viernes, 22 de enero de 2016

Una primera palabra de un viaje

Una primera palabra de un viaje


Eduardo de la Serna



No es fácil sintetizar cosas que cada una ameritaría una nota completa (y quizás lo intente en otro momento), pero al menos una primera mirada es útil.

Estamos en México, pero elegimos no ir a Cancún o Playa del Carmen, quisimos ir a lugares que nos dejen huella en el corazón, que nos marquen. También nos interesó ver lugares históricos, museos y – obviamente – el Santuario de la Virgen de Guadalupe, pero quiero decir algo, breve por ahora, de las experiencias que hemos tenido…

A los dos días de llegar (antes fuimos a Guadalupe y al museo de Trotsky) viajamos al estado de Veracruz donde hay un pequeño pueblo llamado La Patrona. Desde la frontera de México con Guatemala hasta la frontera con EEUU una serie de trenes cargueros (los trenes de pasajeros fueron cerrados en el neoliberalismo de los 90) y cientos de migrantes cada día se trepan intentando llegar a la “meca” sabiendo que de conseguirlo podrán ayudar a sus familias en Centroamérica. Los países de esta región tienen en estas remesas la principal fuente de ingresos del país. “Gracias” al Tratado de libre comercio del Norte y a la Alianza del Pacífico (a la que Macri intenta entrar) los EEUU tienen injerencia en las fronteras (no – como es obvio – en la frontera México-EEUU sino en la frontera México-Guatemala, con policías fronterizos, etc). Desde hace poco menos de 2 años se aplicó el “plan frontera sur” para reforzar los controles e impedir que la gente suba al tren. Algunos rodean el retén andando 15 días por la montaña. Días y días subidos a un tren y haciendo combinaciones con otros para llegar a la frontera norte. Pues bien, un grupo de 15 mujeres desde hace ya 20 años se han comprometido de un modo maravilloso a correr a las vías cuando pasa el tren y darles a los migrantes comida y bebida. Se llaman Las Patronas (por el nombre del pueblo). Las mujeres cocinan con toda dedicación, incluso ahora alojan a algunos migrantes que fueron arrojados por la policía ferroviaria del tren en movimiento, algunos como un padre (59 años) tirado por la policía a patadas, y cuando su hijo (unos 25) quiso socorrerlo lo tiraron también a él que cayó bajo las ruedas perdiendo dos dedos del pie. Uno habla con ellas que con alegría y serenidad charlan mientras preparan bolsas y más bolsas, y llenan botellas y más botellas con agua, y se habla de todo hasta que de golpe se escucha el pito del tren y se transforman. Corren a las vías cargadas de bolsas, y una carretilla con botellas atadas de a tres. Y a darles a los migrantes que – ya alertados – se cuelgan del tren a recoger lo que estas mujeres con cuidado y dedicación les prepararon (les donaron panes y tortas y miraban una a una que no tenga puntos blancos o negros, “para los migrantes lo mejor, no puede haber comida en mal estado”). Y pasa el tren, saludan a los que miran para atrás y vuelven a la casa. Todo terminó, pero pronto hay que empezar de nuevo a preparar comida porque nunca se sabe a qué hora pasará el próximo. Y pensamos en “porque tuve hambre y me diste de comer”, en la “multiplicación de los panes”, en el “buen samaritano”, en hacer bien sin mirar a quien… Sin dudas que esta experiencia de Evangelio y Reino amerita un escrito mucho más hondo que quizás pueda hacer más adelante…

De Veracruz fuimos a Oaxaca. La agrupación de derechos indígenas “Flor y Canto” cumplía 20 años de pelear por la tierra, el agua, la dignidad y la justicia de los indígenas. Recorrimos la ciudad (nos avisaron que ir a Oaxaca y no ver el convento de Santo Domingo merecía excomunión). Pocas cosas más bellas y representativas del barroco español. Destrozada cuando la laicización (lo transformaron ¡¡¡en caballerizas!!!) fue recuperada como Iglesia y en los claustros hay un excelente museo desde el tiempo indígena hasta la Independencia. Fuimos también a Monte Alban, un lugar zapoteca con unas ruinas muy impresionantes. Pero lo central fue el encuentro con Flor y Canto, con un conversatorio donde hubo ponencias y testimonios muy importantes, y al día siguiente una misa y una fiesta. Todo regado con cerveza y mezcal, música, comida bien mexicana (lo que incluye picante, obviamente) y mucha escucha de los indígenas. Oaxaca es la tierra del mezcal y el chocolate (la palabra viene del náhuatl, choco atl, agua amarga; es interesante muchas palabras conocidas que tienen su origen en el náhuatl con la finalización “atl” castellanizada a “te”: aguacate, cacahuate, ocelote, coyote…). La situación de los indígenas en México es ciertamente importante, especialmente por la cantidad de grupos y etnias, y lenguas (por ejemplo, el zapoteco tiene 5 raíces distintas que son muy diferentes entre sí hasta el punto que pueden no entenderse, lo mismo ocurre con el náhuatl…). Es evidente que lo mismo que “criticamos” que hicieron los laicistas con los templos cristianos lo hicieron los españoles con los templos indígenas, por cierto: templos, imágenes, esculturas, tradiciones…

De Oaxaca fuimos a Saltillo. Allí es obispo Raúl Vera, un profeta. Un hombre de Dios, con palabra clara, sin ambigüedades ni tibiezas. Con Raúl fuimos de visita a comunidades del monte en el desierto (y a un interesantísimo museo del desierto), y conocimos la “Casa del Migrante”. A Saltillo y por la zona llegan los migrantes que vienen en los trenes y desde allí deciden para qué región de los EEUU quieren ir y por dónde intentarán entrar. Pero aquí empieza una nueva etapa de su drama: los “coyotes”, que son los que les aseguran que los pasarán de frontera luego de un importante pago. Pero la inmensa mayoría de estos son gente de los narcos que los esclavizarán (trabajo sexual o laboral), secuestrarán para pedir dinero a sus familiares en los países de origen, en algunos casos los usarán para vender sus órganos y simplemente los matarán. Todos hablan de la estrechísima relación entre el “crimen organizado” (ya no hablan más de los narcos, porque han “diversificado” la fuente de ganancias con los “rubros” anteriores; estas son las evidentes consecuencias de la “guerra al narcotráfico” que Massa y Macri quieren imponer). La casa del migrante ha llegado a tener 1000 alojados. Allí, además de alojarlos, alimentarlos, les brindan contención psicológica, médica urgente (enorme mayoría de las mujeres llegan violadas, por ejemplo), y hasta nociones de inglés y consejos para los que de todos modos quieren seguir hacia EEUU. El cura Pedro, encargado de la casa, por ejemplo, ha tenido cientos de amenazas.

Luego estuvimos con familiares de desaparecidos. La situación es terrible. El estado reconoce 26.000 desapariciones forzadas. Pero los grupos de DDHH afirman que entre el 80 y 90 % no hace la denuncia de sus desaparecidos, lo que aumenta el número de una manera gravísima. Además, el grupo de DDHH de la diócesis, que sigue el caso de 512 desaparecidos dice que sólo el 12% está registrado en esos 26.000 lo cual también aumenta de modo notable el número. Se podría suponer que los desaparecidos entre 2006 y 2016 son un número enorme. 26.000 es el 12% de los desaparecidos denunciados y estos son el 10-20% de los desaparecidos reales… El caso Ayotzinapa (los 43 estudiantes desaparecidos) lo ven como “la punta del iceberg” (no es distinto de todo lo demás, pero su trascendencia permitió visibilizar algo silenciado (para reforzar la idea hablan de 26.043). La relación entre el gobierno, las fuerzas de seguridad y el crimen organizado hace suponer que allí se ha de ver la causa de las desapariciones, aunque la excusa de “el narco” sirve para encontrar un chivo expiatorio para todas las durísimas realidades que se viven y de la que el “Tribunal Permanente de los pueblos” responsabiliza directamente al Gobierno nacional.

Mucho más podría decir y es injusto detenerme aquí, pero quise señalar tres grupos de víctimas en los que quisimos enfocarnos y compartir su experiencia y su dolor, sus luchas y esperanzas: los migrantes, los indígenas y los desaparecidos. Sus rostros y palabras, sus cantos y lágrimas, las manos curtidas y los pies cansados nos marcaron este viaje. Muchas huellas nos quedan que esperamos compartir y de las que esperamos aprender. El Evangelio suena distinto en estos espacios, dice distinto, pero nos abre senderos a la esperanza. A la Buena Noticia a los pobres, que no es alienación ni opio sino resistencia y militancia, es “flor y canto” y caracol, “la Bestia” (como llaman al tren) y las Patronas, esa Buena Noticia – creo yo – toma otro color y marca otra huella. Quiera Dios que no permitamos que esa huella marcada en nuestra piel se borre sino que sirva en nuestra vida y servicio a nuestros pobres.



Foto tomada de www.taringa.net

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