sábado, 19 de marzo de 2022

Iglesia, ministerios y Pedro

Iglesia, ministerios y Pedro

Eduardo de la Serna



Evidentemente, cualquier organización o grupo necesita, aunque sea mínimamente una estructura. Desde una familia a un pequeño negocio, por ejemplo. Y, evidentemente también, si el negocio crece, la estructuración necesita ser mayor para funcionar bien; así habrá quien se ocupa de la proveeduría, de la limpieza, de la contabilidad, de la atención al ´publico (lo mismo vale, por ejemplo, para una escuela). Y si el negocio crece de un modo importante, la organización también lo requiere. Cuando el grupo de Jesús empezó a crecer ocurrió lo mismo. A eso lo llamamos “ministerios”, es decir, servicios. En un principio, todo indica que cada comunidad se iba dando los ministerios que ellos mismos vieran oportunos; en las comunidades de Pablo pareciera que los Corintios tuvieron una estructuración, los Tesalonicenses otra, los Filipenses otra. En todo caso, todos se remitían a Pablo que se compara como un “padre” (1 Tes 2,11) o “madre” (1 Tes 2,7) de todos. Pero pasado el tiempo, y creciendo las comunidades, empezaron a surgir ministerios más establecidos. Todos al servicio de la comunidad: los que “vigilaban” que todo estuviera bien, los “ancianos” que aportaban sabiduría y consejo, los que se ocupaban de “servir” a los enfermos, a los pobres, a los presos… Estos “vigilantes”, “ancianos” y “servidores” en griego (que era la lengua que se hablaba en casi todo el Imperio Romano) se dicen epískopos, presbíteros y diákonos (de donde más tarde vendrán los obispos, presbíteros y diáconos). Pero esa estructura, recién es asumida en todas las comunidades en el siglo III (en un escrito muy importante que se llama la Tradición Apostólica, que pertenece a san Hipólito, de Roma [+236]).

Dentro de estos ministerios ha de entenderse el “papado”. El Papa remite a Pedro; es su sucesor. Veamos. Es evidente que Pedro jugó un rol muy importante en la Iglesia primitiva. Ya para Pablo es alguien cuya palabra merece ser escuchada (Ga 1,18). Puede equivocarse, sin duda (Ga 2,14), pero para él es un “primero entre iguales”. En los Evangelios también ocupa un rol muy importante, siendo frecuentemente el vocero, el que habla en nombre de los Doce; pero en ocasiones, todavía se ve que hay un “algo más”. En Marcos es el que reconoce quién es Jesús (8,29), en Lucas es el que, cae en la tentación, pero “vuelve” y está llamado a “confirmar a los hermanos” (22,32), en Mateo es la piedra de base de la Iglesia (16,18), aunque también puede ser piedra de tropiezo (16,23), en Juan también reconoce a Jesús, y reparará su triple negación con una triple confesión de amor (21,17) que lo llevará incluso a ser matado por el seguimiento de Jesús (21,19). En Hechos de los Apóstoles es el continuador de la obra de Jesús, que ya no está presente, algo que en un segundo momento hará Pablo. De hecho, en nombre de Pedro algunos autores escriben cartas (1 y 2 Pedro) a diferentes comunidades señalando elementos o fortaleciendo otros. Siendo que esas comunidades no fueron visitadas por Pedro, todo indica que su nombre y su persona ya habían trascendido las fronteras. Sabemos por escritores cristianos de principios del s. II que Pedro se dirigió a Roma donde fue asesinado en tiempos de Nerón (año 64).

Desde entonces, el animador de la comunidad de Roma (que luego será llamado obispo, como dijimos) empieza a experimentar una responsabilidad con la Iglesia universal (universal en griego se dice “catholiké”, es decir de la Iglesia católica); por ejemplo, ante un conflicto en Corinto [año 95], la Iglesia de Roma y su animador, Clemente, se saben en la responsabilidad de intervenir, y les escriben una carta, que se conserva. A estos “sucesores” de Pedro en Roma, más tardíamente (año 250), se los comenzó a llamar “papas” (es decir, empezaban a dejar de ser “hermanos” para pasar a ser “papás” de los cristianos y las comunidades). Con el tiempo, especialmente cuando los cristianos dejaron de ser vistos como potenciales enemigos, y – particularmente cuando el Imperio Romano empieza a confesarse cristiano (tiempos de Constantino, 306-337) el papa empezó a tomar cada vez más poder, y de ser un “pescador” pasó a ser visto (y actuar) como Emperador. Sin duda esto provocó que Dante Alighieri, en la Divina Comedia, ubicara a Constantino en el infierno: “no por tu conversión, Constantino, sino porque por ti vino el primer papa que fue rico” (Infierno, XIX, 116-117).

Todo indica que Pedro fue tenido desde muy antiguamente también como un ministerio, y que se supone ha de haber siempre un “sucesor de Pedro”; sin embargo, que deba haberlo no implica que deba ser siempre de una o de otra manera, en general más acorde a los tiempos (y a los encuentros con otras comunidades cristianas no católicas). Así como para toda reforma en la Iglesia hemos de volver a las fuentes para buscar ser siempre “la Iglesia que Jesús quería”, sin duda hemos de tener en cuenta la importancia de reconocer que el modelo de Papa no es Pio V, ni Gregorio, ni Juan Pablo sino Pedro. Y a Pedro y como Pedro debieran ser todos los Papas en su ministerio.

 

Foto tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/Tiara_papal

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