Un candado en la boca
Eduardo de la Serna
Promediaba el año 1976. La dictadura cívico-eclesiástico-militar
estaba en su apogeo. La facultad de teología de Buenos Aires se sorprendió: uno
de sus profesores, Jorge Novak, acababa de ser nombrado primer obispo de la
recientemente creada diócesis de Quilmes. El gobernador de Buenos Ares, un general,
por cierto: Ibérico Saint-Jean, convocó al nuevo obispo – así lo contaba él,
años más tarde – con la intención de ayudarlo económicamente para la compra de
la nueva curia. Él fue, pero en su interior pensaba, “que dinero en el bolsillo
no signifique candado en la boca” … todavía no había sido ordenado obispo y ya
empezaba el martirial camino del profeta. Que no fue candado resulta evidente.
La historia lo grita.
Dejo de lado la necesidad de que Iglesia y Estado sean asuntos
separados, y me quiero detener en algo. Un país, como la Argentina, donde la
iglesia tiene una presencia tan importante, es razonable que esa presencia vaya
más allá de las meras parroquias. Curas con una presencia activa en la historia
los ha habido y hay constantemente. Hay una presencia viva en varios terrenos
de la vida social: la educación, la salud, la asistencia social… se podría
decir que son terrenos en los que se espera que esté presente el Estado, o
también que, puesto que el Estado no llega a todos los ambientes, es bueno que
alguien (la Iglesia en este caso) lo haga. No me voy a meter, aquí, salvo
colateralmente, en la parte que corresponde (de control, de apoyo, de confrontación)
al Estado. Y tampoco – y lo creo interesante – preguntarme si en aquellos
lugares donde el Estado se ha hecho presente, haciendo secundaria o hasta
innecesaria esa presencia eclesiástica, si eso no repercute en la crítica jerárquica
a los gobiernos, como es el caso de los episcopados venezolanos, bolivianos y
otros… Lo que me interesa es notar que yo creo que la tarea de la Iglesia no es
“meramente” espiritual ya que se interesa por “todo el hombre y todos los
hombres” (como decía Pablo VI, a lo que hoy hemos de añadir “varones y mujeres”).
En muchos de esos ámbitos la Iglesia puede actuar en conjunto, acompañando y
hasta aportando algo más, a lo que hace, o no, el Estado. Pero… (y acá el
punto) ¿Qué pasa cuando para cumplir esa tarea (bien, mal o más o menos, no es
el caso acá) necesita el sustento – fundamentalmente económico – del Estado?
Porque, si yo tengo una gran obra que para su mantenimiento precisa el aporte
económico oficial… ¿no se corre el riesgo de que sea “candado en la boca”? Y me
pregunto si el silencio, que termina siendo cómplice, de grandes sectores de la
Iglesia (y vale lo mismo para varios “movimientos sociales”) durante los
perversos 4 años de macrismo no se debió a que se necesitaba el apoyo para
mantener las “obras”… Obras que serán buenas (no todas, pero acá no es el
caso), donde a la gente se le presta un servicio (no siempre el necesario, pero
tampoco es el caso) pero, cuando eso significó “candado en la boca”, me
pregunto qué tanta fidelidad al Evangelio, al Reino, a los pobres eso significa…
Casamientos eclesiásticos con los ministerios de educación, de desarrollo o de
salud pueden repercutir en que nos aplaudan por las grandes obras y hasta que
digan “¡qué bueno es el cura!”, pero en muchas ocasiones ¿el Evangelio? ¡Esa te
la debo!
foto tomada de https://www.canonistas.com/foros/showthread.php?t=130449
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