jueves, 8 de septiembre de 2022

Una breve reflexión bíblica sobre el odio


Una breve reflexión bíblica sobre el odio

Eduardo de la Serna



Antes de nada, es importante señalar que el término odio (sustantivo y verbo) en la Biblia, no siempre es sinónimo o semejante de lo que hoy entendemos por tal. En hebreo se utiliza la raíz san’—y en griego misós (de donde vienen términos como misoginia, misos, odio; gynê, mujer: odio a las mujeres). En hebreo es también aborrecimiento, rencor, enemigo o adversario, menos querido o querida, repudio… Podemos decir que se encuentra en el campo semántico del amor, aunque, obviamente, en las antípodas, lo que es algo característico de la literatura hebrea y se lo denomina “merismo” (que es moverse entre dos puntas de la imagen, como "cielos y tierra"; "jóvenes y viejos" ...). Señalemos sintéticamente, que todo lo que se mueve en el terreno del no-amor se expresa como “odio” (es decir, no solo lo que nosotros llamamos propiamente "odio"). 

También el Nuevo Testamento se mueve en este ámbito, por eso dice “han oído que se dijo… amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo” (Mt 5,43) o “no se puede servir a dos señores… porque se amará a uno y se odiará al otro” (Lc 16,13); es decir, está en el terreno del amor, pero se separa de él, es "no amor". Jesús fue odiado porque da “testimonio de que sus obras (las obras del “mundo”) son perversas” (Jn 7,7) y este "mundo" odiará también a los cristianos por la causa de Jesús (Mc 13,13) porque antes odió a Jesús (Jn 15,18). Eso implica odiar también al Padre (Jn 15,23). Antes de avanzar es interesante recordar que, en Juan, el “mundo” no se refiere a “la sociedad”, sino al “ámbito opuesto al proyecto, al plan de Jesús”, por eso “mi reino no es de este mundo”; es el mismo esquema simbólico de "luz y tinieblas").

Es importante destacar lo que acabamos de señalar ya que el odio, entonces, no se trata necesariamente de algo moralmente detestable, como, en cambio, sí ocurre en nuestro lenguaje. Por ejemplo, nadie entre nosotros diría, razonablemente que “Dios odia”, pero eso – en el lenguaje bíblico – sí es aplicable para afirmar, por ejemplo, que Dios “aborrece” aquello que es moralmente detestable o también aquello que “no se ama tanto como”, así Dios ama a Jacob y “no ama tanto como a él” (= odia) a Esaú (Mal 1,3); el necio es detestable, y Dios “lo detesta (= odia)” (Sir 27,24), “odia al que ama la violencia” (Sal 11,5), etc. Para nuestra mentalidad, que estamos habituados a pensar que “Dios es amor”, podemos decir que “el odio” es algo que le es totalmente desconocido. Pero, repetimos, no ocurre así usando el término “odio” en el sentido bíblico.

Ahora, Jesús, que quiere ir a la raíz más profunda de la ley judía, sabe que muchas de las cosas “detestables” son, en realidad, causadas por hechos anteriores, y – acá la novedad – Dios obra el bien a buenos y malos (“hace salir el sol… hace llover”) y, en consecuencia, el discípulo está invitado a amar a quienes se esperaría que sean odiados (Mt 5,45-47), porque debe "ser como Dios", debe llevar a la "perfección" la ley, la justicia.. (Mt 5,48). El odio a Jesús y los suyos, sin embargo, es propio de los que están del otro lado de la grieta (imagen frecuente en Juan, provocada a causa de Jesús que causa “división”; ver Jn 7,43; 9,16; 10,19; 11,45-46), es propio del “mundo”, de las “tinieblas”. Por eso Dios celebra a aquellos que aman la justicia y odian la iniquidad (Heb 1,9).

Cuando se escribe la carta de Juan, en la comunidad hay algunas personas que entienden que el amor es solamente a Dios, y que no hace falta amar al hermano (“amar menos”, = odiar) y el autor con toda contundencia dirá que “el que odia a su hermano es un asesino” (1 Jn 3,15) ya que “el que dice ‘amo a Dios’ y odia a su hermano es un mentiroso porque quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4,20), ese tal, camina “en las tinieblas” (1 Jn 2,11). Ser asesino, ser mentiroso, es – como las tinieblas – pertenecer al "mundo", actuar bajo el “príncipe de este mundo” (Jn 12,31; 14,30) que es asesino y padre de la mentira (Jn 8,44).

Siempre es un problema hacer una lectura “lineal”, fundamentalista, y aplicar literalmente los textos sin interpretar o entender lo que estos quieren decir en su tiempo y a su auditorio; tengámoslo en cuenta - en este caso - con el "odio". Es interesante notar que Pablo parece ponerse en la misma sintonía que Jesús. En la carta a los Romanos les dirá que la paz requiere mutualidad, pero anima a los cristianos de Roma a poner su parte para crear relaciones positivas, tanto internamente como para la sociedad toda.

Sin duda existe el deseo de revancha contra los enemigos, pero ese derecho a vengarse no forma parte del triunfo sobre el mal. El amor debe reinar en todo. El cristiano debe dejar la retribución o castigo a Dios y pretender solo el bien; así Pablo cita libremente Proverbios aquí para apoyar su postura de no agresión (Rom 12,17-21; ver Prov 25,21-22).

El viejo esquema del “ojo por ojo, diente por diente” que era un paso para buscar evitar la revancha, encuentra en Jesús y los suyos un paso más. Frente a la violencia, o aquello que “merecería” odio, Pablo afirma que, en todo caso, se debe dejar eso a Dios, no es algo que les toca a los humanos. En un esquema donde no entra la meritocracia en ninguna parte, el Dios que es padre-madre, el Dios que es amor será el que se ocupará de los “enemigos” y – todo lo revela – el “odio”, como nosotros hoy lo entendemos, no figura en su horizonte. No debería, por tanto, figurar en el nuestro; ni en el obrar, ni en el decir.

 

Imagen tomada de https://padresycolegios.com/yorespeto-jovenes-ante-los-discursos-de-odio-en-la-red/

 

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