martes, 10 de abril de 2018

La fe y la esperanza. ¡Un problema!


La fe y la esperanza. ¡Un problema!


Eduardo de la Serna



Se sabe que la “fe” y la “esperanza” junto con la “caridad / amor” constituyen el corazón mismo de la vida cristiana. Son las “virtudes teológicas” al decir de santo Tomás. Quienes las viven “dicen” algo de Dios. Con el tiempo se las empezó a llamar “teologales”, lo cual empobreció el término, pero no es este el lugar para una historia del tema. Lo que me interesa, de entrada, es señalar precisamente lo “teológico”, lo que “dice de Dios” quien/es tiene/n y vive/n las virtudes en cuestión. Y quiero dejar de lado la más importante, el amor, porque me interesa mirar algo que las otras dos “esconden”.

La fe suele entenderse en dos sentidos: como la confianza en algo que no se ve, poniendo el acento en ambos puntos: el no ver (todavía) y el confiar. La esperanza, por su parte, también tiene dos puntos, aguardar confiados, también poniendo el acento en ambos puntos, el aguardar y el confiar. Si detenemos la mirada en la primera parte, “no ver” y “aguardar”, sin duda ambas virtudes tienen un límite: el momento en que se alcanza el objeto; cuando esto ocurre ya no se “espera” ni se “cree” por cuanto se sabe y se tiene. Si ponemos el acento en la segunda parte, la confianza, la llegada del momento esperado y la visión la confirman y fortalecen. Pero – y acá el punto – puesto que se trata de algo “teológico” la fe y la esperanza están puestas en Dios. Exclusivamente en Dios. Y poner la fe o la esperanza en lo que no es Dios no sólo sería algo necio, sino también se aproximaría a la idolatría, bíblicamente hablando. Creer y esperar en Dios constituye el ser cristiano (o el ser religioso, en general), y no creer y/o no esperar sin duda lo niega.

Pero nada de esto impide que “creamos” o “esperemos” en cosas históricas, sociales, humanas, siempre y cuando quede claro que no estamos hablando teológicamente. Bien puedo decir – por ejemplo – que no tengo “esperanza” en el futuro político de nuestro país, y nadie debería pensar que no tengo fe; bien puedo decir que no tengo esperanza en que el poder judicial administre justicia y nadie debería cuestionarme mi esperanza. Es más, no tener confianza en algunas personas o instituciones no sólo no es síntoma de agnosticismo y/o desesperanza, sino que puede ser resultado de la aplicación sensata de otra virtud: la prudencia.

  • ¿Tiene sentido “creer” (por tanto “confiar”) en un sistema que miente, que es injusto, corrupto, y hasta genocida? En realidad, creer/confiar en esto se asemeja más a la torpeza, negligencia, pereza o síndrome de Estocolmo, y hasta casi el suicidio.
  • ¿Tiene sentido esperar humanidad, justicia, sensatez de un poder político que – salvando excepciones que lo enaltecen – no hace sino defraudar las expectativas, la justicia y la vida misma?
  • ¿Tiene lógica creer en personas que no hacen sino auto beneficiarse y desentenderse de los demás, aunque jamás ni Dios ni la patria se lo demanden?


Sin duda, por tratarse de humanidad, estamos en el terreno del “barro”. Por no estar en el ámbito “teológico” hay y habrá siempre miserias, límites, ambigüedades. Y la “prudencia” deberá “medir”, “pesar”, “juzgar”, “discernir” a veces lo “menos malo”, a veces lo “mejorcito”, o a veces el trigo entre la paja. Sin duda podemos repetir con el profeta Jeremias: «¡Maldito quien confía en un hombre y busca apoyo en la carne, apartando su corazón del Señor!» (Jer. 17:5), pero también ¡pobre de aquel que no tiene un amigo, o alguien en quien confiar: «Más se puede confiar en el amigo que hiere, que en el beso del enemigo» (Prov. 27:6).

Mirando nuestro presente y los que lo “conducen”, en nuestro país y en la América Latina y el mundo, debo señalar que soy agnóstico de casi todos los actuales dirigentes (de los de mi país sin duda que sí), de los jueces y de los medios de comunicación. Y precisamente por eso no tengo esperanza. Pero precisamente porque los tiempos cambian, y las personas pasan, sé que puedo volver a tener esa fe y esa esperanza que me han robado; la fe y la esperanza tienen un límite, ya se ha dicho. El famoso “pesimismo de la inteligencia y optimismo de la voluntad” del que hablaba Antonio Gramsci citando a Romain Rolland debe ser motor, pero precisamente porque hemos tenido momentos, espacios o circunstancias donde hubo un poder judicial confiable, donde hubo personas (y esto también vale para el seno de la Iglesia, sin dudas) que mostraron rumbos y mantuvieron fidelidades (nada más evidente que el testimonio de los mártires, valga la redundancia). Sin duda, nada de esto nos permite intuir, saber o “esperar” un “mañana mejor”. Quizás sea “pasado mañana”… O el “año que viene”, pero la experiencia de lo vivido, aunque sea una sola, nos permite soñar y poner las fuerzas para creer y esperar un futuro mejor. De eso se trata la militancia.



Imagen tomada de http://tiemposfamiliainternacional.blogspot.com.ar/2012/06/hace-muchos-anos-hubo-una-pequena-aldea.html

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