El odio o el amor en marcha
Eduardo
de la Serna
Mirar las diferentes “marchas”
suele ser algo difícil, especialmente porque depende qué es lo que se observa o
comenta. Por ejemplo, se puede mirar la cantidad, en cuyo caso una marcha será
mejor o no tanto según la cantidad de manifestantes. Se puede mirar el o los
temas convocantes, en cuyo caso el enfoque se dará según la valorización que
los observadores den o no al o los temas en cuestión…
Pero quiero detenerme en la
actitud que se ve (en general, por cierto) en las marchas y/o los marchantes.
Porque me parece que esta, algo dice. Por ejemplo, hay marchas donde se observa
alegría y marchas donde se ve bronca. Y no me parece que el tema esté
necesariamente dado por el motivo convocante, sino por la actitud de los
convocados. En las marchas por acontecimientos relacionados con los Derechos
Humanos, el motivo convocante no suele ser alegre: el “Nunca Más” es evidente.
Sin embargo, las marchas suelen ser festivas (aunque hay que distinguir allí
donde se convocan los Organismos de DDHH de donde se convoca la
“paleo-izquierda” donde se nota otra actitud más cercana a la rabia).
Ciertamente no se “festeja” el golpe genocida, sino que se celebra el
encuentro, se celebra que seamos muchos los que manifestamos y nos convoca un mismo
reclamo. Quizás sea distinto cuando el tema es “de momento”, como fue la marcha
contra el 2x1 de Rosenkratz (que solo por esa marcha debería haber renunciado
si tuviera dignidad, pero – como Almagro – ha demostrado ser indiferente al
sentir social), sin embargo, el encuentro es festivo por el solo hecho de
serlo.
Muy diferente son las marchas
en estos tiempos de pandemia. Marchas extrañas, ciertamente. Pero – por ejemplo
– es notable la diferencia si miramos la alegría o la bronca, el amor o el
odio… Por ejemplo, en la actitud frente a la prensa opositora a la marcha. La
actitud de los manifestantes contra C5N no es la misma en unas marchas que la
actitud frente a TN en otra marcha. La violencia sirve como ejemplo para
entender la diferente actitud. Y acá me parece que está el tema: bronca, odio,
rabia de un lado, alegría, fiesta, amor del otro. Y esto salta a la vista para
cualquiera que quiere mirarlo, salvo que sea cultor de la rabia. O que sea del
establishment, en cuyo caso silenciará las agresiones al camión de C5N y, sin
duda alguna, hubiera hecho una causa nacional y regional si el 17 de octubre
hubieran simplemente empujado al periodista de TN.
Y podemos mirar lo mismo en
viejas manifestaciones, o en encuentros de otras partes, y me parece que la
actitud es semejante. El odio moviliza, ¿qué duda cabe? Pero moviliza lo peor
del ser humano, aunque intenten disimularlo (como se hace en nombre de la
libertad de prensa, por ejemplo… y pretenden y se jactan de hacerlo). El viejo
“viva el cáncer”, con que “celebraban” la muerte inminente de Evita, revela
mucho del interior de esas personas. La actitud de desprecio, de rechazo a todo
un colectivo, manifiesta una actitud. Y permite analizar una/s marcha/s.
No se entienda que pretendo
una actitud binaria de buenos (nosotros) y malos (los otros) porque sería
infantil, caricaturesco… y falso. Aunque no deja de ser cierto que en grandes y
muy numerosas marchas se ven los vendedores y no hay robos ni vandalismos, como
fue notable en los actos del Bicentenario (me refiero al primer Bicentenario,
porque en el segundo mal podría haber habido “robos” ya que estaba todo vallado
para proteger al “querido rey”, el fugitivo). También es cierto que “nos
dejaron sin fiesta” con motivo de los 100 años del nacimiento de Evita, pero
“negar la fiesta al pueblo” es propio de ciertos sectores de la derecha. Y a lo
mejor allí empiece parte del odio: ¿cómo pueden festejar estos? Es notable que pareciera
que parte de la rabia nace en lo que – desde el desprecio – se supone cómo
deberían vivir los despreciados: no pueden tener TV en las villas, no pueden
celebrar fiestas de 15… no pueden… no deben. La actitud de “empatía” con
respecto a los pobres y los sectores populares desde la “superioridad” es
imposible. Y se ve, de modo patente, en casi cada palabra, actitud (y acciones
de gobierno) de Macri. Escucharlo afirmar que “el peronismo vive de los que
trabajan” es casi tan irónico como escuchar a Añez hablar de que el nuevo
gobierno boliviano debería respetar la democracia, no sólo porque el macrismo
destruyó el trabajo durante su gobierno sino porque se caracterizó toda su vida
por vivir del trabajo de los otros. Ciertamente no del propio. Pero sus
recientes apariciones (binarias ellas) no resisten el más mínimo análisis (de
allí la elección de los entrevistadores). Pero el desprecio, el odio mal
disimulado, y el rechazo a “los que tienen que morir” es manifiesto.
Y que se me permita volver a
Evita: es evidente que desde la pasión (lo que hizo que fuera quien “es”) ella
afirmó que, si hubiera una sociedad justa, ser peronista sería un derecho, pero
siendo nuestra sociedad injusta, “ser peronista es un deber”, pero es evidente
que esa pasión estaba guiada por el amor (al que, los que afirmaban “cómo debe
ser” creían motivada por el resentimiento). Basta con mirar sus escritos y ver
la proliferación del término “amor” (no usual en los discursos políticos) para
entender, o al menos, pretender acceder desde otra mirada. La entrega generosa,
el “gastarse y desgastarse” gratuitamente en favor de los pobres parecería ser
la causa de la rabia. Eso no puede… no debe ser. Lo gratuito “no debe” ocurrir.
La muerte de Evita la celebraron, pero la vida de Evita no pueden evitarla.
Pero el odio se hace también
evidente hoy cuando se escucha hablar de la vicepresidenta Cristina. Es curioso
que decenas de “periodistas” (sic; a los que alguien llamó “cagatintas”) hablan
y no dejan de hablar de ella comunicando decenas de sandeces, y después se los
escucha reclamar que ella no aclara, que no habla… Debería publicar, según
parece, una solicitada en el Washington Post comunicando que ella no participó
en el asesinato de Kennedy, y otra en el Corriere della Sera negando haber
estado en Roma en los idus de marzo…
Es cierto que el odio (como el
miedo, que en ocasiones se parecen) no suele ser demasiado racional, y por
tanto no es fácil de responder, de analizar, de dialogar. Y cuando se mezcla
con intereses (de clase, o económicos, por caso) el muro es infranqueable.
Podría pretenderse un análisis con datos, estadísticas, fuentes, matices… pero
– y en las marchas especialmente – esto es imposible. Especialmente cuando el
criterio de análisis parece provenir de un par de slogans inmutables y a su vez
tenidos por infalibles. La infalibilidad, más que papal, dada a algún dicho o
algún dicente suele ser, también, gestor de odio. Especialmente por la
imposibilidad de análisis (por ejemplo, ¿alguien sabe a cuánto asciende un PBI
para poder afirmar que “lo robaron”?). Es que si al odio y el miedo, le sumamos
la mentira, el cóctel parece explosivo. Y tal parece lo pretendido: lo
explosivo.
En suma, me he detenido a
mirar las últimas marchas… las marchas de los “anti-todo” (si hubiera un grupo
que protesta contra la invasión extraterrestre en curso, seguramente serian
también bienvenidos en ella) y la marcha del 17 de octubre. Es cierto (acoto)
que, si las miro desde nuestro barrio, en Bernal oeste, la cosa es más evidente
todavía, pero he querido mirarlas desde la actitud que se ve en los manifestantes.
Y, sinceramente, mirando desde estas actitudes me queda claro en cual quiero
participar y en cuales celebro no pasar ni de cerca. Para no contaminarme de
odio, que enferma. Para no envenenarme, que mata. Para no escuchar tonterías,
que idiotiza.
imagen tomada de https://ar.pinterest.com/pin/63824519695515248/
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