domingo, 1 de diciembre de 2019

Me daría vergüenza


Me daría vergüenza

Eduardo de la Serna



La “vergüenza” es una experiencia humana que encontramos desde el primer al último libro de la Biblia. Con frecuencia, ligada a la desnudez. Adán tiene vergüenza de que Dios lo vea desnudo (Gen 3,10). Es un miedo por la situación que lo revela de un modo que, ahora, después de la desobediencia, siente como incómoda. En otras ocasiones es algo insultante a un modo de obrar (Gen 34,14), o atentar contra la memoria (1 Sam 20,30). Las traducciones bíblicas con frecuencia recurren a la fórmula “cubierto/s de vergüenza” (2 Sam 10,5; Sal 6,10). Ser o quedar avergonzado supone una exposición que deja manifiesto ante otros algo ofensivo, molesto, incómodo… En ocasiones (especialmente para el Israel bíblico, para el que la desnudez es algo que ha de vivirse al interno de la casa) cubrir o descubrir la vergüenza alude a la desnudez (Os 2,12). El consejo del ángel a la iglesia de Laodicea, tibia, desnuda y ciega, es que “le compre” (a Dios) con qué tapar su vergüenza (Ap 3,18).

Las sociedades mediterráneas, que tanto valor dan al honor (es decir el aprecio o desprecio público) saben que avergüenza hacer algo que no sea coherente con ese valor público (ver Lc 16,3). Sinteticemos notando que la vergüenza es algo que expone públicamente a alguien a una incomodidad, temor o violencia visible. Tapar la vergüenza sería, entonces, evitar que sea visto – y por lo tanto evaluado – por un público específico, algo que humilla. El hecho vergonzante existe y, por lo tanto, se quisiera evitar su trascendencia.

Ahora bien, ¿qué ocurre con aquellas personas que por diferentes motivos no se avergüenzan de lo que a otros / muchos / todos avergonzaría? Podríamos dejar de lado las razones psicológicas de algunos (psicópatas, diría un rápido diagnóstico, seguramente superficial). En los restantes, seguramente – podemos pensarlo – habrá en muchos una contra fuerza muy potente que hace que la vergüenza sea un peso menor que otro valor. Pero ese valor no puede exhibirse (porque aumentaría la vergüenza), sólo puede disfrutarse entre las mismas cuatro paredes que la desnudez bíblica.

Toda esta introducción sólo pretende dirigirse a una simple conclusión. Mirando hoy, domingo, los diarios Clarín y La Nación… ¡qué vergüenza me daría, ya no escribir en alguno de estos engendros… hasta comprarlos! Pero, claro… para eso habría que, o bien ser capaces de “tener vergüenza” o de no aceptar algo que la esconda bajo la alfombra.


Foto tomada de https://radiocut.fm/radioshow/verguenza-ajena/

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