Mi amigo Carlos Galli me pide que publique en mi blog su comentario crítico a mi mirada a la obra "La verdad los hará libres". Con lógica me pide que no haga comentarios, ni añadidos, cosa que he respetado (incluso en 2 pequeñísimos e insignificantes errores gramaticales). Lo merece. Obviamente yo tengo elementos para aclarar, acotar, rectificar, discutir. No me parece que este deba ser el lugar; eso lo hice y lo compartiré personalmente con quién me lo pida (ironizo: para evitar una "espiral de violencia"). Por respeto. Vaya entonces el texto de Carlos, con el que no acuerdo. Para ilustrarlo yo he vuelto a poner la tapa del libro.
Acerca de la nota de Eduardo de la Serna “Cuando terminamos esclavos
de la mentira”.
Carlos María Galli - 25/02/23
Le agradezco a Eduardo aceptar que escriba en
su blog a propósito de su nota Cuando terminamos
esclavos de la mentira”, publicada el 20 de febrero. A ese texto le
agregó hace poco una corrección puntual, con el título Me hago cargo con
descargo. No tengo la costumbre de leer ni escribir en blogs,
pero la cuestión lo merece porque su artículo llegó a muchas personas en
nuestro país y, a través del portal “Religión digital”, a otras muchas en
América y en Europa. Varios me han escrito pidiendo que aclare distintos temas.
Escribo porque los lectores del blog, y por
su medio los del portal, tienen derecho a saber la verdad de lo que dice
nuestra obra en los temas mencionados en general y en particular.
El título sugiere que la “La verdad los
hará libres”, termina haciendo “esclavos de la mentira”. Juega con
los binomios verdad – libertad y mentira – esclavitud, tanto en el título como
en algún párrafo. Como formador de la comisión editora, uno de sus miembros y
autor, no acepto decir que los autores mienten.
No es serio hablar de una obra de tres tomos,
que pasará las 2.500 páginas, escrita por más de 40 personas, muchas de las
cuales han trabajado cinco años, sin haber leído un solo capítulo y diciendo
que la razón de no hacerlo es el temor o el precio de venta al público. En un
correo mío, presentando la obra, comuniqué que la Facultad de Teología compró
ejemplares y los puede vender con un gran descuento.
Como no quiero adjetivar ni suponer
intenciones – como Eduardo hace su nota y en otras intervenciones, por ejemplo,
en radio – responderé punto por punto lo que son afirmaciones erróneas o falsas.
Prefiero llamarlas así, no quiero llamarlas mentiras ni mentirosas, lo que
implica una adjetivación diferente.
Pondré los textos del comentario de Eduardo en
cursiva y mis textos en letra común.
Introducción
La nota Cuando terminamos esclavos de la mentira dice con letras
grandes:
Para
"lavar su imagen" los obispos argentinos han anunciado con
"bombos y platillos", con el aporte de la Facultad de Teología de la
Universidad Católica Argentina, un estudio e investigación sobre "la
verdad" de las relaciones entre la Jerarquía eclesiástica durante los
tiempos de la violencia en el país. El que se presenta es el tomo 1, de 3 volúmenes
anunciados, todavía no aparecidos.
a) La obra no
se reduce a la jerarquía eclesial, sino que el tomo 1 analiza diversos miembros
de la Iglesia.
b) Los
lectores de la obra juzgarán si ella se ha escrito para lavar la imagen de los
obispos argentinos. No es así. Además de lo que dicen 13 obispos en el tomo 1,
invito a leer todo el tomo 2, que saldrá en esta semana, titulado: La Conferencia Episcopal Argentina y la Santa
Sede frente al terrorismo de Estado 1976-1983. La
primera sección, dedicada a lo sucedido en 1976 y 1977, se titula, justamente, El
terror.
Se toman tres
casos concretos de asesinatos mostrando la falsedad y parcialidad de lo allí indicado.
Lo que invita a concluir sobre la seriedad del resto de la obra.
Se afirma que
los textos tomados sobre tres casos concretos de asesinatos muestran falsedad y
parcialidad. Esto no es verdad y es una ofensa a los autores de los dos
capítulos mencionados. Como diré, hay frases poco confusas y discutibles en el
tercer caso. Tampoco es verdad que, de las supuestas parcialidades de tres
casos, se pueda “concluir sobre la seriedad del resto de la obra”. Se desea poner
en duda la seriedad del libro, lo que genera sospechas sobre su credibilidad, lo
que será aprovechado por comentadores de otras posiciones. Se lo hace sin haber
leído el texto. Jamás comenté la sola obra de un autor sin haberla leído.
I – CUESTIONES
GENERALES
Dice Eduardo:
Como se sabe,
la Facultad de Teología de la UCA, en acuerdo y a pedido de la Conferencia
Episcopal Argentina, acaba de publicar el primer tomo (de tres anunciados)
titulado “La verdad los hará libres. La Iglesia católica en la espiral de
violencia en Argentina 1966-1983” (editorial Planeta 2023). Está anunciado como
un trabajo académico que tiene acceso a documentos y archivos, muchos de ellos
a los que se accede por primera vez (que serán analizados especialmente en el
tomo 2: La Conferencia Episcopal Argentina y la Santa
Sede frente al terrorismo de Estado 1976-1983). Quiero dejar de lado una
serie de cosas que, creo, merecerían la atención y aquí solo las punteo, y
quizás otros puedan analizar, para detenerme en tres casos que me preocupan.
Aquí se puntean
cuestiones fundamentales, que hacen sospechar a lector de nuestra honestidad intelectual.
(1) El título
se origina en una cita del Evangelio de San Juan que, por lo que sé, dice
exactamente otra cosa. Y pienso que, sobre el Evangelio de Juan puedo hablar
con una cierta autoridad. Creo que el texto: “conocerán la verdad, y la verdad
los hará libres” se puede traducir – contemporáneamente – como “abracen el amor
y el amor los hará hijos de Dios”, algo – me parece – bastante diferente a lo
que suele entenderse o decirse del texto.
Le dije a
Eduardo, en una carta privada en la que comenté su primera descalificación en
Religión digital, que en el tomo 3 habrá un artículo sobre la frase “La verdad
los hará libres” y entonces se conocerá lo que pensamos de ese texto de san
Juan para hacer una hermenéutica que piensa la historia, como lo hizo parte de
la teología latinoamericana. Basta pensar en la obra “La verdad los hará
libres” de Gustavo Gutiérrez.
(2) La
referencia a Juan permite, además, una serie de lecturas: la Jerarquía
eclesiástica no le teme a la verdad y la formula porque pretende acceder a la
libertad, por ejemplo. Pero también puede ser un decirle a la sociedad que ella
tiene “la verdad”. O que los archivos “son” la verdad, y no solamente una
porción, o una interpretación de la misma. Por ejemplo, la transmisión de lo
que sobre X tema afirma un nuncio está en archivos, es ciertamente la opinión
del nuncio, y – en mi opinión – suelo estar en las antípodas de las miradas de
estos señores.
(a) Ninguna
de esas interpretaciones está en nuestra obra. El título general indica la
actitud espiritual e intelectual con la que nos aproximamos a la verdad
histórica, como dice el primer párrafo de la Introducción (cf. p. 25). No
decimos que el conocimiento de una verdad histórica esté agotado ni se reduzca
a una mirada, sino lo contrario. “La verdad de un hecho puede ser vista
desde varios enfoques. Los investigadores deben conocer y reconocer todos los
hechos, y aceptar y pensar todas las interpretaciones” (p. 85).
(b) La verdad
que se intenta conocer es lo que hicieron o no hicieron miembros y comunidades
de la Iglesia católica. No se pretende ni se puede conocer toda la verdad de
cada hecho, sobre todo de aquellos acontecidos en las sombras o de los que no
se tiene documentación. Hablamos de aproximación a la verdad de lo sucedido. Mi
posición está en el capítulo 1, donde digo: “La
historia trata de comprender personas, situaciones y acontecimientos
particulares, y, por eso, la verdad histórica fundada es siempre aproximativa,
con más o menos certeza, y se dice de muchas formas … Ante la tentación de la
desmesura que lleva a olvidar los límites, el saber histórico testimonia que
somos humanos y nuestro conocimiento es imperfecto y perfectible. No sabemos
todo. Podemos saber algo del pasado; queremos que lo conocido sea verdadero.
Por eso la historia busca evitar tanto el panfleto acusador como el panegírico
defensivo” (p. 81).
© Los autores del
tomo 1 consultaron, diversamente, archivos del Estado nacional y provincial, de
diócesis y congregaciones, de organismos de derechos humanos, privados – de
personas o familias – y, en algunos temas, los que fueron abiertos para esta
investigación de una forma excepcional e inédita. El de la Conferencia
Episcopal Argentina, que se abrirá hasta 1983 con un protocolo de
investigación; y el Archivo corriente de la Santa Sede, que incluye la
Secretaría de Estado, el Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia, la
Nunciatura en Buenos Aires, para el período 76-83 y en relación con la
problemática argentina. A estos accedimos por un protocolo excepcional que
firmé personalmente. No es verdad que estos últimos se desclasificaron o están
desclasificados para cualquier investigador o lector.
(3) No se
entiende – o se puede opinar diferente – por qué para hablar de la “violencia”
se comienza en 1966. Ciertamente algún momento debe establecerse, pero en temas
como este, ¿por qué no empiezan en los bombardeos a Plaza de Mayo, el 16 de
junio de 1955, por ejemplo? ¿o quizás un poco antes, como las bombas del 53?
(a) En la
Introducción general justificamos la razón de esta periodización para hablar
del actuar de la Iglesia católica. Analizamos su comportamiento del 66 al 83
porque no se entiende lo vivido en la dictadura militar del 76 al 83 sin lo
sucedido en el gobierno democrático del 73 al 76 y en la dictadura militar del
66 al 73. Si nos limitáramos a lo sucedido del 76 al 83, ¿qué podríamos decir,
por ejemplo, del Movimiento de sacerdotes para el Tercer mundo, salvo que
algunos de ellos fueron víctimas del terror?
(b) En la
Introducción explicamos las diversas razones eclesiales que hacen conveniente empezar
en el 66, por ejemplo, el comienzo de la recepción del Concilio Vaticano II.
Sin el Concilio no se entendería la dimensión social del Evangelio y las
posturas de laicos, consagrados y presbíteros de ese tiempo.
© La única
excepción es el capítulo 4 sobre la violencia, en la que el autor empieza mucho
antes.
(4) El
subtítulo (por lo que sé, propio del tomo I) hace referencia a la “espiral de
la violencia”. Y si bien el término tiene en Helder Camara su gran difusor, se
me permita sospechar que, en casos como este, oculta la “teoría de los dos
demonios”.
(a) Efectivamente,
me inspiré en Helder Camara para sugerir un título del tomo 1. Pero Eduardo
sospecha y hacer sospechar “que, en casos como este, oculta la ‘teoría de los
dos demonios’”. Esa suposición no se verifica en ninguna afirmación de las 958
páginas del tomo. Si la memoria no me falla, no creo que se pueda encontrar una
adscripción a esa teoría, pero no pude revisar la última redacción de todos los
trabajos.
(b) Digo
claramente en una nota escrita en el suplemento “Ideas” del diario La Nación el
18 de febrero:
“En
la segunda mitad del siglo XX la Argentina sufrió conflictos y violencias que
causaron mucho terror, muerte y dolor. Entre ellas nombro las injusticias
estructurales, el odio a los adversarios, la persecución y la proscripción, los
golpes de Estado que subvirtieron el orden constitucional, los movimientos
guerrilleros, la violencia política de izquierda y derecha, las bandas paraestatales,
el terrorismo de Estado, con todas sus víctimas. No hablamos de uno, dos o tres
demonios, sino de una espiral demoníaca que tuvo un punto culminante en las
violaciones sistemáticas y clandestinas a los derechos humanos producidas por
el gobierno de las fuerzas armadas desde 1976, en particular el secuestro, la
tortura y la desaparición de personas, con la
terrible realidad de los “desaparecidos”.
(5) El
libro tiene toda la apariencia de pretender exculpar “al Episcopado” aunque –
quizás – algunos “caigan”. Los obispos parecen ser “el tema”, y – por ejemplo –
no “las víctimas”. ¿Desde dónde se mira “la verdad”? ¿Desde los archivos o
desde las víctimas? ¿Desde el Episcopado o desde los pobres?
Esta opinión
tiene varias afirmaciones erróneas.
(a) No se
pretende exculpar ni culpar al Episcopado; se pretende mostrar, en todo el tomo
2, lo que hizo o no hizo, lo que dijo o no dijo, como cuerpo colegiado, la
Conferencia Episcopal Argentina, y lo que hicieron los organismos de la Santa
Sede que colaboran con el Obispo de Roma. Se lo hace paso a paso, mes a mes,
año a año, desde los archivos que registran esos hechos. El tomo 2 tiene más de
cuatro mil notas al pie.
(b) El tomo 1
habla de: la acción de la Iglesia en su conjunto (cap. 5), los laicos y las laicas
(cap. 6, con dos secciones), los presbíteros (caps. 7-9), los consagrados y las
consagradas (caps. 10-11); expone de forma extensa el pensamiento de tres
obispos de esa época (cap. 12), y de 10 obispos de esta época (cap. 13);
analiza la diversidad y la unidad del episcopado del 76 al 83 ante temas concretos
(vg. la Biblia latinoamericana) (cap. 14); y hace memoria de la acción de
católicos – laicos, obispos, presbíteros, religiosos – en cuatro organismos de
derechos humanos (cap. 15). El tomo 2 se dedica a la jerarquía local y mundial.
© La verdad
histórica se mira desde los hechos y los sujetos, sobre todo desde las
víctimas. Esto está explicado con detalle en el subtítulo 3 del cap. 1, de mi
autoría, titulado “La acción y la pasión en la historia”, cuyo punto 1 es “Mirar
desde las víctimas”. En esa sección cito a Löwith, Benjamin, Adorno, Habermas,
Metz, Fessard, Ricoeur, Gutiérrez, Scannone, Ratzinger, entre otros. Esto se podrá
verificar en muchas páginas de los capítulos sobre personas e instituciones. Por
cierto, estamos abiertos a los comentarios.
(6) Señalé
en otra parte que llama la atención algunas presencias en la conformación del
equipo, y, sobre todo, muchas ausencias. Hay personas que me resulta
incomprensible que no estén, lo cual sería peor si se confirma – como algunos
dicen – que hubo “listas negras” en la conformación del equipo.
(a) En toda
obra colectiva hay alguien que convoca y edita, y que decide invitar a otros colaboradores.
Aquí soy el responsable, junto con los colegas de la comisión directiva. En la
introducción narramos los criterios de elección, entre los cuales está el trabajo
en grupo. Varios convocados aceptaron y otros no; otros aceptaron y luego
dejaron; otros estarán en el tomo 3 como autores, o como sujetos de entrevistas
y testimonios.
(b) Alguien
que no leyó este tomo, ¿sabe que mons. E. Hesayne aceptó darnos dos entrevistas,
que se sintetizan en el capítulo 12? Alguien que no leyó el capítulo sobre el
compromiso de católicos en organismos a favor de derechos humanos, ¿sabe que se
hicieron entrevistas a varios fundadores y se consultaron sus archivos, tomando
a ambos como fuentes? ¿sabe que se transcriben textos literales de Enzo
Giustozzi, Enrique Pochat, Graciela Fernández Meijide, Washington Uranga,
Roberto Borda y Oscar Campana?
© ¿Quién dice
que hubo “listas negras”? Es una falsedad que ofende. Quien me conoce sabe que
jamás aceptaría dirigir un proyecto condicionado por listas. ¿De quién? ¿De
Mons. O. Ojea, quien me pidió hacer la obra? ¿Del Papa Francisco, que autorizó
mi iniciativa de consultar archivos de la Secretaría de Estado?
(d) De
entrada aclaramos que cada autor, individual o grupal, es responsable de su
texto.
(7) Comparando
con trabajos de las “comisiones de la verdad” de Perú o Colombia, por ejemplo,
al menos mirando el índice, llama la atención que en el tema de la “violencia”
no figure como tema primero y principal la injusticia. Desde Medellín esta es
considerada “violencia institucionalizada”. Y, sin duda, esto permitiría saber
“desde dónde” se habla o se lee la historia, es decir, “la verdad”. Hablar de
la “violencia” sin hablar de la “violencia primera” resulta, por lo menos
parcial.
(a) No
formamos una comisión nacional de la verdad sino un grupo de investigación de
un período histórico con el deseo de aproximarnos lo más posible a la verdad
sin relatos ideológicos ni apologías corporativas.
(b) En mi
comentario al punto numerado 4 expongo las diversas violencias consideradas.
© En el
capítulo II analizo textos de Pablo VI y de la Conferencia de Medellín (ps.
114-118). Los dos se refieren a la violencia estructural de la injusticia y
también a la violencia política armada.
Pero quiero
concederles a los autores “el beneficio de la duda” (aunque en algunos
ambientes me resulte sumamente arduo o difícil creer en honestidades o aceptar
verdades demasiado a ciegas; y en el tema “archivos” este es un tema
importante). De varios ambientes episcopales y eclesiásticos, la mirada suele
parecerme por lo menos “tuerta”, lo cual me permite acrecentar mis temores.
No me parece
serio referirse así a personas que han dedicados cientos o miles de horas estudiar
los temas investigando archivos, leyendo estudios y recogiendo testimonios con una
gran honestidad intelectual. Todos podemos equivocarnos en algún dato. Si recibimos
nuevos aportes, podemos mejorar los textos.
II – TRES VÍCTIMAS
CONCRETAS
Dice Eduardo
El libro no
lo he leído (y no tengo pensado gastar tanto dinero en algo que me causa tanto
temor de antemano), pero he podido leer algunas partes. Entonces me quiero
detener en tres temas brevemente que conozco un poco: Carlos Mugica, Pancho
Soares y Juan Ignacio Isla Casares. Está claro que no se pretende “biografías”
de los personajes, pero sí una ubicación de los mismos en el contexto de la
violencia y, en los tres casos, como víctimas. Y quiero comentar algo sobre lo
que allí se dice (y que, aparentemente, sería “la verdad” [sic]). Sobre estos
tres quiero añadir las opiniones de terceras personas a las que consulté y son
– según mi criterio – serios conocedores de sus vidas y martirios.
(a) Aquí hay
un paso lógico que no es claro. Se toma el propósito general de colaborar a entender
la verdad histórica y se juzga si cada párrafo sobre cada persona pretende ser
la verdad definitiva, lo que descalificaría a escritos anteriores como si
fueran faltos de verdad. Esa postura no es la de los autores de esta obra. Muchas
veces decimos que nos apoyamos en mucha bibliografía existente y la citamos
explícitamente.
(b) En el
capítulo 2 cito dos textos de Eduardo: uno sobre san Pablo y otro con su
testimonio en una obra con testigos de aquel tiempo. El capítulo 15 cita dos
veces su libro de 2002 sobre mons. J. Novak.
(1) El
párrafo que hace referencia al asesinato de Carlos Mugica [pp. 125-128] resulta extraño (y
– parece señalar que [casi] todos los trabajos, libros o artículos publicados
hasta ahora sobre su vida y asesinato son parciales y no miran “la verdad”.
Dejo de lado que no hay análisis sobre la relación de Mugica con el arzobispo
(«Carlos, ¿no tenés miedo que te maten?» – le preguntaron - «tengo miedo que el
arzobispo me eche de la Iglesia», respondió; o la publicación en el Boletín
Eclesiástico de la Arquidiócesis una crítica falsa a partir de su artículo
“Jesús y los revolucionarios de su tiempo” que monseñor Canale se comprometió a
corregir, cosa que nunca hizo). El artículo menciona en varias ocasiones a los
Montoneros, incluso en referencias que nada tienen que ver con él, y ni una
sola vez a la Triple A. La frase que el arzobispo Aramburu dijo al padre Héctor
Botán: “ahora no me van a negar que Mugica era montonero” es ignorada.
Finalmente, pareciera que la evaluación sobre su persona queda en manos de la
revista Criterio, lo cual – también – resulta un criterio de análisis. Fue
matado (¿qué duda cabe?) pero la “verdad” sobre su asesinato recae en “manos
anónimas” como las que pusieron “una bomba en su casa familiar”. Y, mirando el
supuesto contexto que se presenta, queda claro que los Montoneros fueron
responsables de su asesinato. Nada de eso afirman con seriedad investigadores
que buscan “la verdad”. Y nada de eso afirmaban los curas amigos de Mugica. Es
cierto que la jerarquía eclesiástica de entonces “quería” que hubieran sido los
Montoneros los responsables del crimen. Y eso parecen querer, también, los
autores del texto.
Aporte: una amiga,
buena conocedora de Carlos y autora de un libro sobre él simplemente acota: «De
Mugica no dicen nada nuevo. Solo omiten».
(a) Es falso y
me resulta agresivo decir que “mirando el supuesto contexto que se presenta,
queda claro que los Montoneros fueran responsables de la obra… Y eso parecen
querer – que los Montoneros hubieran sido los responsables del crimen – los
autores del texto”. El autor de ese texto soy yo. Jamás dije eso.
(b) La frase Nada
de eso afirman con seriedad investigadores que buscan “la verdad” vuelve a
cuestionar la seriedad de la investigación en base a una falsedad. ¿Por qué calificar
así nuestro trabajo?
(c) El tomo 1 dice tres veces que a Carlos lo mató la triple A. Lo dice
en el cap. 4 sobre la violencia (p. 239), en el cap. 5 sobre la Iglesia (p. 336)
y en el cap. 9 sobre los presbíteros (p. 549). La nota 132 del capítulo
4 incluso afirma que, según el dictamen judicial, el asesino habría sido el
comisario Almirón.
(d) Alguien
le avisó a Eduardo de lo que decimos en la página 336. “El 11 de mayo de 1974, a la
salida de la parroquia de San Francisco Solano, (Carlos) fue ametrallado. Sobre
la autoría de su muerte, nunca totalmente esclarecida, con el tiempo, los
mayores indicios apuntan a la Triple A de López Rega”.
Con sinceridad, en su rectificación, Eduardo reconoce el error de su opinión.
(e) Es falso
que se toma una frase del Editorial que Jorge Mejía escribió sobre Carlos
Mugica en la revista Criterio como criterio de verdad. Se cita ese texto para
mostrar cómo, ante el asesinato y la muerte de Carlos, cambia la perspectiva,
incluso, de quien discrepaba de muchas de sus acciones y opiniones.
(f) Las dos páginas sobre Carlos están en el punto 8.3, titulado: Mugica:
el primer presbítero asesinado, por la violencia política en el siglo XX. Su
figura está en el contexto del mito de la revolución violenta, alude a sus
distintas posiciones sobre las violencias, expresa su disposición a morir, no a
matar -como Jesús-y su crítica a la radicalización violenta de Montoneros – FAR
contra el gobierno de Perón. Mi posición queda clara en el último párrafo sobre
su figura, cuando lo asocio con mons. Oscar Romero.
(g) La frase que Eduardo cita de una amiga, autora de un libro sobre
Mugica, es correcta es su primera parte: no dicen nada nuevo. No lo
pretendí porque hay cuatro biografías, dos muy buenas: las de De Biase y de Sucarrat
y, sobre todo, porque a Carlos lo mataron en el 74 y nuestro acceso a archivos
eclesiásticos es desde 1976. En esto se equivocó un título de Infobae al decir
que hablamos de Mugica según los archivos.
(h) Quiero que se aclare lo escrito porque he sido amigo de las dos
hermanas de Carlos y lo soy de varios sobrinos. Parte de la familia consideró
que yo debía ser el receptor de muchos textos personales de Carlos.
(2) Sobre Pancho Soares [pp. 583-585], al igual que sobre
Mugica, me resulta claramente light. Y parcial. Y pobre. Es evidente que Pancho
fue asesinado (y no estaría de más señalar que tan parcial fue – sobre su
persona – la actitud de la jerarquía, que terminó en fosa común. Nadie en el
obispado se hizo cargo de su cuerpo. Ni de su causa. El contexto de la muerte
martirial aparece mencionado, pero la situación de injusticia ¡y violencia!,
que se vivía en los astilleros, por ejemplo, merecería una anotación, aunque
fuera breve. Los asesinatos de Echeverría, Cabrera y Casariego no se explican
solamente por su pertenencia a la JTP, aunque lo fueran. Y, en el texto, el
asesinato de Pancho no parece tener responsables (“un auto”). Y una violencia
sin “violentos” resulta, cuanto menos, extraña; otra vez “manos anónimas”
resulta curioso. Pero, al igual que Mugica, no se mencionan, o – al menos – no
se plantean, los interrogantes que inviten a “buscar la verdad” sobre un
asesinato con asesinos.
Aporte: de la
comisión Pancho Soares, de Tigre acotan: no se hace mención a la fundación de
la comunidad Juan XXIII que buscaba reparar las injusticias con trabajo
cooperativo, y el acompañamiento de las luchas de los obreros navales. Además,
la «invisibilización que padeció su figura desde el plano eclesial ya que la
jerarquía episcopal Antonio Maria Aguirre y Jorge Casaretto, no se hicieron
cargo de llevar adelante una causa judicial que investigara su muerte y durante
varios años se silenció la figura del Padre Pancho. También el estado municipal
en la persona de su intendente el contador Ubieto negó lo que significó para la
comunidad de Tigre no visibilizando su persona, como si se hizo a partir del
2012». Hoy se sabe que el asesino «Fue un estado terrorista (…) que fraguaron
su muerte pensada en la Comisaría Primera de Tigre y llevada adelante por
oficiales de esa dependencia en coordinación con grupos ya actuantes del
ejercito que respondían a Campo de Mayo».
(a) No
discuto los aportes de estos comentarios ni lo que pueda enriquecer un tema que
está resumido. Esta obra, como otras, está abierta a precisiones, novedades,
rectificaciones, que colaboren a escribir la verdad.
(b) Me cuidaría de hacer esas adjetivaciones que descalifican y hieren: ligth,
parcial, pobre, extraña… El autor de ese texto, miembros de un grupo dedicado a
los capítulos sobre consagrados, no se lo merece. Ellos tuvieron que reducir su
texto de tres a dos capítulos, porque lo pidió la Editorial. Al resumir sacaron
frases.
© Además, él ha escrito textos magníficos en la sección titulada “El
asesinato como un mensaje sobre las consecuencias del compromiso con los
pobres” (p. 582ss) y sobre la Fraternidad del Evangelio (p. 600ss).
(d) Nuestro texto cita dos biografías que hay sobre el P. Soares: la de
P. Oeyen y la de M. Magne, la cual corrige en algún tema a la anterior basada
en información del Archivo provincial de la Memoria.
(e) No es verdad que se omite la situación de injusticia que había en
los astilleros. Decimos (p. 584):
“La actitud del padre Soares era clara
y valiente, frente a los abusos y la violencia que empezó a desplegarse, sobre
todo con los obreros navales. Así, según consta en el archivo del Juzgado
Federal de 1ra Instancia de San Isidro (Expediente N° 14280/74), el 11 de noviembre
de 1974 se presentó a las autoridades judiciales para presentar una denuncia
por la detención y las torturas por parte de la policía, de Antonio Borda,
obrero del Astillero Tarrab”. Pero el detonante que terminó molestando a los
que decidieron su muerte, ocurrió algunos años después: el 3 de febrero de 1976
son secuestrados dos integrantes del gremio de los navales, Héctor Oscar
Echeverría y Luis Alberto Cabrera; con este último también fue llevada su
compañera, Rosa María Casariego, maestra que integraba la Unión de Educadores
del Tigre”.
(3) Sobre Juan Isla
Casares – relacionado al referirse a Jorge Adur
[pp. 591-595] – menciona que murió “en un enfrentamiento”. Ya habíamos escuchado que los dos niños
Lanoscou, también de zona norte, habían sido “abatidos” como “peligrosos
delincuentes subversivos”. Robertito de 5 años, Barbarita de 4 (y Matilde de 6
meses) eran parte de “una reunión de delincuentes subversivos”, luego de un
“intenso tiroteo” se detectó que “en el interior del edificio existían cinco
delincuentes muertos, que aún no se han identificado”, según informaba la
prensa entonces (señalemos que el cuerpo de Matilde no ha sido hallado todavía
y es posible que esté viva). Pues bien, resulta que, ahora, el peligroso
subversivo Juan (apodado “Juan el Bueno”, como se indica), que estaba en la
cama dormido o por hacerlo, que fue sacado de la misma por el “grupo de
tareas”, y baleado en la calle al querer correr (cosa que fue vista tanto por
Pepe, su amigo y compañero, como por Marcelo, su hermano, en otra punta, aunque
él desconocía hasta tiempo después, de quién se trataba); citar “se cree que fue abatido en un tiroteo en la
madrugada” es
sencillamente una mentira. Es posible que “oficialmente” se hable de
“enfrentamiento”, ya que muchas veces se usó el término para simular un
fusilamiento (el caso de Norma Arrostito es, también, otro buen ejemplo). Pero
sería de desear que quienes pretenden buscar la verdad para alcanzar la
libertad no la busquen entre las fuerzas oscuras de la mentira.
Aporte. una hermana
de Juan indica: «En esta mención cuentan en tres líneas entre otros datos que
fue abatido en un tiroteo (¡término tan usado por los militares!). Me resulta
tan INDIGNANTE que pongan semejante mentira buscando “la verdad que los hará
libres”. Juan no portaba un arma, fue sacado de su cama y en la calle intentó
escapar sabiendo la suerte que le esperaba si se lo llevaban, le dispararon, lo
hirieron y ya en el piso, herido, intentaron callar sus gritos estrangulándole
la garganta con una bota, todo un símbolo. Luego lo metieron en el baúl de un
auto y se lo llevaron a la ESMA. Continúa desaparecido y mi familia, sí,
buscando la VERDAD. Todo esto tiene dos testigos, mi hermano Marcelo al que
tenían retenido en uno de los autos y Pepe Villagra que vió todo desde la
esquina. Pero éste mismo relato se encuentra en el libro ‘Nunca más’, y en
todos los organismos de derechos humanos. ¿Dónde buscó información ésta gente
para describirlo de ésta manera? También detallan en el informe que suponían
que estaba sin vida cuando lo cargan en el auto, no tenemos esa certeza y que
militaba en Montoneros cosa que no es cierta.
Estas
VERDADES nunca nos harán libres, si es lo que buscan. La iglesia tuvo dos
realidades, la de la complicidad y la del martirio y 47 años después todavía no
se reconoce ninguna de las dos».
(a) Este tema
me es particularmente doloroso porque he sido amigo de Juan - primo de Eduardo
- y conocí a la hermana que hizo su aporte al comentario en su propia casa en
1971. Ya me comuniqué con ella y con otro de sus hermanos para aclarar las
frases confusas de ese párrafo, según me las ha clarificado su autor. A ella le
haré llegar las explicaciones y disculpas que el autor me ha dado. Le he dicho
que, en una reedición, se corregirán las frases confusas o equívocas, y se
cambiará la que no corresponda. Lamento no haber revisado la redacción final de
este capítulo después que fue abreviado, como no lo pude hacer con otros.
(b) El párrafo que copia Eduardo es correcto. Esta así en la página 593. Hay
frases que hacen inferencias o sacan consecuencias de las fuentes, citadas en
la nota 86: F. Domínguez y R. Baschetti.
© Pero Eduardo no cita – no sé si copió o le
copiaron sólo una parte de la página – la oración con la afirmación principal acerca
de la muerte de Juan, que está más arriba: "Entre el 3 y el 4 de junio de ese año, fue secuestrado y asesinado
Juan Isla Casares, exseminarista asuncionista de 22 años" (p. 593).
(d) Sin esa oración parece una mentira la frase
posterior: “se cree que fue abatido en un tiroteo en la madrugada”, cuando
sabemos que lo balearon cuando quiso correr y no hubo un tiroteo con dos
partes.
(e) No es justo vincular esto con el ocultamiento
que hacían los medios de asesinatos en aquellos años.
(f) Nuestro libro no dice lo que pone Eduardo: murió “en un enfrentamiento”, lo que era una típica excusa represiva.
Además, el autor del texto señala que
la palabra “tiroteo” está en el informe de la CONADEP. No obstante, considero
que no corresponde usarla, como dije en el párrafo (d).
Espero que esta nota, escrita con honestidad
y respeto, sirva para que los lectores del blog puedan conocer lo que se dice en
algunos puntos del tomo 1 de la obra La verdad los hará libres.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Cualquiera puede comentar y no será eliminado, aunque no este de acuerdo con lo dicho, siempre que sea respetuoso (caso contrario, será borrado). Pero habitualmente no responderé los comentarios, ni unos ni otros, para no transformar este blog en un foro. De todos modos, podrán expresar su opinión.