martes, 19 de febrero de 2019

Comentario domingo 7B


La actitud frente a la víctima nos asemeja a Dios mismo

Domingo 7 “durante el año” ciclo «C» 

Eduardo de la Serna





Lectura del 1er libro de Samuel             26:2, 7-9, 12-13, 22-23

Resumen: David, perseguido por Saúl con intenciones de matarlo, tiene la oportunidad de librarse de su enemigo, pero no lo hace mostrando así a la vista de todos que “Yahvé devolverá a cada uno según su justicia y fidelidad”.

En diferentes momentos del libro de Samuel encontramos la persecución que Saul provoca a David, e incluso la ocasión de David de liberarse de su enemigo sin ceder a la tentación de hacerlo (cf. 1 Sam 24). El texto litúrgico (bastante cortado) presenta el contexto (v.2) la oportunidad de David y Abisay de eliminar a Saúl (vv.7-9), la prueba de selecciona David para mostrar la ocasión que ha desechado (vv.12-13) y la demostración de David a su enemigo de que no hizo uso del momento de beneficio (vv.22-23).

Sin dudas el texto fue escogido para ilustrar el dicho de Jesús de “amar al enemigo”, del que hablaremos.

No es importante, en este caso, el hecho histórico. Los textos bíblicos son bastante “anti-Saúl” (y muy pro-davídicos) por lo que no es fácil reconocer el verdadero acontecimiento. El hecho de que se repitan invita a pensar en una serie de tradiciones que circulan mostrando la magnificencia de David ante la injusta persecución de la que es objeto. Teniendo la oportunidad evidente de eliminar a Saúl David no lo hace, pero se ocupa de mostrar, a la vista de todos, esa oportunidad desaprovechada (con lo cual, obviamente, queda claro, en un mismo momento, la perversión de uno y la grandeza de otro). Saúl reconoce su “pecado” (v.21) lo que, narrativamente, profundiza la idea de que “el tiempo de Saúl” ya ha terminado para dar comienzo al tiempo de David, el rey modelo para esta historia iluminada por la teología deuteronómica. Como persona religiosa que es, David se ha negado a poner mano, a derramar sangre “del ungido del Señor” (v.9.23; algo que él mismo será). De hecho, la unidad finaliza con David afirmando que, por lo que ha hecho, perdonando a su enemigo, “mi vida será de gran precio a los ojos de Yahvé” (v.24) y Saúl mismo reconocerá que “triunfarás en todas tus empresas” (v.25).


Lectura de la 1ª carta de san Pablo a los Corintios            15:45-49

Resumen: Pablo continúa mostrando que los muertos realmente resucitan, para lo que recurre a la Escritura y a Adán mostrando, luego, a Jesús en relación al primer hombre destacando la relación entre lo vital humano y lo espiritual.

Como se ha señalado, todo el capítulo 15 de 1 Corintios está dedicado a destacar el tema de la resurrección de los muertos.

El tema central – como se señaló la semana pasada – es la estrecha relación entre la resurrección de Cristo y la de los cristianos. El contraste – como también se señaló – está dado entre Adán y Cristo. En contraste con él, Jesús es llamado “último Adán” (v.45), el “segundo (hombre)” (v.47), “hombre celestial” (vv.48.49), y el contraste se acentúa con “cuerpo vital” (psíquico) y “cuerpo espiritual” (v.44), “psiquis que vive” y “espíritu que da vida”, “primero lo vital (psíquico) luego lo espiritual” (v.46) hombre terrestre, hombre celestial (vv.47-49).

Hacía poco tiempo, Filón de Alejandría (ca. 15 a.C. – ca. 45 d.C.) había destacado que el primer hombre era el espiritual (imagen de Dios) mientras que el segundo (haciendo referencia a los dos relatos de la creación humana), del barro, pecador, era “humano”; Pablo invierte el esquema del alejandrino, lo que no significa que lo haya leído, por supuesto, sino simplemente conocer la imagen. De todos modos, también, es una correlación entre el “cuerpo psíquico” y el “cuerpo espiritual” (v.44) a la luz del texto bíblico (v.45).

Lo cierto es que el dinamismo comenzado con Adán continúa, pero hay un dinamismo superador en Cristo. Es el dinamismo de la vida que “vitaliza” la muerte. Es la expresión evidente de que – aunque algunos en Corinto lo nieguen – hay resurrección de los muertos.


+ Lectura del Evangelio según san Lucas    6,27-38

Resumen: Lucas muestra con una serie de ejemplos cómo es el modo de vida en fidelidad al Reino que espera de los discípulos de Jesús, de sus “oyentes” siguiendo el mismo modo de ser misericordioso de Dios.

Sabemos que Lucas y Mateo comparten textos en común que no han recibido de Marcos; esa fuente común es conocida como “Q” (del alemán: Quelle = fuente). El Evangelio de hoy nos presenta una serie de textos que podemos fácilmente atribuir a Q y encontramos también en Mt en el “Sermón de la Montaña”. El orden es semejante y algunas intenciones también.

En realidad, la unidad es mucho más extensa y la liturgia ha seleccionado sólo una parte:

Para ver bien las semejanzas y diferencias pondremos en paralelo ambos textos

Mateo
Lucas
«Han oído que se dijo:
Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo les digo: Amen a sus enemigos y

rueguen por los que los persigan (5:43-44)
Pues yo le digo: no resistan al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra:
al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto;
y al que te obligue a andar una milla vete con él dos.
A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda. (5:39-42)
«Por tanto, todo cuanto quieran que les hagan los hombres, háganselo también ustedes a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas. (7:12)
Porque si aman a los que los aman, ¿qué recompensa van a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos?
Y si no saludan más que a sus hermanos, ¿qué hacen de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles?




(= 5,44, más arriba)




Ustedes, pues, sean perfectos como es perfecto su Padre celestial. (5:46-48)
«No juzguen, para que no sean juzgados.



Porque con el juicio con que juzguen serán juzgados, y con la medida con que midan se los medirá. (7:1-2)
27 «Pero yo les digo a los que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan bien a los que los odien,
 28 bendigan a los que los maldigan, rueguen por los que los difamen.

 29 Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra;
y al que te quite el manto, no le niegues la túnica.


 30 A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames.
 31 Y lo que quieran que les hagan los hombres, háganselo ustedes igualmente.

 32 Si aman a los que los aman, ¿qué mérito tienen? Pues también los pecadores aman a los que les aman.
 33 Si hacen bien a los que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? ¡También los pecadores hacen otro tanto!
 34 Si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente.
 35 Más bien, amen a sus enemigos; hagan el bien, y presten sin esperar nada a cambio; y su recompensa será grande, y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y los perversos.
 36 «Sean compasivos, como su Padre es compasivo.
 37 No juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.
 38 Den y se les dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el borde de sus vestidos. Porque con la medida con que midan se los medirá».

Dejemos – aquí – de lado a Mateo. Como se ve, “amar” y “hacer el bien” están en paralelo. Son sinónimos, y Lucas pone el acento en que no se trata solamente de amar a los amigos, sino a todos. Incluso a aquellos a quienes era de esperar que se buscara su castigo. El modelo a imitar es Dios mismo, como se insistirá en v.36. Esto no se dirige solamente a los suyos, sino a los que “me escuchan” (cosa que queda reforzada por los verbos en plural: “ustedes”, salvo en vv.29-30 quizás para reforzar la decisión personal ante la exigencia).

Es interesante notar la antítesis constante entre una parte y lo que se espera (amar / odiar, bendecir / maldecir…). El marco y contexto es ciertamente dramático para el “auditorio” e invita a ubicarnos en el contexto de la vida de los cristianos en el imperio romano, de opresión y empobrecimiento. Es allí donde Lucas invita a vivir el modelo de Jesús a los suyos. Pero sea en el ambiente social y político como en el seno de la comunidad (y sus conflictos) el esquema con el que se debe vivir es la llamada “regla de oro”: “traten a los hombres como quieren que ellos los traten”.

A continuación, presenta tres escenas hipotéticas (“si…” aman/hacen bien/prestan) y un modo de comparación: también “los pecadores” hacen eso (vv.32.33.34), entonces ¿qué mérito tienen? El criterio debe ser la gratuidad. Los “pecadores” (quizás los que no son miembros de la comunidad) también hacen lo mismo, pero los motivos son otros. La gratuidad es la de la relación padre/hijo.

v.36 es la conclusión de lo que viene diciendo hasta aquí y la preparación a lo que viene (un texto bisagra), y vv.37-38 algunas conclusiones de esto en la vida.
Veamos estas dos partes detalladamente:

Sean misericordiosos”: el término oiktirmôn es exclusivo de este párrafo en los evangelios (sólo se repite en Sgo 5,11). Como se ha visto, Mateo prefiere “sean perfectos” haciendo referencia a la “justicia mayor” que la de los escribas y fariseos. Lo interesante es que el esquema de la frase es semejante al texto de Lev 19,2: “sean santos como Yahvé es santo”, pero aquí y en Mateo modificado. En el AT se afirma con frecuencia que Dios es “misericordioso” (señalamos solamente los textos de la Biblia griega de LXX que utiliza oiktimôn: 2 Sam 24,14; 1 Cr 21,13; Sal 24,6; 39,12; 50,3; 68,17; 76,10; 78,8; 102,4; 118,77.156; 144,8.9; Is 63,15; Dan 9,18; Os 2,21; Zac 1,16; Sir 5,6; Bar 2,27; es interesante que el griego de Zac 12,10, allí donde el texto hebreo dice “espíritu de gracia y oración” prefiere “de gracia y misericordia”). Por lo tanto, vemos que el texto no contradice en nada la tradición bíblica. Frecuentemente oiktimôn traduce el hebreo raham que es ternura (preferentemente materna, de su seno), o también hnn que es gracia, piedad, aunque ambas palabras hebreas también se traducen con frecuencia por éleeô. En síntesis, de Dios también se predica su ternura y misericordia, no solamente su santidad. Sin embargo, en tiempos de Jesús, la santidad tenía una lectura más negativa: puesto que el santo es el separado (Dios se separó para sí un pueblo, dentro de ese pueblo se separó una tribu, dentro de la tribu un clan y dentro del clan una persona), la fe se va viviendo como un sistema de exclusiones donde cuanto más “separado” se es, más cercano a Dios se está. Así, son cada vez más los grupos que van siendo excluidos de la cercanía de Dios: los paganos, los impuros (por ejemplo, los leprosos), las mujeres, los niños, la “gente de la tierra”. Es conocida la tradicional acción de gracias rabínica: “te doy gracias, Señor, por haberme hecho judío y no pagano, libre y no esclavo, varón y no mujer” (que no pretendía tanto manifestar la exclusión de los otros sectores sino manifestar que estando con los beneficiados [judío, libre, varón] se podía estar más cerca de Dios). El sistema de “santidad” termina siendo un sistema de exclusiones; al poner el acento en la ternura, la misericordia, en cambio, el acento se pone en las inclusiones. El término éleeô/os lo encontramos más frecuentemente en Lucas: de entrada, se afirma que la misericordia de Dios alcanza a todos los que le temen (1,50), porque “Dios se acordó de la misericordia” (1,54). Recordando su alianza “hizo misericordia” (1,72) manifestando “entrañas de misericordia” (1,78), Lázaro le pide a Abraham misericordia por su sed (16,24) y los leprosos le piden a Jesús que tenga misericordia de su exclusión (17,13), cosa que también pide el ciego (18,38.39); esto debe ser imitado reconociendo como prójimo a todo caído y sufriente (10,37). También es cercano a este término lo “entrañable” (splagjnízomai; recordar 1,78; además 7,13; 10,33; 15,20). La misericordia es lo que mueve a Dios a actuar en la historia, y lo que mueve a Jesús hacia el que sufre, y es también lo que debe mover a sus seguidores. Es muy probable que Jesús haya cuestionado el sistema de exclusiones judías como lo demuestra su constante cercanía a los excluidos del régimen de la pureza, y seguramente en otra característica de Dios, la misericordia, ha encontrado un rostro divino más coherente con su abbá. Podemos afirmar, entonces, que la misericordia aparece como un predicado de Dios con el que Jesús enfrenta a cierto judaísmo de su tiempo. No es cosa de imitar a Dios alejándonos de los demás, sino aproximándonos a ellos.

A continuación, siguen dos ejemplos, dos negativos y dos positivos donde se muestra cómo Dios mira nuestras actitudes. A nuestras acciones -positivas o negativas- le siguen sendas acciones divinas expresadas en voz pasiva (“serán juzgados”, “serán absueltos”, que suponen a Dios como sujeto). La idea de “juzgar” supone especialmente “condenar”, guiarse sin misericordia con respecto a los demás. Absolver es liberar, dejar ir, o incluso perdonar. Dios parece guiarse con un criterio “mercantil” con quien no tiene misericordia con su hermano: usará el mismo criterio. En cambio, su generosidad será desbordante con quien se guíe con criterios de misericordia (ver también 8,18; 19,25-26). Y esto incluye nuestra actitud con respecto a los bienes terrenos, como queda claro en el cuarto de los ejemplos, el de dar y la medida. La disponibilidad a la misericordia, al perdón, a la generosidad (¿limosna?) deben marcar la vida cotidiana del seguidor de Jesús.

Una nota sobre el “como Dios”: El amor no es un producto más de mercancía, de compra-venta, sujeto a la oferta y la demanda, no es "doy para que me des". Al menos el amor que quiere ser como el de Dios, a quien estamos llamados a imitar. El amor es generoso, es entrega de sí, es vida y produce vida; el amor no se tiene en cuenta a sí mismo sino al ser amado (aún a costa de sí mismo; aún hasta dar la vida). El amor no es algo palpable y científicamente analizable; tampoco es algo que se puede reducir a un "sentimiento" que hoy está y mañana puede desaparecer... El amor es siembra de vida, entrega de comunión, es imitación del mismísimo Dios. Las actitudes del amor son: misericordia, perdón, generosidad, no condenar... son actitudes como las que tiene el mismo Dios y deben tener sus hijos. Dios derrama su amor sin esperar nada a cambio, eso es la misericordia, eso es la fidelidad de Dios a su mismo ser y su compromiso con los amados; a eso nos llama: a dar sin esperar respuesta, e incluso dispuestos a recibir a cambio desprecio, incomprensión y violencia.


Foto tomada de http://nuevotiempo.org/radio/la-misericordia-de-dios/

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