sábado, 20 de junio de 2020

La bandera... un trapo

La bandera… un trapo

Eduardo de la Serna


Hoy se conmemora en Argentina el día de la bandera. En homenaje a su creador, uno de los grandes: Manuel Belgrano.

Su vida, gesta y gestos, historia y palabras merecen todas las memorias. Pero a nivel simbólico, la bandera argentina dice poco, y dice todo.

Recuerdo cuando estaba en el colegio que un día, cuando se izó la bandera, esta resultó teniendo un sol en la mitad, y muchos se asustaron porque entendían que con sol era “bandera de guerra”. Recuerdo, mucho antes, que de chicos en el colegio un día “juramos” a la bandera, algo que era solamente un momento pintoresco sin significado real. Pero también recuerdo otros momentos y otras militancias. Evita decía, con pasión y profetismo que muchos “recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria”. Embanderar es lucha, porque es identidad. Y de eso se trata.

Crear la bandera es dar identidad. “Estos somos”. Esto nos guía; no un trapo, no unos colores. ¡Una bandera! Cuando en una batalla una bandera flamea, eso “dice” algo. Arriar las banderas, enarbolarlas, capturarlas, mancillarlas dice algo. Es una guía, conduce, orienta. Estos somos. Esos son los otros.

Crear una bandera en un conflicto es dar una dirección. Marcar rumbo. Y en ocasiones, marcar el enemigo, el cual también está embanderado.

Sin duda, por ser símbolo, también puede ser ahuecada, vaciada de sentido y contenido, y vaya si lo sabemos.

Debo confesar que, en mi adolescencia, cuando empecé mi militancia, la bandera (y otros símbolos, como el himno) me llenaban de orgullo. Recurría (mos) a ellos con frecuencia. Sin embargo, a partir del 24 de marzo de 1976, ver la bandera me llenaba de tensión. Era casi como ver “al enemigo” (de hecho, así nos hicieron sentir, con “eso del enemigo interno”). Debió pasar un buen tiempo post-dictatorial para que la bandera volviera a tener para mí el significado que siempre tuvo, pero del que la habían vaciado.

La bandera es la que enfrentó “la tiranía”, la que condujo a ignorantes e iletrados detrás de un sueño: ¡libertad! frente a “la patria esclavizada” llamada a romper los “vínculos” de la opresión. Es un símbolo de los mejores ideales y sueños, los que nos identifican y señalan causas y luchas. Es cierto que están también los que pretenden adueñarse (como los dictadores) de los sentidos y contenidos. Y de los embanderados depende que no nos dejemos arrebatar causas y metas. No está mal, en estos tiempos, mirar a Belgrano y sus luchas, sus palabras y gestos. Cuando tomó un puñal y lo puso sobre el cuello del virrey, no parecía demasiado “angustiado”; cuando conducía las tropas y vació ciudades enteras para que no fueran tomadas por el enemigo, ¡tampoco!, cuando propuso leyes y condujo gestas, ¡menos! Y cuando los apropiadores del sentido lo sometieron a la pobreza e ignominia logrando su muerte en la miseria, quizás sí. Ver a los que supuestamente tienen la misma bandera haciendo suyas las causas contrarias, es por lo menos angustiante. Es casi como ver salir a Belgrano de los billetes para poner un hornero, o creer que el 25 de mayo es el “día de la bandera”. Ese día, en realidad, es cada día que la libertad campea, que la dignidad se enarbola, que los pobres y los trabajadores, los campesinos y los indígenas, las mujeres y los negros son mirados, reconocidos y tratados como hermanas y hermanos. Ahí sí, “levantamos los trapos”, y podemos cantar viéndola tremolar triunfal. Porque la bandera es una identidad y una lucha. La identidad y la lucha de un pueblo. Aunque a veces haya enemigos internos (anti-pueblo los llamábamos entonces). El celeste y el blanco no son los colores de los ojos de un gracias a Dios ya ex presidente, sino una lucha que queremos seguir dando. Hay millones de pobres que lo merecen. Merecen seguir “la enseña que Belgrano nos legó”.


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