martes, 7 de enero de 2020

El negro, el blanco… los (pocos) grises… ¡y Susana!


El negro, el blanco… los (pocos) grises… ¡y Susana!


Eduardo de la Serna



En nuestra frecuente incapacidad de análisis, o en las simplificaciones que nos son habituales, nos movemos entre extremos: bien y mal, blanco y negro, vida y muerte y otros tantos. Dejemos claro – de entrada – que es habitual, y no necesariamente negativo,  hablar de este modo. En la Biblia, por ejemplo, es frecuente hablar entre “las dos puntas”. A eso se lo suele llamar “merismo”, es decir, el modo poético-retórico que pretende abarcar el todo mencionando dos puntas (por ejemplo: “los cielos y la tierra”, es decir, todo el universo, también “los mares”). La literatura apocalíptica, asimismo, suele moverse entre puntas, pero en este caso por motivaciones socio-políticas, no quedan otras variantes: “si no hacés esto, ¡te mato!”, no hay tercera posición (aunque queda la trampa, que es simular que lo hago, pero no; pero contra esto la apocalíptica es durísima, porque, aunque no se haga, el ejemplo que se da a los demás es negativo).

Pero, fuera de estos terrenos, moverse entre extremos de blancos y negros se vuelve por lo menos simplista. Y ese simplismo puede ser peligroso. Una foto en blanco y negro no es un esténcil. Hay luces y sombras, grises y más grises… Hace mucho me contaron una anécdota que es ilustrativa: un profesor de arte fue con los alumnos a un parque. Y les dijo: “pinten… pero miren bien: ¿de qué color son los árboles?” “Verdes” le respondieron les alumnes al unísono. “Bien, ¿cuántos verdes ven?” Esa era la cosa: no es “verde” sino “verdes”, cientos de verdes… Desde que la conocí, me resultó maravillosa una pintura de Botero, una naturaleza muerta solo de naranjas. Y el fondo, también naranja. Decenas de colores naranjas.

En nuestra sociedad, por ejemplo, podemos mirar los extremos del colectivismo total y el individualismo absoluto. En el primero, el individuo sólo cabe en función de un todo, es una suerte de engranaje. Solo eso. En el segundo, el todo no importa sino en función de mí, si “me” aporta o perjudica. Pero en nuestras sociedades, los modos de vivirla, los modos de relacionarnos con les otres, esas actitudes son fundamentales. Y, como los grises, o los naranjas, hay miles. Tantos como habitantes, seguramente. Los hay quienes propugnan el individualismo más absoluto: que cada quién viva y sea responsable de su vida y de su suerte. No hay que pagar impuestos, todo según los propios méritos. Y si para hacerlo, tengo cuentas en el extranjero, en Panamá, por caso, o escondo un automóvil comprado como si fuera discapacitado/a para evadir impuestos, eso habla de una discapacidad humana, pero no es el tema. La solidaridad es mala palabra, el otro solo cuenta si “me” beneficia (mi amor) o perjudica (al que mata hay que matarlo, o revolearle un cenicero por la cabeza). Y también los hay para quienes solo cuenta el todo, y lo personal desaparece. O se mata (o manda a Siberia). Pero entre ambos, no hay, exactamente hablando, una “tercera posición” sino que hay cientos de terceras posiciones, como los verdes o los naranjas. Esto se manifiesta políticamente en las opciones electorales, y solamente en la segunda vuelta quedan “dos opciones”.

Entre el “yo” y el “otro” hay muchas combinaciones, muchos encuentros y desencuentros. Hay vida.

Los cristianos (católicos y evangélicos… siempre los no-fundamentalistas, claro) estamos invitados a mirar desde un horizonte que, más que colectivo (aunque lo sea) es bueno llamar “comunitario”. De comunidades se trata (es interesante notar que en la única carta personal a alguien que Pablo dirige, a Filemón, esta carta es, a su vez, comunitaria: “a toda la iglesia de tu casa”). El Evangelio es buena noticia a un Pueblo, a una comunidad. Y como garantía de que sea “para todos”, empieza desde abajo. Sólo cuando “los últimos”, las víctimas, los pobres, los des-preciados son valorados, tenidos en cuenta, asumidos como hermanes, sólo ahí hay “Evangelio – Buena Noticia”. Y esto debería ser “el lugar” desde el que miramos la vida, la sociedad, el mundo… y los impuestos. Algo que no pueden entender los Camachos, las Jeanines… ni las Susanas. En una comunidad, todos cuentan (contamos), porque todos somos vida en ella. Aportan y aportamos, alegría y sueños, bailes y llantos, cultura y bienes. El yo y el tú se celebran en un nosotros. Un nosotros en el que nadie desaparece, sino que todos compartimos, donde cada quién brilla por su vida y que encuentra en los demás a quienes potencian sus capacidades y fortalecen las carencias. A lo mejor por eso alguien habló de “comunidad organizada”.


Foto tomada de https://erasmusccp.wordpress.com/2012/05/25/fernando-botero-y-la-naturaleza-muerta/

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