jueves, 2 de octubre de 2025

Una mujer de Samaría

Una mujer de Samaría

Eduardo de la Serna



Samaría era una gran región que se encontraba en el medio de Israel separando las provincias de Galilea y de Judea. Tomaba el nombre de la ciudad que había sido capital del reino norte, Israel, erigida en el siglo IX a.C. por el rey Omri (ver 1 Re 16,23-24). Las relaciones con el reino sur, Judá, no siempre fueron buenas. E incluso, en ocasiones fueron decididamente malas. En tiempos de Jesús, judíos y samaritanos no se llevaban nada bien (aunque todos eran súbditos del Imperio Romano, por cierto). Política y religiosamente las relaciones mutuas eran francamente malas. Los samaritanos tenían, también ellos, un templo en un monte (Jn 4,20), tenían los mismos primeros libros de la Biblia (la Ley, o el Pentateuco), pero, en ocasiones los encuentros entre ambos llegaban a la violencia (ver Lc 9,52-54). Por eso, por ejemplo, es claramente chocante, para el auditorio judío, que Jesús proponga a un samaritano como modelo de discipulado y ejemplo de amor (Lc 10,33-37). Pero, sin duda, los galileos piadosos que frecuentaban ocasionalmente el templo de Jerusalén, en su peregrinación debían, necesariamente, pasar por Samaría a menos que pudieran desviarse por Cisjordania. Esto es lo que le ocurre a Jesús (Jn 4,3-4).

El cuarto Evangelio nos cuenta, en este contexto el encuentro de Jesús con una mujer samaritana (4,5-42). La relación entre ambos no es tensa, pero sí hay una cierta distancia: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, una mujer samaritana?” (y Juan aclara, como es frecuente en él, lo que ya sabemos, que las relaciones entre ambos grupos eran malas; v.9). Es que, cansado del camino, y mientras sus discípulos habían ido por comida (v.8), Jesús se ha sentado junto a un pozo. Como es obvio en las regiones desérticas, los pozos son importantísimos, y son lugares de encuentros (y desencuentros). Pero, y acá una cuestión para notar, era frecuente que se fuera al pozo por agua cuando el sol ya había bajado. Por el calor. Pero esto que narra el Evangelio ocurre al mediodía (“era la hora sexta”, precisa Juan, v. 6). Es muy probable que, por algún motivo que desconocemos, esta mujer no quisiera encontrarse con otras, y por eso fuera al pozo en horario inusual. Pero, y aquí lo importante, empieza con Jesús una conversación que, pareciera, tiene por tema el agua, aunque, como también es común en Juan, inmediatamente pasa a otro nivel y comience a referirse a otro tipo de “agua”. En principio, en el mundo antiguo, por “agua viva” se entiende agua que fluye (a diferencia del agua de un pozo, precisamente), pero en Juan, la “vida” suele referirse a la vida divina (o la vida eterna). Por eso, cuando Jesús le habló de “agua viva” (v. 10) y la mujer le pregunta desconcertada (con lo que el Evangelio aprovecha para dar un nuevo paso en la revelación que va a ocurrir, v.11), él le aclara que el agua que el “dé” (notar la importancia del verbo “dar” en esta unidad; ver v.10: “el don de Dios”) se convertirá en “fuente de agua que brota para la vida eterna” (v.14). Si bien la mujer sigue entendiendo que Jesús habla del “agua” normal, las preguntas que va formulando revelan que su fe va creciendo. O, para usar imágenes del relato, empieza a verse saciada.

La que en un primer momento a Jesús lo llamó “judío” (v.9; que en boca samaritana no es amable), pasa a tratarlo de “señor” (v.11), cuando Jesús le revela algo de su vida personal lo reconoce como “profeta” (v.19), luego le pregunta por el Mesías, el Cristo (v.25.29) para, finalmente, ella y los habitantes de la ciudad, reconocerlo como “el salvador del mundo” (v.42). Esta mujer, que no quería estar en contacto con los y las habitantes de la ciudad, cuando empieza a saciar su sed, corre a “dar” la noticia a los demás (vv.29.30), lo que los lleva a “creer” (v.39), y como ya no necesita “agua”, deja el cántaro en el pozo (v.28), porque ya no tendrá sed (v.14).

Por supuesto que el Evangelio se mueve en dos niveles (como también lo hace con el pan en el c.6, pan que “da” el Padre, y el que lo coma nunca más tendrá “hambre”, vv.32.35). Una mujer (a los ojos de su tiempo era mal visto que una mujer hablara con un varón en público, como se ve en 4,27) al encontrarse con Jesús (o un varón, como se ve en el caso del ciego de nacimiento del cap.9) no puede permanecer igual. Ese encuentro, ese “don”, le sacia la vida a la samaritana, lo llena de luz al que había sido ciego. De encontrarnos y dejarnos transformar por Jesús se trata el maravilloso “don” de la fe.


Imagen tomada de https://www.bibliaon.com/es/mujer_samaritana_encuentro_con_jesus/

miércoles, 1 de octubre de 2025

Teresa, la caminante

Teresa, la caminante

(no la “inquieta y andariega”, que es “la otra”)

 

Eduardo de la Serna



Hace muchos años, ¡ya no recuerdo cuántos!, hablando con una carmelita descalza me dijo: “- Ahora ya conocés bien a Teresita; entonces, te falta Teresa (de Ávila)”. Creo que le sonreí, pero para mis adentros pensé que Teresa de Lisieux “no es un peldaño” (palabra que, además, está casi en las antípodas de su espiritualidad ya que prefiere “ascensor”).

Muchas veces me ha pasado que, sabiendo de mi amistad con ella, hay quienes me preguntan, “- Y, ¿qué hizo?” Entiendo que se refieren a grandes obras, ¡que no las hizo!, o milagros, ¡que no los hubo! “- ¡Nada!”, suelo contestar, no sin ironía.  

Teresa, la de Ávila, sí hizo cosas… ¡fue fundadora!, Teresa, la de Lisieux, ¡ni eso!

“Para peor”, suele ser conocida como Teresita, lo que es francés se dice “petite Thérèse”, pequeña Teresa. ¡Ay!

“Para (más) peor”, creo que ella suele ser su gran enemiga para aquellos que buscan caminos sólidos, santidad con “nervadura”, al decir del querido Maximiliano Herraiz. El término “petite” (diminutivo en castellano) lo usa con tanta frecuencia que puede resultar exasperante; tanta que, para una mirada primera, parece proponer una espiritualidad “chata”; algo así como que, para los que quieren vivir cristianamente en serio, están los “grandes” santos para ser imitados; para la gente común, la “del montón”, los casi pusilánimes, está “Teresita”, la “petite”.

Por ejemplo, la Concordancia de palabras de Teresa, dice esto en la voz “petite”:

Teresa hace un uso tan grande de la palabra petite que no se puede presentar un texto para cada empleo porque sería fastidioso y poco significativo. No haremos entonces esa lista sino una concordancia cifrada privilegiando todas las citas donde Teresa se designa a ella misma y aquellas que parecen las más importantes; por otro lado, se reagrupan las menciones donde la palabra petite se une frecuentemente a tal o cual palabra (pequeña alma, pequeña pelota, pequeña hermana, etc.) reenviando a la palabra asociada. [s. Geneviève, s. Cécile, J. Lonchampt, Les mots de sainte Thérèse de l’Enfant Jesus. Concordance générale, Paris: Cerf 1996, 625]

Por supuesto que, en la Iglesia católica romana, cuando hablamos de los santos, tenemos como eje su vida (y sus escritos, en comunión con ella, si los hay), una vida que -con todas las limitaciones del caso- puede ser imitada por quienes se sientan en “sintonía”. Es por eso que con toda libertad podemos decir de otras u otros que “no son santos de mi devoción” (eso me ocurre, irónicamente, con la canonización de los papas… No veo que, al menos para mí, que no lo soy, sean imitables).

Obviamente, todo santo tiene su cultura, su psicología, su historia, sus limitaciones y capacidades… que, por cierto, no son las nuestras. Y no se trata de “imitación” en ese sentido, sino de una hermenéutica existencial para ver, experimentar, si la vida de tal o cual santa o santo pueden o no aportarme algo para mi propio camino. En ese sentido, se diría repitiendo el clásico dicho: “dejar a Teresa ser Teresa”. Buscar en ella esto o aquello sólo es razonable si la “dejamos ser” y no forzamos o malinterpretamos sus escritos o su vida. Volviendo a lo de más arriba, si buscamos en ella grandes obras o milagros, pues, creo que no los encontraremos y, entonces, encontraremos una santa “chata”, la que tantas veces se mostró, dulzona, infantil, que las rosas, que la “infancia” …

Se la suele llamar la santa de “la infancia espiritual”, palabra que ella casi nunca utiliza en sus escritos (e incluso celebra haber dejado atrás su infancia en lo que ella llama “mi conversión de Navidad”: estaba en “los pañales de la infancia … comencé, por así decirlo «una carrera de gigante»”; MsA 44 vº; sí usa con mucha frecuencia “caminito”, petite voie). Lo que se ha llamado “infancia espiritual” es lo que ella llama “confianza y abandono” en las manos de Dios, que no es sino sinónimo de lo que Pablo, el Apóstol, llama “gracia”, que es un “abajamiento” de Dios hacia nosotros (“y la palabra se hizo carne” …, dice Juan). En lo personal me parece sensato decir que si subiendo peldaños – aunque sea con esfuerzo y grandeza – podemos llegar a Dios para abrazarlo, pues “¡Dios es un pigmeo!” Sólo podemos encontrarlo cuando Él se abaja, porque, además, de eso se trata el amor, de pura gratuidad.

En fin… entiendo que si se malinterpreta a Teresa (y, como digo, en parte por su propia “responsabilidad”) a lo mejor se trata de no “entender” a Dios. ¡Que es Dios! El que maternalmente nos alza con sus brazos para sentarnos en sus rodillas (Isaías 66,13.12) porque repite “si uno es pequeño (petite), ¡venga a mí!” Y de fundirnos en un abrazo con Dios-Jesús se trata la vida cristiana. Claro que el problema, eterno problema, es creer que al que abrazamos es a Dios-Jesús cuando en realidad nos “encontramos” con nosotros mismos… pero ese ya es otro capítulo: encontrar al Jesús que quiere que lo abracemos en los pobres, en las víctimas y, que cuando lo hacemos nos llamará “¡benditos de mi Padre!” ¡Nada menos!… Y ser, nosotros, a su vez, pobres “en espíritu” a lo que el querido Gustavo Gutiérrez llamaba “infancia espiritual”.


Imagen tomada de https://ar.pinterest.com/pin/537969117974209383/

Una nota para entender los “santos a medida”.

Una nota para entender los “santos a medida”.

Eduardo de la Serna



Teresa tiene una enfermedad, bastante grave. Todo indica que era de origen psicológico por la pérdida de madres. En sus Manuscritos Autobiográficos (conocidos como “Historia de un Alma”) ella cuenta el momento en el que experimentó la curación. Pero, en las primeras ediciones, hasta que se hicieron las ediciones críticas de toda su obra, el texto sufrió notables manipulaciones…

A la izquierda, la edición Historia de un Alma, cap. III, de 1900, a la derecha los Manuscritos reestablecidos (MsA 30rº).


… au bout de quelques minutes je me mis à appeler presque tout bas: “Marie!... Marie!”. Léonie étant habituée à m' entendre toujours gemir ainsi, n’y fit pas attention; alors j' criai bien haut et Marie revint a moi. Je la vis parfaitement entrer, mais hélas par la première fois , je ne la reconnaissais. Je cherchais tout autour de moi, je plongeais dans le Jardin un regard ansieux, et je recomençais a appeler: “Marie!... Marie!”.

C’étais une souffrance indicible que cette lutte beaucoup de cette lutte force, inexplicable et Marie souffrait peut-être encore plus que sa pauvre Thérèse! Enfin; après de vains efforts pour se faire reconnaître, elle se toutnais vers Léonie, lui dit un mot tout bas, et disparu pale et tremblante.

Ma petite Léonie me porta bientôt pres de la fenêtre; alors je vis dans le jardín, sans reconnaître encore, Marie, qui marchait doucement, me tendant les bras, me soiriant, et m’appelant de sa voix la plus tendre: “Thérèse!, m apetite Thérèse!” Cette dernière tentative m’ayant pas réussi davantage, et, se tournant vers la Vierge bénie, elle l’implora avec la ferveur d’une mère qui demande, qui veut la vie de son enfant. Léonie et Céline l’imitèrent, et ce fut un cri de foi qui força la porte du ciel.

Ne trouvant aucun secours sur la terre, et près de mourir de douleur, je m’étais aussi tournée vers ma Mère du ciel, la priant de tout mon coeur d' avoir enfin pitié de moi... Tout à coup la statue s’anima! la Vierge Marie devint belle, si belle que jamais je ne trouverai d’expression pour rendre cette beauté divine. Son visage respirait une douceur, une bonté, une tendresse ineffable, mais ce qui me pénétra jusqu' au fond de l' âme ce fut son ravissant sourire!

… au bout de quelques minutes je me mis à appeler presque tout bas: “Mama... Mama”. Léonie étant habituée à m' entendre toujours appeler ainsi, ne fit pas attention à moi. Ceci dura longtemps, alors j' appelai plus fort et enfin Marie revint, je la vis parfaitement entrer, mais je ne pouvais dire que je la reconnaissais et je continuais d' appeler toujours plus fort: “Mama...”. Je souffrais beaucoup de cette lutte forcée et inexplicable et Marie en souffrait peut-être encore plus que moi; après de vains efforts pour me montrer qu' elle était auprès de moi, elle se mit à genoux auprès de mon lit avec Léonie et Céline puis se tournant vers la Sainte Vierge et la priant avec la ferveur d' une Mère qui demande la vie de son enfant, Marie obtint ce qu' elle désirait...

 

 

 

 

 

 

 

 

 Ne trouvant aucun secours sur la terre, la pauvre petite Thérèse s' était aussi tournée vers sa Mère du Ciel, elle la priait de tout son coeur d' avoir enfin pitié d' elle... Tout à coup la Sainte Vierge me parut belle, si belle que jamais je n' avais vu rien de si beau, son visage respirait une bonté et une tendresse ineffable, mais ce qui me pénétra jusqu' au fond de l' âme ce fut le “ravissant sourire de la Ste Vierge”

.. después de unos minutos, empecé a gritar casi en voz baja: "¡María!... ¡María!". Leonia, acostumbrada a oírme gemir así, no me hizo caso; entonces grité con fuerza y ​​María regresó a mí. La vi entrar perfectamente, pero, por desgracia, por primera vez, no la reconocí. Miré a mi alrededor, miré con ansiedad hacia el jardín, y empecé a gritar de nuevo: "¡María!... ¡María!".

Esta lucha era un sufrimiento indescriptible, una lucha fortísima, inexplicable, ¡y María sufría quizás incluso más que su pobre Teresa! Finalmente, tras vanos esfuerzos por hacerse reconocer, se volvió hacia Leonia, le dijo una palabra en voz baja y desapareció pálida y temblorosa.

Mi pequeña Leonia pronto me llevó hasta la ventana; Entonces vi en el jardín, sin reconocerla aún, a María, caminando suavemente, extendiéndome los brazos, abrazándome y llamándome con su voz más tierna: "¡Teresita! ¡Mi pequeña Teresita!". Este último intento no me dio mejores resultados, y, volviéndose hacia la Santísima Virgen, le imploró con el fervor de una madre que pide, que desea la vida de su hija. Leonia y Celina la imitaron, y fue un grito de fe el que abrió la puerta del cielo.

Sin encontrar ayuda en la tierra, y a punto de morir de pena, yo también recurrí a mi Madre en el cielo, rogándole con todo mi corazón que finalmente se apiadara de mí... ¡De repente, la estatua cobró vida! La Virgen María se volvió hermosa, tan hermosa que nunca encontraré una expresión que transmita esta divina belleza. Su rostro irradiaba dulzura, bondad, una ternura inefable, pero lo que me conmovió profundamente fue su encantadora sonrisa.

Al cabo de unos minutos, me puse a llamar muy bajito: Mamá... mamá». Leonia, acostumbrada a oírme llamar siempre así, no me prestó atención. Aquello duró un largo rato. Entonces llamé más fuerte, y, al fin, María volvió. La vi entrar perfectamente, pero no podía decir que la reconociera, y seguí llamando, cada vez más fuerte: «Mamá...» Sufría mucho con aquella lucha violenta e inexplicable, y María quizás sufría todavía más que yo. Después de vanos intentos de hacerme ver que estaba junto a mí, se puso de rodillas junto a mi cama con Leonia y Celina. Luego, volviéndose hacia la Santísima Virgen e invocándola con el fervor de una madre que pide la vida de su hija, María alcanzó lo que deseaba...

 

 

 

 

 

 

 

 

 La pobre Teresita, al no encontrar ninguna ayuda en la tierra, se había vuelto hacia su Madre del cielo, suplicándole con toda su alma que tuviese por fin piedad de ella... De repente, la Santísima Virgen me pareció hermosa, tan hermosa, que yo nunca había visto nada tan bello. Su rostro respiraba una bondad y una ternura inefables. Pero lo que penetró hasta el fondo del alma fue la «encantadora sonrisa de la Santísima Virgen».

 

Dejo de lado algunos cambios de estilo (paso de la tercera a la primera persona), pero lo sorprendente es que algo, que en el texto de Teresa es “natural”, en la edición publicada en los inicios, lo ocurrido es un “milagro”. La fe de las hermanas “abrió las puertas del cielo”, la “estatua cobró vida” … No se trata de que en su angustia ella miró la imagen de la Virgen sonriente (imagen que había acompañado a la familia por años) que estaba junto a su cama y encontró en ella “una madre que no muere”. ¡Tenía que ocurrir algo extraordinario! Y ser contado…

Es notable la aparente necesidad de cosas milagrosas “para creer” en vez de encontrar a Dios y su amor en lo cotidiano. Sería tan diferente aprender a encontrar a Dios y las cosas de Dios allí donde las podemos encontrar, ¡en lo cotidiano! A lo mejor “Dios sería distinto”, nuestra fe sería distinta, ¡y nuestra vida…!!!


Imagen de la "Virgen de la sonrisa" tomada de https://archives.carmeldelisieux.fr/es/la-vie-de-sainte-therese-de-lisieux/la-maladie-de-therese-a-10-ans/la-vierge-du-sourire/

martes, 30 de septiembre de 2025

Jerónimo, Teresa, la Biblia y yo

Jerónimo, Teresa, la Biblia y yo

Eduardo de la Serna




Cuando me desperté en mis extraños horarios encontré, además de los imaginables, algunos saludos de amigos por ser hoy, 30 de septiembre, el “día de la Biblia”. Hoy y mañana (30 de septiembre y 1 de octubre) tengo el corazón concentrado en dos amigos. A ellos estas palabras…

Teresa de Lisieux muere el 30 de septiembre de 1897, pero ese día “ya estaba ocupado”, se conmemora a san Jerónimo que había fallecido el mismo día del año 420.

Jerónimo, vehemente y consagrado a las causas que consideraba justas fue sensatamente reconocido por la Iglesia romana como un “Padre de la Iglesia” especialmente por ser responsable (no en soledad) de la traducción de la Biblia del hebreo y el griego al latín, la entonces lengua vulgar. Jerónimo puso la Biblia en las manos del pueblo, del “vulgo”.

Teresa es hija de otro tiempo. Extraño, para nuestra mentalidad. Solo podía accederse a la Eucaristía un par de días en la semana (algo que podía decidir el confesor) y las religiosas no podían leer el Antiguo Testamento, por ejemplo (algo que venía ya de siglos atrás… Teresa de Ávila tampoco puso acceder a él). Curioso que la Iglesia se vea más “poderosa” que Dios, pero, convengamos, la “eclesiolatría” no es un pecado aislado en la historia.

Antes de avanzar, un pequeño dato para no sacar de su contexto a los personajes: Jerónimo pertenece a una época en la que no estaba “fijado el canon”, es decir, no había una “norma” que indicara qué libros (del Antiguo Testamento, por cierto) debían considerarse inspirados o no. Aquellos que pertenecen a la Biblia griega (los que fueron incorporados en un segundo momento en el canon, de allí “deuterocanónicos”) no era evidente que lo fueran. Jerónimo duda de ello y, por eso, en un primer momento sólo traduce los textos hebreos (“hebraica veritas”; R. Trevijano, Patrística; Madrid: BAC 1994, 244). E incluso, cuando más tarde traduce los textos griegos, duda tanto que, como se ve en el caso de Tobías, no teme en añadir, comentar y matizar lo que su teología ascética le indicaba; algo que se ve claramente en el tema “matrimonial”). Teresa, por su parte pertenece a la época en la que los textos bíblicos eran vistos como “dictados” por el Espíritu Santo (Derniers Entretiens, 4 agosto # 5), no tiene una teología de la “inspiración”, por cierto, posterior.

Jerónimo – además de polemista, en ocasiones exagerado, particularmente con sus adversarios – dedica gran parte de sus últimos años de vida, no solamente a la traducción de la Biblia, sino también a producir importantes comentarios. Para ello se traslada a Palestina (vivirá en Belén) y ¡no lo hace solo! Paula, Marcela, Eustoquia lo acompañan y financian, e incluso viven en las cercanías. Las murmuraciones estaban “a la mano”. Por ejemplo, en carta a Marcela dice: “Bien sé, señora Marcela, que leyendo esto arrugareis la frente, temiendo que mi libertad sea una vez más semillero de querellas y que querríais, si pudieseis., poner vuestro dedo sobre mis labios para que yo no me atreva a decir lo que otros se ruborizan de hacer” (San Jerónimo, cartas selectas, Buenos Aires: Guadalupe 1945; carta XXVII [p. 589]). Y en una medular y extensa carta a Eustaquia la llama “hija mía…, señora, compañera y hermana: hija por la edad, señora por los méritos, compañera por el estado religioso y hermana por la caridad” (ibid.., carta XXVII.7.26 [p. 543]. Jerónimo, viendo algunas diferencias en los textos cree que es malevolencia de los judíos para desprestigiar a Cristo: “ya ha muchos días estoy comparando la traducción de Aquila con los libros de los Hebreos para ver, si acaso la Sinagoga, en su odio contra Cristo ha mudado alguna cosa y, hablando a un corazón amigo, he hallado muchas cosas que son muy a propósito para confirmar y fortalecer nuestra fe” (ibid.., carta a Marcela XXXII [p. 591-592]). Curiosamente, ya el papa Benito XV dijo que “si siempre fue necesario que todos los sacerdotes y que todos los fieles se impregnasen del espíritu del gran Doctor (= Jerónimo), nunca ha sido más necesario que en nuestra época” (Encíclica Spiritus Paraclitus, 15 de septiembre 1920, 42).

Teresa, en cambio, no es una polemista, pero no pierde ocasión, por ejemplo, de comulgar todas las veces que puede, como ocurre en una epidemia de gripe en el convento. Muchas monjas mueren y son pocas las que están en pie. Teresa entre ellas. “todo el tiempo en el que la comunidad fue así probada, tuve el inefable consuelo de recibir todos los días [subrayado en el original] la sagrada comunión... ¡Qué dulzura...!” (MsA 79vº). En ese mismo sentido, no pierde oportunidad de registrar todos los textos del Antiguo Testamento al que no tenía acceso. Por ejemplo, cuando su hermana Celina ingresa al mismo convento, lo hace con un cuaderno con anotaciones bíblicas. Teresa no pierde la ocasión de registrarlas todas. Es, incluso, de este cuaderno donde extrae dos textos que serán medulares en su espiritualidad de la confianza plena en Dios (Prov 9,2 e Is 66,13.12). Pero, fuera de eso, no duda en afirmar algo sustancioso:

Será solamente en el Cielo donde veremos la verdad de todo. En la tierra, eso es imposible. Lo mismo por la Sagrada Escritura: es triste ver todas las diferencias de traducción. Si yo hubiera sido sacerdote, habría aprendido el hebreo y el griego, no me contentaría con el latín, así habría conocido el verdadero texto dictado por el Espíritu Santo (D.E. 4 de agosto 5).

Hasta tal punto entiende que en la Biblia está “la verdad” que en un nuevo comentario acerca de “si hubiera sido sacerdote” señala que se suele predicar sobre la Virgen recurriendo a textos apócrifos cargados de leyendas y no de “la verdad” (D.E. 21 de agosto #3). Cuando escribe un poema sobre la Virgen María – lo señala allí mismo – “dije … todo lo que predicaría sobre ella”.

Curiosamente, como se ve, por un lado, Jerónimo es responsable de “poner la Biblia en las manos del pueblo”, Teresa es expresión visible de que esa misma Biblia había sido “secuestrada”, inaccesible.

Fue, recogiendo la inspiración de Pio XII (30 de septiembre 1943), en su encíclica Divino Afflante Spíritus que el Concilio Vaticano II, en la constitución Dei Verbum insistió e impulsó que la Biblia volviera a ser el “libro del pueblo de Dios”. Ciertamente, la reacción contraria al Concilio, que no se hizo esperar, ¡y continúa!, encuentra, precisamente en la Biblia un obstáculo. De allí que, e impulsado desde las más altas esferas eclesiásticas, la Biblia pretende volver a ser, o bien leída de un modo espiritual, neoplatónico e individualista, amputando toda encarnación, o, incluso leída de un modo fundamentalista, a pesar de todo lo que la misma Iglesia dice al respecto. No debería ser tomado a la ligera que, en las mismas dos encíclicas preconciliares ya citadas, el título haga referencia explícita al Espíritu Santo; el alma de la Iglesia. El eclesiocentrismo no es fácil de desterrar. El Espíritu Santo sopla donde quiere, la Biblia nos debe disponer a la docilidad ante lo inesperado y deshacer todas las seguridades que nos dan tranquilidad (ese es – en la Biblia – el terreno de la idolatría); pero esto no es “agradable” para los que se parecen a quienes Jerónimo llamó “hombrecillos (que) se empeñan en denigrarme (sic)... en balde se toca la lira para un asno” (carta XXVII [p. 587-588]).

Señalo una cosa a nivel personal. “Hijo” del Concilio y de Medellín, cuando yo entré al seminario (1974) ya había leído toda la Biblia. Impulsado por profesores cuyo recuerdo atesoro en el corazón, en adelante he tratado de dedicarme a conocerla lo mejor posible y hacerla conocer. Creo que desde que comenzó el “invierno eclesial”, el cual entiendo que no se ha ido, dedicarnos a hacer conocer la Biblia es una sencilla consagración al fracaso. Afortunadamente no me predico a mi mismo sino a Jesús, el crucificado; y mi confianza no está puesta en mis capacidades docentes sino en el Espíritu (el que es “afflante” y es “paraclitus”, al decir de los papas citados). A Jesús, la palabra que se hizo carne (y no “nube”, como viejos y nuevos espiritualismos parecen pretender) y al Espíritu inasible (viento, agua y fuego en sus metáforas) les tocará que esa palabra, que Jerónimo y Teresa supieron y quisieron hacer conocer, vivir y amar se haga vida en estos tiempos de muerte, verdad en tiempos de mentira, amor en tiempos de odio. ¡Menuda tarea nos han puesto estos amigos!


Domingo 27C

La fidelidad en el servicio no espera recompensa

DOMINGO VIGESIMOSÉPTIMO - "C"

Eduardo de la Serna




Lectura de la profecía de Habacuc     1, 2-3; 2, 2-4

Resumen: La situación del pueblo es dramática. La opresión imperial lo angustia y Dios parece en silencio. Pero Dios le afirma que más tarde o más temprano El tomará partido por el justo y aniquilará al injusto. Dios es fiel y llevará al justo a la vida plena.

No es fácil leer el profeta Habacuc. Especialmente porque su obra aparece como ambigua en lo cronológico y lo literario. Con frecuencia se habla de los justos y los impíos, sin que haya indicios para saber a quiénes se refiere en particular. Es probable que la reflexión del mismo profeta a lo largo del tiempo lo haya invitado a ser más genérico porque lo que plantea no es sólo para un momento concreto sino abierto a otros. Pareciera que la primera parte – siempre presentado como un diálogo entre el profeta y Dios (cap. 1-2; el profeta se queja: 1,2-4 y 1,12-17; y Dios responde 1,5-11 y 2,1-5) - Habacuc se queja del silencio de Dios ante la opresión de los egipcios a Israel con el rey títere que estos pusieron luego de la muerte de Josías (v.2). Pero se levanta Babilonia como nuevo imperio que destronará a los asirios y acabará con la opresión de los egipcios (que eran aliados de éstos) [vv.5-8]. Sin embargo, Babilonia será más terrible todavía (vv.12-17) y Dios le afirma que muy pronto llegará el tiempo de la venganza (2,2-5). La desaparición literaria de los personajes (Egipto, Babilonia) permite leer el texto como una crítica aguda a todos los imperialismos. Incluso va más allá de Judá y se preocupa por todos los saqueados (2,8), humillados (2,10), destruidos (2,15) por la potencia imperial. Este es el contexto de la lectura de hoy.

El clima desde el que el profeta clama a Dios –que no parece intervenir- es de “violencia”, término usual en el texto [1,2.3.9; 2,8.17 (2x)] con la que se refiere a las violaciones a la dignidad humana propias del imperialismo. Esa anarquía se manifiesta en el triunfo del injusto frente al justo (v.4), el “justo / inocente” oprimido por el culpable, sin que nos quede claro quiénes son estos sujetos, a los que se aludirá nuevamente en la segunda pregunta-respuesta. Como es frecuente en los Salmos, el profeta clama “hasta cuándo” ocurrirá esto? (Sal 13,2-3)

El diálogo entre el profeta y Dios sigue, pero es omitido por la liturgia que salta al cap. 2 que retoma con una nueva respuesta de Yahvé (2,2) [de este modo, la primera pregunta del profeta aparece como respondida con la segunda respuesta, particularmente porque el motivo por el que se ha incorporado esta lectura litúrgica parece radicar en 2,4; “el justo, por su fidelidad vivirá”]. 

Dios presenta lo que va a decir de un modo solemne (vv.2-3) afirmando que eso ocurrirá, aunque se demore un poco; el profeta debe escribir la respuesta de Dios (es aquí donde probablemente se quiera destacar que esto, válido para un momento concreto de la situación dramática del pueblo, es válido para todos los momentos, y por eso debe dejarse por escrito). Y el contraste está entre la suerte final del justo y el injusto: la vida y la muerte (v.4). Aquí se presenta la sentencia, aunque en los versículos siguientes se detendrá en la suerte del impío, que será acompañado de 5 lamentaciones (“¡Ay de…!”, 2,6b. 9. 12. 15 y 19). La construcción del anuncio sobre el injusto no es sencilla. Literalmente dice “He aquí, el inflado no se mantendrá en su alma”. El término hebreo nepes permite diferentes lecturas (alma, vida, garganta, respiración, tragar) que le servirá para jugar con los sentidos en los versos siguientes aludiendo a que la muerte “tragará” al injusto así como es insaciable el apetito del imperio (babilonio, en este caso) por saquear y “devorar”.

El contraste viene dado, obviamente con la suerte del fiel. Éste justo se confía en Dios y no en sus riquezas y poder (v.5) y por eso “vivirá” (de la suerte del justo hablará en el cap.3). Su vida es consecuencia de su (“su” ¿de quién? ¿De Dios o del justo?) ‘emunah (que en hebreo es fidelidad, confianza) traducida al griego por písteôs (fe) señalando un pequeño cambio que influirá en el NT. La fidelidad, algo que afecta toda la vida del justo, repercutirá en su vida (“vivirá”). Puede decir que el justo vivirá por la fidelidad de Dios a su pueblo y la Ley (que el injusto viola sistemáticamente), y esto queda escrito para la posteridad. No es que el justo viva (en el texto hebreo, porque -como se dijo- el griego modifica esto) por sus actitudes, sino porque Dios es “creíble”, “fiel” y eso lo ha “escrito” para la posteridad. 


Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo     1, 6-8. 13-14


Resumen: el discípulo de Pablo se dirige a Timoteo señalándolo como heredero auténtico de la predicación del Apóstol. Predicación ya presentada como algo “fijo” que se debe cuidar y conservar, y transmitir “fielmente” movido por el Espíritu, a diferencia de lo que los “falsos maestros” hacen en la comunidad.

La organización y estructuración avanza en el cristianismo de la segunda y tercera generación. Y un discípulo de Pablo, en su nombre, intenta ayudar en este sentido. Es posible que para la redacción de esta carta se haya ayudado de viejos fragmentos de cartas auténticas de Pablo (de hecho parece bastante más personal que las otras dos “Pastorales”). Sin embargo, la redacción tardía nos permite reconocer un elemento clásico en ellas: conservar lo recibido (vv.12.14). 

La primera referencia es a la “imposición de las manos” con la que hay expresada una delegación. Timoteo tiene la responsabilidad de transmitir y conservar fielmente el “depósito” que Pablo le ha comunicado. Para ello Timoteo cuenta con el espíritu que le fue dado que es espíritu de fortaleza, amor y autocontrol (moderación), entendidos como don de Dios; con el evangelio que nos salva y llama, y del cual Pablo es buen testigo de quien Timoteo puede aprender. Es posible que “Pablo” tenga en mente Dt 34,9 donde “imposición de manos” y “espíritu” vuelven a encontrarse para referir a una sucesión: Josué es señalado como sucesor del ministerio de Moisés. El marco conflictivo de la carta puede indicar que Timoteo -y no los adversarios- es el verdadero heredero de Pablo.

Pablo ya ha muerto (4,6) y Timoteo aparece como un buen continuador de su ministerio, por eso debe “reavivar el carisma” de Pablo (v.6); en 1 Tim 4,14 ese carisma fue comunicado por la imposición de las manos de los presbíteros, pero con el acento –aquí- en la delegación misionera personal de parte de Pablo (de hecho hay textos con reminiscencias paulinas expresamente escogidos: cf. Rom 1,16; 8,12-17; Ef 2,4-8).

Los vv.13-14 anuncian dos aspectos que luego desarrollará negativamente en v.15 y positivamente en vv.16-18. Lo importante es que –a diferencia de Pablo- aquí el Evangelio es algo fijo, estable que se debe “conservar” y transmitir “fielmente”, ya se trata de un depósito.


Evangelio según san Lucas     17, 3b-10


Resumen: Una serie de textos señalan algunas características del discipulado: el perdón, la importancia de la fe y la disponibilidad en el servicio que no espera recompensa. Los primeros parecen más universales que el segundo, que parece dirigido a los que tienen alguna responsabilidad en la comunidad.

Una serie de textos diversos componen un nuevo discurso de Jesús en su viaje a Jerusalén. Uno sobre los escándalos (17,1-3a), sobre las ofensas entre hermanos (3b-4), sobre la fe (vv.5-6), sobre el servicio (vv.7-10). Los tres últimos constituyen el texto del día. El primero de estos [1] (3b-4) tiene alguna semejanza con Mt (18,15.21-22), el segundo [2] tiene su paralelo en Mt y Mc (Mc 11,20-24 / Mt 17,20; 21,20-22) y el tercero [3] es propio de Lucas. Veamos brevemente ambos paralelos para notar sus diferencias:

[1] 

                             Mt 18
                 Lc 17.3b-4
15 «Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, 
a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. (Mt 18:15)
¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?»  22 Le dice Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». (Mt 18:21-22)
«Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale.



4 Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: «Me arrepiento», le perdonarás».

Y el otro: 
[2]

Mt 17,20
      Mt 21:20-22
     Mc 11:21-24
     Lc 17:5-6









Él les contestó: –
Porque ustedes tienen poca fe. Les aseguro que, 


si tuvieran la fe del tamaño de una semilla de mostaza,

dirían a aquel monte que se trasladara allá, y se trasladaría.







Y nada sería imposible para ustedes.


20 Al verlo los discípulos se maravillaron y decían: «¿Cómo al momento quedó seca la higuera?»
 21 Jesús les respondió:   
«Yo les aseguro: si tienen fe y no vacilan, no sólo harán lo de la higuera, 



sino que si aún dicen a este monte: «Quítate y arrójate al mar», así se hará.





22 Y todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis».


21 Pedro, recordándolo, le dice:
«¡Rabbí, mira!, la higuera que maldijiste está seca».
 22 Jesús les respondió: «Tengan fe en Dios.





 23 Yo os aseguro que quien diga a este monte: «Quítate y arrójate al mar»


y no vacile en su corazón sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá.
 24 Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis.
5 Dijeron los apóstoles al Señor; «Auméntanos la fe».





6 El Señor dijo:




«Si tuvieran fe como un grano de mostaza,

habrían dicho a este sicómoro: «Arráncate y plántate en el mar», y les habría obedecido».

El texto propio de Lucas, en cambio, parece el contraste de lo señalado en Lc 12. Notar, por ejemplo este contraste:
 [3]

12,37
17,7-8
37 Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo les aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá.
7 «¿Quién de ustedes tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: «Pasa al momento y ponte a la mesa?»  8 ¿No le dirá más bien: «Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?»


El primer texto [1], sobre la ofensa y el perdón presenta, por un lado la primera actitud, la reprensión. Esto supone corregir al errado. Es posible que a causa de eso el ofensor se arrepienta, y allí se propone la segunda actitud: el perdón. Quien espera ser perdonado por Dios, debe ser capaz de perdonar, él a su vez, a los que lo han ofendido. Pero esta capacidad de perdón, debe ser ilimitada (el número 7 tiene aquí ese sentido –ver Sal 119,164-; en Mateo alude a Lámek, Gen 4,24); pero es “7 veces al día”, como cada día debe cargarse la cruz (9,23) porque la exigencia del discipulado es cotidiana. Pero siempre debe presuponerse el paso previo de la conversión, como condición necesaria. En esta segunda parte, se refiere al pecado interpersonal (“contra ti”), no a una violación de la Ley, en este caso. Los verbos “pecar” y “arrepentimiento” junto al término “hermano” pueden remitir fácilmente a la parábola del padre y los dos hijos.

En el apócrifo judío Testamento de Gad se encuentra una sentencia semejante:

“Ámense de corazón unos a otros, y si alguno comete una falta contra ti, díselo con paz, apartando el veneno del odio sin mantener el engaño en tu alma- Y si tras confesar su culpa se arrepintiere, perdónale…” (6,3)


El segundo texto [2], sobre la fe, como se ha visto es diferente en Lc (quizás más fiel a Q) que en Mc, donde hace referencia a un monte. Un dicho semejante encontramos en 1 Cor 13,2. Es posible que la referencia al “monte” fuera un dicho o proverbio tradicional. El sicómoro (sikáminos) sólo se encuentra aquí en todo el NT (y su semejante sikomoréa solamente en Lc 19,4 en todo el NT) y es probable relectura de Lucas al texto.

El pedido de aumento en la fe (¿o de seguridad en la fe?) es rechazado. El más o menos no cuenta si la fe existe. Si la hay, es capaz de obrar milagros. 

Finalmente [3] se presenta una parábola de un hombre que tiene un siervo (esclavo) en el campo. La idea de “¿quién de ustedes?” que tiene un esclavo no parece siempre coherente con las multitudes que escuchan y siguen a Jesús. Es posible que el texto sea originalmente parte del debate con las élites (como los fariseos) a los que reclama que sean capaces de servir sin reclamar su recompensa. 

La parábola está presentada como una doble pregunta, una que requiere una respuesta negativa, seguida por una que reclama una afirmación de parte del auditorio. El auditorio comprende fácilmente que el siervo no ha de esperar nada por haber hecho lo mandado (la analogía patrón / esclavo es habitual en Lucas: 12,35-40.42-48; 13,25-27; 14,16-24; 16,12-13). Obviamente, Lucas lo está refiriendo a la relación de los discípulos con respecto a Dios. El siervo reconoce su inutilidad (no se trata de “simple servidor” sino de “servidor inútil”, arjeirós). El contraste con aquellos que esperan la recompensa de parte de Dios refuerza el sentido de este reconocimiento. No es improbable que en la comunidad de Lucas ya hubiera quienes tenían cierto sentimiento de “casta”, de “clero” y el autor quiere invitarlos a la humildad.


el video con comentario al Evangelio se puede ver en 

https://youtu.be/q0ap8kAZtKA

o también en

https://blogeduopp1.blogspot.com/2025/09/video-con-comentario-al-evangelio-del_29.html



Foto tomada de cvclavoz.com

jueves, 25 de septiembre de 2025

Eran tres personas

Eran tres personas

Eduardo de la Serna



Hay engendros humanos, carroñeros ellos, que no pierden la ocasión de mostrar su laya cada vez que la muerte trágica se enseñorea en nuestras calles.

Podríamos hacer una lista reciente. Innecesario hacerla.

No pretendo entrar en el análisis del hecho – no me he metido demasiado en el tema – de las tres chicas asesinadas y cuyos cuerpos fueron encontrados en Florencio Varela. Espero que la justicia exista, y que todas y todos (¡todos!) los responsables sean detenidos, juzgados y condenados. Pero me parece oportuno – colateralmente a esto – mirar la carroña que se aprovecha de esto. Y, lo repito, creo que es indispensable distinguir el hecho atroz, con todas sus ramificaciones de la comunicación del mismo, con toda su miseria. Obviamente, políticos y comunicadores sociales (que alguna vez fueron llamados periodistas) ocupan el primer lugar en esta caterva. Tirar un cadáver o su olor putrefacto para aquí, revolearlo para allá sólo muestra el estiércol mental constitutivo de estos sujetos (y sujetas). No basta con decirles y repetirnos que se trata de tres seres humanos, personas (y, además, mujeres y jóvenes). Que esto o que aquello, dirán, como si fuera importante. Lo que importa es poder ensuciar y enchastrar “al otro lado”. ¡Asco! Usar el dolor y la muerte para “tirar agua para mi molino” solo revela la insignificante estatura moral de algunas y algunos; quizás les sea eficaz (imagino que en orden a eso lo hacen); eso no lo transforma en justo. Pero eso no les importa. El poder judicial debería poder avanzar, investigar y hacer justicia (lo que en Argentina sería casi un oxímoron), pero aprovechar la sangre caliente (y, por lo que se dice, los gritos espeluznantes de las chicas torturadas transmitidos en directo) debería urgentemente señalar un límite. Pero, lamentablemente, desde ya hace demasiado tiempo, sabemos que los que tienen y determinan “la palabra” corrieron los mojones y establecieron ellos mismos los límites a su antojo y conveniencia…

Tres personas, chicas jóvenes fueron secuestradas, torturadas, asesinadas, descuartizadas… Hay indicios que invitan a mirar para cierto lado (y no me refiero a “lado geográfico”, sino criminal). La policía o el poder judicial tienen jurisdicciones, el crimen ¡no! Los micrófonos, ¡tampoco! Triste miseria pseudo-humana la que se aprovecha de esto en su favor (y no menos triste la de quienes aplauden o quienes repiten acrítica y huecamente las bazofias propaladas). Lamentablemente, hace ya bastante tiempo que nos vamos habituando a esta necro política y necro periodismo. Todo lo que es humano les es ajeno. ¡Tristeza!

 

Foto pública de las cámaras de seguridad