lunes, 16 de septiembre de 2024

Tengo un problema con la Encarnación

Tengo un problema con la Encarnación

Eduardo de la Serna



“Si por una de esas se destruyeran todas las Biblias del mundo, ésta no se podría reconstruir con el Código de Derecho Canónico, pero nos acercaríamos bastante con la vida de los [y las] místicos” (Maximiliano Herraiz)

Si empezamos a hablar de la “Trinidad”, los estructurados suelen no tener ningún problema con el Padre. Es la ley, la norma, el que manda (y patriarcalmente, obvio). El Hijo, en cambio, causa algunos problemas, especialmente cuando empezamos a profundizar en lo que se ha llamado el “Jesús histórico”, porque antes todo era más sencillo: Jesús había sido un buen tipo que “anduvo en la mar”, que contaba “cuentitos” y que hacía milagros para “probar la divinidad”; pero un día – y sin ninguna relación con lo que decía y hacía – los “pérfidos judíos” lo mataron. Así, en la cruz, Dios se vio satisfecho con la víctima y nos perdonó, se vio “reparado”. Como una especie de “final feliz” vino la resurrección, “y comieron perdices”. Pero cuando se empezó a mostrar que entre la vida y el asesinato de Jesús había una relación de “causa y efecto”, que Dios no quería el asesinato de su “hijo amado” y esas “cosas”, todo se empezó a complicar. Ya no hablaban de “imitación de Cristo” sino de “seguimiento” y todas esas cosas, para hacer todo más difícil. La resurrección dejó de ser una suerte de apéndice (como en “La Pasión” de Mel Gibson) para ser “la” palabra que Dios pronunciaba frente al crimen de su Hijo, y como sello de su vida y predicación. Y, para complicar más todo, del Espíritu Santo no hablemos, porque no lo podemos “definir” (por “definición”, sic), ¿qué decir de quién poco podemos decir? ¿cómo imaginar al inimaginable o aferrar al inasible?

Es que si la “encarnación” era visibilizar la norma y la obediencia todo estaba bien, pero ahora “me cambian todo”.

Los temerosos (insisto que “El miedo a la libertad”, de Erich Fromm, debería ser de lectura obligatoria) necesitan cosas “claras y distintas”. Por eso fueron ellos los que se dedicaron a “precisar” la inseguridad de esas cosas agustinianas de “ama y haz lo que quieras”, y fueron ellos los que saciaron sus miedos reglamentando todo en un Código de Derecho Canónico y también estableciendo un Catecismo. ¡Ahora estamos seguros! ¡Hay que obedecer, y listo! Poner límites (sobre todo a los – y especialmente a las – demás) es lo que caracteriza a ciertos grupos eclesiásticos.

Pero resulta que queda un cabo suelto que habría que solucionar… “la palabra de Dios”. Porque cuando la Biblia era un libro que usábamos para “probar” lo que decíamos, cuando el Magisterio estaba por encima y a su servicio, las cosas eran distintas… Para peor, ahora nos dicen que la Biblia no es para “obedecer” y todo se agrava y hasta dicen que el fundamentalismo (siempre tan útil y frecuente) es un “suicidio del pensamiento”. ¡Todo mal! Porque desde que Pio XII empezó a hablar de “autores humanos” todo se complicó, y el Concilio relativizó todo… todo para peor.

Porque esta “palabra de Dios” resulta que ya no es una norma a obedecer sino un Dios que se abaja a la humanidad para revelarse, para mostrarse, para ser conocido porque desea ser amado. Y, “para más INRI”, esa palabra se revela encarnándose y poniendo su carpa en medio de nosotros. Este Dios que nos tiene en cuenta es too much! Uno que abraza a pecadores, ¡y come con ellos! Uno que invierte el statu quo y empieza desde las mujeres, los niños y los pobres... ¡demasiado!

Y, para peor, cuando antes hablábamos de la Tradición, para relativizar las Escrituras, aparecen los patrólogos, y nos muestran que la Tradición no era tan tradicional como creíamos (que es mejor empezar la tradición hablando de Trento, por ejemplo, y no de Crisóstomo, Ireneo, Jerónimo, y otros... y – para más gravedad, hasta de “otras”).

Por suerte, desde que se freezó el Concilio (1985) las Escrituras volvieron a quedar en un lugar de adorno, del que no han salido; el Derecho Canónico y el Catecismo vienen en nuestra ayuda. Como no se puede – lamentablemente – sacar la constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II, los cajones curiales prestan un buen servicio al Alzheimer espiritual, vuelven los “Diez Mandamientos” que un tal Jesús había reducido a dos, vuelve la Biblia a ser dicta probantia y “la verdad (que nos) hace libres” pasa a ser un librito menor no sea cosa de que alguien amague con zambullirse en el océano sin riberas del amor de Dios y se dé cuenta que es hijo o hija, miembro pleno de un pueblo de hermanas y hermanos donde solo hay un Padre que no es el Papa, ni el obispo, ni el clero, sino ese papá – mamá de Jesús. Y, eso sí, del Espíritu Santo, ¡mejor no hablemos!

 

Foto (intervenida) tomada de https://es.pngtree.com/freebackground/small-vintage-bible-with-a-lock-wood-book-small-bible-photo_9520956.html

1 comentario:

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