sábado, 5 de marzo de 2022

Jesús y el imperio romano

 Jesús y el imperio romano

Eduardo de la Serna



Para tratar de pensar sensatamente las relaciones entre Jesús y el imperio romano, lo primero – e indispensable – es no proyectar al ayer las mentalidades de hoy. Jesús, evidentemente, es una persona de su tiempo, y eso implica que Jesús tenía una cultura, una historia, una mentalidad, unas costumbres, una mirada de la realidad que en nada se parecen a las nuestras. Veamos simplemente algunas:

Jesús era judío, por lo tanto, se sabe miembro del pueblo que Dios se ha elegido para vivir de un modo distinto a los demás pueblos y así ser “luz de los pueblos”. Cuando Israel está dominado por otro pueblo (sean los babilonios, los persas, los griegos o… ¡los romanos!) Israel no puede vivir plenamente conforme a la voluntad de Dios. Entonces, todo buen judío será crítico a esta situación. El modo de serlo será diferente según los tiempos, las mentalidades, los grupos de pertenencia, pero sin duda crítico. En el caso de los romanos, concretamente, los diferentes grupos de su tiempo tienen actitudes diversas: los saduceos (el sector de la elite sacerdotal, por ejemplo) tenían una actitud de complicidad silenciosa para que Roma les permitiera vivir tranquilamente el culto y las celebraciones [ver Jn 11,48]; los esenios (como los que se fueron a vivir en el Mar Muerto, por ejemplo; los conocemos por los escritos de la época porque no se los menciona en la Biblia) eligieron aislarse y vivir su vida religiosa “en el desierto” (real o simbólico); los fariseos (el grupo más valorado en tiempos de Jesús) eligieron una resistencia pacífica tratando de dar pasos en la medida de lo posible [ver Mc 12,13… de los herodianos no se sabe casi nada, aunque el nombre no remite necesariamente a judíos]; los zelotes (que no existían en tiempos de Jesús, pero sí poco después de su muerte) eligieron la vía armada… El pueblo sencillo, “hacía lo que podía” (acá hay que recordar que más del 85% de la población vivía en los campos, lejos de las ciudades), especialmente eran víctimas de los impuestos exorbitantes que Roma imponía a las poblaciones (es bueno recordar con qué frecuencia Jesús habla de “las deudas”). Ahora, que Jesús tuviera una actitud “crítica” hacia el Imperio no implica necesariamente que fuera “anti”. ¿Realmente lo era?

Como buen hijo de su tiempo, para Jesús, el gran adversario del “imperio de Dios” (o reinado de Dios; tema casi exclusivo de la predicación de Jesús) es Satanás / el diablo. Por eso – especialmente en san Lucas – la lucha de imperios / reinos es esa: “he visto a Satanás caer del cielo” (10,18). Las expulsiones de demonios son, precisamente, manifestación de ese enfrentamiento. Los “soldados” del diablo (los demonios) son derrotados por Jesús. Pero no se puede ignorar que “Satanás” actúa por intermediarios… Para Lucas, por ejemplo, Judas lo es, Pedro pudo haberlo sido, pero “volvió” (22,3.31). La dominación romana también es instrumento diabólico, hasta el punto que los demonios de Gerasa tienen el nombre de los “soldados” romanos: Legión (Lc 8,30). La presencia romana por doquier (con el ejército, con esculturas, monedas y todo tipo de publicidad que hacía a todos patente la superioridad imperial) también era crítica en Israel, que no acepta ni reconoce imágenes (ni en monedas, ni en esculturas, ni de otro modo alguno). Habiendo imágenes romanas [y, para peor, ¡en el Templo!] Jesús reclama que se “devuelva” a Dios lo que el César le ha arrebatado (Lc 20,25). El imperio romano, entonces, es un instrumento eficaz del poder de Satanás. Y esa eficacia se manifiesta claramente en la ejecución de Jesús en cruz, expresión del poder romano y ejemplificadora para que todos puedan verlo y sepan que con el Imperio romano “no se juega”.

La relación de los primeros cristianos con Roma siguió siendo crítica (y de conflicto, como se puede ver claramente en Pablo) hasta el punto que el imperio es responsable del asesinato de san Pedro y de San Pablo, concretamente. Aunque este es otro tema.

Lo cierto es que sería anacrónico decir que Jesús tuvo una actitud “anti-imperial”, pero también es falso decir que Jesús se mantuvo indiferente, o que predicó un Dios “del cielo” en contraposición con las cosas “de la tierra”.

Jesús tiene claro que todas las personas podemos estar al servicio de Dios o no. Y eso puede cambiar con el tiempo, por supuesto. Roma no es “el diablo”, pero puede ser su instrumento (sobre esto mismo se escribe claramente en el Apocalipsis). Y, en tiempos de Jesús, ciertamente lo es. Y, entonces, como instrumento que es, el Nazareno lo enfrenta. Para Jesús, y para sus seguidores, por supuesto, el único imperio que cuenta es el de Dios, porque es un imperio de justicia y de paz (aunque el imperio romano habla de la paz constantemente [la pax romana], por eso “mi paz no es como la que da el mundo”; Jn 14,27). El imperio de Dios es el que pretende que todos los “hijos” (“la buena semilla son los hijos del reino” [o imperio], Mt 13,38) desplieguen las alas de vida, de plenitud como verdaderxs hermanxs todxs. Cualquier instrumento (y en su tiempo, el romano lo es; y en nuestro tiempo otros también lo son) que impida la vida plena y la posibilidad del amor de hermanxs no es ciertamente instrumento de Dios. Y sobre esto, Jesús tiene algo que decir. Y, con palabras y actitudes ¡lo dice!

 

Imagen tomada de https://www.redbubble.com/es/i/lienzo/Legio-X-Fretensis-Emblema-De-Jabal%C3%AD-Legi%C3%B3n-Romana-de-zeno27/44104404.5Y5V7

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