martes, 17 de mayo de 2016

Comentario Santísima Trinidad C

 Descubriendo a Dios en su obrar entre nosotros

SANTÍSIMA TRINIDAD (ciclo “C”)

Eduardo de la Serna




Como es sabido, en la liturgia hay celebraciones que podríamos llamar “continuadas” y otras que podemos calificar de “temáticas”. Es decir: los domingos llamados “durante el Año” son domingos donde la lectura del Evangelio va continuando domingo a domingo (con algunas omisiones, debemos decirlo). También continúa la segunda lectura, que por lo general es independiente del Evangelio, mientras que la primera lectura – por lo general del Antiguo Testamento - se ha escogido en función del Evangelio. Por otra parte, hay celebraciones en las que se rompe la continuidad ya que se celebra un “tema” (sea un tema teológico-litúrgico, como es el día de hoy, o sean temas varios, como puede ser la celebración de santos, por ejemplo). Valga esta introducción ya que las lecturas han sido escogidas con motivo de la celebración de la Santísima Trinidad, pero la Trinidad, tal como la entendemos en nuestra vida eclesial, no se encuentra en la Biblia. Es decir: hay muchos elementos bíblicos que han conducido al reconocimiento de la Santísima Trinidad, pero ninguno donde ésta esté formulada. Esto motivó fecundos debates en la historia de la Iglesia que condujeron a los concilios de Nicea (325) y Constantinopla (381).


Siendo nuestra intención comentar los textos bíblicos no entraremos en temas históricos, pero tendremos en cuenta lo necesario para que nuestra fe nos conduzca hacia la Trinidad.


Lectura del libro de los Proverbios 8, 22-31


Resumen: Los cantos de la sabiduría personificada, muy frecuentes en la literatura sapiencial empiezan a preparar – en un primer momento como una “licencia poética” - una “nueva persona” junto a Dios desde antes de la creación. Estos textos serán luego tomados en cuenta para los himnos cristológicos del NT.

En casi todos los libros sapienciales de la Biblia, y en muchos escritos no bíblicos, encontramos una serie de “cantos” donde se exalta a la sabiduría de Dios (ver Job 28; Pr 1; 8; Sir 24; Sab 7-9; Bar 3,9-4,4). Habitualmente esto se hace dando a la sabiduría, en una “licencia poética”, un carácter casi independiente y separado de Dios. A estos textos se los ha llamado de una “sabiduría personificada” ya que si bien no hacen sino cantar la infinita sabiduría de Dios, lo hacen de manera tal que dicha sabiduría parece independiente de Dios mismo. 

Leyendo el texto que nos ocupa, se ve que la sabiduría “canta”, alude a Dios y a su propia creación pero desde antes de los tiempos; creada antes de la creación. Sin duda que la relación al “antes” de la creación tiene como intención mostrar con cuánta sabiduría la creación fue hecha. La aparente independencia es tal que la sabiduría aparece como “un hijo querido”. Pero no sólo no termina aquí, sino que – además - es bueno destacar algunos elementos: en primer lugar, que lo que se destaca de la creación es la inmensidad, la firmeza, (notar que no destaca aquí elementos como la “belleza” o la “hermosura”, lo que sería más propiamente griego, como se ve en Sab 13,3.5). En realidad este texto es el segundo canto a la “Sabiduría personificada” en este libro (ver 1,20-33) y propiamente empieza en v.1. En 9,1 comienza una nueva unidad hablando de la Sabiduría en tercera persona. Sin embargo, es a partir del v.22 donde comienza a destacarse la superioridad de la Sabiduría sobre “todo”, lo cual le viene dado por ser anterior a la creación. La Sabiduría aparece como el primer fruto de la creación. No se alude a ningún origen o principio, es “primicia” (que también es “primogénito”). Siendo testiga de la creación, la sabiduría conoce sus secretos. En hebreo (v.30) se utiliza un extraño verbo ’ãmôn que puede ser “arquitecto” (según el griego) o “hijo querido” (coherente con la imagen de generación de los vv.24-25). 

Muchos elementos podrían destacarse en estos versículos. El principal, en lo que hace al tema litúrgico de la fecha, es que estos cantos a la sabiduría personificada fueron muy usados en el NT en los himnos cristológicos. El estricto monoteísmo judío no permitía dar a Jesús un lugar en el ámbito divino, pero estos cánticos permitieron ir vislumbrando, anticipando, en Jesús elementos que hacen a su preexistencia, a su unión con Dios, a su divinidad. Aunque el NT no llegue a afirmar de un modo “metafísico” la divinidad de Jesús, estos textos le permiten vislumbrarla, anticiparla y preparar el camino para lo que los concilios posteriores proclamarán.


Lectura de la carta de san Pablo a los cristianos de Roma 5, 1-5


Resumen: La importancia de la fe para ser justos ante Dios se expresa en “nosotros” que por Cristo y por el espíritu santo recibimos el amor de Dios “derramado en nuestros corazones”.

La carta a los Romanos está finalizando su primera parte (a la vez que prepara la siguiente). La intención de Pablo en ella es destacar que – sin excepción - “todos” pecaron. El acento del Apóstol no está puesto en destacar la miseria humana, sino la infinita misericordia de Dios: todos pecaron, luego todos son acreedores de la ira de Dios, pero Dios a “todos” les hizo llegar su amor. Esta intervención salvífica de Dios en la historia humana revierte la historia de la humanidad. El texto conclusivo de esta primera parte, en realidad, va de 5,1 hasta el v.11; la liturgia parece haberlo cortado por las referencias a Cristo al principio y al Espíritu al final del texto escogido. En realidad, el texto omitido es el que explica todo lo anunciado (“en efecto…”, v.6), que es la infinita capacidad del amor de Dios por nosotros, aun siendo pecadores. 

Es importante señalar que no es conveniente hacer una relación inmediata al escuchar a Pablo hablar de “Espíritu Santo” con la “tercera Persona de la Santísima Trinidad” de los concilios mencionados (confusión frecuente, especialmente porque las Biblias suelen poner “Espíritu Santo” con mayúsculas [es de señalar que no existían las minúsculas en los primeros tiempos del cristianismo; estás se crearon más tarde como una suerte de "cursiva"]). Sería anacrónico pensar que Pablo tiene en mente una persona. Pero sí tiene claro que “el espíritu de Dios” es "el" don escatológico, el don pleno de Dios para la humanidad, o para su pueblo. El espíritu (la ruah) es la capacidad, la fuerza que Dios da a profetas, reyes, enviados para desempeñar fielmente el encargo o misión que él les ha dado. En varios escritos del AT y escritos apócrifos se afirma que Dios “ha retirado” su espíritu hasta la espera de mejores días. Ese “día” de Dios para los cristianos ha llegado con la resurrección. Es el espíritu de Dios, un espíritu santo, el que se derrama sobre todos los que se han unido plenamente a Jesús glorioso por la fe. Esta fe nos alcanza la justificación (5,1). Dios nos “justifica” porque ese amor de Dios se ha derramado por el espíritu santo. Han llegado, en Cristo, los tiempos definitivos de la historia, el espíritu ha sido donado a todos los creyentes y así se manifiesta plenamente el amor de Dios. 

Sin duda el tema central de esta unidad de la carta se debe ubicar en otra parte: la esperanza y la gloria, la fe y la justificación… sin embargo, el esquema “trinitario” parece haber sido la razón por la que el texto sea incluido en la liturgia. El amor de Dios – el Padre - se ha derramado por el espíritu santo y por nuestro señor Jesús Cristo.


+ Evangelio según san Juan 16, 12-15


Resumen: La relación entre el Padre y el hijo es particularmente insistente en el Evangelio de Juan; particularmente en la cristología del “Enviado”. Hoy un nuevo “enviado”, el Paráclito refuerza la relación mutua entre ambos.

Ya hemos señalado en semanas anteriores la importancia que Juan da al llamado “paráclito” (puesto que es el tema que se desarrolla en este párrafo, remitimos a ellos, salvo lo específicamente trinitario que destacamos brevemente). Una novedad importante (conforme a lo que hemos dicho más arriba) es que el espíritu aparece para los cristianos como “el don” por excelencia. Por eso, por ser “don”, en griego la palabra “espíritu” (= pneuma) es neutra; sin embargo, Juan – como vimos - empieza a aludir a este personaje, “el paráclito” (que es “masculino”, y por tanto “persona”). Vimos, también, que de este personaje se dice lo mismo que en el cuerpo del Evangelio se había dicho de Jesús; así que hay una estrecha relación entre ambos sujetos. Pero – además - dice relación con el Padre. La estrecha relación entre el Padre y el Hijo (“todo lo del Padre es mío”) dice estrecha relación con el espíritu – paráclito en relación a la verdad (“recibirá de lo mío y se los anunciará”; v.15). 

Como se ha dicho, el Nuevo Testamento no despliega una teología trinitaria, aunque empiezan a vislumbrarse elementos que conducen a la misma. Esa “revelación progresiva” es lo que se ha llamado la “trinidad económica”. Pablo vislumbra en el don del espíritu, el don por excelencia de los tiempos mesiánicos. Ese don, enraizado en los textos del Antiguo Testamento, se manifiesta de diferentes modos en medio de la comunidad. Pero este don se ha “derramado” sobre toda la comunidad a partir del comienzo de estos tiempos, es decir: la resurrección de Jesús. El rol de Jesús, que cada vez más se descubre central en los nuevos tiempos lleva a la profundización en la pregunta siempre vigente: ¿quién es Jesús? Para ello, jugarán un rol muy importante los viejos textos de la sabiduría personificada donde se pueden atribuir a Jesús – desde los textos bíblicos, y por tanto, sin atentar contra el monoteísmo - la preexistencia y una estrecha relación con Dios donde no se lo termina distinguiendo de sus obras. Esta estrecha relación es particularmente reforzada por el Evangelio de Juan donde ya se señala claramente un rol divino en la persona de Jesús y – por tanto, estando esto ya claro - empieza a destacarse más claramente el rol jugado por el espíritu santo, ya entrevisto – o vislumbrado - como persona, en estrecha o casi idéntica relación con el Padre, como lo es el Hijo.

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