lunes, 10 de mayo de 2021

Sigue doliendo Colombia

Sigue doliendo Colombia

Eduardo de la Serna



Hace años, a raíz del doloroso resultado del plebiscito que debería haber ratificado los Acuerdos de Paz, estando yo en Colombia en esos tiempos, escribí sobre el dolor que Colombia provoca. Hoy, de vuelta en mi “primera patria”, no dejo de estar atento, casi minuto a minuto, a lo que allí ocurre. Informaciones que me hacen llegar amigas y amigos, información por los medios (siempre mediadas, por cierto), informaciones que son un grito de dolor, ese que la Biblia llama “clamor”.


Días pasados volví a escribir sobre la situación colombiana, y hoy quisiera todavía mirar un poco más un aspecto, el eclesial.


A nadie conocedor de las realidades eclesiales latinoamericanas se le escaparía que la jerarquía colombiana constituye una de las más claramente conservadoras de América Latina (con la argentina y la mejicana “peleando” por subir al podio; aunque luego del interminable papado de Juan Pablo II se sumaron otros episcopados al “campeonato”). Antes de avanzar quiero dejar muy claro que yo creo que en Colombia hay una Iglesia maravillosa: valga a modo de ejemplo el caso de Gerardo Valencia Cano (+1972), obispo de Buenaventura, que fuera importante en Medellín, el “Grupo Sacerdotal Golconda”, teólogas y teólogos abiertos y comprometidos con la realidad y la liberación, religiosas y religiosos militantes de los derechos humanos, grupos e instituciones encarnadas en la realidad, mártires, y millones de cristianxs anónimos y anónimas que mantienen su fe en medio de tanta cruz… Los nombres de los curas Carrasquilla, Giraldo y De Roux, por ejemplo, son orgullo para cierta Iglesia colombiana. Pero no se puede ignorar que el grueso de la jerarquía eclesial colombiana sigue otro camino… Ya desde tiempos de Medellín empezó a refulgir el nombre de Alfonso López Trujillo, protegido por el papa Juan Pablo, quien llenó de amigos la curia vaticana (el caso de Darío Castrillón sirve como ilustración). En tiempos del plebiscito por los acuerdos de paz, los obispos que se manifestaron claramente en favor del “sí” se contaban con los dedos de una mano. Preferían quedar del lado lefevrista de Alejandro Ordoñez antes que del pueblo sufrido y sufriente. Hasta – curas con vocación estelar – llegaron a hablar de “sancocho” para oponerse a los acuerdos. El horror que significaría una eventual “ideología de género” en los acuerdos (que mucho después del triunfo del “no” los obispos afirmaron que no existía) era motivo suficiente para rechazarlos.


Y hoy, que desde hace días y días (y meses y meses, si contamos las movilizaciones pasadas interrumpidas por la pandemia) hay miles y miles de personas en las calles, los obispos han elegido “comprar” el discurso oficial de “vándalos” y “saqueos” antes que ponerse indiscutiblemente junto a las madres que perdieron a sus hijas e hijos, frente a los enceguecidos por la represión, los torturados, reclamando la aparición con vida de los desaparecidos, exigiendo justicia por las violaciones… En Argentina tenemos experiencia de un episcopado cómplice (también con honrosas excepciones, por cierto) … también se habló de “errores y excesos” de “algunos” de las fuerzas de seguridad; también se habló de reconciliación… y siempre de un modo totalmente funcional al status quo, a que nada cambie, a quedar bien con los poderosos, y a ponerse a media agua en un supuesto diálogo híbrido, tibio y descomprometido. Escuchar las conclusiones de ayer de los miembros de las iglesias con el presidente Duque me causó vergüenza ajena. Mucha vergüenza. Contrastante con la palabra clara (y situada) de la representante de la Iglesia Menonita, o con el uso del término “genocidio”, utilizado por el obispo de Cali y cuestionado por el Nuncio Apostólico Luis M. Montemayor con anuencia episcopal. Los representantes de las distintas iglesias leyeron un documento al finalizar la reunión donde no hay pedido de autocrítica, no hay exigencia del respeto a los derechos humanos, donde no hay un "lugar" desde los pobres desde el que se habla, no hay una crítica a las causas del conflicto ni al modelo económico, donde se pretende quedar en un "equilibrio" inexistente, donde no se pide al gobierno cambios urgentes e indispensables, pero sí se pide que cesen los piquetes y retenes. Es decir, totalmente funcionales al gobierno. En su blog, Xavier Pikaza dice que “el silencio de las iglesias colombianas aturde”; ciertamente coincido con Pikaza en esto.


Creo que un pueblo creyente como el colombiano merecería otros pastores. Monseñor Romero decía “con este pueblo no es difícil ser buen pastor”. Lo decía porque escuchaba sus clamores, visitaba sus ranchos, era capaz de com-padecerse y con-sentir con los torturados, masacrados o martirizados. El presente y la cruz colombiana de hoy necesitaría urgentemente esos buenos pastores, o algunos que ante el dolor de su pueblo sean capaces de convertirse al pueblo y a los pobres, y dejar palacios y encuentros oficiales, volviéndose capaces de abrazar a las madres de Soacha, besar los ojos vacíos que las balas cegaron estos días, y hasta soportar el gas pimienta o el zumbido de las balas… ese mismo que el pueblo en las calles recibe como “regalo” diario por manifestar. Es posible que haya saqueadores y vándalos… pero, reconozcámoslo, en comparación con el saqueo sistemático de las tierras y recursos que padece el pueblo colombiano (y los desplazados son ejemplo de ello) es casi un juego de niños. Y el vandalismo de la impunidad de las fuerzas de (in)seguridad ciertamente transforma en casi nada cualquier otro. Jesús hablaba en parábolas, ejemplos sencillos que cualquiera podía entender, porque su “lugar” era hablar para y desde los pobres. Iglesia colombiana, ¡despierta! Conviértete y cree en el Evangelio.

 

Foto tomada de http://historico.presidencia.gov.co/fotos/2010/febrero/17/foto1.html

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