viernes, 15 de noviembre de 2019

El sentido de las palabras


El sentido de las palabras


Eduardo de la Serna



Todos sabemos que las palabras “pesan”. Los que saben les ponen nombres raros, como performativo, y cosas semejantes. No quiero entrar en eso, sino simplemente en el sentido. Porque todes sabemos que una palabra sacada de contexto, vaciada de sentido, o mal entendida dice cosas distintas a las que se quieren decir.

Podemos poner el ejemplo de la palabra “DIOS”. Tengo amigos que me dicen “yo no puedo creer en un dios que hace esto o aquello”. El tema es que yo tampoco creo en ese dios, pero sí creo en Dios. El tema es con qué llenamos el término Dios, porque decirlo lo decimos todos (hasta los ateos para afirmar que no creen). Diferentes grupos religiosos darán distinto sentido al término “Dios” (o dioses/as), y una creencia sería adherir a ese sentido. Es decir, no solamente creo que existe un dios (o diosa, o dioses/as) sino que, además, y por encima de todo, creo que Dios es de una manera, se manifiesta de una manera, quisiera que nos relacionemos con él de una manera. Entonces, muchos podremos decir “dios” pero no estamos diciendo lo mismo. Lo que hagamos o digamos de nuestra relación con Dios manifiesta cómo es ese dios y – por lo tanto – podremos decir que creemos o no en ese mismo dios. No se trata tanto de afirmar que creemos que “existe/n dios/es/as” como sí, además, reconocer que es/son de determinada manera. Si dios es un sanguinario que reclama sangre, un sádico que se complace en ver los sufrimientos de sus “hijos”, sinceramente quiero ser ateo de ese dios. Incluso hasta podemos rezar el mismo “Credo”, pero no estamos diciendo lo mismo. y vale, por ejemplo, para términos como “todopoderoso”, “creador”, “Iglesia católica”, etc. Muchos decimos las mismas palabras, pero los sentidos son diferentes, y a veces ¡hasta contrapuestos!

Algo semejante vale para la palabra “BIBLIA”, que se ha puesto de moda en estos días. Lamentablemente. Parece que muchos la reconocemos como “palabra de Dios”, pero decimos cosas contrapuestas. Yo creo que es “palabra de Dios”, pero no creo que Dios (o un ángel) haya “dictado”, que al abrirla salga una suerte de luz o una paloma inspiradora. Creo que Dios ha caminado, y camina con su pueblo, y lo acompaña, y lo cuestiona e interpela, alienta y sostiene. Y lo hace por medio de “amigos” como lo fueron tantas mujeres y varones de la historia que fueron dejando hablar y obrar a Dios. Creo que se aplica a ellos lo que Abraham Herschel dice de los profetas: personas con gran “syn-pathia” [sentir-con] con Dios y por tanto sienten lo que Dios siente: alegría, dolor, rabia, tristeza, fiesta… ante lo que ocurre con su pueblo en la historia. No creo, entonces, en una Biblia que no muestre ese Dios en el que creo. Serían las mismas palabras, pero no creo que sean “palabra de Dios” (porque no creo en ese dios). La Biblia nos muestra cómo es su Dios; y la Biblia cristiana, en continuidad, cómo es el Dios que Jesús nos revela. Un dios (o una biblia) que discrimine indígenas o signos, que rechace culturas o comunidades, una biblia que condene u oprima no me resulta “palabra de Dios”, sino que han vaciado de sentido, adulterado el sentido, “profanado” el sentido del encuentro de un Dios de vida, con sus amigos. No creo en ese/cualquier dios; no creo que ese dios hable en ninguna palabra simplemente porque no creo que exista. 

Creo en un Dios que nos dirige su palabra, en la Biblia y en la historia, y en esa palabra nos sale al encuentro para que encontremos siempre mejores caminos de vida, nunca de opresión y de muerte, que encontremos hermanas y hermanos, nunca seres despreciables, satánicos o abominables, y que encontremos a otras y otros con sus culturas, sus fiestas, sus expresiones para aprender, encarnar, y humildemente dialogar con ellos para juntos encontrar más y mejor vida para todxs.


Imagen de A. Pérez Esquivel tomada de http://www.adolfoperezesquivel.org/?page_id=76


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