sábado, 6 de enero de 2024

Abrazo necesario, para mi…

Abrazo necesario, para mi…

Eduardo de la Serna


Dos acontecimientos muy diferentes me hicieron, en estos días, recordar a dos personas maravillosas que he conocido y que ya no están entre nosotros, y a las que espero abrazar en el encuentro definitivo de la Vida: Pichi y Alberto.




Pichi, José María Meisegeier, murió hace ya varios años. He tenido y tengo bastante contacto con personas que lo han amado, escuchado, y han caminado con él. En lo personal, debo decir que, sin que me lo dijera, en muchas cosas me he sentido muy respetado por él, valorado, escuchado. Y no soy yo el que importa, sino que rescato que alguien con su trayectoria e historia me preguntara o recomendara a mí. De él hablo. Lo conocí en su histórico hogar en el CIAS. Estábamos haciendo un audiovisual para la parroquia donde militábamos con otros amigos y amigas. Me hizo sugerencias valiosísimas, me prestó “diapositivas” (estoy hablando del año 1972) y me ayudó a tener una mirada que empezara desde los pobres. Mirada que muchos calificaron (y califican) de subversiva. ¡Y lo es! Después de la “noche oscura” de la Dictadura cívico militar con bendición eclesiástica y el nacimiento del Grupo de curas en opción por los pobres (OPP) empezamos a frecuentar encuentros, charlas, y nos conocimos y compartimos más. No era de hablar mucho, era de hablar bien. Terminando el año 2011, “se fue”.

Cuando leo el apartado de testimonios del tomo 3 del libro “La verdad los hará libres” y allí el testimonio de Cristina Cacabelos donde critica una y otra vez a Pichi (diciendo, además, con énfasis, “lo he perdonado”, a lo que caben varias inquietudes: perdonado ¿de qué?, si lo “perdonó”, ¿no sería de desear que se note?), además de la indignación (“esta mujer debería lavarse la boca antes de hablar de Pichi”), además de leerla referirse una y otra vez al “perdón” (evidentemente tenemos una concepción casi opuesta de lo que por “perdón” entendemos), me vuelve una y otra vez la pregunta de por qué, en un libro que dice tener una pretensión (que a mi juicio no logra, ni siquiera remotamente), se escuchan varias veces las voces de “cacabelistas” y ninguna que tenga una mirada siquiera contraria, por no pedir opuesta. Pichi, por caso, lo hubiera merecido.




Alberto Carbone murió en noviembre del 2022. Ayer (5 de enero de 2024) hubiera cumplido 100 años. Creemos que no quiso que se los celebráramos. Un pedazo enorme de historia de la Iglesia se fue con él. Alberto sufrió dos veces la cárcel injusta, la cárcel que sólo las dictaduras (y de los o las que la remedan) pueden infringir. Preso por tener una máquina de escribir de Norma Arrostito que Mario Firmenich le había pedido que guardara, preso por tomar una comisaría armado (y con pelo largo y sin anteojos) en Zárate por la noche. Tiempo después comentaba, sin rencor alguno, y con su fina ironía, su “viaje en helicóptero”, con otro custodiándolo, rumbo a Zárate, o el acontecimiento de la máquina de escribir. “Fundador de los Montoneros” repetía Tradición, Familia y Propiedad, por lo que bromeábamos que en su imagen de “padre fundador” debería tener una máquina de escribir en una mano y un inmenso par de anteojos en la otra… Alberto era de los infaltables… no dejaba de participar en ninguna reunión en las que después de mucho escuchar (con su mano haciendo cavidad en el oído, porque los años no vienen solos) hablaba… Bromeábamos que debía traducirse del “carbonés” al castellano, porque su mente veloz salteaba pasos en el discurso, que había que seguir o intuir… sabiendo que siempre diría algo con sentido… con contenido. Y siempre empezando y pensando en “el pueblo”, porque allí y desde allí quería vivir, pensar, hablar. Ayer brindamos por sus 100 años. Y seguimos teniendo presente su vida y testimonio.

Hay otros curas que no están, y que dejaron huella en las vidas de muchos… Sólo menciono (¡y seré injusto por omisión!) a Víctor Acha (+2020) y Quito Mariani (+2021), de Córdoba, con quienes me hubiera faltado tiempo para conversar con mate o vino y conocernos más; a Edgardo Trucco, de Santa Fe, que se fue temprano (+2002); y, por supuesto, a Orlando Yorio (+2000) con quien sí pude compartir parroquia, conversaciones, encuentros y mucho más, pero otros han hecho memoria de su paso por las comunidades con más justicia y autoridad que la mía.

Quizás se diga que los curas que recuerdo pertenecen todos a un mismo sector eclesial. ¡Es cierto! ¡Es el mío! Otros y otras (los y las cacabelos de la vida) harán memoria de otros curas, y otros sectores de la Iglesia, porque de la Iglesia hablo. Creo que la enorme crisis eclesiástica actual es – como se dice ahora – multicausal, y creo que no rescatar los testimonios de estos testigos bastante contribuye a que muchos tengan una imagen de la Iglesia que no es ni toda la Iglesia, ni la “mejor”.

Hace mucho, haciendo referencia a lo que algunos llamaban “la verdadera Iglesia” yo señalaba que esto debería implicar tres aspectos… la Iglesia que es, con virtudes y defectos, pecado y santidad… (frente a los que decían que eran de la Iglesia “de Carbone, no la de Caggiano”, Alberto repetía, “soy de la Iglesia de Caggiano y la de Angelelli”) … es la Iglesia que es. Pero también hay una Iglesia llamada a ser “como Jesús quería”, y esa también es la “verdadera” Iglesia, la Iglesia que “debiera ser” en verdad. Pero, creo, en tercer lugar, que esa Iglesia que debiera ser es una “utopía”, una dirección, para la Iglesia que “es”, y esa tensión “del ser al deber ser” marca la necesidad permanente de la Iglesia de reformarse (semper reformanda). Y en esa tensión, ese horizonte, esa “nube de testigos”, no puedo menos que mirar a Pichi y a Alberto en estos tiempos. Valga, por los diferentes motivos señalados, esta memoria y este abrazo indispensable, y este rumbo que señalan.


Fotos tomadas de

https://www.tiempoar.com.ar/informacion-general/estrenaron-el-documental-sobre-la-vida-y-el-legado-del-sacerdote-jesuita-pichi-meisegeier-2/

https://www.pagina12.com.ar/501483-murio-el-cura-alberto-carbone

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