martes, 4 de julio de 2017

Domingo 14A



La revelación de Jesús desata un conflicto por los destinatarios escogidos

DOMINGO DECIMOCUARTO - "A"


Eduardo de la Serna



Lectura de la profecía de Zacarías     9, 9-10

Resumen: en medio de los oráculos del profeta irrumpe un canto a un rey humano que sorprenderá por su humildad y su firmeza. Es con ella que llegará la paz a las naciones en un rey desarmado y que alcanzará a toda la tierra, con límites geográficos jamás vistos.

El texto de Zacarías irrumpe en medio de una serie de oráculos conflictivos que hacen referencia a los pueblos vecinos. En este contexto se alude a la “hija de Sión” haciendo referencia a un “rey” que viene. Pero este rey es humano, no se refiere a Dios, como sí ocurre en muchos textos posteriores al exilio; algo novedoso en un tiempo en el que ya no hay reyes en Israel. Este rey es calificado de “justo, victorioso y humilde”. Para algunos autores, se asemeja al personaje de Is 53 en cuanto a que Dios lo hace justo, lo salva  y es humilde (vv.4.6.7.10). Los primeros jefes de Israel montaban en burros, como este: Gen 49,10-11; Jue 5,10; 10,4; 12,14; 2 Sam 19,27; cf. 1 Re 1,33.38). La humildad ciertamente contrasta con lo habitual en la monarquía que era el lujo y el boato (1 Re 10,14-29; Jer 17,25; 22,4)

Pero esta humildad no está reñida con la firmeza que manifestará el rey combatiendo contra la guerra y la violencia. Para ello se enfrenta con las armas del mismo pueblo de Dios (cuernos de Efraín –norte- y caballos de Jerusalén –sur-), como ya lo había señalado Mi 5,9-10. Él (y no Dios) proclamará la “paz a las naciones” (Is 2,2-4 // Mi 4,1-3), y –sin ejército- alcanzará un territorio que ni siquiera David tuvo (de mar a mar, del río al confín de la tierra).

La humildad por un lado, y su firmeza por el otro parecen paradojales. Cosas reservadas antiguamente a Dios se esperan aquí de un rey humano. El mesianismo bíblico empieza a desplegarse, aunque este sea –probablemente- el último texto antes de empezar el periodo intertestamentario. Por otro lado, quizás haya que ver en el texto una crítica al poder de los sacerdotes alentando la esperanza en un rey por venir.


Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma     8, 9. 11-13

Resumen: la vida y la muerte, el espíritu y la carne se presentan ante los lectores como dos caminos. El creyente tiene abierto ante sí el camino de la vida por estar conducido por el espíritu de Dios que es espíritu dador de vida. 


Por cinco domingos consecutivos leeremos, a partir de hoy, el importantísimo capítulo 8 de la carta a los romanos. Allí san Pablo da un cierre a toda la primera parte de la carta, estableciendo, fundamentalmente un contraste con el ser humano de la debilidad, la ley y el pecado que ha presentado en el cap. 7. Ante esa debilidad la persona se encuentra sin salida: ¿quién me librará? (v.24), no hago el bien que quiero sino el mal que no quiero (v.19), es el pecado el que habita en mí (v.17). Ese ser humano sin salida encuentra otro camino: “Pues lo que era imposible a la ley, reducida a la impotencia por la carne, Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne, a fin de que la justicia de la ley se cumpliera en nosotros que seguimos una conducta, no según la carne, sino según el espíritu”. (8,3-4) Ese ser humano que se dirigía a la muerte encuentra súbitamente abierto el camino hacia la vida, algo expresado –como es frecuente en Pablo- en los términos “carne” y “espíritu”. Con esta temática en el horizonte conviene leer la lectura (y las que siguen los próximos domingos) de este capítulo.

Los términos “carne” y “espíritu” son los que marcan el ritmo de esta unidad, pero estos no han de entenderse –como lo hemos señalado otras veces- en sentido del dualismo helénico, sino en un sentido “escatológico”, es decir, señalando la llegada del fin de los tiempos – comenzada en la resurrección de Cristo a la que nos unimos plenamente por el bautismo – en la cual el espíritu es el don por excelencia recibido por los que creen. Los que no creen, en cambio, están precisamente ante esa debilidad sin salida de la que hablaba en el cap. 7. Podríamos parafrasearlo de este modo: “ustedes no están en el tiempo de la carne sino en el tiempo del espíritu”; pertenece a Cristo (es de Cristo) quien tiene su espíritu. El v.10 – omitido por el texto litúrgico – hace referencia a la muerte, que es consecuencia del pecado (5,12.21; 6,23; 7,13; 8,2) y a la vida, fruto del espíritu por la justicia que viene de la fe (1,17; 3,22.25.26.28.30; 4,3.5.9.11.13; 5,1…). Ese espíritu que Dios ha dado es dador de vida, como ya lo ha mostrado al resucitar a Jesús de entre los muertos; por eso, nuestros cuerpos, que caminan hacia la muerte, recibirán ese mismo espíritu que es dador de vida (1 Cor 15,45). 

Así, los creyentes, no deben nada a la carne, sino al espíritu, y por tanto están frente a dos opciones (dos caminos, como es frecuente en la literatura bíblica): la vida y la muerte según vivan “según la carne” o “según el espíritu” (v.13).


+ Evangelio según san Mateo     11, 25-30

Resumen: tres pequeñas unidades ponen a Jesús en conflicto con las autoridades judías de tiempos de Mateo mostrando la predilección de Jesús, y en él, del Padre, por los pequeños, los que están sobrecargados por los fariseos. 


En medio de una serie de textos en los que Jesús se encuentra con gente que no lo comprenden del todo (unos más, otros menos, pero ninguno plenamente) Mateo presenta estos tres dichos de Jesús que se encuentran en el Evangelio de hoy. El texto comienza señalando “en aquel tiempo” (en ekeínô tô kairô) y la siguiente unidad (12,1) comienza con la misma fórmula marcando así el límite del texto en 11,25-30 como lo presenta la liturgia. 

Los tres dichos son fácilmente reconocibles: el primero Jesús se dirige a Dios (vv.25-26), el segundo Jesús habla a su auditorio sobre su relación con Dios como de Padre e hijo (v.27) y finalmente una invitación al auditorio a recibir el mensaje de Jesús (vv.28-30).

vv.25-26: en el contexto del relato, Jesús acaba de señalar que su mensaje no fue recibido en Corazín, Betsaida, Cafarnaúm, ciudades donde hay importantes grupos rabínicos en tiempos en que se compone el Evangelio de Mateo. En contraste con estos “sabios y prudentes” que se niegan a aceptar el mensaje de Jesús, los “pequeños” (nêpios) lo han recibido: un “pequeño” grupo de la región, los destinatarios del Evangelio. Esto es algo que refleja la voluntad de Dios. En un marco semejante (y constituye la única vez que vuelve a encontrarse en Mateo el término “pequeños”, nêpios, 21,15-15) los niños (paidós) gritan “Hosana” ante la llegada de Jesús al templo, lo que provoca el rechazo de sumos sacerdotes y escribas y Jesús  les cita la Escritura: “de la boca de los pequeños y lactantes te preparaste alabanza” (Sal 8,3). Nuevamente se encuentra un contraste entre los “pequeños” (en este caso mostrados como “niños”) y los letrados frente a Jesús. 

Lo llamativo es que Jesús señala que estas cosas Dios las ha “ocultado” (kriptô) algo que es importante en Mateo. Lo “oculto” ha de ser “revelado”, como se ve la ciudad en la cima del monte (5,14), como las parábolas lo manifestarán (13,35), como el tesoro escondido (13,44) que es expresión del Reino; pero en este caso está en contraste con lo revelado a los pequeños. La situación de la comunidad de Mateo en contraste con la importante comunidad rabínica de su tiempo y región parece estar en el núcleo del relato, algo que –a su vez- manifiesta la actitud de los “sabios y prudentes” hacia Jesús en el Evangelio. Ese ocultamiento a unos y revelación a otros es lo que le place (eudokía) a Dios. 

v. 27: Pero este ocultamiento – revelación es algo que Dios ha manifestado en el accionar del hijo. Puesto que solamente el hijo conoce al Padre, el modo de revelación que el hijo ha escogido refleja esto que da placer a Dios. El uso de Padre e hijo en esta unidad tiene bastante “color joánico” ya que “hijo” en absoluto (“el hijo”) no es habitual en los Sinópticos, y es muy frecuente en Juan. La relación entre el hijo Jesús con su Padre (abbá) es tal que puede afirmar que “lo conoce” (otro tema joánico), y precisamente por eso lo revela en sus palabras, pero también en el modo de revelarlo, que implica a los destinatarios. Jesús se ha dirigido – y el capítulo de las parábolas, que se aproxima es una buena expresión de esto – a los que no contaban a los ojos de los “sabios y prudentes”, y por esto lo han rechazado. 

vv.28-30: Es precisamente a esos destinatarios a los que ahora Jesús se dirige, los que están cansados (kopiáô es cansancio por lo que resulta trabajoso, fatiga) y están “cargados” (fortízô) ya que Jesús les ofrece “aliviar” (anapaúô). El alivio es lo que provoca, por ejemplo, el descanso sabático (Ex 23,12; Dt 5,14) o también el descanso que debe tener la tierra (Lev 25,2). Lo religioso no puede ser motivo de cansancio y carga. El “yugo” es imagen de lo que los oprimía en Egipto (Lev 26,13), Babilonia (Jer 27,11), o la opresión de los griegos (1 Mac 8,18; 13,41), la esclavitud en general (Gal 5,1); Salomón ha oprimido a una parte importante del pueblo y a su hijo se le pide que “alivie el yugo” (2 Cr 10,9). Pero la imagen también es usada como expresión de “sometimiento” a la ley (Sir 51,26; Sof 3,9; Hch 15,10). Como los maestros de la ley, Jesús también tiene un yugo pero él mismo se presenta como manso (praûs; a los que Jesús llama bienaventurados porque serán consolados, 5,5, y alude al rey montado en burro de Zac 9,9 en 21,5) y humilde de corazón (tapeinós tê kardía; sabiendo que Dios ensalza al que se humilla, 23,12). Este yugo de Jesús dará “reposo” (anapausis, como ya lo había señalado) ya que es “suave” (jrêstós, suave, bueno, agradable) y la “carga” (fortíon) es ligera (elafrós, suave, leve). El texto aparece en claro contraste con las cargas pesadas (barys) que los fariseos echan en las espaldas de sus discípulos (23,4, a pesar que lo más “pesado”, importante, “de la ley es la justicia, la misericordia y la fe”, 23,23). 

El texto es ciertamente conflictivo con los fariseos de tiempos de Mateo (como se ve claramente en el cap.23) con quienes el evangelista está en conflicto; a los lectores les contrasta dos yugos, dos mensajes y –por lo tanto- dos actitudes frente a él, la aceptación de los pequeños, y la incomprensión de los “sabios y prudentes”. No es diferente a lo que dice el texto: 

Yo decía: «Naturalmente, el vulgo es necio, pues ignora el camino de Yahveh, el derecho de su Dios. Voy a acudir a los grandes y a hablar con ellos, porque ésos conocen el camino de Yahveh, el derecho de su Dios». Pues bien, todos a una habían quebrado el yugo y arrancado las coyundas”. (Jer 5,4-5) 

La novedad de Jesús viene dada, precisamente, por ser el hijo que conoce al Padre y elige el modo y los destinatarios de la revelación: los pequeños.

foto tomada de www.catolicidad.com

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