Lectura de los Hechos de los Apóstoles 9, 26-31
Para comprender bien el texto litúrgico es importante tener presentes varios elementos. El primero es que el autor, al que solemos llamar “Lucas”, no pretende presentar una “historia de los hechos de los Apóstoles” sino predicar cómo gracias al Espíritu Santo – el gran protagonista de su obra – la Palabra de Dios va creciendo en la geografía y en la historia. Teniendo esto en cuenta, señalemos que los acontecimientos históricos le sirven a tal fin y no duda en silenciar algunos, agrandar otros, manipular unos o exaltarlos. Del mismo modo que “Lucas” no pretende hacer una “historia de Jesús” en su evangelio, tampoco pretende una “historia de la Iglesia” en su segundo tomo. En este sentido, el regreso del perseguidor Pablo a Jerusalén está cargado de elementos teológicos, y – si interpretáramos esto desde una perspectiva histórica – deberíamos afirmar que, por un lado, nos faltan muchos elementos para poder hacerlo con seriedad, y que hay una importante contradicción o contraste con lo que el mismo Pablo afirma en sus cartas de estos hechos.
Dejando Damasco, abruptamente, Pablo se dirige a Jerusalén donde estará un breve tiempo (en Gálatas 1,18 habla de "quince días") antes de dirigirse luego a las regiones de Cilicia (cuya capital es Tarso). Es a este breve tiempo que alude “Lucas” en el texto litúrgico de hoy.
La llegada de Pablo supone los obvios recelos de los antiguos perseguidos por él, pero un seguidor de Jesús del que se nos ha hablado ya en Hch 4,36-37, Bernabé, hace suyo el relato del encuentro de Pablo con el resucitado. Nada nos dice acerca del motivo por el que Bernabé sí cree y por qué es él quien cuenta lo que narrativamente “Lucas” acaba de contar acerca de la “conversión” de Pablo. De hecho, la relación entre Pablo y Bernabé se vuelve cada vez más estrecha hasta el conflicto de Antioquía (cf. Gal 2,13; ver Hch 15,37-40) de modo que es éste quien introduce más intensamente a aquel en la misión a los paganos.
Más allá del marco histórico (que insistimos, está al servicio del objetivo teológico) el acento está puesto en que también en Jerusalén, como lo había hecho en Damasco (ver 9,20-25) predica con audacia y libertad (parrêsía) “a Jesús” o “en el nombre del Señor” (9,27.28; 13,46; 14,3; 19,8; 26,26). La parrêsía es la libertad, osadía, coraje, valentía para hablar. Como se ve en las citas (en 18,26 se dice de Apolo) es algo que “Lucas” destaca de Pablo. Pero esta valentía no impide que intenten matarlo, como ya había ocurrido en Damasco. De todos modos este elemento, la predicación valiente es propia de Pablo y – como vemos – parece el acento principal que “Lucas” quiere destacar en el relato. Una vez que se ha encontrado con el resucitado, Pablo “gasta” su vida (son términos paulinos, cf. 2 Cor 12,16) en la predicación del Evangelio que – como se dijo – es el objetivo teológico de “Lucas” en Hechos.
Una nota breve: es propio de la teología de “Lucas” que ya comienza (por ahora muy intuitivamente) a haber distinción entre judíos y “cristianos” (Lucas es el primero en utilizar el término, cf. 11,26; 26,28; cf. 1 Pe 4,16), entonces, el conflicto – que Pablo lo presenta con gente ligada al rey árabe Aretas, cf. 2 Cor 11,32-33 – es con “judíos” a causa de la predicación. En nuestro texto, el conflicto es con los “helenistas” (cf. 6,1; 11,20 donde alude a los judíos que hablan en lengua griega). El “Pablo de Hechos” es uno que desde los comienzos mismos de su “conversión” predica con tal convicción que deciden matarlo. Esto es lo que motivará que Pablo sea enviado a otra región en la cual vivirá “años ocultos” hasta que Bernabé lo rescate para llevarlo a Antioquía (11,25).
Resumen: Algunos en la comunidad joánica parecen “decir” que son discípulos, pero su vida no es coherente con esto. Remitiendo a los dichos originarios, el autor de la carta invita a volver a los orígenes de la comunidad, al amor mutuo como signo de la permanencia en Dios y el don del espíritu.
La carta Primera de Juan está escrita en un evidente marco polémico. Al interno de la comunidad aparecen algunos que dicen o hacen cosas que el autor de la carta considera contrarias a lo que el discípulo fundados (el discípulo Amado) había puesto como cimientos. Muchos vocativos parecen marcar los ritmos del texto (“queridos”, “hijos míos”, “hermanos”…); por otra parte, es evidente que los frecuentes “si alguno dice…”, “todo el que...” son indicios de que había en la comunidad quienes lo decían o hacían.
Con un “hijos míos” comienza la unidad litúrgica (el vocativo “queridos” de v.21 no marca una nueva unidad ya que continúa la referencia a la conciencia, cf. 19.20 y 21). En 4,1 un nuevo vocativo (“queridos”) da comienzo a un nuevo apartado.
El acento está en “no amar de palabra o con la boca” (v.18) sino “guardar” los “mandamientos” (22.24). Es evidente que el mandamiento es el tema central de la unidad (y de otras partes de la carta) haciendo referencia al “mandamiento del amor” que Jesús destaca en la despedida a los suyos en el Cuarto Evangelio. El primer contraste está dado entre “palabras” y “boca”, que se asemeja a los que “dicen” pero son “mentirosos” (cf. 2,4.22; 4,20) ya que no hacen aquello que dicen, por un lado, y las “obras” y la “verdad” por el otro. Ambos pares son sinónimos. La verdad, en Juan (como en general en la Biblia) no se trata de una teoría, sino de una praxis. La verdad se obra, se vive (Jn 3,21; 1 Jn 1,6; 3 Jn 8; cf. Tob 3,2; 13,6; Sal 33,4; 111,7; Ez 18,9; Dan 3,27; 4,34). Es por eso que “somos” de la verdad (v.19) porque “guardamos sus mandamientos”.
El mandamiento (aunque en v.22 se mencione en plural, a continuación se lo presenta en singular como “un” mandamiento, v.23) tiene una doble dimensión: creer en el nombre de su Hijo y que nos amemos unos a otros “según el mandamiento que nos dio” (de esto habla el Evangelio de hoy y el de la próxima semana, precisamente). El cumplimiento de estos mandamientos provoca la “permanencia” (ver Evangelio de hoy) que es una inter-habitación mutua: él en Dios y Dios en él. Y esto en relación al espíritu que ha sido “dado”. La referencia al discurso de despedida de Juan es evidente y remitimos a esto.
Parece muy probable que en la comunidad empiezan a surgir algunos que insisten en que el ser discípulos es solamente amar a Dios y desentenderse de los hermanos. Este espiritualismo creciente (que culminará en fractura en la comunidad, como se ve en las cartas 2ª y 3ª) es ante lo que el autor alega haciendo referencia a los momentos originarios de los dichos de Jesús tal como el Discípulo Amado los ha transmitido y se encuentran en el Evangelio y por eso repite el contexto “original”.
+ Evangelio según san Juan 15, 1-8
Resumen: Usando el característico “yo soy”, Juan presenta a Jesús como “la vid” destacando la interrelación entre el Señor y sus discípulos, la voluntad del padre (dar frutos) y la importancia de “permanecer” en esta inter-pertenencia mutua.
En el capítulo 13 Jesús empieza, en una cena (que no es Cena Pascual), un largo discurso de despedida que recién finalizará en 17,26. Obviamente hay muchos elementos y sub-unidades en este largo texto, pero todo se presenta como Discurso. Y tiene clara apariencia de “Testamento”. Es decir, un personaje importante se despide de los suyos (hijos, familiares, discípulos) y haciendo memoria de su vida señala que los que obren en Tal cosa como él obró (o los que no cometan tal vicio como él cometió, como se ve en otros casos) serán sus auténticos herederos espirituales. De estos “testamentos” hay indicios o resabios en muchas partes del Nuevo Testamento y - por supuesto – muchos escritos apócrifos, entre los cuales el “Testamento de los Doce Patriarcas” es el más conocido.
Aquí, Jesús, del que se nos dice que “a los suyos” los “amó hasta el extremo” (13,1) les dirá a sus “herederos” que lo serán en la medida en que amen “como él amó” (13,15.34).
Dentro de este largo discurso se encuentra, comenzando con el típico “yo soy” de Juan, la referencia a la vid y las ramas (= sarmientos). El texto es más extenso (aunque la imagen de los frutos finaliza en v.8 y sólo a modo de conclusión se retoma en v.16); en v.9 el acento está puesto en el amor que enmarca vv.9-17 (Evangelio del próximo domingo), aunque es evidente que el fruto (primera parte) es el amor mutuo (segunda parte).
La “vid” es interesante ya que, si bien en el A.T. con alguna frecuencia representa al pueblo de Israel (cf. Is 5,1-7; Os 10,1; Jer 2,21; 5,10; 6,9; 12,10; Sal 80,9-19…) en los sinópticos se utiliza (como otros árboles frutales, como la higuera o el olivo) para aludir a la comunidad de discípulos (cf. Mt 21,43) y – como es propio de la cristología de Juan – se concentra en Jesús quien en sí mismo reemplaza todo aquello que se afirma en Israel de los ámbitos de salvación.
Es interesante que “el Padre” aparece mencionado como de pasada en esta primera parte y ocupará un rol más importante en la segunda.
El viñador (= el Padre) quiere que las ramas den fruto (v.2 y 8). Ahora bien, las ramas no pueden dar fruto si no “permanecen” en la vid. Por eso las que no dan fruto son cortadas (v.2) como se repite: vv.4.5.6; mientras que las ramas que “permanecen” dan fruto: vv.2.4.5.7. (Como se ha dicho, habremos de esperar a la segunda parte para saber con claridad que este fruto es el amor).
Sin duda, la clave de esta parte viene dada por el verbo “permanecer” (menein). Este verbo es muy importante en este Evangelio y es interesante señalar algunos aspectos:
En un primer momento se destaca que el Espíritu “permanece” en Jesús (1,32.33). Los primeros discípulos, enviados por el Bautista “vieron donde permanecía Jesús y permanecieron con él aquel día” (1,38.39). Jesús no permanece mucho tiempo en Cafarnaúm (2,12). Pero luego de esta primera “semana inaugural”, en el cuerpo del Evangelio el término empieza a tener una mayor densidad teológica: “en que cree en el Hijo tiene vida eterna… el que se niega a creer… la ira de Dios permanece en él” (3,36). Después que Jesús “permaneció” con los samaritanos “fueron muchos más los que creyeron en él… es el Salvador del mundo” (4,40-42). Para los que no creen su palabra “no permanece en ustedes” (5,38). El alimento que da “el Hijo del hombre”, “permanece para la vida eterna” (6,27) y por eso “el que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él” (6,56). En 7,9 destaca que “permaneció en Galilea” pero luego – de incógnito – subió al templo. Claramente dirá que “si permanecen en mi palabra serán mis discípulos” (8,31); Jesús – y su palabra – nos hacen libres, y “si el esclavo no permanece para siempre, el hijo permanece para siempre en casa” (8,35). Los que no aceptan a Jesús son ciegos que se niegan a ver, y “como dicen vemos su pecado permanece” (9,41). Nuevamente Jesús permanece en un lugar (10,40; 11,6.54). Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, “permanece solo” (12,24). Los “judíos” creen que el mesías “permanecerá siempre” (12,34), mientras que Jesús será “elevado”. Jesús es la luz y el que cree en él “no permanece en tinieblas” (12,46). El Padre “permanece es” Jesús y realiza las obras (14,10), y los discípulos pueden reconocer al espíritu – el mundo no puede – porque “permanece en ustedes” (14,17). El discurso de despedida Jesús lo dice porque “permanece entre ustedes” (14,25). Los cuerpos de los crucificados no debían permaneces en las cruces por avecinarse un sábado solemne (= Pascua) (19,31). Finalmente, del discípulo amado Jesús insinúa que “permanecerá” hasta que él vuelva (21,22.23). En una misma línea el sustantivo “mansiones” (= lit. permanencias) se destaca que hay muchas en la “casa de mi Padre” (14,2) y que si uno ama a Jesús ese “guarda la palabra”, el Padre lo amará y “vendremos a él y haremos en él nuestra «morada»” (14,23).
En esta lista hemos omitido expresamente las referencias que se encuentran en Jn 15 (vv.4.5.6.7.9.10.16 un total de x11 veces). La imagen de la permanencia de la rama a la vid es la que permite dar fuerza a la imagen de los frutos. En v.9 el paso es a “permanecer en el amor”, como se ha dicho (cf. v.10).
Es interesante, a modo de síntesis, notar que fuera de aquellos lugares donde se dice que Jesús “permanece” (Cafarnaum, Galilea, Samaría…) hay un doble juego de permanecer que indican una interrelación mutua: permanecer en el pecado, lo que indica un modo de existencia, y un permanecer e interrelación: Jesús-Padre y Padre-Jesús, Jesús-discípulos y discípulos-Jesús. La recepción de los dones de Jesús (su palabra, su cuerpo y sangre) o creer en él es lo que provoca esta mutua permanencia y es lo que permite dar el fruto esperado.
Sin embargo, hay un elemento más a señalar y es la referencia a la/s palabra/s de Jesús: “ustedes” (los discípulos) que han sido “limpiados” por el viñador (el Padre) están limpios “por la palabra” (lógos) que Jesús ha dicho. Si las “palabras” (rêmata) permanecen “en ustedes pueden pedir lo que quieran y lo conseguirán” (v.7). Las palabras que se han de guardar – como los mandamientos – son las palabras que Jesús “la Palabra de Dios” ha pronunciado porque permanece en Dios y Dios en Él. Estas palabras han limpiado a los discípulos porque son palabras de vida (cf. 6,68):
«El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos». (13,10).
El doble esquema puede verse, entonces, de este modo:
15,1-8
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15,9-17
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Padre (v.1)
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Padre (v.9)
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Palabra (v.3)
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Mandamiento (v.10)
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Lo que pidan (v.7)
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Lo que pidan (v.16)
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Palabra (v.7)
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Padre (v.16)
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Padre (v.8)
| Mandamiento (v.17) |
Guardar la palabra (logos), 8,51.52.55; 14,23.24; 15,20; 17,6 (guardar la palabra, rêma, cf. Pr 3,1) es guardar los mandamientos: 14,15.21; 15,10. Esa es la palabra que limpia y permanece y de la que hablará la semana próxima.
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