jueves, 13 de noviembre de 2025

Onán, el egoísta

Onán, el egoísta

Eduardo de la Serna



En la Biblia, la descendencia es un tema muy importante. Por un lado, que es muy significativo, tener hijos es indicio de que Dios bendice a un matrimonio. Una pareja que no puede tener hijos es vista como una que es rechazada por Dios, como que Dios no los acompaña (y, frecuentemente, tratando de averiguar o inventar, las causas o razones por las que Dios no lo hace): se habla de maldecidos, de ignominia, o de humillación (ver Lc 1,25). Señalemos, y no es un tema menor, que habitualmente la “culpable” es siempre la mujer. Ella es la que es tenida por estéril y de la que se afirma que Dios no la ha bendecido. Tenemos muchísimos casos de la imagen de la "mujer estéril" a lo largo de la Biblia. Pero, fuera de este tema, lo que nos interesa aquí señalar es que los judíos procuran insistentemente cuidar la descendencia. Además de lo dicho, el tema que lo acompaña es la herencia: la propiedad, la tierra, las riquezas. Si uno muriera sin dejar descendencia, la herencia se dispersa y, por ejemplo, la tierra, don de Dios, que debería ser concentrada en un descendiente, se fragmenta de un modo incontrolable; muchos pasarín a ser los propietarios.

Para evitar esto, por ejemplo, al morir el padre, el mayor de los hijos varones hereda “doble parte” de la propiedad de su padre (Dt 21,17; ver 2 Re 2,9). El resto se reparte entre los restantes varones si los hubiera (las mujeres solamente heredan, normalmente, si no hubiera hijos varones). El objetivo, lo repetimos, es la concentración de la propiedad y evitar la dispersión. Ahora, ¿qué ocurre si uno muere sin dejar descendencia? En ese caso, la viuda debe relacionarse con un hermano del muerto a fin de engendrar un hijo, el cual sería, legalmente, hijo del difunto, con lo cual a él le pertenecen las propiedades, la tierra, ganado, etc. del muerto. A esto se lo conoce como “ley del levirato” (Dt 25,5-10; y es a esto que en cierta ocasión aluden los saduceos para ponerle una trampa a Jesús con un planteo absurdo; Mc 12,18-23).

Ahora bien, Judá, el patriarca, el hijo de Jacob, tiene un hijo primogénito llamado Er, el cual murió joven sin dejar descendencia con su esposa Tamar (Gen 38,6). Judá, entonces, para que Er no quede sin hijos y que la propiedad no se disperse, le encarga a su segundo hijo, Onán, que engendre un hijo con su cuñada Tamar a fin de darle así “descendencia a su hermano” (38,8). Pero Onán tenía claro que, en caso de engendrar un hijo con Tamar, este no sería suyo y ya no sería él el “nuevo primogénito” perdiendo así la herencia, y – entonces – al tener relaciones sexuales con Tamar “derramaba a tierra evitando de ese modo dar descendencia a su hermano” (38,9).

No es este el único caso en la Biblia en el que, por cuidar o para pretender no perjudicar la propiedad, alguien evita cumplir con la ley de levirato (ver Rut 4,6) pero esto es algo muy mal visto por la Biblia, y – por eso – por su egoísmo en relación a su hermano muerto, Onán también muere. En la legislación, si uno no aceptara cumplir con la ley de levirato y lo reconoce públicamente ante los ancianos de la ciudad, la situación es tan humillante que se le escupirá en la cara al infractor, por “no edificar la casa de su hermano” (Dt 25,9). La historia particular de Tamar después de esta tragedia ya la hemos comentado en otra oportunidad.

En ocasiones, la historia de Onán se ha interpretado en clave sexual ("onanismo"), pero, como puede verse, no es este el caso. El tema no es la anticoncepción ni la búsqueda del propio placer, sino el egoísmo en el que Onán se mira a sí mismo y no mira a su hermano; no “edifica la casa” del difunto. El pecado de Onán no es sexual, sino que es no cuidar atentamente la herencia, la tierra, la descendencia que Dios ha prometido a su pueblo y de la cual también Judá debiera ser responsable. Judá y también su hijo. No son pocas las veces que el amor a los propios bienes, al dinero, a la herencia es puesto por encima de la voluntad de Dios (“no se puede amar a Dios y al dinero”, dijo Jesús, Lc 16,13); los que lo hacen rechazan a Dios y su proyecto. Como Onán.


https://es.wikipedia.org/wiki/Onán

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