jueves, 11 de enero de 2024

Elías, el profeta

Elías, el profeta

Eduardo de la Serna



Los lectores del Nuevo Testamento han escuchado con alguna frecuencia referirse al profeta Elías: Juan el Bautista se le parece (Mt 17,10-12; Lc 1,17; Jn 1,21.25), en el monte de la transfiguración, junto a Jesús están Moisés y Elías (Mc 9,4-5 / Mt 17,3-4/ Lc 9,30.33), los comentarios del pueblo cuando se preguntan quién es Jesús, se preguntan si no es Elías (Mc 6,15; 8,28), o mal interpretan un dicho de Jesús en la cruz pensando que está llamando a Elías (Mc 15,35-36; Mt 27,47.49). Incluso la vocación misionera de los primeros cristianos, que se dirigen a los no-judíos recibe la comparación de la vocación de Elías (Lc 4,25-26) ¿Quién es este Elías del que se habla y por qué tiene tanta importancia?

Veamos brevemente un poco de historia. El pueblo de Dios se había dividido en dos partes, norte y sur, con sus propios reyes, capitales, santuarios... y problemas. A mediados del s.IX a.C., el reino norte, llamado Israel (el sur se llama Judá) tiene su capital en Samaría, y un rey llamado Ajab que se ha casado con Jezabel, que es hija de un sacerdote extranjero. Como es razonable suponerlo, esta mujer tiene otros dioses y otro culto, y los lleva a su nuevo hogar. Este Dios, al que se lo conoce como Baal, tiene también sus sacerdotes y sus profetas; pero los sectores más religiosos de Israel se enfrentan con este nuevo culto importado y sus representantes. Por esto Jezabel asesina a los profetas de Yahvé (1 Re 18,4), aunque Elías se salva. Él es el gran abanderado de esta lucha (de hecho, su nombre en hebreo quiere decir “Yahve es mi Dios”, es decir los otros dioses -como Baal- no lo son). Aparece como un hombre solitario y errante, y sumamente celoso de la fe en el único Dios de Israel. Como Baal es presentado como Dios de lluvias y de fecundidad, con el objetivo de mostrar su inutilidad -y la inutilidad de su culto- Elías anuncia una larga sequía, con lo que muestra que sólo en Yahve hay fecundidad verdadera (1 Re 17,1-7). La sequía provoca hambre, por cierto, pero Yahvé, para salvarle la vida, envía a Elías al extranjero donde -milagro mediante- será alimentado por una viuda, e incluso resucitará más adelante al hijo único de la mujer (17,8-24). Obviamente esto mueve a la mujer extranjera -a diferencia de Jezabel- a reconocer que “Yahvé es Dios” (v.24).

Pasado el duro tiempo de la sequía (3 años), Elías anuncia la lluvia al rey (18,1), pero para eso enfrenta violentamente a los “profetas de Baal” que muestran su impotencia en el desafío (18,18-40) y el pueblo proclama: “¡Yahvè es Dios!” (V.39). Ante el triunfo -incluso sangriento (v.40)- de Elías, la reina quiere matarlo (19,1-2) y debe huir al monte Horeb (19,8). Después del encuentro con Dios en la montaña, a la vuelta encuentra a Eliseo y lo llama a su servicio (19,19-21).

Ocozías, el sucesor del rey Ajab, muerto tempranamente, decide consultar a los profetas de Baal a raíz de un accidente y nuevamente interviene Elías (2 Re 1,1-8), que estaba oculto a causa de las amenazas a su vida de parte de la reina. Finalmente, Elías cruza el río Jordán con su discípulo Eliseo y allí desaparece de su vista, pero éste hereda su espíritu (2,1-15).

Como puede verse, Elías aparece como un profeta profundamente religioso y profundamente político (aunque en aquellos tiempos no era fácil distinguir ambos campos). Enfrentado vehementemente con los adversarios de Dios quiere remarcar a todo el pueblo y sus autoridades que sólo en Dios se ha de poner la confianza. Como es habitual, los israelitas al sentirse seguros con la estabilidad política, al tener bienestar, y tranquilidad, se olvidan de Yahvé (en un contexto muy semejante de idolatría y fecundidad atribuida a Baal, ver Os 10,1-2) y miran para otro lado, para los ídolos (¿hoy no hacemos lo mismo?). Para tratar de entender la voluntad de Dios es que Elías va al Horeb, como un modo de “volver a las fuentes”, dirigirse al lugar donde el pueblo selló su alianza con Dios (Deu 5,2); y -viendo a Dios en lo que es sorprendente e infrecuente (1 Re 19,8-15)- vuelve con renovadas fuerzas (y con un discípulo) para seguir su predicación.

Precisamente porque no se habla de su muerte (1 Mac 2,58), sino de una desaparición, la tradición judía empezó a imaginar que alguna persona celosa y religiosa “como Elías” vendría más adelante (Eclo 48,1-16) para, como Elías, hacer “volver el corazón de los padres a los hijos” (Mal 3,23-24). Es por eso que, ante figuras como Juan el Bautista, o el mismo Jesús, muchos se preguntan si no están frente al que es como Elías. Como aquel, invitarán a la conversión, como aquel invitarán a volverse a Dios y como aquel, rechazarán todo lo que no es Dios.


Imagen de Elías tomada de https://iglesiadeconcepcion.cl/editorial/elias-un-profeta-muy-humano-2/

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