domingo, 18 de septiembre de 2022

¿Fuimos testigos de un milagro?

¿Fuimos testigos de un milagro?

Eduardo de la Serna



Frente al fallido atentado contra la vicepresidenta Cristina Fernández, la mayoría de los comentarios ya suelen señalar o indicar el lugar donde se encuentra posicionado o posicionada quien habla o escribe. Algo, que a veces, se expresa en “actos fallidos”, que al decir de don Sigmund, es una expresión del inconsciente que quiere aflorar a pesar que el emisor quisiera evitarlo (o el superyó… o quien fuera). Así podemos ver que “¡cómo mandás a ese tarado!” o hablar de “supuesto atentado”, o de “victimización” hasta – y aquí lo que me interesa – escuchar hablar o insinuar que ocurrió un “milagro”. Evidentemente, quienes usan este término están posicionados entre los que tienen una cierta simpatía hacia Cristina, mientras que los primeros, ciertamente no. Escuchar o leer “milagro”, especialmente en personas que expresamente señalan su ateísmo o agnosticismo resulta, por lo menos, extraño. Y sobre eso quisiera decir una palabra.

Para empezar, y creo que ahí hay una clave, una cosa es el término “milagro” en el lenguaje cotidiano, y otra en el lenguaje bíblico-teológico. Sin duda, los y las comunicadores y comunicadoras, particularmente quienes no confiesan fe alguna, lo utilizan en sentido común, y no “teológico”, pero, ciertamente algo de algún modo religioso están señalando. Sería como decir que, de alguna manera, Dios intervino para que el atentado no se concretara. Obviamente, además, esto implica una cierta “teo-logía”, es decir algo dicen de Dios y de una intervención suya, en este caso, en favor de Cristina.

Señalemos, para empezar, algo bíblico-teológico: el mundo bíblico ciertamente no se guía con nuestros conceptos modernos. Hoy, ante hechos aparentemente extraordinarios, la pregunta suele ser ¿cómo es esto posible? Es, al menos en cierto modo, una pregunta científica. Puesto que no parece “lógico”, o “razonable” que algo ocurra de esta manera, ya que no hay razones aparentes, se infiere que Dios ha intervenido. En el mundo bíblico el planteo era muy diferente: no se pregunta “cómo es posible” sino “por qué” o “para qué”. Por eso, la fe es un presupuesto (no una consecuencia del hecho); el Evangelio nos dice que Jesús “no podía obrar milagros” en una región a causa de su “falta de fe”. Entonces, puede haber hechos, incluso normales, o frecuentes, que el creyente verá como “milagros” porque allí Dios le / nos está diciendo algo; para empezar, marcando su compañía, protección, cercanía, misericordia, etc. Y, en ocasiones, “diciendo” algo más. En cierto modo, entonces, un milagro es una “palabra” de Dios.

En el lenguaje cotidiano, en cambio, se suele entender que Dios hizo (o impidió) algo en favor de alguien, movido por la oración, la “providencia”, o por razones varias; una curación inexplicable de una persona enferma, por caso, movido por la oración de algunas otras. En el caso que nos ocupa, Dios habría impedido, espontáneamente, que cargara la bala en la recámara, por ejemplo.

Veamos, entonces… En el lenguaje cotidiano, se puede decir que estuvimos ante un milagro (aunque no logre entender en qué sentido utilizan el término los no creyentes… ya que se supondría que “Dios” habría sido el que lo hizo). Ahora, en lo personal, me cuesta entender, desde la fe, que Dios, activamente, impida un atentado (especialmente porque no se entiende por qué otros muchos atentados se concretan). Ahora bien… entendiendo el tema en un sentido bíblico, puede ocurrir que no se haya cargado la bala por nervios, porque creía que ya estaba cargada, porque la pistola se trabó en la carga, o por varios otros motivos, pero “desde la fe”, que es presupuesto del creyente, estamos invitados a preguntarnos qué nos quiere decir Dios en esos hechos “normales”. No es difícil imaginar que, para algunos, si el disparo se hubiera realizado, el ejecutor podría ser (al menos simuladamente) aplaudido o reconocido, como él / ellos creían que lo serían. Y no es menos cierto que es muy fácil imaginar que – de haberse efectuado – hubiera significado, por lo menos, mucha sangre y violencia (esa misma que los “pescadores” aprovechan al revolver el río). Si el atentado concretado hubiera significado una ola de violencia y muertes (especialmente de los pobres), no es difícil concluir que Dios nos dice que él opta por la paz. Y una paz que nace del encuentro, de la justicia, de la vida. Me parece razonable pensar que Dios está diciendo algo (y que por eso se trata de “milagro”), y es que hagamos a un lado el odio y el desencuentro (y a los odiadores y desencuentradores) para buscar lo fundamental.

Sin duda que podemos creer tener razón. Y otros también lo creerán. Pero a lo mejor nos podemos dar cuenta que más importante que tener razón es tener familia, casa, patria. Para los creyentes, tratar de dar respuesta a la pregunta ¿qué nos dice Dios en esto?, podría ser el paso primero y principal para que ese paso, con los pasos de otros, nos transforme en peregrinos. Caminar sólo con los que piensan como nosotros (es decir, con los que creemos que tienen razón, como nosotros) más que miembros de un pueblo nos transforma en sectarios. Algo bien diferente de ese Dios que elige y quiere un pueblo para que muestre a todas y todos que otro mundo y otro pueblo es posible: uno de hermanas y hermanos. A lo mejor, si nos decidiéramos a escuchar a Dios en el atentado fallido, podamos decidirnos a buscar denodadamente la paz y a encontrar – sin renunciar a nuestros conceptos y proyectos – hermanos y hermanas y, así decididos, empecemos a gestar otro milagro más grande todavía, el de una patria que dé gusto vivir (o que podamos “vivir sabroso”, como dicen en Colombia, que de esto de violencia saben mucho, y han decidido apostar por la paz).


Foto tomada de https://unsplash.com/es/fotos/jpREsLNInIQ

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