jueves, 5 de enero de 2023

¿Qué dice la Biblia sobre los sacrificios? (otra vez)

¿Qué dice la Biblia sobre los sacrificios? (otra vez)

Eduardo de la Serna



El tema que acá nos preguntamos otra vez es demasiado extenso y variado como lo dijimos en su ocasi, y, por lo tanto, mirando un texto diríamos una cosa y mirando otro, diríamos casi la contraria. No es tema fácil; pero veremos, al menos, de dejar algunos elementos claros.

En un sentido técnico, un sacrificio es “hacer sagrado” algo (sacrum faciens), con lo que, muchísimas cosas pueden entenderse como tales. Una comida familiar de festejo por un bautismo, puede ser tenida como “sagrada” y, entonces, – literalmente – sería un “sacrificio”; sin embargo, en nuestro lenguaje cotidiano, nadie diría "vamos a un sacrificio de una fiesta con tortas y bebidas por el bautismo". Por sacrificio entendemos, habitualmente, algo que es arduo, que implica esfuerzo y, en ocasiones, algo o mucho de dolor. Un sacrificio, entonces, es hacer ayuno, o estar la noche en vela, o dejar de hacer algo placentero, no una fiesta.

Para entendernos esquemáticamente, repetimos que en el mundo antiguo eran frecuentes los sacrificios, por ejemplo, de seres humanos. Entonces, con toda generosidad y dolor, uno era capaz de “sacrificar” a su propio hijo para contentar a las divinidades que lo reclamaban. También debemos decir que desde los primeros tiempos – aunque estos en ocasiones se realizaran – en Israel hubo clara oposición a los sacrificios humanos. El reemplazo por un animal, como se ve en el caso de Abraham y su hijo único Isaac, no sólo revela la generosidad de Abraham y su disponibilidad a quedarse sin el hijo de la alianza, sino – sobre todo – el reemplazo final por un carnero (Génesis 22,1-19). Desde entonces, y por siglos, la ofrenda de animales (de animales puros, ciertamente… no cualquier animal sirve) reemplazaba el sacrificio humano. Un ejemplo ilustrativo se ve en el nacimiento de un hijo. Al nacer los ganados, se debe ofrecer en sacrificio como víctima el primero de los nacidos en el año como agradecimiento a Dios; pero cuando nace un hijo, se debe reemplazar por un cordero o – si se trata de una familia pobre – por un par de tórtolas (Levítico 12). Ahora bien, si en un tiempo proliferaron los “sacrificios” y los había para todo tiempo y ocasión, con el tiempo muchos se fueron reemplazando por otro tipo de ofrendas o incluso por una comida con los pobres.

Desde los tiempos de opresión por los asirios, babilonios, persas, griegos y romanos, la misma vida cotidiana suponía dificultad, y – en ocasiones – esto era visto como realizar auténticos sacrificios. Entonces, por ejemplo, ya no es la sangre de los corderos la que nos consigue la paz que Dios nos da con su bendición, sino la fidelidad con la que los creyentes asumen la situación de dolor. Así, por ejemplo, 

El que observa la ley equivale a una buena ofrenda, el que guarda los mandamientos a un sacrificio de comunión” (Sir 35:1). 

Lo que agrada a Dios ya no es un “sacrificio” sino la propia fidelidad. Esto es particularmente frecuente en los profetas. Veamos a modo sencillamente ejemplificador el dicho “quiero amor, no sacrificios; conocimiento de Dios más que holocaustos” (Oseas 6,6; “conocimiento” es, acá, sinónimo de amor).

En el Nuevo Testamento, si bien se destaca que los padres de Jesús cumplen todo lo señalado por el Antiguo Testamento (y, por eso, ofrecen por su nacimiento un par de tórtolas; Lc 2,24) en vida de Jesús nada de esto se destaca. Es más, no solo en Mateo se repite dos veces la cita de Oseas que acabamos de indicar (9,13; 12,7) sino que Jesús deja claro que el amor “vale más que todos los sacrificios y holocaustos” (Mc 12,32).

La carta a los Hebreos, que refiere simbólicamente a la muerte de Jesús como un sacrificio [ya hemos dicho en otro momento que no lo fue] lo hace en un modo espiritual y para recalcar, además, que a partir de entonces ya ningún sacrificio tiene cabida (7,27; 9,26; 10,1-14).

Queda una pregunta: ¿Por qué Dios querría sacrificios, sangre, dolor, muerte? ¿Necesita Dios eso? No es una actitud nada paternal de parte de Dios (especialmente si entendemos que Dios querría la muerte tortuosa y sangrienta de su hijo Jesús). Un Dios que se complace en los sacrificios… ¿no es un Dios sediento de sangre? Una pregunta adecuada sería ¿qué decimos de Dios cuando decimos que quiere que hagamos sacrificios? ¿Qué decimos de Dios si entendemos que él nos da sus bendiciones, su paz, sus dones después de – a condición de que – nosotros y nosotras suframos, tengamos dolor o hasta sangre? Un Dios que quiere sacrificios… ¿en qué se parece al Dios que es amor?

En la excelente película Thérèse, sobre Teresa de Lisieux, sor Lucía – que es la antítesis de Teresa – le cuenta que hace sacrificios, flagelaciones, cilicios… “una masacre”, dice… Y acota: “es que el dolor abre todas las puertas” a lo que Teresa le indica: “¿No es el amor?”

 

Imagen tomada de https://blog.cristianismeijusticia.net/2011/12/22/porque-yo-quiero-amor

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Cualquiera puede comentar y no será eliminado, aunque no este de acuerdo con lo dicho, siempre que sea respetuoso (caso contrario, será borrado). Pero habitualmente no responderé los comentarios, ni unos ni otros, para no transformar este blog en un foro. De todos modos, podrán expresar su opinión.