viernes, 1 de febrero de 2019

La Biblia, el estudio y la política...


La Biblia, el estudio, la política…


Eduardo de la Serna



Podríamos decir que, en cierta manera, la Biblia ha vuelto a estar de moda: una ministra, en Brasil, dice tener “título divino” (para simular no tener el título de abogada que decía tener) por enseñar la Biblia y decir que “menino veste azul, menina veste rosa”. Cientos de grupos repiten la Biblia casi a coro para oponerse a la interrupción voluntaria del embarazo, el matrimonio igualitario o hasta a la regulación del embarazo. Grupos evangélicos y algunos católico-romanos hacen público su apoyo al presidente legal de Venezuela, Nicolás Maduro. Y podríamos seguir casi ad infinitum. Las cosas de la vida cotidiana pueden (o lo son, en ocasiones) iluminadas, guiadas, confrontadas o rechazadas en nombre de la Biblia. Ahora bien, si hay grupos que remiten a la Biblia y llegan a conclusiones tan disímiles ¿qué ocurre? ¿Cómo es posible?

Señalemos, brevemente, que la Biblia no es un libro sino un grupo numeroso de libros (los católico-romanos y las comunidades evangélicas no coinciden en el número total por motivos que no es el caso señalar). Ya ha quedado descartada definitivamente esa imagen (habitual en numerosas pinturas del renacimiento, por ejemplo) de un enviado de Dios dictando a un escriba que absorto transcribe íntegramente lo dicho. Decir que la Biblia es “palabra de Dios” no quiere decir eso, ¡sin duda ninguna! Una cosa es dictar y otra cosa es inspirar. Volvamos: “numerosos libros”, entonces, quiere decir numerosos autores. Decenas de autores (y seguramente algunas autoras también) han escrito después de haber “escuchado” en su corazón el “sentir de Dios”.

Saquemos de aquí algunas conclusiones: los autores bíblicos, inspirados por Dios han escrito en su lengua y cultura a personas con su lengua y cultura. Todos estaban en condiciones de entenderlos (aunque “no hay peor sordo…”). Pero nosotros estamos en un ambiente abismalmente diferente, lo cual es evidente. Veamos un ejemplo simple: Jesús era campesino, y por tanto usa metáforas campesinas: pastores, sembradores, pescadores… Pablo es un personaje urbano y usa metáforas urbanas: arquitecto, ejército, etc… Y nosotros estamos en un ambiente electrónico en el que poco de eso ilustra nuestra vida. Por tanto, es imprescindible, al leer un texto tener en claro varias cosas: 1. Que a veces hay textos que relativizan, que proponen otra mirada, que cuestionan, que dan nuevos pasos, etc. con respecto a otro dicho; 2. Los textos deben ser leídos en su contexto: “un texto fuera de su contexto suele ser un pretexto” se suele repetir. Y “contexto” significa: lengua, historia, cultura, intenciones, destinatarios, etc. 3. Puesto que nuestro tiempo y cultura es muy diferente a los tiempos bíblicos (y que son más de mil años, además), es indispensable conocer y reconocer y ver, no “lo que dice” sino lo que “quiere decir” un texto (y otros textos que complementan, desmienten, pulen, amplían…) para ver la pertinencia de que éste ilumine nuestro contexto. Repetir (o “arrojar” a modo de flecha) a otro/s un versículo para “demostrar” la perversión de un comportamiento no tiene nada que ver con la Biblia, con lo que Dios quiere o lo que Él “sueña” que hagamos.

La Biblia no es un “vademécum” de qué hacer y no hacer, cómo hacerlo o dejarlo de hacer para así recibir de Dios el premio merecido. ¡No es eso! La Biblia nos revela cómo es Dios (y los diferentes libros muestran algún aspecto para ir vislumbrando más o mejor su “rostro”, su sueño para la humanidad). Y conociendo a Dios podremos encontrarnos con Él como comunidad y pueblo. Podríamos decir que de las 38 veces que encontramos la palabra “celest—” en la Biblia siempre alude al cielo y no a un color, y menos de vestimenta; y que la palabra “rosa” se encuentra 4 veces y siempre alude a la planta, pero discutir esto es caer en lo que decimos que la Biblia no hace.

Digamos finalmente algo más: de ninguna manera estos dos modos opuestos de “lectura” de la Biblia reflejan dos “religiones” diferentes: evangélicos contra católico-romanos, por ejemplo. Hay dos modos de lectura, sí. Y hay miles de católicos y de evangélicos que las hacen suyas. Si el “fundamentalismo” nace en ambientes evangélicos, muy rápidamente fue repetido en ambientes católicos, y hay miles de católico-romanos fundamentalistas. El fundamentalismo, católico o evangélico suele estar ligado a un espiritualismo desencarnado (hasta que alcanza el poder, claro) pero que -¿curiosamente?- no toca lo económico. Suele ser “de derechas”. Y no señalo que una lectura “contextual” de la Biblia sea “de izquierdas”, porque no es “un campeonato”. Una lectura contextual nos muestra otro rostro de Dios, no un Dios que quiere ser “obedecido” al pie de la letra, aunque te vaya la vida en ello (por eso la lectura fundamentalista es un “suicidio del pensamiento”, no hay nada que pensar sino solo obedecer), es un Dios que se revela como padre y como madre, que quiere ser amigo y compañero de camino, que sabe del perdón y de la fiesta, en suma, que quiere la vida porque es Dios de vida. Muchos de los que tratamos de ayudar a otros a leer la Biblia elegimos pararnos de este lado.


Foto tomada de http://protestantedigital.com/cultura/36029/la_biblia_de_la_piedra_a_las_pantallas

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