viernes, 10 de septiembre de 2021

La memoria: tenerla, hacerla, crearla

 La memoria: tenerla, hacerla, crearla

Eduardo de la Serna



Alguien dijo que “del pasado, presente y futuro, lo único que podemos modificar es el pasado”. Pocas cosas suenan más extrañas que eso. Si entendemos “el pasado” como una sucesión de hechos, datos, cosas, ¿cómo podría esto modificarse? Ocurrió o no, ¡sencillamente! Si alguien murió, ¿cómo podríamos modificarlo? Si ocurrió un accidente, un nacimiento, un encuentro, ¿podría no haber ocurrido? O, más precisamente (porque quizás sí podría no haber ocurrido si se hubieran dado otras circunstancias) ¿podríamos negarlos? Sin embargo, todos sabemos que en un momento de nuestra vida hemos vivido de una manera una serie de acontecimientos del pasado y transcurrido un tiempo, con cargas de nuevos elementos (algunos, incluso, incorporados a consecuencia de lo ocurrido), los vivimos, experimentamos, sentimos de otra manera. Y no me refiero a “no debería haber hecho / dicho Tal cosa” (que es otro tema; y menos al “perdón” o acomodación) sino a cómo evalúo hoy esa Tal cosa que hice / dije ayer.

Así, es práctico y es bueno distinguir un elemento, que son los datos (lo ocurrido, de lo cual – además – difícilmente tengamos todos los modos de acceder a ellos; entonces, los datos no cambian, pero podemos añadir aspectos, otras miradas, nuevos elementos que nos permiten tener un acceso más cabal) y otro elemento es la recepción de los mismos; que es lo que “se recibe al modo del recipiente”. Y el recipiente hoy, no es igual al recipiente de ayer.

Es llamativo notar que cosas que yo he vivido de una manera, otros – que también las vivieron – las experimentaron de otra, y tienen, entonces, “otro pasado” ante los mismos acontecimientos. Pero es llamativo también que cosas que ayer viví de un modo hoy las vivo de otro. En este caso, obviamente, influye aquello que yo he cambiado: he crecido, me he anquilosado, he descubierto nuevos elementos, he profundizado aspectos, negado otros… el “recipiente” ha cambiado, y por tanto la forma en que este acepta, lee “el pasado”, adquiere nueva forma.

Esto incluye, por ejemplo, la negación; no es poco frecuente que nos neguemos a ver, recordar, hacer presentes acontecimientos del pasado que queremos olvidar, por dolorosos, por tediosos, porque no se adaptan a nuestro “recipiente”.

Y dejo de lado la enorme capacidad de algunos “creativos publicitarios” para lograr que olvidemos aquello que no les permite vender su producto, ¡o candidato!, mientras traen constantemente a nuestra mente otros hechos, ahora adaptados, simulados, endulcorados para que lo compremos, vendamos, votemos.

Dejo, también, de lado lo imprescindible de “hacer memoria” (tan bíblico, además: “¡recuerda!”), fundamental en la historia, al menos para no repetir graves errores del pasado, y, además, para edificar constructivamente el presente con verdad y justicia y con miras al futuro.

No es por descuido que hay quienes propugnan una suerte de amnesia colectiva, negando o manipulando el acceso a los datos (por ejemplo, instaurando una “historia oficial” y bloqueando – hoy se dice “cancelando” – nuevas miradas a esa misma historia), o simplemente tapándola con animalitos o negacionismo. Tiene que ver con su recipiente, por cierto (packaging lo llaman).

En lo personal, por ejemplo, soy consciente de cosas que en un momento “tapé”, escondí, negué. Seguramente visualizarlas implicaba mucho dolor. Intolerable en ocasiones. Hechos, rostros, palabras quedaron “ahí”. Por ser tales, “ocurrieron”, por ser yo el recipiente, “no entraron”. Y soy consciente que nuevos acontecimientos, cicatrices, nuevos rostros y modos de recibir modificaron “el recipiente”, y hoy puedo recordar, mirar, hablar. En ocasiones una simple palabra despertó acontecimientos dormidos, o un rostro puso sobre la mesa historias y encuentros olvidados. Y soy consciente que otros, ante los mismos hechos, los han vivido o recuerdan de otra manera.  Hasta me ha pasado de algunos que pretenden negar lo que yo recuerdo (y cómo lo recuerdo) simplemente porque su elaboración (modificación) del pasado es diferente a la mía. Curioso, por cierto… al menos porque se trata de distintos recipientes.

Y esto, además, vale también para la memoria de la Patria y del pueblo (dos palabras que algunos pretenden “tapar” o domesticar, “gente” les gusta más). No solamente se trata de hacer hoy memoria de antaño, que como señalé, es fundamental, sino también de un ayer cargado de dolor que soñamos no debiera volver, o de un antes de ayer que nos devolvió la esperanza. Sólo comparar dos bicentenarios debería invitarnos a pensar: el contraste entre la fiesta y la angustia, precisamente. No está mal modificar nuestro pasado para vivir sólidamente nuestro presente antes que lo modifiquen otro y celebren, ellos, su presente para unos pocos.


Dibujo tomado de https://asociacioneducar.com/somos-nuestra-memoria

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