martes, 4 de febrero de 2020

Un tema de carismas y carismáticos


Un tema de carismas y carismáticos

Eduardo de la Serna



En la Iglesia católica romana, y otras iglesias también, existen una serie de institutos que, fundados por alguien (o varias personas) pretenden vivir de una manera o en determinada acción pastoral que la misma Iglesia considera necesaria, u oportuna o conveniente. A esos institutos se los suelen llamar “vida religiosa”. Desde los primeros siglos de la Iglesia (se lo suele ubicar a partir del fin de las grandes persecuciones, por ejemplo, con la ida al desierto para vivir allí de un modo especial, o consagrado) hasta nuestros días, surgen y seguirán surgiendo. En ocasiones son fundados a raíz de circunstancias muy precisas y concretas, y estos institutos tienen sentido mientras esas circunstancias sigan estando vigentes. Cuando durante el período de las cruzadas, por ejemplo, se multiplicaron los cautivos, surgieron comunidades dedicadas a su liberación. En concreto, entonces, la vida religiosa compromete a varones y/o mujeres que se consagran a un carisma (en ese caso, la liberación de los cautivos); un carisma que tiene un sentido pastoral e, incluso, puede, en algún momento, dejar de tenerlo. Es importante siempre notar que todo carisma no es para la comunidad sino para el cuerpo eclesial. La Iglesia ve, discierne, que para desarrollar más plenamente su ministerio: ¡evangelizar!, es bueno, o conviene, o es oportuno determinado carisma que aporta el instituto Tal o Cual. Pero, y es importante remarcarlo, ese carisma, y ese instituto no existen para sí mismos sino para toda la comunidad eclesial (no es superfluo señalarlo ya que en ocasiones hay comunidades religiosas que solo parecen autoreferenciarse: reuniones de junioras/es, reuniones de comunidad, cursos de formación para…, y todo el tiempo se les va en sí mismas sin aportar su carisma a la Iglesia toda).

Pero con muchísima frecuencia, el carisma fundacional viene estrechamente ligado al fundador o fundadora. Los franciscanos remiten a San Francisco, las clarisas a Santa Clara, los dominicos a Domingo, los benedictinos a Benito, por ejemplo. O, también, aunque no esté incluido en el nombre, el ex militar Ignacio de Loyola funda la Compañía de Jesús. Los seguidores de estos personajes elijen vivir en castidad, pobreza y obediencia (o dicen hacerlo) para poder dedicarse plenamente a vivir el carisma fundacional.

En los tiempos actuales, se ha visto una cantidad importante de nuevos grupos religiosos fundados en el s. XX. En muchos casos no es claro cuál sería su carisma más allá de la personalidad más o menos fuerte de su fundador/a. Hay, es bueno decirlo, decenas de comunidades religiosas que, salvo la persona fundante no parece tener diferencia carismática con otras (comunidades dedicadas a la educación, por ejemplo). No deja de tener algo sintomático la insistencia casi obsesiva de muchas comunidades por avanzar en los procesos de beatificación y canonización de sus fundadores o fundadoras. Casi como que pareciera que se precisa una rúbrica divina que dé seguridad al camino emprendido.

Ahora bien, dentro de los caminos “nuevos” emprendidos quisiera pensar en unos muy concretos. Aplaudidos y alentados por toda la curia vaticana en los pontificados anteriores. Y pienso en Marcial Maciel y los Legionarios de Cristo, Luis Fernando Figari y los Sodalicios de Vida Cristiana, Roberto José Lettieri y la Fraternidad de Alianza Toca de Assis, Carlos Buela y el Instituto del Verbo Encarnado, Roberto Juan Yanuzzi y las Miles Christi, por ejemplo (y hay más). No deja de ser curioso que al volver a Roma después de la asamblea de Aparecida, el entonces cardenal Rodé, prefecto para la vida Religiosa afirmó que los tres primeros arriba mencionados constituían el “futuro de la vida religiosa de América Latina”. Y no está mal señalar algunas “cositas”… todos estos fundadores que he mencionado han sido acusados y sancionados por abuso sexual. Todos estos grupos fueron aplaudidos, avalados y alentados por ser “de derechas” ya que por ahí – decían – vendría “el futuro” de la Iglesia. Ahora bien, aunque los fundadores sean separados del estado clerical, o vedados, o incluso suspendido el proceso de beatificación que se había iniciado, ¡los institutos siguen! Es sabido, por ejemplo, el grado importante de amistad de Marcial Maciel con san (sic) Juan Pablo II (basta googlear y se verá la cantidad de fotos en diversas circunstancias que hay entre ambos). Recién a la muerte del Papa su sucesor, Benito XVI aplicó la tolerancia cero e intervino el instituto prohibiendo toda referencia pública al fundador y sus escritos, por ejemplo. Pero a su vez él invitó personalmente a Luis Figari a Aparecida.

Cabe formularse una pregunta que va más allá del pasado y se dirige al presente y futuro: comunidades tan fuertemente ligadas a los fundadores, y con carismas tan claramente determinados por sus figuras, ¿pueden seguir en la Iglesia? Todos estos grupos fundados por estos fundadores de vida sancionada y condenada siguen vigentes. Como si el fundador y la vida del fundador no los afectara. Y dejo de lado que, además, en muchos casos, el escándalo viene dado por el “sexto mandamiento”, pero los dudosísimos (des)manejos económicos, los abusos de poder y conciencia, y otras atrocidades no aparecen mencionados en las sanciones. Y las comunidades siguen. Como si siguiera siendo válido el dictum del cardenal Rodé. Muchos, por el contrario, pensamos que esos institutos (y otros muchos) son en realidad parte de un pasado eclesial, y de un pasado que sería bueno desarticular. Mucho mal a la Iglesia han causado estos fundadores y sus fundaciones. Pero la derecha eclesial los sigue aplaudiendo, más allá de los “pequeños deslices” de sus fundadores.


Imagen tomada de https://es.gaudiumpress.org/content/107113-El-carisma-de-los-fundadores

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