lunes, 5 de septiembre de 2022

Tres notas breves a partir del atentado contra Cristina Fernandez y Kirchner

Tres notas breves a partir del atentado contra Cristina Fernandez y Kirchner

Eduardo de la Serna



Rédito político

[reflexión a partir de la pequeñez e insignificancia de los que miran el rédito político propio antes que el bien del pueblo y la Patria]

Es normal, y hasta razonable, que determinado grupo político busque aprovechar sus propias fortalezas o las debilidades del adversario para “sacar rédito político”. El rédito es la utilidad o beneficio que se extrae de un capital (político, en este caso). Hay decenas de ocasiones en las que se pretende dicho rédito; e, insisto, es razonable. Por supuesto, también es razonable que los adversarios busquen limitar el rédito de los otros, o, de ser posible, redireccionarlo en el propio provecho. Los ejemplos se podrían multiplicar en todos los órdenes del campo político. 


Ahora bien, cuando la búsqueda de ese rédito traspasa ciertos límites, entramos en el terreno de las miserias que, en ocasiones, hablan muy mal del grupo en cuestión (y hasta podría ser motivo de que los adversarios saquen rédito político de la miseria ajena). Y, al hablar de límites, me refiero, por ejemplo, a lo que llamamos una “escala de valores”. Si para sacar rédito recurro a la mentira, por ejemplo, o a la calumnia (lo cual, es, debemos reconocerlo, sumamente frecuente) es razonable preguntarse sobre qué se edifica dicho “espacio político”. Porque se supone (mera suposición reconozcamos) que se espera que los pueblos elijan a sus representantes por las fortalezas de sus propuestas y opiniones, o – al menos – por ser menos débiles que las contrarias, y, si esto está edificado sobre la mentira (de las propias fortalezas o las debilidades opuestas) ciertamente algo habla muy mal de los “oferentes”. 


Pero, todavía, debemos ir más allá… y me remito al presente: si una persona atenta seriamente contra la vicepresidenta (y no quiero entrar aquí en la incitación a la violencia, a los discursos de odio, a la descalificación de la otra parte… todas reales, y todas cosas que hablan mal, ¡muy mal!, de los perpetradores políticos, mediáticos y/o judiciales) y, para no dar “rédito político” a otros, o para no sentirse menoscabados, se retacea firmeza, se niega presencia, se ausenta solidaridad, pues, eso no solamente habla mal, ¡muy mal!, de la propuesta alternativa, sino que habla de la miseria humana de quienes pretenden ser representantes de otras y otros.


En nuestra historia, ha habido casos de “grandeza política”, y grupos o personas que no miraron su propio provecho sino el “bien mayor” y no le “sacaron el cuerpo” a hechos que ellos podían aprovechar, pero no se entró en el “chiquitaje” de lo propio; el primer ejemplo que se me ocurre, y seguramente hay más, es que prácticamente toda la oposición acompañó al entonces presidente Raúl Alfonsín cuando los levantamientos de Semana Santa. La democracia estaba por encima de la conveniencia política (aparente) del debilitamiento de la figura presidencial que, entonces, era importante; y se pudo ver, en diferentes fotos, a gran parte del arco opositor acompañando al gobierno. Mirar, en nuestro presente, a dirigentes y dirigentas que ante el gravísimo atentado callan, que siembran más odio o sospechas, que “negocian” si participar o no en las declaraciones de repudio frente a un hecho que podría haber cambiado nuestro presente, e, incluso, sumirnos en un baño de sangre, me resulta simplemente detestable. Debo confesar que me cuesta valorar siquiera un poco a quienes siempre han “sacado rédito político” de las muertes (y silenciando las propias) envenenando a toda una sociedad que, convenientemente envenenada, quizás los vote, pero que – debemos mirar atentamente – nos invitan a edificar un proyecto político sobre muerte, sobre mentira, sobre odio, sobre una democracia socavada en sus raíces o cimientos. La falta de grandeza habla muy a las claras de muchos, habla de su insignificancia. Lamentablemente, ante lo muy amargo de todo esto, ocurre como dicen que hace el Opus Dei cuando les pasa algo agrio como un limón: saben hacer limonada. Muchos, dolorosamente, crearán realidades ficcionales diciendo que algo no ocurrió, o que esto o que lo otro, y buscarán aprovechar políticamente su poder de fuego mediático y judicial. ¡Qué futuro tan chiquito nos espera si se edifica sobre tan poca grandeza!


La cuerda locura

    [reflexión a partir de la actitud de Cristina de salir a la puerta y saludar después del atentado]

Todavía estaba conmocionado por el atentado fallido contra Cristina, escribiendo sobre el tema, pensando, militando, yendo a la marcha y demás cosas cuando, al volver y mirar los portales veo que, después de esta atrocidad, Cristina salió de su departamento y fue a saludar a la gente. “¡Está loca!, ¡está loca!”, me decía yo. Y lo compartí con amigas y amigos, con el añadido – para evitar malos entendidos – aludiendo a los ovarios de esta mujer (metáfora de influencia feminista, quizás no totalmente feliz, pero que pretende evitar atribuciones masculinas a una mujer para halagarla). 


Nadie interpretó mal mi referencia a la “locura”, pero sí me hicieron aportes. Un amigo me dijo que es “mentalmente de hierro. Un animal político”, cosa que nadie podría dudar ni un poquito. Otra amiga me añadió, “sí… como locas las madres… locura de amor”, cosa que también comparto plenamente. Y eso me hizo pensar un poco.


El término que hace referencia a la locura suele ser utilizado de muchos modos, incluso agresivos e incluso afectivos. Es habitual referirse de ese modo, por ejemplo, a una ex diputada. El problema, por caso, es que, si realmente aplicara el adjetivo, no sería cuerda, no sería consciente de sus actos, sería inimputable. Y, por lo tanto, no sería responsable del odio que destila. Y, a pesar de su reconocida adicción a las pastillas, nada indica que esté realmente “loca”. También se decía de las “locas de la plaza”, algo que – como en tantas ocasiones – nació en sentido despectivo, pero terminó siendo apropiado como identitario. 


Me parece entender que el término se atribuye a alguien (o a varios) que manifiestan un desborde que sale de los límites que se esperarían del caso. El uso será adecuado “científicamente” cuando ese desborde surge de una pérdida de la propia conciencia. En este estado alterado, la locura produce palabras, gestos, actitudes desbordadas, pero “inimputables”. Pero cuando ese desborde es un derroche de generosidad, de amor, un desborde de serenidad o de valentía, de algo que no se espera, que sale de los límites imaginados (lo que, en el fondo está revelando o manifestando lo limitados que somos), se podrá decir que alguien entra en el terreno de la locura, se podrá decir despectivamente o amablemente, pero, habitualmente, eso habla más de nosotros que de esos o esas “locos” o “locas”. 


Cristina está loca, porque se para frente a los odiadores y les dice hasta con una sonrisa, “no les tengo miedo”, “no me van a separar del pueblo”, o cosas por el estilo. Ese desborde habla... o ¡hasta grita! Los violentos allí están… Los conocemos, a muchos con nombre y apellido, con caras reconocidas, y – aquellos menos importantes – aparecen seguido en los Medios; los otros, los que tienen peso, los que “mandan”, aparecen poco o casi nada, aunque los reconocemos si queremos saber mirar. Y recordaba que de Jesús decían que está loco (Marcos 3,21; Juan 10,20), lo decían de algunos profetas (Oseas 9,7), lo decían de san Pablo (Hechos 26,24) lo decían de San Francisco, de monseñor Romero y de tantos otros. Suele pasar. Suele pasar. Y a ciertos locos y locas prefiero tenerlos de mi lado. Marcan caminos… de desborde y de vida. ¿Estaré también yo loco?


Simplemente ¡un asco!

[reflexión a partir de un video cargado de odio de un cura en sus redes sociales]

Con frecuencia estamos tentados a defender a “los nuestros” y cuestionar a “los otros”. Y, cuando es el caso, de alguno de “los nuestros” dice o hace algo cuestionable, tendemos a excusarlo, mientras que solemos ser inflexibles con “los otros” sin entrar en razones. En lo personal, hago el esfuerzo, que no siempre me sale, de mirar primero la viga en mi / nuestro ojo, antes de ver la pelusa en el ajeno, siguiendo un consejo de Jesús. En clase más de una vez me encuentro ante ese desafío, y cuando alguna persona suele decir “sí, no como X que …” suelo tener como respuesta, “si, pero nosotros …” Sé que parece que lo mío es crítico de sectores eclesiales, pero mi intento es no ser inflexibles con “los otros” y blandos con “los nuestros”.


Pues bien, un cura, por lo que sé de Santa Fe, que luego pasó a la diócesis de Paraná y luego, por estudios, viajó a Roma, donde se quedó (cuyo nombre omitiré para no darle siquiera entidad), acaba de compartir un video vomitivo, execrable y, además, ignorante. Es cierto que la ignorancia se combate aprendiendo, pero suele ser imposible de vencer cuando nace de la soberbia (“el soberbio, nada sabe”, al decir de Tomás de Aquino). Un video cargado de incongruencias, para empezar, porque si lo que casi todos – el Papa incluido – llamamos “atentado” para él se trató de un “simulacro”, como afirma, no se entiende que esté conforme de que Cristina “no sea mártir” (nadie sería mártir de un simulacro ¿no?). Pero bueno, quizás sea pedirle lógica a un incapaz. Pero me quiero detener en una serie de aberraciones. Alguna quizás propia de la lejanía (suelen quedarse en Roma muchos que ambicionan ardientemente el episcopado, es decir, “trepar”), pero – para empezar – ignora (= ignorante) que “si la bala hubiera salido” no se trata solamente de que algunos tendrían una mártir, se trata de que con toda seguridad hoy nuestro país sería muy distinto, y muchos mártires de muchos lados empezarían a aparecer por doquier. Claro, no en Roma (además, al decir de Eduardo Galeano, hay personas que “valen menos que la bala que los mata” y en este caso aplicaría). Pero parece que, para el esperpento, la paz no es un valor fundamental para la convivencia y la vida, lo central es su odio (y, para peor, odio ignorante… Ni los pasos procesales conoce). El engendro tiene derecho a sentirse en la vereda de enfrenta del movimiento nacional y popular (lamentablemente, demasiados ambientes eclesiásticos lo están; ¿cuándo saldrá la declaración de repudio de la Conferencia Episcopal? Pero no, a estos no se los cuestiona ni recomienda el silencio…; es a “los otros”). Pero en el colmo de su odio destilado, cargado de lugares comunes de trolls (quizás su Evangelio), con un cerebro envenenado (al menos poca dosis de veneno se necesita para eso), no sólo hizo referencia a Cristina y a Néstor (obvio que incluyendo a los “cavernícolas que te siguen”, dirigiéndose a la vicepresidenta) en la conclusión hizo referencia a Dios y a lo que a veces se llama “juicio final”. Patético, pedante, primitivo, prepotente, patotero… para calificarlo solamente con la “p” de “p….”, peronista, o pingüino. Obviamente habló para los suyos, seguramente tan odiadores como él, o pichones de… Y no merece otra respuesta que el desprecio. Y yo, como cura, no quiero callarme y parecer tolerante. Tolerar la intolerancia se asemeja al suicidio, y – en lo personal – amo la vida. También la mía, pero antes la vida amenazada de los pobres, y también, la vida de aquellos y aquellas que han hecho mucho para que esta vida de los pobres sea más digna, más feliz, más vida, en suma. Desde mí, eso sería más cristiano, pero, de eso, ese, ¡no parece entender nada!


Foto tomada de https://unsplash.com/es/fotos/7x-Th7ws6T0

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