martes, 27 de septiembre de 2022

Dos dosis de miedo, unas gotas de odio… y el fracaso del Evangelio

Dos dosis de miedo, unas gotas de odio… y el fracaso del Evangelio

Eduardo de la Serna



No hace falta hacer referencia a los temores infantiles a la oscuridad, a personajes mitológicos (el cuco, el hombre de la bolsa) o a los temores introyectados por otros temores anteriores, por ejemplo, paternos, a animales, tormentas, etc. También es evidente que estamos transidos por fobias (fobos, en griego es miedo) … en todas las variantes contemporáneas sean sociales o neuróticas, etc. … Lo que me parece evidente es que en nuestra sociedad (quizás a cusa de las inestabilidades, la falta de cierto tipo de seguridades, etc.) es muy fácil introyectar miedos. Y saber que esos tales temores serán fácilmente creídos. Los inventos recurrentes de una “camioneta blanca” que secuestra niñxs, en ciertos tiempos, suelen ser muy frecuentes. Pero lo que me parece para destacar es que hay quienes sacan mucho provecho de los miedos reales o ficticios que se han creado: miedo a los extranjeros (y a lo extraño), miedo a los mapuche, miedo a la inseguridad, miedo hasta al que vendría a realizar el censo (entre paréntesis… ¿cuándo se va a realizar el censo en los innumerables lugares no censados?). La cuestión es crear miedos… y el miedo a los migrantes logra, por ejemplo, el auge de las derechas en Europa y el Norte (lo de Italia, lo de VOX, Le Pen y otros engendros del temor me parece evidente… y preocupante). Y una vez que ha sido abundantemente creado el miedo, aparecen las pocas gotas de odio que provocan la mezcla explosiva que vivimos en el día a día (o morimos, quizás). Una vez que el miedo nos paraliza, basta con un poquito de odio para que solo busquemos la desaparición física o simbólica de quien nos aterroriza de solo pensarlo o pensarla. Su exterminio nos dará la paz tan ansiada. ¿Quién no quiere vivir en paz?

Siempre es más fácil creer, aunque más no sea una tontería. Al fin y al cabo… “más vale…”, “el miedo no es zonzo”. 

El miedo nos encierra en nosotros mismos, nos hace abrirnos solo a unos pocos, bien probados, familiares y amigos. El otro, la otra, otre, otros, otres entra en el resbaloso espacio del adversario, o incluso, del enemigo. Espacio que, por lo menos, deseamos lejos (los pobres lejos de la ciudad, por ejemplo; los migrantes en sus países de origen, y otros u otras, mejor muertos (total, después, nuevo miedo mediante, haremos creer que “todo fue armado”).

La Primera carta de Juan lo dice con meridiana claridad:

Nosotros hemos conocido y hemos creído en el amor que Dios nos tuvo. Dios es amor: quien conserva el amor permanece con Dios y Dios con él. El amor llegará en nosotros a su perfección si somos en el mundo lo que él fue y esperamos confiados el día del juicio.

En el amor no cabe el temor, antes bien, el amor desaloja el temor. Porque el temor se refiere al castigo, y quien teme no ha alcanzado un amor perfecto.

Nosotros amamos porque él nos amó antes.

Si uno dice que ama a Dios mientras odia a su hermano, miente; porque si no ama al hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y el mandato que nos dio es que quien ama a Dios ame también a su hermano. (1Jn 4:16-21).

El amor y el odio van de la mano, y ahí no tiene cabida el amor. El amor es el corazón del Evangelio de Jesús, y es evidente que, en nuestra sociedad, el amor a Dios y a los / las / les hermanxs ha dejado su lugar al encierro, la cancelación, la negación o hasta la búsqueda de la desaparición del otro, otra u otre. Eso sí, para tener “paz” (yo, claro… el resto que reviente).


Foto tomada de https://www.hogarmania.com/salud/salud-familiar/prevencion-cuidados/miedo-paraliza.html

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