jueves, 3 de noviembre de 2022

El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo

El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo

Eduardo de la Serna



La frase del título es muy conocida; la repetimos en cada celebración de la misa antes de la comunión y está tomada del Evangelio según san Juan. Juan, el Bautista está entre sus discípulos y cuando ve pasar a Jesús lo presenta de ese modo: 'el cordero de Dios que quita el pecado del mundo' (Jn 1,29); la segunda vez que Jesús pasa sólo dice “el cordero de Dios” (1,36), sin duda porque ya está dicho lo que este “cordero” realiza. Ahora bien, ¿qué significa esto?

Para comenzar, lo que se señala del Cordero es que es “de Dios”; lo cual es extraño, ya que, en las ofrendas y sacrificios, el animal que se presenta personifica al oferente. Con los animales ofrecidos se procede de diferentes maneras según sea el sacrificio que se realiza: si es un holocausto se quema íntegra la ofrenda (para que el humo ascienda hacia Dios); si es “sacrificio de comunión” se comparte como comida con los pobres… De hecho, si se buscan en las Biblias ambas palabras, “cordero” y “Dios” se verá que en el Antiguo Testamento sólo se encuentra una vez: “Dios proveerá el cordero para el holocausto”, algo que dice Abraham a su hijo Isaac (Gen 22,8). Luego, además de Juan, solamente lo encontramos en el libro del Apocalipsis haciendo referencia a “Dios y (también) al Cordero” (11 veces). Nunca se señala que un cordero sea “de Dios”. Quizás lo que se está señalando en Juan es que es el cordero – único y definitivo – que Dios se ha elegido (para quitar el pecado del mundo).

El verbo que se traduce por “quitar” es también mover, llevar a otro sitio, o incluso tirar o remover. En este caso, sin duda, se refiere a “sacar”.

Lo que se “saca / quita” es “el pecado”, en singular. Es interesante que, en la vieja liturgia, antes del Concilio Vaticano II, se decía que quita “los pecados” (como se ve en el canto de la Misa Criolla, que es anterior a la reforma conciliar). La idea de “los pecados” indicaría los pecados personales de todos y cada uno, y, en ese caso, estaría haciendo referencia a “pensamientos, palabra, obras y omisiones” de todos. En cambio, el uso del singular, hace referencia al “pecado” como un poder que domina la humanidad, una fuerza que domina sobre los seres humanos; Jesús confronta y "quita" y vence el pecado como poder que oprime la humanidad. Y por eso, el pecado es “del mundo”.

El “mundo”, en Juan, es la sociedad que es adversa al proyecto de Dios que Jesús manifiesta como su Enviado. El mundo no es lo opuesto al “cielo” sino lo opuesto a la vida que Jesús viene a traer, y vida abundante (10,10). El proyecto de Jesús se ha de desplegar “en el mundo” pero no ser “del mundo”. Es “en el mundo” que Jesús dona vida a todos los que creen; los adversarios de Jesús son “de este mundo”; son dos proyectos en conflicto en nuestra sociedad, "en el mundo".

El amor de Jesús “hasta el extremo” lo lleva a arriesgar la vida por los que ama. Y en ese “poner la vida delante del peligro”, esta le es arrebatada por los violentos, los “hijos de las tinieblas”, los que son “de la mentira” y “la muerte” (todas estas imágenes son características del Evangelio de Juan). Evidentemente este amor extremo se manifiesta en la Pascua, esa es la “gloria”: En la cruz es donde parecen triunfar las tinieblas, la mentira y la muerte. Pero (y esto es exclusivo de Juan), a la misma hora y día que en el templo eran matados los “corderos” de la Pascua (19,14), Jesús muere. Del mismo modo que se untaba con la sangre de estos las puertas de las casas con una rama de hisopo, a Jesús le dan una esponja con vinagre con una rama de hisopo (19,29); y como a los corderos de la pascua tampoco a Jesús “le quebrarán ningún hueso” (19,36). Es en la cruz donde Jesús se manifiesta plenamente como “cordero” que vence al mundo (16,33) y, entonces, todas las fuerzas del príncipe de las tinieblas, el que es homicida desde el principio, el padre de la mentira (ver 8,44), expresadas en la fuerza y poder “del pecado del mundo” quedan derrotadas de una vez y para siempre, quedan “quitadas” de nuestras vidas, que son ahora invitadas a creer y amar: 

«Todo el que cree que Jesús es el Cristo es hijo de Dios y todo el que ama al Padre ama también al Hijo» (1Jn 5:1).

 

Imagen tomada de https://sp.depositphotos.com/stock-photos/cordero-de-dios.html

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