jueves, 2 de marzo de 2023

Un aporte para entender a los profetas

Un aporte para entender a los profetas

Eduardo de la Serna



Sabemos que los profetas son personas (varones y mujeres) que en un determinado momento o circunstancia histórica tienen la osadía de afirmar sin ninguna duda que lo que dicen o hacen lo dicen o hacen “en nombre de Dios”. Con gestos simbólicos o, sobre todo, con palabras, afirman que “así dice el Señor”, que lo que dirán es “oráculo” de Yahvé (es decir, una palabra que Dios pronuncia).

Ya hemos señalado, en una nota pasada, la dificultad – para el auditorio – de reconocer si tal es o no una palabra que proviene de Dios; ahora queremos detenernos en la otra parte – el emisor o emisora – ¿Cómo puede saber o reconocer, o escuchar o “sentir” que Dios le habla y qué le dice?

Es interesante notar, para empezar, que – al menos en algunos momentos – a los profetas también se los llama “videntes” o “visionarios” (ver 1 Sam 9,11; 2 Sam 24,11; 2 Re 17,13; Is 30,10; Am 7,12, etc.), por tanto, hay algo que ellas o ellos “ven” y, a partir de ello, hablan de parte de Dios. Es importante descartar todo presupuesto fantástico o fantasioso como que Dios habla “personalmente” o que le hace ver “maravillas” como si se tratara de personas extraordinarias o sobrenaturales. En ese caso, parecería que sólo en momentos escasísimos y a personas selectísimas Dios decide comunicarles algo especialísimo… Mirando la vida de los profetas nada indica que sean personas “raras” en este sentido.

Para entender claramente lo que decimos, veamos a un profeta muy significativo (y veremos que no es el único): Jeremías. Él “ve” un alfarero trabajando el barro (18,2-11), un almendro, o una olla hirviendo que se derrama (1,11-13) o una cesta con distintos tipos de higos (24,1-5) etc. Es decir, ve lo que cualquiera puede ver, y de allí concluye algo que Dios dice sobre su pueblo. Amós ve una plomada y también un cesto de higos maduros (7,8; 8,2); Zacarías un candelabro (4,2) … De aquí concluyen que en Israel hay distintos tipos de miembros del pueblo, como aquellos higos, o el pueblo ya está maduro, como aquellos otros, o se derrama, o se mide su fidelidad, etc… De lo que vieron ellos concluyen que Dios dice una palabra.

Y acá está la raíz profunda de la palabra profética. Un o una profeta está en profunda comunión espiritual, en honda sintonía con Dios (en simpatía, de syn y pathos, sentir-con Dios). Un o una profeta, frente a lo que ve, “siente” lo mismo que Dios siente ante eso mismo, siente paz o rabia, enojo o alegría, y, al “verlo” puede decir a su auditorio “de parte de Dios” una palabra, un “sí” o un “no”, un esto “es” o “no es” conforme a lo que Dios quiere, a lo que Dios siente… Y, entonces, ante un hecho concreto de injusticia, por ejemplo (ve que compran al pobre por un par de sandalias [Am 2,6; 8,6]), no duda en decir que eso Dios no lo quiere, que así no es Dios… O frente a un rey y su gobierno, a un ejército extranjero, a hechos concretos sociales, religiosos, judiciales, puede sentir-con o como Dios y “hablar”. “Habla” porque “ve”. Pero ve con los ojos de Dios y habla con la boca de Dios. Las y los profetas, entonces, son personas con una gran espiritualidad, personas que hacen suya la causa de Dios y la militan. Incluso, a veces, a costa de la propia vida. Pero personas que saben ver, que saben sentir con Dios lo que cualquiera podría ver, pero no todos lo hacen (por aquello de que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”).

Sería extraño que hoy no hubiera personas que sepan ver con los ojos de Dios, y por lo tanto “hablar” en su nombre. Sería como decir que Dios no tiene nada que decirnos, que Dios clausuró la comunicación con los seres humanos, cosa extraña, o – peor aún – que Dios permanece indiferente ante el dolor o la fiesta, la vida o la muerte de sus hijos e hijas. Ese no es Dios, no es el mismo Dios que los profetas supieron “ver” y “escuchar” antes de “hablar”. ¿Acaso creemos que Dios ha cambiado? ¿O que se desentiende de nuestra historia, de nuestros "gozos y esperanzas, angustias y tristezas"?

El punto de partida, entonces, es “conocer” a Dios. Saber cómo es, qué siente… La Biblia es un punto de partida fundamental, obviamente, para conocer a Dios, para saber que siente. Jesús es el Dios vivo, su rostro y carne para poder verlo y escucharlo. Pero no se trata de saberlo para una “vida interior” e “individual”, o "piadosa" sino para la vida de un pueblo; por eso la profecía es militancia (arriesgada y peligrosa en ocasiones) porque hay quienes se atreven a decir en la cara a los violentos, a los opresores, a los injustos, a los poderosos que Dios tiene una palabra que decirles, y que ellos deberían cambiar de vida (y de actitudes). Al menos que sepan que “así dice Dios”, y que “¡ay de aquellos!” que se desentienden de la suerte y la vida de sus hermanas y hermanos.

 

Foto tomada de https://www.pikist.com/free-photo-sfekv/es

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