martes, 5 de febrero de 2019

Comentario domingo 5C

La palabra de Dios es eficaz en medio de los suyos

Domingo quinto  - “C”



Eduardo de la Serna




Lectura del profeta Isaías           6,1-2a. 3-8

Resumen: la vocación de Isaías tiene dos grandes momentos, uno visual y otro oral en el que de parte de Dios recibe el encargo de hablar a su pueblo y para lo cual el profeta se ofrece.

El texto litúrgico es parte del relato vocacional del profeta Isaías. Es importante ubicarlo en su totalidad aunque haya partes omitidas en la liturgia. El texto abarca todo el cap.6 ya que tiene un comienzo cronológico: “el año de la muerte del rey Ozias” y en 7,1 tenemos una nueva etapa cronológica: “En tiempos de Ajaz…”.Ya sabíamos que el tiempo en el que Isaías ejerce su ministerio profético abarca al tiempo de Ozías, Jotam, Ajaz y Ezequías (1,1). 

La escena tiene dos grandes partes con un texto que es una suerte de gozne entre ambos, el primero centrado en una “visión” (vv.1-5) el segundo en una “audición” (vv.6-13). Veamos:

“ví al Señor” (v.1)
“al rey Yahvé han visto mis ojos” (v.5)

“me dijo” (v.7)
“voz del Señor” (v.8)
“dijo” (v.9)
“yo pregunté… dijo” (v.11)

La visión inaugural sirve de desencadenante del diálogo entre el profeta y el que habla de parte de Dios (un “serafín”). En el medio – habrá que detenerse en eso más adelante – un texto que sirve de relación entre ambas.

La visión es extraña, pero bíblicamente razonable. Se dice (v.1) que Isaías “ve al Señor” pero en lo visto no se hace referencia a Dios: un trono, el borde del manto, serafines, humo, un canto. Sin embargo el profeta reconoce en eso haber visto a Dios (v.5). Es interesante, también, el comienzo referido a un rey ausente (muerte del rey) y el reconocimiento de Dios rey: “al rey Yahve…” 

Lo que se constatan son “unos serafines”. Tardíamente se los ha interpretado como ángeles, pero nada de eso afirma el texto. “Serafines” (saraf es referencia al fuego, literalmente serían unos “ardientes”, pero eso alude a brasas, a sacrificios, a quemar (para Dios) lo sobrante de la pascua o una ofrenda, como purificación (por lepra), las ciudades o ídolos, la comida o incluso la serpiente abrasadora (cf. Is 30,6). Es razonable que unos seres “abrasadores” estén entre el humo y la gloria del templo.

Se dice de estos seres que tienen tres pares de alas (omitido por el texto litúrgico: un par para taparse los ojos ya que no se puede “ver a Dios”, otro par para taparse “los pies” (eufemismo para decir sexo; no se puede estar desnudos ante Dios) y otro para volar.

Entre ellos se decían en voz alta el triple “santo” (el término es muy común en Isaías y fuera de él es escaso en los profetas). Es posible que sea parte de la liturgia del templo de Jerusalén (también es común en Ugarit, por ejemplo). El reconocimiento de la Santidad de Dios es algo que lo hace ver como totalmente lejano (“tremendo y fascinante” se ha llamado desde principios del s.XX [Rudolf Otto, 1917]). Es precisamente ante esta santidad que el profeta proclama su indignidad: “¡ay de mi!”

Esto da pie a un texto que sirve de nexo. Isaías se reconoce parte de un pueblo pecador y pecador también él, pero haciendo expresa referencia a los labios impuros. No ha de entenderse en sentido de blasfemia o pecados orales, se trata de una sinécdoque. Se habla de “labios” para aludir a toda la persona, pero precisamente porque los labios serán lo que se tendrá en cuenta a continuación ya que el profeta debe hablar de parte de Dios. El fuego – se ha dicho – purifica, con lo que purifica la impureza de los labios. Ahora el profeta estará en condiciones de hablar en nombre del santo.

Ahora Dios habla, porque luego lo hará el profeta: ¿a quién enviaré?; ¿quién irá de parte nuestra? (v.8). “Aquí estoy, ¡envíame!”

Señalemos algunos elementos: el profeta no puede hablar de parte de Dios sin haber sido enviado. Y Dios cuenta con la disposición de Isaías para hacerlo. El estilo es frecuente en Medio Oriente y se lo ha calificado de “encargo de misión difícil”. En el texto quedan indicios de este esquema en el uso del plural: la corte celestial duda ante la dificultad de la tarea, pero uno se ofrece, Isaías.

El texto litúrgico finaliza aquí dejando en nebulosa el “encargo difícil” que – leyéndolo – se lo ve como muy duro: el destinatario reconoce la dificultad ya que está “condenado al fracaso” (9b-13), Dios no quiere que los destinatarios (“ese pueblo”) se conviertan [hay que notar que el texto no está hablando del futuro, no quiere que “este pueblo” se convierta]. Quizás por esta dificultad es que la liturgia lo ha omitido. La traducción griega hace una ligera modificación: la cerrazón del pueblo no es lo que Dios quiere sino lo que de hecho ocurre. Así será utilizado por el N.T.


Lectura de la primera carta de san Pablo a los Corintios             15,1-11

Resumen: ante algunos que niegan la resurrección Pablo les recuerda lo que él y otros han predicado y que tiene su origen tradicional en la muerte y resurrección de Jesús.

El capítulo 15 de la primera carta a los Corintios marca un tema nuevo en el resto de la obra. Aparente por información oral Pablo se ha enterado que hay algunos que niegan la resurrección (15,12) y para ello escribe esta unidad. El acento está puesto en la resurrección precisamente por esta negativa. Luego de la introducción (la unidad litúrgica de hoy, vv.1-11) Pablo responde dos preguntas: ¿hay resurrección de los muertos? (vv.12-34) y ¿con qué cuerpo resucitan los muertos? (vv.35-57) con una breve exhortación conclusiva (v.58).

Veamos cómo está estructurado el texto que nos ocupa

Lo que prediqué…     creyeron (vv.1-2)
Lo que predicamos… creyeron (v.11)

En el centro Pablo repite un esquema propio de la tradición: transmití… recibí 

Esto está centrado en dos elementos en los que se cumplen las escrituras: que Cristo murió, que resucitó. A continuación de cada uno presenta un signo visible que atestigua el hecho: la sepultura, las apariciones. Como el tema en cuestión es la negativa de la resurrección Pablo se detiene en extenso en los nombres de los testigos de las apariciones comenzando por el primero (Cefas) y terminando por el último (él mismo) aunque hace un breve paréntesis sobre su ministerio (es su predicación sobre la resurrección la que está cuestionada) en vv.9-10.

Esquematicemos:

A.- prediqué… creyeron (vv.1-2)
            Predicación tradicional (trasmití… recibí…) (v.3a)
                        Murió (según las escrituras);                 signo visible: sepultura (vv.3b-4a)
                        Resucitó (según las escrituras);            signos visibles: apariciones (vv.4b-8)
                                    Apariciones a…. después… después… y por último (ésjatón)
                                    Nota sobre la gracia en la predicación de Pablo (vv.9-10)
A’. ellos… yo predicamos… creyeron (v.11)

Veamos algunos elementos a tener en cuenta:

Pablo remite a la predicación tradicional centrada en la resurrección de Jesús. Es probable que los que niegan la resurrección no negaran la resurrección de Cristo sino sólo la de los muertos. Pero para Pablo la resurrección de Cristo y la resurrección de los demás es todo parte de un mismo movimiento. La resurrección de Cristo es el inicio del tiempo final de las resurrecciones: si no resucitamos no resucitó Cristo. El acento en la resurrección de Cristo es sencillamente remarcar un mismo hecho en sus diferentes momentos.

Pablo es parte de una tradición: lo que él predica, a su vez lo ha recibido (el mismo juego de palabras lo encontramos en 11,23: “yo recibí lo que les transmití”).

Pablo no cita las escrituras que se cumplen, pero probablemente refiera a Is 52,13-53,12 y Os 6,2. Tratar de entender a la luz de las Escrituras la muerte cruel y el rechazo de Jesús sin duda fue un tema complejo para los primeros cristianos. La cita de Is 53 parece haber sido muy importante para poder no solamente aludir al rechazo sino también a dar un sentido a esa muerte. Una muerte “por” (no “a causa de” sino “en beneficio de”). El texto de Oseas en griego afirma que en tres días nos “hará resurgir”, levantar utilizando el griego “anistemi” que muy pocas veces (cf. 1 Tes 4,14.16) Pablo utiliza para la resurrección.  Se afirma que Pablo no recurre a la muerte vicaria (como sí lo hace Isaías 53) y casi no utiliza “anistemi” para la resurrección (si es común en Hechos y en Juan), pero se ha de tener en cuenta que precisamente estamos ante un texto que Pablo “recibe por tradición” (y como se ve por la utilización en 1 Tesalonicenses, es de uso antiguo; Pablo luego preferirá egeirô [ver 15,4]). 

Llama la atención la ausencia de mujeres en la lista de beneficiarios de apariciones del resucitado. Es posible que también en esto estemos ante lo que Pablo ha recibido. De todos modos hay grupos (“más de quinientos” y “todos los apóstoles”) que pueden incluir mujeres, aunque no estén mencionadas por sus nombres. Santiago, “el hermano del Señor”, ocupará muy pronto un lugar muy importante en la comunidad de Jerusalén. Es interesante que a pesar de un primer momento de incomprensión de parte de la familia de Jesús a su ministerio [ver Mc 3,20-21.33-35], en los últimos momentos se ve que hubo un importante acercamiento (Juan pone a la madre junto a la cruz [Jn 19,25], Lucas a la madre y sus hermanos en el grupo que espera el espíritu [Hch 1,14] y Pablo, aquí, a Santiago como beneficiario de una aparición). Más tarde quedará a cargo de la comunidad de Jerusalén y finalmente – nos lo dice Flavio Josefo – morirá mártir en el año 62.

Pablo se pone a sí mismo como el último (no hay que entender aquí “esjaton” en sentido “escatológico”) como se ve enseguida. En el esquema del honor, el último es el menos honorable. Pablo lo reconoce por haber sido perseguidor (algo que Pablo repetirá en más de una ocasión, cf. Ga 1,13.23; Fil 3,6). Así utilizará la imagen del “aborto” que es un término ciertamente fuerte para designar lo que no ha alcanzado a ser (Qo 6,3; Job 3,16). Ser perseguidor de la Iglesia marca el límite hasta el que Pablo había llegado, como un aborto que no lo fue por la gracia de Dios que lo llevo a ser fecundo en su trabajo apostólico.

Una breve nota sobre el “apóstol”. Para Pablo, los “apóstoles” no se trata de “los Doce”, sino de aquellos a los que se les ha hecho ver el resucitado. Por eso afirma ser indigno de serlo. Todos aquellos y aquellas a los que Jesús se les apareció, para Pablo, son apóstoles (por eso incluye mujeres en la lista, como se ve en Rom 16,7). Pero esas apariciones no son para “conservarlas” sino para “trabajar” (kopiaô). Este trabajo, para Pablo se trata del anuncio del Evangelio (1 Cor 16,16; Fil 2,16), la dedicación a la comunidad (Gal 4,11) algo que también dice a los que presiden la comunidad (1 Tes 5,12), y se dice expresamente de cuatro mujeres de la comunidad de Roma (Rom 16,6.12). La dedicación de Pablo “no ha sido estéril”, no fue “vana” (kenós). Lo que señala es que “trabajó” más que “todos ellos” (es decir, más que toda la lista), pero “no yo, sino la gracia”. Es por esa gracia que Pablo es lo que es, “el” apóstol por excelencia.

Una nota sobre el “kérigma”. Se ha dicho que el texto de 1 Cor 15 constituye el “kérigma” de Pablo, es decir el resumen de toda su predicación. Pero no parece preciso afirmarlo. Para comenzar hay que recordar que Pablo pone aquí el acento en la muerte y resurrección porque es el tema que ha sido negado por algunos en la comunidad. Por otra parte, en otras cartas Pablo también habla de lo que ha predicado sin poner aquí su acento; por ejemplo, es razonable pensar que si se dirige a paganos Pablo debería empezar hablando de “un solo Dios” y el “abandono de los ídolos” (ver 1 Tes 1,9). Es más preciso señalar que aquí encontramos “un resumen” de la predicación paulina, y no “el resumen”.



+ Lectura del evangelio según san Lucas     5,1-11

Resumen: el profeta Jesús predica la palabra de Dios y esa palabra es eficaz en medio de los suyos y obrando milagros.

Lucas, que sigue a Marcos en el comienzo del ministerio de Jesús, introduce – sin embargo – una novedad en el relato vocacional del principio. El principio y el fin le sirven para introducir el relato de la pesca. Veamos brevemente:

Marcos 1:16-18
Lucas 5:1-11
Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores.
Estaba él a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes.























[Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes (v.19)]
Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar». Simón le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes». Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse.
Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían.
Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador». Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado.
Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús les dijo: «Vengan conmigo, y los haré llegar a ser pescadores de hombres».
Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres».
Al instante, dejando las redes, le siguieron.
Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.

Como puede verse, el comienzo y el final están tomados de Marcos, mientras la circunstancia de la pesca es propia de Lucas (aunque hay una escena semejante en Jn 21). Que Jesús enseñe desde la barca también es tomado de Marcos (cf. 3,9; 4,1-2). 

En un sentido (que podríamos llamar “psicológico”) el cambio de Lucas es más razonable. No parece fácil de entender que a un predicador, del que no se ha escuchado ni visto nada, pescadores de profesión dejen todo simplemente por su palabra. En Lucas, en cambio, Jesús predica, expulsa un demonio, cura la suegra de Pedro, realiza otras curaciones y realiza una pesca milagrosa. Dejar todo para seguirlo, ahora parece más razonable, en este caso. De todos modos no hay que poner en esto el centro del relato.

La multitud (ojlos) se agolpa para escuchar “la palabra (logos) de Dios”, expresamente Lucas señala que eso es lo que Jesús predica (cf. 8,11.21; 11,28; 24,19 [en Mateo y Marcos “la palabra de Dios” se refiere a las escrituras; cf. Mc 7,13]). 

Sentado (cf. 4,20; Hch 13,16), enseñaba (es un tema habitual del ministerio de Jesús en Lucas, x17). El acento en el relato estará puesto en Simón, aunque por momentos se alterna el singular (vv.4.5.8.10) y el plural (vv.4.5.6.7.9.10.11) dando a entender que en él se incluye a todo su grupo. Simón (Lucas con frecuencia elige llamarlo así, aunque también utiliza Pedro [ver 5,8; 6,14]) es testigo – con los que lo acompañan – de la predicación.

La pesca en el lago es de noche (v.5) pero ésta será “por tu palabra” (rhêma; la palabra del profeta Jesús tiene otra “densidad”, no se trata sólo de un predicador, este es uno que dice “palabra de Dios”) y la cantidad de peces es inmensa y las redes se rompían (Juan señala que “no se rompían”, 21,11). Pedro lo ha llamado “epístatês” (el que ‘está sobre’, a veces traducido “maestro”, término que sólo Lucas utiliza 7x en el NT). Los compañerossocios (en v.7 utiliza metójois y en v.10 koinônoi) de Pedro (los hijos de Zebedeo, v.10) suelen ser los que ponen en común el fruto de la pesca a fin de aliviar el cobro excesivo de impuestos (parece que rondaba el 40% a lo que se ha de sumar el costo por los intermediarios, lo que se trataba de evitar por las asociaciones a las que hicimos referencia). 

Ciertamente lo que cuenta en el texto es el hecho milagroso (no interesa en esto el hecho histórico) que motiva la actitud de Simón cayendo de rodillas (es actitud de oración: ver 22,41; Hch 7,60; 9,40; 20,36; 21,5). El término “varón pecador” vuelve a encontrarse en el NT sólo en Lc 19,7 referido a Zaqueo (es frecuente en el Sirácida 6x); el tema recuerda lo dicho por Isaías en el relato vocacional (6,5). Simón reconoce en aquel que habla palabras de parte de Dios al “Señor” (kyrie) y reconoce la distancia: él se sabe pecador. Pero los lectores de Lucas sabemos la cercanía que Jesús entabla con los pecadores: 5,30.32; 7,34.39; 15,1-2.7.10; 18,13; 19,7.

Aquí el texto retoma el relato de Marcos uniendo las dos escenas (Pedro y Andrés, Santiago y Juan). El “asombro” (thambós) es un término infrecuente, pero que también se utiliza en Hechos al comenzar el ministerio de la Iglesia (Lc 4,36; Hch 3,10), es la actitud frente a lo sagrado. 

El término “no temas” es usado ante una intervención de Dios (cf. 1,13.30), lo usa Jesús ante Jairo preparando la revivificación de su hija (8,50 Q) y dirigiéndose al “pequeño rebaño” al que el Padre le da el reino (12,32).

El vocablo usado por Lucas por “pescador” es atrapar, capturar pero mantener con vida (zôgréô, cf. 2 Tim 2,26), en v.2 Lucas había señalado que eran “pescadores” (alieys), término que utilizan Marcos y Mateo. Lucas prefiere poner el acento en el mantenimiento de la vida.

Pero la novedad principal de Lucas viene dada por el pequeño y casi imperceptible cambio que hace al final. Ya no se trata de que los pescadores dejan las redes o las barcas o sus padres, para Lucas ellos “dejándolo todo” lo siguen (el seguimiento es particularmente importante en Lucas entendido como discipulado, 5,27-28; 9,23.49.57.59.61; 18,22.28.43; 22,39.54). El seguimiento de Jesús es exigente y supone dejar todo (5,28; 14,33; 18,22-23).


Foto tomada de danyguerra.wordpress.com

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