 8.3, titulado: Mugica: el primer presbítero asesinado, por la violencia política en el siglo XX. Su figura está en el contexto del mito de la revolución violenta, alude a sus distintas posiciones sobre las violencias, expresa su disposición a morir, no a matar -como Jesús-y su crítica a la radicalización violenta de Montoneros – FAR contra el gobierno de Perón. Mi posición queda clara en el último párrafo sobre su figura, cuando lo asocio con mons. Oscar Romero.

(g) La frase que Eduardo cita de una amiga, autora de un libro sobre Mugica, es correcta es su primera parte: no dicen nada nuevo. No lo pretendí porque hay cuatro biografías, dos muy buenas: las de De Biase y de Sucarrat y, sobre todo, porque a Carlos lo mataron en el 74 y nuestro acceso a archivos eclesiásticos es desde 1976. En esto se equivocó un título de Infobae al decir que hablamos de Mugica según los archivos.

(h) Quiero que se aclare lo escrito porque he sido amigo de las dos hermanas de Carlos y lo soy de varios sobrinos. Parte de la familia consideró que yo debía ser el receptor de muchos textos personales de Carlos.

 

(2) Sobre Pancho Soares [pp. 583-585], al igual que sobre Mugica, me resulta claramente light. Y parcial. Y pobre. Es evidente que Pancho fue asesinado (y no estaría de más señalar que tan parcial fue – sobre su persona – la actitud de la jerarquía, que terminó en fosa común. Nadie en el obispado se hizo cargo de su cuerpo. Ni de su causa. El contexto de la muerte martirial aparece mencionado, pero la situación de injusticia ¡y violencia!, que se vivía en los astilleros, por ejemplo, merecería una anotación, aunque fuera breve. Los asesinatos de Echeverría, Cabrera y Casariego no se explican solamente por su pertenencia a la JTP, aunque lo fueran. Y, en el texto, el asesinato de Pancho no parece tener responsables (“un auto”). Y una violencia sin “violentos” resulta, cuanto menos, extraña; otra vez “manos anónimas” resulta curioso. Pero, al igual que Mugica, no se mencionan, o – al menos – no se plantean, los interrogantes que inviten a “buscar la verdad” sobre un asesinato con asesinos.

Aporte: de la comisión Pancho Soares, de Tigre acotan: no se hace mención a la fundación de la comunidad Juan XXIII que buscaba reparar las injusticias con trabajo cooperativo, y el acompañamiento de las luchas de los obreros navales. Además, la «invisibilización que padeció su figura desde el plano eclesial ya que la jerarquía episcopal Antonio Maria Aguirre y Jorge Casaretto, no se hicieron cargo de llevar adelante una causa judicial que investigara su muerte y durante varios años se silenció la figura del Padre Pancho. También el estado municipal en la persona de su intendente el contador Ubieto negó lo que significó para la comunidad de Tigre no visibilizando su persona, como si se hizo a partir del 2012». Hoy se sabe que el asesino «Fue un estado terrorista (…) que fraguaron su muerte pensada en la Comisaría Primera de Tigre y llevada adelante por oficiales de esa dependencia en coordinación con grupos ya actuantes del ejercito que respondían a Campo de Mayo».

(a) No discuto los aportes de estos comentarios ni lo que pueda enriquecer un tema que está resumido. Esta obra, como otras, está abierta a precisiones, novedades, rectificaciones, que colaboren a escribir la verdad.

(b) Me cuidaría de hacer esas adjetivaciones que descalifican y hieren: ligth, parcial, pobre, extraña… El autor de ese texto, miembros de un grupo dedicado a los capítulos sobre consagrados, no se lo merece. Ellos tuvieron que reducir su texto de tres a dos capítulos, porque lo pidió la Editorial. Al resumir sacaron frases.

© Además, él ha escrito textos magníficos en la sección titulada “El asesinato como un mensaje sobre las consecuencias del compromiso con los pobres” (p. 582ss) y sobre la Fraternidad del Evangelio (p. 600ss).

(d) Nuestro texto cita dos biografías que hay sobre el P. Soares: la de P. Oeyen y la de M. Magne, la cual corrige en algún tema a la anterior basada en información del Archivo provincial de la Memoria.

(e) No es verdad que se omite la situación de injusticia que había en los astilleros. Decimos (p. 584):

“La actitud del padre Soares era clara y valiente, frente a los abusos y la violencia que empezó a desplegarse, sobre todo con los obreros navales. Así, según consta en el archivo del Juzgado Federal de 1ra Instancia de San Isidro (Expediente N° 14280/74), el 11 de noviembre de 1974 se presentó a las autoridades judiciales para presentar una denuncia por la detención y las torturas por parte de la policía, de Antonio Borda, obrero del Astillero Tarrab”. Pero el detonante que terminó molestando a los que decidieron su muerte, ocurrió algunos años después: el 3 de febrero de 1976 son secuestrados dos integrantes del gremio de los navales, Héctor Oscar Echeverría y Luis Alberto Cabrera; con este último también fue llevada su compañera, Rosa María Casariego, maestra que integraba la Unión de Educadores del Tigre”.

 

(3) Sobre Juan Isla Casares – relacionado al referirse a Jorge Adur [pp. 591-595] – menciona que murió “en un enfrentamiento”. Ya habíamos escuchado que los dos niños Lanoscou, también de zona norte, habían sido “abatidos” como “peligrosos delincuentes subversivos”. Robertito de 5 años, Barbarita de 4 (y Matilde de 6 meses) eran parte de “una reunión de delincuentes subversivos”, luego de un “intenso tiroteo” se detectó que “en el interior del edificio existían cinco delincuentes muertos, que aún no se han identificado”, según informaba la prensa entonces (señalemos que el cuerpo de Matilde no ha sido hallado todavía y es posible que esté viva). Pues bien, resulta que, ahora, el peligroso subversivo Juan (apodado “Juan el Bueno”, como se indica), que estaba en la cama dormido o por hacerlo, que fue sacado de la misma por el “grupo de tareas”, y baleado en la calle al querer correr (cosa que fue vista tanto por Pepe, su amigo y compañero, como por Marcelo, su hermano, en otra punta, aunque él desconocía hasta tiempo después, de quién se trataba); citar “se cree que fue abatido en un tiroteo en la madrugada” es sencillamente una mentira. Es posible que “oficialmente” se hable de “enfrentamiento”, ya que muchas veces se usó el término para simular un fusilamiento (el caso de Norma Arrostito es, también, otro buen ejemplo). Pero sería de desear que quienes pretenden buscar la verdad para alcanzar la libertad no la busquen entre las fuerzas oscuras de la mentira.

Aporte. una hermana de Juan indica: «En esta mención cuentan en tres líneas entre otros datos que fue abatido en un tiroteo (¡término tan usado por los militares!). Me resulta tan INDIGNANTE que pongan semejante mentira buscando “la verdad que los hará libres”. Juan no portaba un arma, fue sacado de su cama y en la calle intentó escapar sabiendo la suerte que le esperaba si se lo llevaban, le dispararon, lo hirieron y ya en el piso, herido, intentaron callar sus gritos estrangulándole la garganta con una bota, todo un símbolo. Luego lo metieron en el baúl de un auto y se lo llevaron a la ESMA. Continúa desaparecido y mi familia, sí, buscando la VERDAD. Todo esto tiene dos testigos, mi hermano Marcelo al que tenían retenido en uno de los autos y Pepe Villagra que vió todo desde la esquina. Pero éste mismo relato se encuentra en el libro ‘Nunca más’, y en todos los organismos de derechos humanos. ¿Dónde buscó información ésta gente para describirlo de ésta manera? También detallan en el informe que suponían que estaba sin vida cuando lo cargan en el auto, no tenemos esa certeza y que militaba en Montoneros cosa que no es cierta.

Estas VERDADES nunca nos harán libres, si es lo que buscan. La iglesia tuvo dos realidades, la de la complicidad y la del martirio y 47 años después todavía no se reconoce ninguna de las dos».

 

(a) Este tema me es particularmente doloroso porque he sido amigo de Juan - primo de Eduardo - y conocí a la hermana que hizo su aporte al comentario en su propia casa en 1971. Ya me comuniqué con ella y con otro de sus hermanos para aclarar las frases confusas de ese párrafo, según me las ha clarificado su autor. A ella le haré llegar las explicaciones y disculpas que el autor me ha dado. Le he dicho que, en una reedición, se corregirán las frases confusas o equívocas, y se cambiará la que no corresponda. Lamento no haber revisado la redacción final de este capítulo después que fue abreviado, como no lo pude hacer con otros.

(b) El párrafo que copia Eduardo es correcto. Esta así en la página 593. Hay frases que hacen inferencias o sacan consecuencias de las fuentes, citadas en la nota 86: F. Domínguez y R. Baschetti.

© Pero Eduardo no cita – no sé si copió o le copiaron sólo una parte de la página – la oración con la afirmación principal acerca de la muerte de Juan, que está más arriba: "Entre el 3 y el 4 de junio de ese año, fue secuestrado y asesinado Juan Isla Casares, exseminarista asuncionista de 22 años" (p. 593).

(d) Sin esa oración parece una mentira la frase posterior: “se cree que fue abatido en un tiroteo en la madrugada”, cuando sabemos que lo balearon cuando quiso correr y no hubo un tiroteo con dos partes.

(e) No es justo vincular esto con el ocultamiento que hacían los medios de asesinatos en aquellos años.

(f) Nuestro libro no dice lo que pone Eduardo: murió “en un enfrentamiento”, lo que era una típica excusa represiva. Además, el autor del texto señala que la palabra “tiroteo” está en el informe de la CONADEP. No obstante, considero que no corresponde usarla, como dije en el párrafo (d). 

 

Espero que esta nota, escrita con honestidad y respeto, sirva para que los lectores del blog puedan conocer lo que se dice en algunos puntos del tomo 1 de la obra La verdad los hará libres.

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Respuesta al comentario de Carlos Galli sobre mi opinión acerca del libro “La verdad los hará libres”

Eduardo de la Serna

 

En memoria de nuestra amistad que lleva ya más de 50 años, Carlos manifestó su desacuerdo con lo que yo había escrito acerca del libro “La verdad los hará libres” (tomo I) y me pidió tener espacio para responder, cosa que me pareció justa y así ocurrió: publicó en mi blog una nota crítica. Ciertamente eso no implica que yo esté de acuerdo con lo que él dice. Pero, para empezar, quiero ser claro: hay muchas cosas de Carlos con las que no estoy de acuerdo, lo cual implica, obviamente, que hay muchas cosas mías con las que Carlos no está de acuerdo. Creo que la amistad transita esos carriles. El desacuerdo, de ninguna manera implica – o no debe implicar – conflicto, pelea o demás. Sí quiero señalar dos cosas: hubiera esperado otra actitud por el hecho inusual de permitirle publicar en mi blog personal, y, además, hubiera esperado, al menos en correo personal, algún tipo de pregunta sobre mi opinión por lo allí vertido. No ocurrió nada de eso. La sensación que me queda, ojalá equivocada, es que mi opinión no interesa, sino que lo importante era otra cosa. Y no es la primera vez que me queda ese sinsabor. Pero dejo acá esto, ya que no quiero entrar – como lo diré – en el terreno personal.

 

Por tanto, vayan mis comentarios a su comentario, mi disenso sobre el suyo, mi crítica a su crítica con el mismo respeto y honestidad con las que él vertió las suyas.

 

Como hace él, pongo en cursiva (y tabulado) su texto y a continuación mi comentario:

 

Escribo porque los lectores del blog, y por su medio los del portal, tienen derecho a saber la verdad de lo que dice nuestra obra en los temas mencionados en general y en particular.

 

El uso del término “la verdad” creo que es el problema de fondo. Diferente sería si dijera “nuestra mirada” o algo semejante. Obviamente “la” implica que no hay otra; yo creo que sí la hay.

 

Con mucha frecuencia – acoto – reitera que escribo “sin haber leído”. No hace falta repetirlo: ya lo hice yo en mi escrito, y también reiteradamente. Y si lo hice es, precisamente, para que se tenga en cuenta como limitación mía, pero para que se piense si “algo de verdad” tiene o no lo que escribo.

 

Como digo, y es más que evidente, comento algo sobre el tomo I, no sobre los restantes. Y, debo reiterarlo (y en el texto de Carlos parece necesario hacerlo con mucha frecuencia), mi critica es al texto, no a los autores.

 

Carlos ama la Facultad de Teología y lo reitera con razonables motivos, pero señalar que uno podría ir a la misma a comprar los libros con descuentos importantes no es razonable para quienes vivimos bastante lejos de la misma. No está mal, por cierto, y los estudiantes podrán aprovecharlo, pero se trata de un particular, no de un universal, evidentemente. Me cuesta imaginar a compañeros de La Rioja, Santiago del Estero, Córdoba o Rosario, por ejemplo, yendo hasta la Facultad para conseguir un descuento. No es el primer “aire” porteñocéntrico que se encuentra.

 

Carlos dice que no quiere suponer intenciones, aunque lo hace, y dice que lo hago, lo cual las supone. Es un tema complejo.

 

responderé punto por punto lo que son afirmaciones erróneas o falsas. Prefiero llamarlas así, no quiero llamarlas mentiras ni mentirosas, lo que implica una adjetivación diferente.

 

Ya comento y comentaré sobre esto. No he llamado a nadie “mentiroso”. Y aunque uso el término en el título (que pretende ser sugerente, como es habitual en títulos), en todo mi texto sólo uso la imagen de la “mentira” en el contexto del asesinato de Juan Isla Casares (“es mentira”), lo cual es reconocido incluso por Carlos más adelante. No califico (y menos aún intenciones) a los autores, pero sí hablo de lo “erróneo” o “falso” de algunas actitudes, o lo parcial de alguna mirada. De todos modos, creo que decir que una información es mentira no transforma “así, de lleno” a quien la comparte o difunde en un “mentiroso”. Es un paso que no he dado ni pretendo dar.

 

La nota Cuando terminamos esclavos de la mentira dice con letras grandes:

Para "lavar su imagen" los obispos argentinos han anunciado con "bombos y platillos", (etc.)

La nota no usa “letras grandes” (salvo en el título) y lo de “bombos y platillos” no está en el texto. Sí en los anuncios en Religión Digital (que, a decir verdad, parece ser el problema. Dudo que mi blog le importe o lo lea, pero Religión Digital tiene “otra trascendencia” (Europa y toda América, al decir de él); pero no se tenga en cuenta esto que es solo una intuición o sospecha. Si es cierto que ni letras grandes ni “bombos y platillos” ni “lavado” de imagen aparecen en mi blog.

 La obra no se reduce a la jerarquía eclesial, sino que el tomo 1 analiza diversos miembros de la Iglesia (…) Los lectores de la obra juzgarán si ella se ha escrito para lavar la imagen de los obispos argentinos. (… el tomo 2 se titula) La Conferencia Episcopal Argentina y la Santa Sede frente al terrorismo de Estado 1976-1983.

Me parece evidente que, de los 3 tomos, el tomo 1 presenta el contexto (de la situación de la violencia, y por tanto los distintos grupos eclesiales y no eclesiales), el tomo 2 los datos (= los archivos) y el tomo 3 una interpretación de los datos.

Como se ve, a menos que el título no diga toda la verdad, el tomo 2 hablará de “la Conferencia Episcopal Argentina”, es decir de “los obispos”. No hablo de blanqueo o lavado, sí de exculpar. Lamentablemente, mucha gente (¡mucha!) cree que la dictadura fue también “eclesiástica”, no solamente cívico-militar, y mucha de esa mucha gente, sigue pensando lo mismo de los obispos actuales (ninguno en actividad – alguno vivo – actualmente). Es a este episcopado actual al que, me parece, se pretende exculpar; al actual; no veo posible “blanquear” a Bonamín, Tortolo, Primatesta, Laghi, Plaza, Aramburu y tantos otros. Al episcopado actual me refiero.

Se afirma que los textos tomados sobre tres casos concretos de asesinatos muestran falsedad y parcialidad. Esto no es verdad y es una ofensa a los autores de los dos capítulos mencionados. Como diré, hay frases poco confusas y discutibles en el tercer caso (…) Se desea poner en duda la seriedad del libro.

Se dice que “ofendo”, lo cual – una vez más – platea el tema de un terreno “personal”. Ahora: Carlos escribe para mostrar “la falsedad” de lo que yo escribo, ¡bien!, pero si yo hablo de “falsedad” ¿ofendo? Me resulta cuanto menos curioso.

Las frases del tercer caso no son “poco confusas” sino muy confusas. Tanto que anuncia que eventualmente se corregirán en una eventual reedición.

Afirma que “deseo” poner en duda… ¿no era que “no quiero adjetivar ni suponer intenciones como hace Eduardo…”?

Aquí se puntean cuestiones fundamentales, que hacen sospechar al lector de nuestra honestidad intelectual.

 No se plantea la honestidad de los autores. Plantear errores, o parcialidades, o incluso miradas no precisas es señalar errores, no cuestionar honestidad. Nuevamente se plantea el tema en el orden “personal”.

 Le dije a Eduardo, en una carta privada en la que comenté su primera descalificación en Religión digital, que en el tomo 3 habrá un artículo sobre la frase “La verdad los hará libres” y entonces se conocerá lo que pensamos de ese texto de san Juan para hace una hermenéutica que piensa la historia, como lo hizo parte de la teología latinoamericana. Basta pensar en la obra “La verdad los hará libres” de Gustavo Gutiérrez.

Conozco la obra de Gustavo, ¿a qué viene eso? Yo hablé del Evangelio de Juan. Si es por eso, Gutiérrez señala que “la relación entre verdad y libertad ha sido subrayada” por Ratzinger… y más adelante acota “La verdad que nos libera es el Señor mismo” (que es lo que yo afirmo sobre el texto de Juan: que es cristocéntrico) CEP, Lima (1986) 119.

 Ninguna de esas interpretaciones está en nuestra obra. El título general indica la actitud espiritual e intelectual con la que nos aproximamos a la verdad histórica,

 No dije que esas “sean” las interpretaciones, sino que el título “permite” esas interpretaciones, lo cual es algo diferente, ciertamente; y, por lo tanto, es confuso.

 La historia trata de comprender personas, situaciones y acontecimientos particulares, y, por eso, la verdad histórica fundada es siempre aproximativa, con más o menos certeza, y se dice de muchas formas” …

Coincido… se dice “de muchas formas”. Supongo que eso también vale para mi manera de decir las cosas (aunque Carlos hable de “la verdad”). También yo puedo aproximarme a la historia.

Los autores del tomo 1 consultaron, diversamente, archivos del Estado nacional y provincial, de diócesis y congregaciones, de organismos de derechos humanos, privados – de personas o familias – y, en algunos temas, los que fueron abiertos para esta investigación de una forma excepcional e inédita.

En realidad (lo dice la introducción) se trata de los archivos de algunas diócesis: “Buenos Aires, Rosario, Córdoba, La Rioja, Corrientes, Quilmes, Morón, Neuquén y Ordinariato Castrense, entre otros” (p. 37); llama la atención al menos la no mención de diócesis importantes como La Plata, Bahía Blanca, Tucumán, entre otras…

No es verdad que estos últimos se desclasificaron o están desclasificados para cualquier investigador o lector.

 Supongo que no se referirá a mi escrito; no recuerdo haber dicho eso, aunque así haya trascendido; si así fuera acepto el dato.

En la Introducción general justificamos la razón de esta periodización para hablar del actuar de la Iglesia católica. Analizamos su comportamiento del 66 al 83 porque no se entiende lo vivido en la dictadura militar del 76 al 83 sin lo sucedido en el gobierno democrático del 73 al 76 y en la dictadura militar del 66 al 73. Si nos limitáramos a lo sucedido del 76 al 83, ¿qué podríamos decir, por ejemplo, del Movimiento de sacerdotes para el Tercer mundo, salvo que algunos de ellos fueron víctimas del terror?

 Jamás pretendí semejante limitación… es más, creo que empezar en el 66 es el problema ya que el ambiente de violencia se inicia bastante antes (¿desde 1955? ¿en 1953?). Creo que omitir – aunque en el texto que señala (cap. 4) lo presenta – por ejemplo, los bombardeos de Plaza de Mayo y sus consecuencias es grave y limita un análisis acabado de la violencia.

 En la Introducción explicamos las diversas razones eclesiales que hacen conveniente empezar en el 66, por ejemplo, el comienzo de la recepción del Concilio Vaticano II.

 Las razones para analizar el comienzo del fenómeno de la violencia ¿deben ser “eclesiales”? Me resulta muy extraña y discutible esa perspectiva.

 Eduardo sospecha y hacer sospechar “que, en casos como este, oculta la ‘teoría de los dos demonios’”.

Usos de términos como “de un lado y del otro”, “de izquierda y derecha”, por ejemplo, parecen – o permiten pensar – en los “dos demonios”, me parece.

La verdad histórica se mira desde los hechos y los sujetos, sobre todo desde las víctimas. (…) cito a Löwith, Benjamin, Adorno, Habermas, Metz, Fessard, Ricoeur, Gutiérrez, Scannone, Ratzinger, entre otros. Esto se podrá verificar en muchas páginas de los capítulos sobre personas e instituciones. Por cierto, estamos abiertos a los comentarios.

No es cuestión de autores citados ni de cantidad de notas. Lo que sostengo es que el tema de la injusticia no es el tema central. A eso llamo “mirar desde las víctimas”.

En la introducción narramos los criterios de elección [hace referencia a las supuestas “listas negras”], entre los cuales está el trabajo en grupo. Varios convocados aceptaron y otros no; otros aceptaron y luego dejaron; otros estarán en el tomo 3 como autores, o como sujetos de entrevistas y testimonios.

Que se haya entrevistado a tal o a cuál es una cuestión. Que tales no hayan sido convocados al equipo de trabajo, es otra, me dice uno. Yo ya asumí que me necesitan afuera...” me dice otro, este imprescindible. Que haya citas o párrafos no transforma a ellos en co-autores. No lo sienten así, al menos, algunos de los citados. Basta con mirar el índice para saber lo que afirma de Hesayne y lo de los otros obispos. Aunque, sobre lo de Hesayne, invita a pensar que él aluda, en varias ocasiones, expresamente a Casaretto. Lo de Giaquinta nace a partir de una entrevista ajena, según se dice.

En muchas ocasiones, las listas “negras” no nacen de imposiciones en el origen, sino de los prejuicios de algunos (yo podría señalar bastantes casos en los que he sido excluido víctima, precisamente, de dichos prejuicios).

No formamos una comisión nacional de la verdad sino un grupo de investigación de un período histórico con el deseo de aproximarnos lo más posible a la verdad sin relatos ideológicos ni apologías corporativas.

En mi comentario al punto numerado 4 expongo las diversas violencias consideradas.

En el capítulo II analizo textos de Pablo VI y de la Conferencia de Medellín

Que no conforman una Comisión Nacional de la Verdad es algo más que evidente, además que, para serlo debiera ser algo “oficial” a nivel nacional; pero sospecho (reitero, “sospecho”) que alguno, con su planteo del Diálogo Argentino, o de una extraña comprensión de la “Reconciliación” lo pretendiera.

No me parece serio referirse así a personas que han dedicados cientos o miles de horas [a] estudiar los temas investigando archivos, leyendo estudios y recogiendo testimonios con una gran honestidad intelectual. Todos podemos equivocarnos en algún dato. Si recibimos nuevos aportes, podemos mejorar los textos.

Una vez más el planteo se traslada al ámbito personal. Pero, además, Los textos ya salieron publicados. No se sometieron – que yo sepa – a miradas críticas externas para corregir esos eventuales errores. ¿No me es lícito, por ejemplo, dudar de la “honestidad intelectual” de Casaretto? Después de Rafaela y Ponce de León o de Pancho Soares me resulta “arduo y difícil”. Y no olvido que Casaretto figura “como delegado de la CEA ante la Facultad” para esta obra (p. 29).

Aquí hay un paso lógico que no es claro. Se toma el propósito general de colaborar a entender la verdad histórica y se juzga si cada párrafo sobre cada persona pretende ser la verdad definitiva, lo que descalificaría a escritos anteriores como si fueran faltos de verdad.

Acá el que se perdió en el paso lógico soy yo. Si analizo 3 casos ¿por qué se implicarían otros?

En el capítulo 2 cito dos textos de Eduardo: uno sobre san Pablo y otro con su testimonio en una obra con testigos de aquel tiempo. El capítulo 15 cita dos veces su libro de 2002 sobre mons. J. Novak.

No entiendo a qué viene esta referencia. Si es para afirmar que “hasta Eduardo puede ser citado” podría cuestionarlo, pero no es el caso. Además, aclaro, el libro sobre Novak – salvo algún capítulo que lo indica expresamente – no es de mi autoría; soy simplemente el recopilador.

Es falso y me resulta agresivo decir que “mirando el supuesto contexto que se presenta [se refiere a Carlos Mugica], queda claro que los Montoneros fueran responsables de la obra… Y eso parecen querer – que los Montoneros hubieran sido los responsables del crimen – los autores del texto”. El autor de ese texto soy yo. Jamás dije eso.

Sobre esto me he hecho cargo de mi error. Error que radica en que ¡20 días antes! Carlos Galli sabía la fuente en la que me basaba y ¡nunca! me señaló que esta era incorrecta o falsa. Después de ese tiempo supuse (erróneamente) que era cierta. Y, más tarde, al conocer el texto, me hice cargo del error y lo publiqué en mi blog. Insisto, además, en que espero que la misma energía que se pone en cuestionarme, responderme y ofenderse se ponga en Infobae y se le pida “derecho a réplica”. Leyendo ese texto (que es mi fuente errónea) se verá claramente que los Montoneros “parecen ser” los responsables del asesinato de Mugica [https://www.infobae.com/leamos/2023/02/05/anticipo-exclusivo-el-asesinato-del-padre-padre-mugica-segun-los-archivos-desclasificados-de-la-iglesia/]

La frase Nada de eso afirman con seriedad investigadores que buscan “la verdad” vuelve a cuestionar la seriedad de la investigación en base a una falsedad. ¿Por qué calificar así nuestro trabajo? 

Lo que se afirma es que los autores que han trabajado seriamente la biografía de Mugica no afirman (como erróneamente yo creí) que los Montoneros hubieran matado a Mugica. Tengo claro que cada párrafo de una obra tan extensa no pretende ser una biografía de los personajes señalados (obviamente no podría serlo), sólo he indicado, entonces, que las serias biografías no atribuyen a los montoneros el crimen. Nada personal con los autores, una vez más.

Es falso que se toma una frase del Editorial que Jorge Mejía escribió sobre Carlos Mugica en la revista Criterio como criterio de verdad. Se cita ese texto para mostrar cómo, ante el asesinato y la muerte de Carlos, cambia la perspectiva, incluso, de quien discrepaba de muchas de sus acciones y opiniones.

Se podrían citar decenas de ejemplos; la elección de Criterio (revista “más leída por los obispos que la Biblia” según decía con ironía mi mamá) no parece casual; a eso me refiero. También revistas peronistas de izquierda atribuyeron el crimen a la derecha y viceversa (por eso el título “entre dos fuegos” de la obra de De Biase, aunque, podría prestarse – también acá – a una lectura desde “dos demonios”, que creo ajena al autor).

Mi posición queda clara en el último párrafo sobre su figura, cuando lo asocio con mons. Oscar Romero.

Las referencias a Romero, que existen, no necesariamente lo “asocian”. Si así fuera, creo, al menos desde mi perspectiva, deberían ser mucho más claras y explícitas.

La frase que Eduardo cita de una amiga, autora de un libro sobre Mugica, es correcta es su primera parte: no dicen nada nuevo. No lo pretendí porque hay cuatro biografías, dos muy buenas: las de De Biase y de Sucarrat y, sobre todo, porque a Carlos lo mataron en el 74 y nuestro acceso a archivos eclesiásticos es desde 1976.

Curiosamente en ambas biografías “muy buenas” ambos autores/as me pidieron hacer el prólogo de sus segundas ediciones. Conozco, por tanto, las obras.

Quiero que se aclare lo escrito porque he sido amigo de las dos hermanas de Carlos y lo soy de varios sobrinos.

Nuevamente se traslada al terreno de lo personal que, insisto, “nuevamente” no figura en mi horizonte.

Al hablar sobre Pancho Soares: No discuto los aportes de estos comentarios ni lo que pueda enriquecer un tema que está resumido. Esta obra, como otras, está abierta a precisiones, novedades, rectificaciones, que colaboren a escribir la verdad. 

Eso de “obra abierta” es confuso en una obra “cerrada” como es un libro hasta una eventual “nueva edición” corregida…. Si es “abierta” a la crítica, pero la crítica se toma como ofensa personal, no parece tan “abierta”.

Me cuidaría de hacer esas adjetivaciones que descalifican y hieren: ligth, parcial, pobre, extraña… El autor de ese texto, miembros de un grupo dedicado a los capítulos sobre consagrados, no se lo merece.

Otra vez el traslado al terreno personal. Nadie cuestiona al autor (podía también ser autora, ya que el capítulo tiene 5 autores, 4 mujeres. Curiosamente, solo un varón, lo que permite inferir de quién se trata); lo que se cuestiona es el texto. Dentro de los dos textos “magníficos” a los que se alude se encuentra, precisamente, el de Pancho Soares, que yo cuestiono (y repito, por si hiciera falta, cuestiono el texto no al autor; decir que un texto es superficial no significa decir que el autor lo sea, por ejemplo).

Nuestro texto cita dos biografías que hay sobre el P. Soares: la de P. Oeyen y la de M. Magne, la cual corrige en algún tema a la anterior basada en información del Archivo provincial de la Memoria.

Conozco – y he comentado oportunamente – las dos biografías sobre Pancho, también en mi blog. Más la de Magne que la de Oeyen, que me suscita “reservas casaretteanas”, me han servido de fuente – entre otras – para la crítica. La comisión por la memoria de Pancho sigue trabajando, e incluso hoy hay más elementos (y quizás “nombres”, algo más que “un auto”).

No es verdad que se omite la situación de injusticia que había en los astilleros. Decimos (p. 584): “La actitud del padre Soares era clara y valiente, frente a los abusos y la violencia…”

Precisamente, se señala la situación de violencia, pero no la “injusticia” (que es la “violencia primera”; lo repetimos) la que no es señalada. Las injusticias, delegados gremiales, participación política, tomas de astilleros, etc., son las que generaron la violencia que sí es mencionada. Frente a esta injusticia es que Pancho reacciona (y crea la Comunidad Juan XXIII, por ejemplo).

Este tema [Juan Isla Casares] me es particularmente doloroso porque he sido amigo de Juan - primo de Eduardo - y conocí a la hermana que hizo su aporte al comentario en su propia casa en 1971. Ya me comuniqué con ella y con otro de sus hermanos para aclarar las frases confusas de ese párrafo, según me las ha clarificado su autor. A ella le haré llegar las explicaciones y disculpas que el autor me ha dado. Le he dicho que, en una reedición, se corregirán las frases confusas o equívocas, y se cambiará la que no corresponda. Lamento no haber revisado la redacción final de este capítulo después que fue abreviado, como no lo pude hacer con otros.

Nuevamente se entra en el terreno personal. Expresamente omití que Juan era mi primo precisamente para no adentrarme en ese espacio.

Decir “secuestrado y asesinado” no quita un eventual “tiroteo”.

No es justo vincular esto con el ocultamiento que hacían los medios de asesinatos en aquellos años.

La vinculación tiene que ver con que se trata del mismo “esquema”. Es la “versión oficial” (como la que afirma que Juan era Montonero, por ejemplo).

Nuestro libro no dice lo que pone Eduardo: murió “en un enfrentamiento”, lo que era una típica excusa represiva. Además, el autor del texto señala que la palabra “tiroteo” está en el informe de la CONADEP. No obstante, considero que no corresponde usarla, como dije en el párrafo (d). 

Tengo claro lo de que “enfrentamiento” era una típica excusa represiva. Y si el libro no dice “enfrentamiento” decir “abatido en un tiroteo” por lo menos se le parece.

Espero que esta nota, escrita con honestidad y respeto, sirva para que los lectores del blog puedan conocer lo que se dice en algunos puntos del tomo 1 de la obra La verdad los hará libres.

 

Señalo finalmente:

 

Salvo lo ya aclarado sobre Mugica, donde mi fuente fue falsa y lo he dicho expresamente antes que Carlos publicara su “descargo”, debo confesar que luego de lo dicho por Carlos (que es textual, sin añadidos ni comentarios en el texto publicado) que sigo manteniendo mi mirada. Lamento que en decenas de oportunidades esta se transforme en algo personal, que no pretende serlo, puesto que se trata de “un libro” con el que es lícito disentir, cuestionar o criticar. Del mismo modo que aquí Carlos disiente, cuestiona y critica mi opinión con todo derecho. Hay otros comentarios de Carlos que los ha hecho de modo personal; y hay opiniones mías que también lo son, pero sobre el libro, sigo teniendo mis “resquemores”. Imagino que el tomo II será importante, y seguramente duro. El tomo I es – como dije – el contexto, pero es, precisamente ese contexto el que me permito cuestionar, criticar y disentir, al menos por parcial, o limitado, e inexacto en ocasiones (y, por si hiciera falta, lo reitero, sin que esto signifique hacer ninguna referencia, ni crítica a la persona de los o las autores o autoras).

Y se me permita finalizar con una ironía: resulta curioso que se reconozca (al menos) un error importante con Juan Isla Casares y se plantee la posibilidad de algo semejante en el caso de Pancho Soares, tanto que merece rectificación en una eventual reedición de la obra, y que eso fuera detectado por parte de uno (como yo) que no leí el libro, lo cual no fue percibido por quienes lo leyeron reiteradas veces.

 

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