sábado, 1 de octubre de 2022

¿Qué decir que no haya dicho?

¿Qué decir que no haya dicho?

Eduardo de la Serna



Hoy celebramos y celebro a santa Teresa de Lisieux. Teresita, en popular. Podría contar anécdotas, que no hacen a la cosa central; por anécdotas, precisamente. Podría decir que cuando acompañé a mi hermana Mercedes por Francia hace un par de años, no pude sino escaparme a Lisieux (para los que no lo saben se puede ir y volver de París en el día) … allí charlamos, le dejé mi corazón lleno de nombres, mi vida, las buenas y las no tanto, y renovamos la amistad. Pero nada de eso cuenta, por anecdótico, más que para mí.

Es evidente que los que quieren – queremos – caminar los caminos del que es “el camino, la verdad y la vida” (o el camino que es verdad y vida) sabemos que no hay un camino único, recto y señalizado. Todos – creo – tenemos frenos, retrocesos, curvas, saltos adelante, piedras en el camino, desvíos… de vida se trata. Pero intentamos caminar con y hacia ese amigo Jesús. Y a esos diferentes caminos los llamamos “espiritualidades”. Los hay más anchos, más angostos, más sinuosos, más por arriba, más por abajo… y cada quién elige el que quiere seguir. O el que puede. O el que sabe. Hace ya muchos años, ¡48 años!, conocí, elegí y quise caminar el camino que Teresa – Teresita me mostraba. Y, sobre eso, diré que “no hay un camino mejor”; pero en el sentido de señalar que no se trata de campeonato, sino que cada quién elige el que quiere – sabe – puede y para ese o esa quién, ese es el mejor. Y no es el mismo del camino escogido por otro u otra. Entonces, repito, para mí, para mi vida, para la dirección que quisiera dar a mi vida, “no hay camino mejor”. Y, también repito, camino que no siempre supe, pude o quise andar bien… y de esto hablamos en Lisieux.

He dicho varias veces que Teresa – Teresita ha sido con frecuencia mal interpretada… puerilmente, infantilmente (en el sentido negativo de esto), y creo – también lo he dicho – buena “culpa” de esto la tiene ella misma. No supo, no pudo o no quiso romper con el esquema o mandato de la “joven burguesa decimonónica”, y entonces mirar sus pinturas, la métrica de sus poesías, y la casi exasperante frecuencia del “petite” (“pequeño”, que es también, diminutivo, en francés) espanta a quienes quieren una espiritualidad recia, militante… Creo que la clave radicaría en quebrar esa cáscara, realmente molesta, para descubrir lo que, luego de hacerlo, el gran Maximiliano Herraiz llamó “nervadura”. Un día, muchos años después, leí a Gustavo Gutiérrez que al hablar de la “pobreza / pobres” afirmó que hay una pobreza-pecado, que hay que combatir, y una pobreza evangélica que hay que asumir. Y, dice, esa pobreza evangélica es la “infancia espiritual”.

En una sociedad (y eclesialidad en ocasiones) que no sabe, no quiere o no puede, salir del trágico esquema de la meritocracia, Teresa no duda en afirmar – mística, al fin y al cabo – que Jesús / Dios (no los distingue en cientos de ocasiones) “no conoce la ciencia del cálculo”. En sintonía con otra gran mística, Etty Hillesum, repetirá que “debemos ayudar a Dios” … no es tanto cuestión de pedirle ayuda. Supo enseñar que la centralidad de todo no está en nosotros sino en Dios / Jesús, y que por eso la clave no está en el esfuerzo de ascender hacia él, sino en recibir su descenso (abajamiento, que es lo que Pablo llamará “gracia”) porque “todo es gracia”. Supo centrarse en el Evangelio y no en piadosas leyendas llenas de ternura hueca o de dulzura insustancial. Supo poner el amor en todo, y que no había vida cristiana sin amor, no había oración sin amor, que no había nada sin amor. Así se animó (y aquí sí rompió de raíz una religiosidad decimonónica del sacrificio, el esfuerzo y el mérito) a mostrar que eso de ser amigos y amigas de Jesús no es solo para un grupo de “grandes águilas” sino que todos, todas (y todes) estamos invitados a ese camino. Camino de confianza en Aquel que nos muestra su amor, y por lo tanto, camino de abandono (no quietismo, sino confiado). En fin… por ahí va lo que hoy quiero reafirmar. Contar. Repetir.

Creo, en suma, que la mejor imagen de su camino – propuesta es la que ella misma da: la de un ascensor. Para “ascender” a Dios podemos ir por la escalera de los esfuerzos, sacrificios, méritos (aunque debiéramos, quizás, preguntarnos cómo es ese Dios al que los humanos podemos llegar ascendiendo nosotros mismos; en lo personal me resulta bastante pigmeo), o – por otro lado – dejar que él descienda para sentarnos en sus rodillas maternales. De confianza en su gracia más que en nuestras capacidades se trata. Y eso no es pueril. Eso es “espiritualidad”. De Dios, de Jesús hablamos.

 

Foto tomada de https://www.facebook.com/MirandaBoschRealEstate/posts/2814406995244977/

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