miércoles, 19 de diciembre de 2018

La Biblia de Olmedo y Bolsonaro


La Biblia de Olmedo y Bolsonaro


Eduardo de la Serna



Siendo que el impresentable presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro, como su remedo argentino (si fuera posible) el diputado Alfredo Olmedo acaban de hablar de la “ideología de género” y ambos remitieron a “la Biblia” para condenarla quisiera decir una palabra al respecto.

No me detendré en la susodicha “ideología”, que otres pueden hacerlo mucho mejor y fundadamente que yo, pero si en el texto bíblico del que algo puedo decir.

Para empezar, quisiera señalar que una lectura fundamentalista (que, entre paréntesis, fue tenida como “suicidio del pensamiento” por la Iglesia en tiempos de Juan Pablo II y Ratzinger [1983]) transforma la Biblia en todo lo contrario de lo que es. La Biblia no es una suerte de vademécum de normas y mandatos, un código penal para ganarse el cielo o conseguir el infierno. No es eso la Biblia, sin duda alguna. La Biblia es un Dios que se revela, que nos muestra su rostro, progresivamente, que entra en comunicación y diálogo con sus amigos, los seres humanos. Y, por tanto, para leerla en otro tiempo, otra cultura, otro lenguaje, otra historia se vuelve indispensable traducir e interpretar. Hacer una lectura lineal es no entender la historia, la literatura, al ser humano ni a Dios. Y esto no tiene que ver solamente con la comida y el vestido, sin duda alguna. La pregunta clave siempre es ¿qué quiere decir esto a las personas de su tiempo? ¿cómo traducimos esto a las de nuestro tiempo?

Yendo a los textos (mal) usados por los fundamentalistas en cuestión, quisiera señalar, para empezar, que muy poco sensato resulta pedir, a textos de más de 2500 años de antigüedad, respuestas a preguntas del presente. A veces podremos encontrar criterios o “puntas” que nos ayuden a pensar, pero repetir una fórmula mal entendida sólo sirve para hacerle decir a la Biblia exactamente lo que no dice porque no lo quiere decir.

El texto de Génesis 1,27 afirma: “creó pues Dios al ser-humano (’adam) a su imagen, a imagen de Dios lo creó, como macho y hembra lo creó”. El autor es un sacerdote que, como es habitual en ellos, necesita distinguir y separar, para – si es el caso – reconocer lo puro y descartar lo impuro, lo santo de lo profano. Por eso más arriba dirá al hablar de otros momentos creacionales:

  • Produzca la tierra vegetación: hierbas que den semillas y árboles frutales que den fruto, de su especie, con su semilla dentro, sobre la tierra (Gen. 1:11)
  • Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero grande para el dominio del día, y el lucero pequeño para el dominio de la noche, y las estrellas; (Gen. 1:16)
  • Y creó Dios los grandes monstruos marinos y todo animal viviente, los que serpean, de los que bullen las aguas por sus especies, y todas las aves aladas por sus especies; (Gen. 1:21)
  • Hizo Dios las alimañas terrestres de cada especie, y las bestias de cada especie, y toda sierpe del suelo de cada especie: (Gen. 1:25)

Por eso es razonable que también “distinga” en el ser humano de acuerdo a lo que ve: macho y hembra. Aprovecho para destacar que el término hebreo dice macho y hembra, que se utiliza en la Biblia tanto para especies animales como para el ser humano. Y el verbo hebreo utilizado, bará’ es creacional.

El sacerdote debe “ver” para poder reconocer lo puro y descartar lo impuro, como – por ejemplo – es el caso de la lepra. Viendo lo que una persona tiene determinará si es o no “lepra” (en realidad parece que no existía el mal de Hansen en el Israel de tiempos bíblicos) y lo excluirá de la comunidad hasta que pueda constatar visualmente que la enfermedad se ha “limpiado”. Ese es, por ejemplo, también, el motivo de la crítica a los “sepulcros” que no se ven (Lc 11,44) ya que nos volverían impuros sin saberlo, porque no hemos visto.

Podemos decir, entonces, que el criterio sacerdotal en la Biblia es lo visual, lo “natural”. De ninguna manera intenta, el sacerdote, establecer una antropología y, menos aún, que sea válida para todos los tiempos.

Un elemento importante es volver a la “creación”. El texto bíblico dice que Dios “creó”. En realidad, en los primeros tiempos bíblicos no existía una idea de un Dios “creador” (sí se había “hecho” un pueblo). Lo que se sostenía era que Dios acompaña a su pueblo en la historia; es un Dios de liberación, no de creación. Pero cuando la élite del pueblo (los sacerdotes, por lo tanto) son llevados cautivos a Babilonia deben sufrir que cada año nuevo entre las puertas de Marduc y de Ishtar se desarrolle una procesión renovando el poder de estos sobre los dioses vencidos, Yahvé entre ellos. Y en esta procesión se recita el texto babilónico de la creación, el “Enuma Elish” (“cuando en lo alto”). Esto llevó a que muchos judíos decidieran enfrentar contraculturalmente la poderosa cultura babilónica con relatos que la confrontan (creación, diluvio, etc.) llegando a su culmen en Babel (= Babilonia) donde Dios impide la lengua única (el arameo) que el imperio propone, a fin de que no pueda dominarlos (el hebreo es lengua sagrada, y ahora también de resistencia).

La idea, por otro lado, es reforzar la novedad: Dios crea sin nada (“de la nada”, dirá después la Biblia griega [2 Mac 7,28], “nada” es algo incomprensible para un judío bíblico), crea por la palabra: “Dios dijo… y así fue”. Sin duda la idea – en este punto – es mostrar que Marduc no puede con Yahvé y que pueden llevar procesionalmente las imágenes de los dioses vencidos, pero la imagen de Dios es el ser humano.

Otro tema a tener en cuenta es que el ser humano (’adam) es macho/varón y hembra/mujer. Ninguna superioridad de aquel sobre esta se justifica en el texto sino que hay una clara imagen de igualdad.

Señalemos, brevemente, que en Génesis 2,4 comienza “otro relato de la creación”, de otro autor, que no parece sacerdote y que es muy distinto: el Dios artesano modela el barro para “hacer” [no dice “crear”] al varón y luego a la mujer que es reconocida por aquel como una “igual” (2,23), y que – como consecuencia de la desobediencia primera – será dominada por el varón (lo que demuestra a las claras que eso no es algo querido por Dios; 3,16). Sin duda el autor “mira” en la realidad las cosas duras o negativas de la vida cotidiana: el peligro de las serpientes, el dolor de parto, el patriarcalismo, el trabajo campesino tantas veces infructuoso y sabe que eso no es querido por Dios sino que es consecuencia de lo que llamamos “el pecado”.

En suma, y podría decirse mucho, ¡muchísimo!, más: mal hacen quienes afirman ser evangélicos respetuosos de la Palabra de Dios bastardeándola de esa manera. Y – además – olvidando que en los “famosos” diez mandamientos, que deberían recordar frecuentemente, se dice: “no mentir” (¿lo sabe Bolsonaro con las “fake news” que divulgó insistentemente en campaña, por ejemplo?), dice “no robar” (¿lo sabe algún diputado acusado de apropiarse de tierras fiscales?, o que Lev 19,13 insiste en que “no retendrás el salario del jornalero hasta el día siguiente”… los cosechadores de aceitunas de La Rioja no parecen reconocer este cumplimiento) y dice, además, “no matarás”(¿lo saben Bolsonaro y Olmedo invitando, a policías por ejemplo, a matar casi a mansalva?).

Es muy rara la Biblia de un solo versículo que parecieran haber leído ambos. Pero, al menos, que sirva esto, a los que saben leer, para que puedan decir libremente que de eso que estos hablan, la Biblia no habla. ¡Al menos eso!


Foto tomada de https://www.youtube.com/watch?v=MKaQWAjFevE

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